Fernando
Marín está recibiendo más información sobre el presunto contrabando en el nuevo
coto arrocero de la vecina localidad de Benialcaide. Como alcalde del pueblo se
cree obligado a realizar algo al respecto, lo que no sabe es qué:
¿denunciarlo?, ¿y a quién: al Gobierno Civil, a la Audiencia Provincial, a la
Guardia Civil…? Como siempre que se encuentra ante un dilema, hace lo de
costumbre: consultarlo con su mentor.
- José Vicente, no paran de llegarme rumores
sobre lo del arrozal de Benialcaide? Si fuera cierto que ahí hay una operación
de contrabando a gran escala, ¿no crees que deberíamos hacer algo?
Gimeno, que tiene muy presente el consejo de su amigo Germán y,
especialmente, la admonición de Lola sobre el tema, se muestra cauto en la
respuesta:
- Lo que creo es que todo cuanto se dice
sobre ese asunto lo has definido muy bien, rumores, solo son rumores. Y no
podemos hacer caso de todas las habladurías que circulan por ahí. Además, hay
que tener en cuenta una cuestión importante: lo que ocurra en el municipio de Benialcaide
no es competencia tuya ni mía, en todo caso lo será de sus autoridades. A
nosotros allí no se nos ha perdido nada.
- Lo que dices es cierto, pero también lo es
que la mayoría de los peones que trabajan allí son de este pueblo. Y eso sí que
es competencia nuestra – insiste Marín que se ha ido haciendo más responsable y
legalista desde que se hizo cargo de la vara municipal de mando.
- Mira, Fernando, sí en Benialcaide se
cometieran actos delictivos y nosotros, sabiéndolo, no lo pusiéramos en
conocimiento del poder judicial estaríamos incurriendo en un delito, pero ¿qué
es lo que sabemos?, nada, solo rumores, como muy bien has dicho.
- ¿Y por qué no volvemos a hablar con Ramón
Ferrer?, el que trabaja allí de capataz. Si recuerdas la charla que mantuvimos
con él parecía saber mucho.
Gimeno decide seguir la corriente al alcalde como una manera de acallar
sus inquietudes y citan al bracero. Éste vuelve a contarles las mismas
sospechas que ya les había relatado.
- Ramón, a pesar de lo que cuentas sobre una
posible trama de estraperlo o de contrabando no acabo de creérmelo. ¿Tú conoces
a alguien que haya sido testigo de la descarga de algún alijo? – Gimeno sigue
apretándole las tuercas al capataz.
- Si he de decir la verdad, no. Pero hay
cosas que caen por su propio peso. ¿Por qué los caminos que conducen a las
playas se mantienen en perfecto estado? Dicen que para que pasen los tractores
sin problemas, pero hasta la campaña que viene no serán necesarios. Y luego
está lo de los rebaños, uno de ovejas y otro de cabras, que se van a mantener
en el coto, incluso en invierno.
- ¿Y qué tienen que ver ovejas y cabras con
el contrabando? – pregunta un tanto desconcertado Marín.
- Pues está claro como el agua – el bracero
mira a sus interlocutores con aire de superioridad -. Cuando se saca un alijo en
la playa hay que cargarlo en camiones y sus rodadas quedan marcadas en los
caminos de tierra. Si después pasa por ese mismo camino un rebaño, las huellas
de los neumáticos desaparecen y solo quedan las pisadas de los animales.
Como
solo siguen siendo suposiciones, Gimeno lo tiene fácil para convencer al
alcalde de que no hay pruebas firmes de un posible contrabando. Hasta que en
una conversación con Manuel Caselles, el viejo industrial le ofrece una versión
más verosímil sobre el posible negocio que puede haber en los nuevos arrozales
del humedal de Benialcaide.
- Yo tampoco acabo de creerme lo del
contrabando, José Vicente. Ahora, lo que sí puede ser es que lo del arroz no
sea más que una tapadera.
- Y si no es contrabando, ¿qué negocio puede
ser, señor Caselles?, ¿conseguir subvenciones del Instituto de Colonización?, ¿blanqueo
de dinero del estraperlo?
- Cualquiera de ambas cosas, pero me inclino
a creer que más bien se tratará del estraperlo del abono.
- Del cupo del abono, claro – Gimeno acaba de
darse cuenta de por dónde van las sospechas de Caselles.
- En efecto. Tú sabes, mejor que nadie, lo
buscado que va el guano, el nitrato, el amoniaco; en fin, todos los abonos,
cuya venta a precios tasados está intervenida por el Gobierno. Como la naranja
se exporta tan bien y es muy rentable, comienzan a proliferar nuevos huertos
por lo que el abono está alcanzando en el mercado negro precios muy
sustanciosos. Alguien me ha comentado que a la estación de Benialcaide llegan
vagones y vagones de abono de cupo destinado a los arrozales de allí, pero que
no se descargan y son reenviados a otros destinos. Ese abono, vendido de
estraperlo, aumenta su valor en muchos miles de duros. Ahí es donde puede estar
el verdadero negocio. Y te doy otro dato que no sabe nadie: fui a ver a
Portolés para ofrecerle mis tractores y trilladoras a un precio realmente
tirado. Estuvo muy amable, me lo agradeció y me dijo que ya se pondría en
contacto. Bueno, pues hasta hoy.
- O sea, que se trata de estraperlo y no de
contrabando. Lo que no encaja en todo eso es lo de los rebaños que nos ha
contado Ferrer.
- Eso es cierto, puede ser que se dediquen al
pelo y a la pluma. No serían los primeros.
Gimeno
le cuenta a su esposa las sospechas que se ciernen sobre los nuevos campos de
arroz del vecino pueblo. Lola le escucha atentamente.
- Lo que dice ese capataz puede que sea así,
al fin y al cabo trabaja en esos campos, pero para mí son más concluyentes las
razones que te ha dado el señor Caselles. Siempre le oí decir a mamá que
Caselles es más listo que el hambre y que tiene mucho pesquis. Y esa noticia
que te dio de que el alicantino rechazó sus tractores da que pensar – opina
Lola.
-
Bueno, sea lo que sea, afortunadamente no es un problema que nos atañe. Allá se
las apañen las autoridades de Benialcaide.
-
Sí, pero… - Lola no termina la frase, como si no supiera como proseguir.
-
Pero qué, Lola.
-
Es que lo he pensado mejor, me parece que iba a decir una tontería.
-
Las tonterías las dicen los tontos y tú de tonta tienes lo que mosén Batiste de
anticlerical.
-
Verás. He estado dándole vueltas a lo de los campos del humedal de Benialcaide
y también he recabado más información. Y en efecto, hay algunos datos que
parecen apuntar que en ese negocio hay gato encerrado. Algunos hechos parecen
confirmarlo, por ejemplo: me han asegurado que varios de los arroceros del
pueblo han pretendido comprar fincas en aquel coto y no les ha sido posible.
Parece que el Ayuntamiento de Benialcaide ha firmado un contrato con el tal
Portolés por el que le arriendan todo el humedal durante veinte años, siempre y
cuando mantenga algún tipo de actividad en su entorno aunque no sea
estrictamente agraria.
-
Yo no veo en eso ninguna ilegalidad o algo que induzca a sospechas.
-
Sí, supongo que el contrato será legal, pero… - Los recurrentes sí, pero de
Lola – si lo piensas bien, la existencia de ese contrato supone que nadie que
no sea la gente de Portolés puede transitar por esos campos. En otras palabras:
que ahí nadie de fuera puede meter sus narices, por lo que pueden hacer cuanto
quieran que nadie se va a enterar. Y hay otro dato que también tiene su aquel:
Amparín, la hija de tu amigo Vives – esto lo ha dicho con sorna -, me contó que
su padre le había ofrecido a Portolés su colaboración para comercializar la
cosecha, así como la flota de camiones del pueblo para el transporte a unos
precios muy competitivos. Le dio la misma respuesta que a Caselles: que ya le
llamaría. Todavía está esperando esa llamada.
-
Parece evidente que no quiere que nadie se meta en sus asuntos – admite Gimeno
para añadir -, pero eso no prueba que ahí se cometa algo ilícito.
-
Hay otro dato que, aunque pueda parecer anecdótico, para mí es más contundente.
Como sabes, el marido de Fina es muy aficionado a la caza. Hace unos días fue
con unos amigos a pegar unos tiros a los patos que invernan en la Marina. Sin
darse cuenta entraron en el término municipal de Benicalcaide, hasta que se
toparon con un guarda jurado que les conminó a que no siguieran pues aquello lo
han convertido en coto privado de caza. Con lo que se tarda en conseguir una
autorización de esa clase y, al parecer, el alicantino lo ha logrado en cuatro
días. Si sumas todo cuanto acabo de contarte el total es más claro que el agua
clara: si ahí no hay contrabando o estraperleo que venga Dios y lo vea.
-
¿Entonces, deberíamos hacer algo? – pregunta Gimeno sin saber a dónde quiere
llegar su intrigante mujer.
-
Sí, pero…