"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 19 de septiembre de 2014

4.39. Ahora con la metadona, luego veremos


   La estancia en el centro de El Patriarca, donde ingresaron Sergio y Lorena, ha resultado más larga de lo que al inicio prometió el responsable del establecimiento a los padres de Sergio. La pareja sale aparentemente rehabilitada, aunque subsisten insuficiencias sobre todo en el caso de la mujer.
   La salida sirve para el enésimo enfrentamiento entre el matrimonio Martín-Roca y Lorena.
- De momento iremos todos a Madrid. En casa ya tenemos preparada una habitación para vosotros – al ver la crispación del rostro de Lorena, Lola que es quien habla se apresura a añadir -. Eso solo será unos días, los necesarios para que encontremos un piso donde vayáis a vivir, piso cuyo alquiler pagaremos nosotros, por supuesto.
- Mira, Lola, a mí no se me ha perdido nada en los Madriles. O sea que muchas gracias por vuestro ofrecimiento, pero yo me vuelvo al pueblo, sola o acompañada – afirma Lorena que, mirando a Sergio, agrega -. Eso depende de ti, hermoso.
- ¿Y qué vais a hacer en el pueblo, de qué vais a vivir? – pregunta Lorenzo.
   Sergio, que hasta el momento ha sido testigo mudo de la charla, interviene:
- Papá, creo que Lorena tiene razón. En Madrid ella no conoce a nadie y yo hace un montón de años que no me relaciono con ninguno de mis antiguos amigos y conocidos. En cambio, en Senillar conocemos a medio mundo y tenemos muchos amigos. Además, están el abuelo y los tíos. Por otra parte, ese piso que pensabais alquilarnos os costará mucho más barato en el pueblo. En cuanto al trabajo, siguen construyendo y a buen seguro que encontraré fácilmente trabajo de lo mío. Hay mucha gente del oficio que me conoce y me ayudará a encontrar curro.
   Lola, que es quien toma las últimas decisiones en la familia, piensa que volver al pueblo es un error, que lo que los chicos – sigue llamándoles así pese a que han cumplido sobradamente la treintena – llaman sus amigos son todos unos drogatas que no les ayudarán precisamente a seguir por el buen camino, que los tíos - sus hermanos - les han dicho que poco pueden hacer para apoyar a la pareja, solo el abuelo está dispuesto a echarles una mano, pero sus recursos son limitados. Pese a todos esos argumentos, también está cansada de discutir y no lograr nada, por lo que se encoge de hombros. Será lo que ellos quieran: les buscarán un piso en el pueblo.
  
   En cuanto la pareja vuelve a Senillar comienzan a aflorar los problemas. Sergio vuelve a toparse con el obstáculo de que nadie quiere darle trabajo, los patronos siguen viéndole como un colgado. Lo único que encuentra son chapuzas. Lorena halla curro más fácilmente en un bar de copas de dudosa reputación, las camareras visten con una escuálida minifalda y un top que enseña más que cubre. Hay unos reservados donde además de beber se llevan a cabo otros entretenimientos más carnales. De ahí es donde Lorena vuelve a sacar la pasta para seguir drogándose. Con una vida miserable como la que llevan, sin futuro y sin alicientes para reintegrarse a la existencia del común, la recaída estaba cantada.
   Los padres de Sergio vuelven a intervenir y les convencen de que ingresen en otro centro de rehabilitación. La pareja, tras muchas dudas y no pocas presiones familiares, en la que el abuelo Punchent tiene un papel destacado, acepta internarse, pero no en la red de El Patriarca. Les buscan otro centro. Esto no es más que el principio de casi una década de ingresos y salidas en establecimientos, públicos y privados, de desintoxicación.

   El matrimonio Martín-Roca, que es quien sigue sufragando los gastos derivados de los tratamientos de rehabilitación, está a punto de tirar la toalla.  Lorenzo y Lola han perdido la esperanza de que la pareja se recupere. Por otra parte, se han gastado casi todos sus ahorros, incluso han tenido que vender un apartamento que tenían en Benialcaide. Realizan lo que piensan que será la última intentona: buscan un centro, que tiene de fama de lograr sorprendentes resultados, con un programa muy riguroso y cuyos tratamientos se centran básicamente en la medicación. Después de una estancia no excesivamente larga, el médico director del centro cita al matrimonio.
- Les he llamado para no falsear mi juramento hipocrático – así de ampuloso comienza el doctor su intervención -. Lo que he de decirles se resume en esto: no podemos hacer mucho más por sus hijos.
- ¿Eso quiere decir que les echan? – pregunta desconsolada Lola.
- Aquí, mientras se respeten las mínimas normas de convivencia no echamos a nadie, pero tampoco pretendemos alargar la estancia de personas que tienen pocas o ninguna oportunidad de superar de manera definitiva su adicción. Y ese es el caso de Sergio y Lorena. En nuestra filosofía no entra lucrarnos de internos que, por los motivos que fuera, han dejado de progresar en su rehabilitación. Eso es lo que ocurre con su hijo y su mujer. Para lo que hacen aquí quizá estarían mejor en su domicilio.
- Entonces, ¿qué nos recomienda? – pregunta Lorenzo.
- Verán. Su hijo tiene alguna posibilidad de dejar la heroína. Aunque es posible que en un futuro siga enganchado a otros estupefacientes como la cocaína o a alguna droga de síntesis. En cualquier caso deben ir haciéndose a la idea de que nunca volverá a ser el de antes.
- Al hablar de drogas de síntesis, ¿se refiere  a las drogas de diseño que son  esas pastillas de colores que se toman en la ruta del bakalao y en las fiestas y músicas electrónicas del tipo Techno y Acid? – pregunta Lola que después de tantos años ya domina buena parte de la cultura de los drogadictos.
- El término de droga de diseño se emplea erróneamente – el galeno se pone en plan doctoral -. Técnicamente deben llamarse drogas de síntesis que son un conjunto de sustancias psicoestimulantes, en su mayoría derivadas de anfetaminas, la más genérica de las cuales es la metilendioximetanfetamina, más conocida como metadona. Pero, bueno, de eso hablaremos más tarde, después de que ustedes hayan decidido si les dejan o se los llevan.
- Después de lo que acaba de decirnos no parece que resten muchas más salidas – comenta Lorenzo -. Nos los tendremos que llevar.
- Y si Sergio volviera a los estudios, ¿eso no representaría una motivación suficiente para que dejara la maldita droga? – pregunta esperanzada la madre.
- Me temo que no volverá a retomar los libros, señora. Si consiguiéramos que llevara una vía medianamente pautada podremos darnos por satisfechos.
- ¿Y la chica? – inquiere el padre.
- Lorena es un caso distinto. Su adicción es mucho más acusada. Habrá que ponerle un tratamiento compensatorio y sustitutivo de la heroína, quizá con la metadona de la que hablé antes.
- Doctor, si le he entendido bien, nuestro hijo puede curarse, si no del todo, en parte, en cambio la Lorena es poco menos que un caso perdido – sintetiza a su manera la madre -. Si eso es así, ¿no sería mejor para nuestro chico separarse de ella?
   El médico piensa unos segundos antes de responder:
- Verá, señora. Esta pareja es un caso digno de un estudio clínico. Hasta donde he podido profundizar en sus vidas su relación ha pasado por diferentes etapas. En el inicio, él estuvo profundamente enamorado. Un buen día conoce a una jovencita que, en un primer momento, concita su atención por su físico y de la que en el transcurso de unas pocas semanas se enamora como solo puede hacerlo un cuasi adolescente, al menos en cuanto se refiere a la relación con las mujeres. A eso se suma que ella le inicia en el sexo del cual estaba en ayunas. El resultado de todo ello es una pasión tan honda como sincera. Hoy da toda la impresión de que aquella hoguera pasional se ha extinguido, pero aún quedan rescoldos, no sé si los suficientes para reavivar la llama, mas sí para mantener los lazos de una unión que se ha convertido en hábito. En otras palabras: si hay alguna posibilidad de que se rehabiliten es mejor que sigan juntos que separados. Ustedes deciden.
  
   Los padres toman la única decisión que, vistas las circunstancias, pueden tomar: la pareja vuelve a Senillar. Les alquilan un piso modestito, nada de un apartamento con vistas al mar como disfrutaron en los días de vino y rosas. Sergio, gracias a la gestión en la sombra de su antiguo capataz Dimas, encuentra un trabajo, si se le puede llamar así, de vigilante del parking de uno de los supermercados locales. Le pagan una miseria, pero menos da una piedra. El abuelo Andrés les asegura la comida del mediodía en su casa. Y se apuntan al programa de rehabilitación que el dispensario local de la Seguridad Social tiene en funcionamiento y que se reduce a suministrarles el fármaco más utilizado como sustituto de la heroína: la metadona. Por eso, cuando Sergio se tropieza con algún conocido y le pregunta cómo le va su respuesta es casi siempre la misma:
- Ahora con la metadona, luego ya veremos.