El matrimonio Blanquer se queda en Valencia
decididos a pelear para que su hijo no tenga que llevar al altar a la criada de
los Campins a quien todo apunta que su hijo Rafael ha dejado encinta. Los
Blanquer han meditado sobre cuál podría ser el medio para que su chico se libre
de semejante casorio y creen que solo hay un instrumento que lo puede resolver:
el dinero. Como Maruja ha creído intuir que, para un posible arreglo, el hueso
duro de roer va a ser la familia para la que trabaja la joven, le da de lado y
concierta una entrevista, en un café de la ciudad, con los padres de la
muchacha que han venido del pueblo. Rafael y Esperanza no asisten.
- Verán ustedes. Lo
primero que queremos decirles – Antonio es quien primero toma la palabra, al
fin y al cabo es el cabeza de familia – es cuanto sentimos lo ocurrido. Si
nuestro hijo es el causante de ello, y no decimos que no, estamos dispuestos a
que cumpla como es debido. Aunque ya saben lo que se dice: los hijos de mis
hijas nietos míos son, que los de mis hijos lo son o no lo son.
- ¿Qué quiere usted
decir con eso? – el tono del señor Belarmino, el padre de Esperanza, suena a
rabia contenida.
- No quiere decir
nada – interviene rápida Maruja antes de que se tuerza la entrevista apenas
iniciada, al tiempo que le da un puntapié a su marido por debajo de la mesa -.
Es solo una forma de hablar.
- También queremos
que sepan – prosigue Antonio tras darse por enterado del aviso de su costilla –
que si ustedes están disgustados con lo que ha pasado, no pueden figurarse
cuánto lo estamos nosotros. Teníamos muchas ilusiones puestas en Rafael y
ahora, por su mala cabeza, se han ido todas al traste. De tal manera estamos
enfadados que ya lo hemos hablado y decidido, no le vamos a pasar ni una
peseta. Si es suficiente hombre para haber hecho lo que parece, también lo será
para sacar adelante a su hija y a lo que venga.
- Por lo que nos ha
contado nuestra Esperancita – comenta la señora Eudosia, la madre de la joven
–, su hijo tiene carrera. No tendrá muchos poblemas para salir adelante.
- Perdonen, pero eso
no es cierto. Debe de ser otra de las mentiras que le ha contado nuestro chico.
No tiene carrera, solo es bachiller. Comenzó a estudiar para ingeniero, pero no
acabó los estudios.
- Bueno, pues
bachiller. Lo que quiero decir es que es un hombre con letras y sabrá
bandearse.
- No lo crean – ataja
rápido Antonio -. Bachiller realmente no es un título profesional ni sirve para
ningún oficio. Precisamente le estábamos pagando un curso de contabilidad para
montarle algún negocio y que tuviera una forma de ganarse la vida, pero después
de lo ocurrido hemos decidido no darle dinero ¡Ni un céntimo, vamos! Y por
supuesto nada de ponerle ningún negocio ni cosa parecida. Que se las arregle
como pueda.
- Hablando de dinero
– Maruja toma la batuta porque estima que su marido se está perdiendo en
demasiados circunloquios -. Hemos pensado que sería bueno para su hija y para
el crío disponer de un capitalito para que pudieran salir adelante y que no les
faltara de nada.
Es oír hablar de un capitalito para que el
señor Belarmino redoble su atención y eche una rápida mirada a su mujer al
tiempo que hace un gesto de aprobación. Maruja que ha captado el detalle intuye
que están en el buen camino. Cada una de las dos partes comienza a despojarse
de sus disfraces y a mostrar sus auténticas cartas: los Blanquer están
dispuestos a poner una cantidad a convenir encima de la mesa para la Esperanza
y el crío, pero siempre y cuando no haya boda. Los Retuerto estiman en mucho la
honra de su hija, pero si casarse supone que ella y su hijo van a pasar fatigas
y estrecheces económicas, tendrían que pensarlo. Al final todo se reduce a un
puro regateo. Belarmino se pone duro y la compensación para que Rafael no tenga
que casarse les cuesta a los Blanquer un pico. Según calcula mentalmente Maruja
la broma les supondrá tener que vender una finca y de las buenas, pero todo lo
da por bien empleado. Las chismosas tendrán que guardar sus murmuraciones para
mejor ocasión.
Acabada la mili, Rafael vuelve al pueblo. Es
consciente de que se ha librado de una buena y llega dispuesto a complacer a
sus padres en todo cuanto le pidan, al menos de momento. Los Blanquer lo han
hablado y parecen tenerlo claro. Su hijo necesita tener su tiempo ocupado y eso
significa que han de buscarle un trabajo o, volviendo a su antiguo proyecto,
montarle algún negocio, pero lo más urgente es encontrarle una buena novia,
mejor si es de una familia conocida, antes de que el chico vuelva a hacer
alguna trastada de las suyas porque está visto que no sabe tener quieto el
pajarito.
Las aventuras y trapisondas de Rafa en la
mili no tardan en circular por el pueblo en forma de rumores, dimes y diretes.
De alguna frase críptica que se les han escapado a las hermanas de Maruja, de
algún lamento de Antonio sobre la mala cabeza de su hijo y de las historias de
la puta mili de las que Rafael ha alardeado ante sus amigos, las comadres han
hilado un relato que no contiene cuanto ha pasado en la realidad, pero si algunos
retazos de la rocambolesca historia. Todo ello termina sabiéndose en la
trastienda de la Moda de París lo que provoca que Lolita tenga otro más de los muchos
berrinches que su exnovio le ha hecho sufrir. ¡Lo que hubiera dado por ser ella
la madre de los hijos de Rafa y ahora, según cuentan, los tiene con una
pelandusca! ¡Ojalá no sea más que un bulo, Cristo del Calvario!
*
En
el pueblo nadie sabe a ciencia cierta cual ha podido ser la causa, pero acaece
una baja tan inesperada como significativa: mosén Amancio Torcal, que durante
siete años ha sido el párroco y el referente moral de la población, ha sido
trasladado a otro destino. El traslado se ha efectuado con tanta discreción
como celeridad de tal modo que cuando la noticia salta a la opinión pública
nadie puede despedirse del sacerdote, ya se ha ido del pueblo. El suceso
conmociona a los senillenses, especialmente a los parroquianos más asiduos a
los oficios religiosos. A Camila, una de las feligresas más piadosas, la marcha
de mosén Amancio le parece una judiada, así es como la califica cuando le
cuenta a su amiga Lolita los pormenores del cese del párroco.
- ... porque es un cese, Lolita, no hay que
engañarse. Lo han destituido fulminantemente y lo más triste es que nadie le ha
dado ni una mala explicación de por qué. Y lo han hecho tan a la chita callando
que el pobre no ha podido despedirse de nadie.
- Bueno, la Iglesia ya se sabe. De sus cosas
no es partidaria de dar demasiadas explicaciones – Lolita trata de mitigar el
disgusto de su amiga.
- Sí, pero no es cristiano tratar a la gente
así. Con la labor desarrollada por mosén Amancio en el pueblo, el trabajo que
ha llevado a cabo con los jóvenes, la inmensa tarea que tuvo que realizar para
restaurar el templo parroquial al que aquellos desalmados de los rojos dejaron
como un estercolero... Bueno, todo eso no le ha valido para nada.
- A los ojos de los hombres quizá no, pero a
los del Señor bien se lo tendrá en cuenta.
- Mira, eso es cierto. Pero el obispo o quien
haya ordenado su cese no se ha portado como un buen cristiano. Y más si es
verdad lo que me ha contado nuestra común amiga Cristina.
Camila refiere a su amiga lo que le ha contado Cristina. Al parecer el
motivo real del cese de mosén Amancio tiene como causa una mera cuestión
económica. Se está edificando un nuevo y grandioso seminario diocesano para
sustituir el que fue incendiado por las hordas rojas, los gastos de
construcción son cuantiosos y los párrocos son instados a multiplicar las
cuestaciones y colectas pro-seminario. Por lo que cuentan, mosén Amancio no
prestó demasiada atención a esas peticiones y Senillar estaba en los últimos
lugares de la lista de donantes. Un pueblo en el que mucha gente se ha
enriquecido con el estraperlo tiene potencial económico más que suficiente para
ocupar un puesto digno en la relación de donaciones y no el que tiene actualmente.
Mosén Amancio parece que es culpable de no haber instado lo suficiente a sus
feligreses a multiplicar sus óbolos para la construcción de la nueva sede de
los aspirantes al sacerdocio, por eso ha sido mandado a un nuevo destino:
capellán del hospital para enfermos del pulmón que hay en la Sierra Espadán, un
lugar tan idílico como aislado.