Como en tantos pueblos españoles, en
Senillar la autoridad competente, es decir el cacique de la localidad, ha
decidido realizar una obra que ponga a la villa a la altura de los municipios
patrios más señeros. No se trata de una construcción destinada a mejorar la
economía, las comunicaciones o la vida social, sino de un monumento cuya última
finalidad es la de hacer perdurable el recuerdo de quien lo erigió. Algo muy
propio del ego de todo dictadorzuelo que se precie. Y siguiendo una rancia
tradición muy española la obra aunará la religión y la evocación de los
muertos, algo similar a lo que en una escala que no admite comparación está
construyendo Franco en el Valle de los Caídos. Por eso, Gimeno ha resuelto
colocar una placa en la fachada de la iglesia parroquial para recordar a los
caídos por Dios y por España en la pasada guerra civil. Lo de menos es la
relación de los que cayeron, no conoció a ninguno de ellos y le importan una
higa, lo sustancial es que en la parte inferior de la placa figurará una
inscripción con el nombre del prócer que mandó elevarla; es decir, el suyo. Gimeno
se lo explica a mosén Bautista, dando su consentimiento por hecho.
- … y la placa
llevará una cruz con una corona de laurel. Debajo habrá una relación en la que
figurarán los vecinos del pueblo asesinados por los rojos encabezada por José
Antonio. Rematará la lista la inscripción de: ¡Caídos por Dios y por España!
¡Presentes! La placa será de mármol y no desentonará del resto de la fachada.
Lola se ocupará personalmente de
elegirla – Gimeno no le cuenta nada de la inscripción añadida, tampoco es
cuestión de darle al sacerdote todos los detalles.
Al párroco se le ve incómodo y tras alguna
vacilación responde:
- Verás, José
Vicente, me parece muy bien todo lo que suponga recordar a nuestros caídos,
pero desde el obispado han recomendado hace bien poco que las fachadas de los
templos deben estar limpias y no ser objeto de inscripciones o añadidos que no
tengan relación directa con el culto.
Gimeno queda un tanto desconcertado ante la
manifestación del párroco. Está oponiéndose, piensa, pero ¿cómo se atreve a
negarme nada teniendo en cuenta lo que sé de él? No se da por vencido
fácilmente e insiste:
- Vamos a ver,
Batiste – cuando están solos ambos hombres se tutean -, si te he entendido
bien. ¿Me estás diciendo que el obispo ha prohibido que figuren en la iglesia
los nombres de aquéllos que dieron su vida por protegerla y salvarla?
- No es eso, José
Vicente, no es eso. La Iglesia respeta y valora enormemente el sacrificio de
los católicos que, justamente por serlo, fueron sacrificados por la insania
comunista. Como sabes, todos los años celebramos una misa de difuntos y un
responso por todos ellos y siempre les tenemos presentes en nuestras oraciones.
Para la Iglesia son tan mártires como los que morían en los circos romanos por
no renegar de su fe. Pero todo eso no es óbice para que el señor obispo
considere que los templos no son el lugar más adecuado para que en ellos
figuren placas de los caídos.
- ¿Quieres qué te
enumere los templos de la provincia en cuyas fachadas existen lápidas como la
que pretendo colocar? Con tu venia, naturalmente.
- Lo que dices es
cierto. Hay muchos templos con placas así, pero la recomendación del obispado
es precisamente para aquellas iglesias en las que todavía no hay ninguna. Y ese
es el caso de la nuestra.
- O sea, que solo es
una cuestión de fechas. Si lo hubiésemos hecho unos meses antes nadie hubiera
dicho nada, pero ahora no es posible.
- Algo así, pero
siempre podemos encontrar una solución que satisfaga a ambas partes y tú sabes
bien que cualquier cosa que pueda hacer…
- Mira, Batiste,
vamos a dejarlo correr y no me tires de la lengua que será peor.
El político sale visiblemente irritado de su
charla con el reverendo. Se va a enterar el curilla este, se dice, de lo que vale
un peine cuando destape sus enjuagues con el dinero de la colecta para amueblar
la iglesia. Es lo primero que le comenta a su mujer cuando llega a casa. Lola,
como ocurre a menudo, tiene otro punto de vista.
- Creo, José Vicente,
que ahora no deberías destapar los gatuperios de mosén Batiste porque no te
deje poner la lápida.
- Si he de serte
sincero, lo que me fastidia no es poner la placa, sino que ponga en solfa mi
autoridad. Porque si el ejemplo cunde, ya me dirás qué puede pasar. Que me van
a tomar por el pito del sereno. Voy a convocar un pleno extraordinario del
Ayuntamiento y le exigiré que dé pública cuenta de en qué se gastó el dinero de
la colecta, partida a partida.
- No creo que sea buena
idea. Mi opinión es que deberías de guardarte lo que sabemos del cura para
asuntos de mayor calado. Puede llegar un momento en que el apoyo del mosén sea
necesario y esa será la hora para presionarle con airear sus trapos sucios.
- Y mientras tanto
voy a ser el hazmerreír del pueblo.
- Del pueblo no
tienes que preocuparte, se limitarán a murmurar por detrás y en voz baja, pero
eso no va a ninguna parte, es humo de paja. Se me ocurre que en vez de la
lápida de marras, que al fin y al cabo no va a ser más que algo decorativo, con
el dinero que va a costar podías hacer otra obra que generase algún puesto de
trabajo o que ayudase de alguna manera a mejorar el desarrollo del pueblo… Por
ejemplo, ensanchar y arreglar los caminos rurales que, por lo que me contaba
Fina el otro día, están de pena.
- Ya sé que no tengo
que preocuparme de la gente de aquí, pero sí de la jefatura provincial y a sus
ojos Senillar va a ser uno de los contados pueblos, si no el único, que no va a
tener una placa dedicada a los caídos. Los caminos y demás zarandajas les
importan un pepino.
- Entonces, ¿por qué
no le das la vuelta al problema? ¿Por qué en vez de una modesta lápida no mandas
erigir algo mucho más grande, que no pase desapercibido para nadie y que no sea
necesario que esté en el templo? Alguna clase de monumento, un arco, una capilla,
una cruz a la entrada del pueblo como esas que hay en muchos lugares…
- ¡Me acabas de dar
una idea estupenda! – exclama entusiasmado Gimeno -. Ya sé lo qué voy a hacer,
mandaré construir una cruz de los caídos, pero no en la entrada del pueblo, sino
en medio de la Plaza de la Iglesia. Así el mosén la tendrá delante de sus
narices. ¿Señor cura, no querías taza?, ¡pues toma taza y media! – grita
dirigiéndose a su invisible antagonista.
Un par de semanas después, el pleno del
Ayuntamiento aprueba por unanimidad la propuesta de erigir un monumento a los
caídos. Será de notables proporciones, tendrá dos fuentecillas laterales, una
lápida con la inscripción de ¡Caídos por Dios y por España! ¡Presentes! y otra
más pequeña en un lateral en la que figurará el nombre de quien mandó erigir el
monumento y la fecha de su construcción. El cenotafio estará rematado por una
gran cruz. Cuando piden presupuestos para su construcción se han de conformar
con que la cruz no sea tan monumental y también desisten de que sea construida
con materiales nobles, se construirá en piedra artificial, material que trabaja
un artesano del pueblo que lo hará a buen precio y que el mismo diseñará.
El día de la inauguración de la Cruz de los
Caídos, como a partir de ese momento será conocida en el pueblo, el párroco,
revestido de pontifical, bendice el monumento en presencia de las autoridades
locales y el Subjefe Provincial del Movimiento. Si mosén Bautista está feliz o
disgustado no se le nota. Quién está como niño con zapatos nuevos es Gimeno. La
cruz que el párroco acaba de bendecir, y que ocupa el centro de la Plaza de la
Iglesia, es la muestra inequívoca de quien manda en el pueblo. Y cuando pasen
los años seguirán recordando que el monumento lo mandó construir él. Para que luego
vayan diciendo los descontentos de siempre que no hace nada por el pueblo.
Porque esa es otra. Algunos vecinos, y siempre asegurándose de no ser oídos por
personas que puedan irse de la lengua, murmuran que el nuevo Ayuntamiento está
haciendo muy poco o, más bien, nada por el progreso del municipio.
- ¿Qué te parece la
Cruz? – Gimeno quiere saber la opinión de Lola.
- Pues que quieras
que te diga – es la evasiva respuesta de su mujer.
- No me seas gallega,
Lola, alguna opinión tendrás sobre ella.
- Pues no está mal,
aunque tendríais que haberla hecha más estilizada, más esbelta. Tal y como es,
tan maciza y cuadrada, resulta un poco pegote.
- Con el presupuesto
que contábamos no podíamos encargar el diseño a un buen artesano, nos hemos
tenido que conformar con lo que ha podido hacer Timoteo, pero lo importante es
que mi nombre será recordado como el gobernante que mando erigir la Cruz.
- Te conformas con
bien poco, marido. Sería más importante que te recordasen por otras obras mucho
más sustanciosas y útiles que la de la Cruz.
Gimeno se queda mirando a Lola, ¿por qué
habrá dicho eso? Últimamente la nota muy rara. Mujeres.