En la charla que mantienen las dos parejas de
novios sobre el ejército, Argimiro rebate la opinión de Julio de que la frase
coloquial que el ejército es del rey solo lo es en sentido figurado.
-Pues será como dices, pero la verdá es que
cuando uno es soldao no sé si es propiedá del rey, pero sí de los militares –Y cuenta
que el control del ejército sobre la vida del soldado es total, debiendo éste
informarle de todo, al tiempo que el ejército certifica la situación del
individuo, incluso si este quiere contraer matrimonio necesita su autorización.
-Perdona, Argimiro, pero eso no es cierto
del todo –le contradice otra vez Julio-. Antes era cómo dices, pero la I
República derogó la petición de autorización para casarse que, además, se
aplicaba casi solo a los oficiales.
-Ah, Consuelín –aconseja
Argimiro que no quiere continuar con la polémica-, cuando escribas a Julio,
acuérdate de poner dentro del sobre algún sello, en la mili vas tan escurrio de
cuartos que muchas veces no ties ni pa sellos.
Tras la charla, Julio medita
en el sino de la mayoría de quintos, sobre todo los de zonas rurales. Para
ellos, la mili será la mayor aventura de su vida. Saldrán por vez primera de su
terruño, y posiblemente la última, y verán tierras y ciudades de las que lo
ignoran todo. Lo que les ocurra durante su estancia en el ejército lo guardarán
como un tesoro y esos recuerdos los contarán una y otra vez a su mujer, a sus
hijos y, si llegan a conocerlos, a sus nietos.
El 23 de abril es la fecha que el Ministerio
de la Guerra ha fijado para que los quintos del 89 se concentren en las
correspondientes Cajas de Reclutas provinciales para partir hacia sus destinos.
En el caso de Julio, y demás quintos de la provincia, deberán concentrarse en
la Caja de Cáceres. El mañego viaja a San Martín para despedirse de su madre y
recoger la ropa que va a llevarse. Doña Pilar lo tiene todo preparado y
guardado en una maleta que el chico no recuerda haber visto en casa.
-¿De dónde has sacado esa maleta, madre?
-Le pedí al tío Rogelio que te la hiciera. Y
a fe que ha hecho un buen trabajo.
-¿Es de madera?
-Evidentemente. Pedí precio de las de cuero,
pero costaban una pequeña fortuna y preferí guardarme los cuartos para dártelos
en lugar de gastármelos en una valija de postín. Esa maleta te hará el mismo
papel y es mucho más barata. Y le ha puesto unas cerraduras muy fuertes, no las
van a abrir fácilmente. Estas son las llaves, original y duplicado, las guardas
en sitios distintos por si perdieras una de ellas. Dentro te he puesto dos
mudas de ropa interior, cuatro pares de calcetines, tres camisas, dos
pantalones, un jersey, una bufanda por si pasas frío y el chambergo que tanto
te gusta. De zapatos te vas a llevar los mejores que tienes, los que te regalé
por tu cumpleaños. Ah, también van media docena de pañuelos. Solo falta que
pongas las cosas de aseo y recado para escribir y estará completa. De todos
modos, en cuanto necesites cualquier cosa me escribes y procuraré mandártelo lo
más rápido que pueda.
-Muchas gracias, madre, ¿pero para qué tanta
ropa? Me dijo Argimiro que en el ejército te dan no solo el uniforme sino un
equipamiento completo, incluida ropa interior y calcetines.
-Tú hazme caso que más sabe el diablo por
viejo que por diablo. Otra cosa, en cuanto necesites dinero me lo dices. El tío
Leoncio me ha dicho que por giro postal se pueden mandar hasta 200 reales si se
libra contra una estafeta, y 400 si es contra una administración principal.
-Procuraré pedirte lo menos posible, madre, y
si puedo, nada. Sé lo justita que vas.
-Eres mi único hijo. ¿Si no me gasto en ti
las cuatro perras que tengo, en quién me las voy a gastar? Y ya está bien de
parloteo que mañana tienes que madrugar. ¿Con Consuelo lo tienes todo hablado?
El joven explica a su madre que con su novia
lo tiene todo planeado, que si pueden se escribirán todos los días o, al menos,
con la mayor frecuencia posible. También le cuenta que se ha despedido del
profesor Hernández, quien le ha dado una carta de recomendación para un amigo
que tiene en Palma, por si fuera posible reanudar sus estudios de contabilidad.
-Se me olvidaba, hijo, me ha dicho el cabo
Luque que te pases por el cuartel que te tiene preparado el pasaporte para que
viajes a costa del estado a Cáceres.
Al día siguiente, Julio, tras despedirse con
un emotivo abrazo de su madre, coge su baqueteada bicicleta y se pone en camino
hacia Malpartida. Esos postreros días resultan agridulces para los enamorados.
Por un lado son tremendamente felices al poder estar juntos, por otro les
angustia la inminente separación que cada día que transcurre está más cerca. Hablan
sobre los planes que piensan llevar a cabo en cuanto Julio reciba la denominada
licencia ilimitada que marcará el final de su vida militar en activo, aunque no
su vinculación con el ejército porque tras la ilimitada pasará a la reserva
activa adscribiéndole a un regimiento peninsular, hasta que transcurridos doce
años reciba la licencia absoluta.
Dos días antes de la fecha de concentración,
un recado urgente del cabo Luque le indica a Julio que el lugar de reunión ha cambiado.
En vez de concentrarse en la Caja de Reclutas de la capital, aquellos quintos
que vivieran en el recorrido del ferrocarril de Arroyo-Malpartida de Cáceres a
Madrid se unirán al convoy militar en la estación más cercana a su residencia,
en su caso en la estación de Plasencia-Empalme.
Los enamorados llevan despidiéndose todo el
mes, pero arribado el día en el que la despedida es real, el adiós de la pareja
es tan tierno como vehemente. Los novios se abrazan apasionadamente sin
importarles que puedan verles. Los besos parecen interminables hasta que
Carolina, muy puesta en su papel de carabina, les llama la atención.
-Chachos, no sigáis asina porque mañana vais
a ser la comidilla de to el pueblo.
De mala gana, los jóvenes se separan. Es Consuelo
la que primero se rehace.
-Mi amor, tendrás que irte o perderás el
tren. Toma –dice la joven dándole un saquito de tela-, aquí te he puesto unas
viandas para el camino. Dios sabe a qué hora llegaréis a Madrid y cuándo os
darán de comer. Todavía no soy muy buena cocinera, pero lo he preparado con
todo el cariño.
En eso, un par de mozos, también quintos,
pasan cerca de ellos y gritan a Julio a quien conocen:
-Carreño, que vas a perder el tren y te
pelarán al cero. Espabila.
-Son Luis y Federico. Han tenido más suerte
que yo, uno va destinado a Burgos y el otro a Valladolid –explica Julio.
-Que contentos van, ni que fueran a una boda
–se extraña Carolina.
-Es que será la primera vez que suban a un
tren. Están como locos por estrenarse.
En esas, llega Argimiro conduciendo su carro.
Se ha ofrecido llevarle a la estación ferroviaria de Monfragüe, también
conocida como Plasencia-Empalme que, pese a su nombre, está dentro del
municipio de Malpartida de Plasencia y por la que ha de pasar el tren militar con
destino a Madrid. Argimiro coloca en el carro la maleta y un atadijo, que es
todo el equipaje del quinto, y le apremia.
-Chacho, espabila, que todavía nos queda un
buen trecho y la Culona no tiene un tranco mu largo.
Como lo tenían hablado, y para no encocorar
demasiado a su madre, Consuelo no le acompaña a la estación, se despiden allí
mismo. Cuando Julio sube al carro y parten, el joven mañego no hace más que
volverse una y otra vez para mirar la compungida carita de su enamorada que
aguanta cómo puede sus incontenibles ganas de llorar. El viaje hasta la
estación se le pasa a Julio en un abrir y cerrar de ojos. Argimiro ha intentado
darle conversación, pero el joven quinto no está por la labor, por su mente
pasan, como si fuera un caleidoscopio, todos los días que ha vivido junto a
Consuelo. La evocación se trunca obligadamente en cuanto arriban a la estación
que está abarrotada de gente, lo que hace que Julio se arrepienta que su novia
no le haya acompañado. Al poco de llegar, arriba el convoy cuyas ventanillas aparecen
ocupadas por pasajeros que miran con curiosidad a la gente apelotonada en el
andén. El mañego no se demora, agradece a Argimiro su ayuda, le da un abrazo y
sube al tren. En el convoy, que va sobrecargado, no se ve más que gente joven.
Deben ser quintos como yo, piensa Julio. Para la inmensa mayoría, a los que se
les ve expectantes, será su primera salida fuera de las lindes de su pueblo,
por lo que para ellos el viaje supone la extraordinaria peripecia de
aventurarse por tierras desconocidas. A otros, los menos, se les ve acoquinados
y tristones, son los que se enfrentan al viaje con el temor de lo que pueda
ocurrirles en un periplo que se sabe cómo comienza, pero no como puede
terminar.
Julio, tras recorrer un par de atestados
vagones, encuentra un hueco donde sentarse gracias a que otro mozo le brinda un
asiento del que ha quitado su petate. El joven mañego, para distraerse del
omnipresente recuerdo de Consuelo, se dedica a observar a sus camaradas de
viaje. Casi todos visten ropas gastadas y calzan alpargatas, la mayor parte usa
una blusa de color gris o azulado y unos pocos llevan chaqueta, generalmente de
pana que es la misma tela de la mayoría de los pantalones que visten. Son
bastantes los que usan boina que llevan bien calada hasta media frente. Luego
pasa revista al entorno. El vagón, sin compartimentos cerrados, es de madera
con ventanillas a derecha e izquierda. Los bancos son corridos y hechos con
listones de madera que los hacen incómodos. En la parte superior están los
portaequipajes, también de listones de madera, que aparecen atestados de toda
suerte de bultos y paquetes. Abundan las maletas, casi todas de cartón y atadas
con cuerdas y correas. Fijarse en las valijas y acordarse de su madre es todo
uno. Tenía razón madre, se dice, la maleta de madera al lado de estas es una
joya. Termina mirando por la ventanilla que le cae más cerca y observa que el
andén sigue atestado de gente que charla animadamente. Se suceden los abrazos y
besos de las mujeres y las palmadas en la espalda de los hombres.
¿Cuándo retornaré al pueblo?, se pregunta
Julio. ¿Cuándo volveré a ver a mi amor? No tiene respuestas, pero sí un nudo
que le aprieta la garganta. ¿Será un presagio de mal agüero?
PD.- Hasta
el próximo viernes en que, dentro del Libro I, Un mañego enamorado, publicaré el episodio 14. Camino
de Madrid