"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 4 de diciembre de 2015

9.11. Los recurrentes sí, pero… de Lola



   Fernando Marín está recibiendo más información sobre el presunto contrabando en el nuevo coto arrocero de la vecina localidad de Benialcaide. Como alcalde del pueblo se cree obligado a realizar algo al respecto, lo que no sabe es qué: ¿denunciarlo?, ¿y a quién: al Gobierno Civil, a la Audiencia Provincial, a la Guardia Civil…? Como siempre que se encuentra ante un dilema, hace lo de costumbre: consultarlo con su mentor.
- José Vicente, no paran de llegarme rumores sobre lo del arrozal de Benialcaide? Si fuera cierto que ahí hay una operación de contrabando a gran escala, ¿no crees que deberíamos hacer algo?
   Gimeno, que tiene muy presente el consejo de su amigo Germán y, especialmente, la admonición de Lola sobre el tema, se muestra cauto en la respuesta:
- Lo que creo es que todo cuanto se dice sobre ese asunto lo has definido muy bien, rumores, solo son rumores. Y no podemos hacer caso de todas las habladurías que circulan por ahí. Además, hay que tener en cuenta una cuestión importante: lo que ocurra en el municipio de Benialcaide no es competencia tuya ni mía, en todo caso lo será de sus autoridades. A nosotros allí no se nos ha perdido nada.
- Lo que dices es cierto, pero también lo es que la mayoría de los peones que trabajan allí son de este pueblo. Y eso sí que es competencia nuestra – insiste Marín que se ha ido haciendo más responsable y legalista desde que se hizo cargo de la vara municipal de mando.
- Mira, Fernando, sí en Benialcaide se cometieran actos delictivos y nosotros, sabiéndolo, no lo pusiéramos en conocimiento del poder judicial estaríamos incurriendo en un delito, pero ¿qué es lo que sabemos?, nada, solo rumores, como muy bien has dicho.
- ¿Y por qué no volvemos a hablar con Ramón Ferrer?, el que trabaja allí de capataz. Si recuerdas la charla que mantuvimos con él parecía saber mucho.
   Gimeno decide seguir la corriente al alcalde como una manera de acallar sus inquietudes y citan al bracero. Éste vuelve a contarles las mismas sospechas que ya les había relatado.
- Ramón, a pesar de lo que cuentas sobre una posible trama de estraperlo o de contrabando no acabo de creérmelo. ¿Tú conoces a alguien que haya sido testigo de la descarga de algún alijo? – Gimeno sigue apretándole las tuercas al capataz.
- Si he de decir la verdad, no. Pero hay cosas que caen por su propio peso. ¿Por qué los caminos que conducen a las playas se mantienen en perfecto estado? Dicen que para que pasen los tractores sin problemas, pero hasta la campaña que viene no serán necesarios. Y luego está lo de los rebaños, uno de ovejas y otro de cabras, que se van a mantener en el coto, incluso en invierno.
- ¿Y qué tienen que ver ovejas y cabras con el contrabando? – pregunta un tanto desconcertado Marín.
- Pues está claro como el agua – el bracero mira a sus interlocutores con aire de superioridad -. Cuando se saca un alijo en la playa hay que cargarlo en camiones y sus rodadas quedan marcadas en los caminos de tierra. Si después pasa por ese mismo camino un rebaño, las huellas de los neumáticos desaparecen y solo quedan las pisadas de los animales.
   Como solo siguen siendo suposiciones, Gimeno lo tiene fácil para convencer al alcalde de que no hay pruebas firmes de un posible contrabando. Hasta que en una conversación con Manuel Caselles, el viejo industrial le ofrece una versión más verosímil sobre el posible negocio que puede haber en los nuevos arrozales del humedal de Benialcaide.
- Yo tampoco acabo de creerme lo del contrabando, José Vicente. Ahora, lo que sí puede ser es que lo del arroz no sea más que una tapadera.
- Y si no es contrabando, ¿qué negocio puede ser, señor Caselles?, ¿conseguir subvenciones del Instituto de Colonización?, ¿blanqueo de dinero del estraperlo?
- Cualquiera de ambas cosas, pero me inclino a creer que más bien se tratará del estraperlo del abono.
- Del cupo del abono, claro – Gimeno acaba de darse cuenta de por dónde van las sospechas de Caselles.
- En efecto. Tú sabes, mejor que nadie, lo buscado que va el guano, el nitrato, el amoniaco; en fin, todos los abonos, cuya venta a precios tasados está intervenida por el Gobierno. Como la naranja se exporta tan bien y es muy rentable, comienzan a proliferar nuevos huertos por lo que el abono está alcanzando en el mercado negro precios muy sustanciosos. Alguien me ha comentado que a la estación de Benialcaide llegan vagones y vagones de abono de cupo destinado a los arrozales de allí, pero que no se descargan y son reenviados a otros destinos. Ese abono, vendido de estraperlo, aumenta su valor en muchos miles de duros. Ahí es donde puede estar el verdadero negocio. Y te doy otro dato que no sabe nadie: fui a ver a Portolés para ofrecerle mis tractores y trilladoras a un precio realmente tirado. Estuvo muy amable, me lo agradeció y me dijo que ya se pondría en contacto. Bueno, pues hasta hoy.
- O sea, que se trata de estraperlo y no de contrabando. Lo que no encaja en todo eso es lo de los rebaños que nos ha contado Ferrer.
- Eso es cierto, puede ser que se dediquen al pelo y a la pluma. No serían los primeros.
   Gimeno le cuenta a su esposa las sospechas que se ciernen sobre los nuevos campos de arroz del vecino pueblo. Lola le escucha atentamente.
- Lo que dice ese capataz puede que sea así, al fin y al cabo trabaja en esos campos, pero para mí son más concluyentes las razones que te ha dado el señor Caselles. Siempre le oí decir a mamá que Caselles es más listo que el hambre y que tiene mucho pesquis. Y esa noticia que te dio de que el alicantino rechazó sus tractores da que pensar – opina Lola.
- Bueno, sea lo que sea, afortunadamente no es un problema que nos atañe. Allá se las apañen las autoridades de Benialcaide.
- Sí, pero… - Lola no termina la frase, como si no supiera como proseguir.
- Pero qué, Lola.
- Es que lo he pensado mejor, me parece que iba a decir una tontería.
- Las tonterías las dicen los tontos y tú de tonta tienes lo que mosén Batiste de anticlerical.
- Verás. He estado dándole vueltas a lo de los campos del humedal de Benialcaide y también he recabado más información. Y en efecto, hay algunos datos que parecen apuntar que en ese negocio hay gato encerrado. Algunos hechos parecen confirmarlo, por ejemplo: me han asegurado que varios de los arroceros del pueblo han pretendido comprar fincas en aquel coto y no les ha sido posible. Parece que el Ayuntamiento de Benialcaide ha firmado un contrato con el tal Portolés por el que le arriendan todo el humedal durante veinte años, siempre y cuando mantenga algún tipo de actividad en su entorno aunque no sea estrictamente agraria.
- Yo no veo en eso ninguna ilegalidad o algo que induzca a sospechas.
- Sí, supongo que el contrato será legal, pero… - Los recurrentes sí, pero de Lola – si lo piensas bien, la existencia de ese contrato supone que nadie que no sea la gente de Portolés puede transitar por esos campos. En otras palabras: que ahí nadie de fuera puede meter sus narices, por lo que pueden hacer cuanto quieran que nadie se va a enterar. Y hay otro dato que también tiene su aquel: Amparín, la hija de tu amigo Vives – esto lo ha dicho con sorna -, me contó que su padre le había ofrecido a Portolés su colaboración para comercializar la cosecha, así como la flota de camiones del pueblo para el transporte a unos precios muy competitivos. Le dio la misma respuesta que a Caselles: que ya le llamaría. Todavía está esperando esa llamada.
- Parece evidente que no quiere que nadie se meta en sus asuntos – admite Gimeno para añadir -, pero eso no prueba que ahí se cometa algo ilícito.
- Hay otro dato que, aunque pueda parecer anecdótico, para mí es más contundente. Como sabes, el marido de Fina es muy aficionado a la caza. Hace unos días fue con unos amigos a pegar unos tiros a los patos que invernan en la Marina. Sin darse cuenta entraron en el término municipal de Benicalcaide, hasta que se toparon con un guarda jurado que les conminó a que no siguieran pues aquello lo han convertido en coto privado de caza. Con lo que se tarda en conseguir una autorización de esa clase y, al parecer, el alicantino lo ha logrado en cuatro días. Si sumas todo cuanto acabo de contarte el total es más claro que el agua clara: si ahí no hay contrabando o estraperleo que venga Dios y lo vea.
- ¿Entonces, deberíamos hacer algo? – pregunta Gimeno sin saber a dónde quiere llegar su intrigante mujer.
- Sí, pero…