Grandal se ha ofrecido a Anca y Rocío para buscar
pruebas y testimonios que las exculpen y de ese modo ayudarlas a salir del
atolladero en el que están metidas pues han sido imputadas por la juez del caso
Pradera de los cargos de omisión del deber de socorro y de hurto. Librarse de
la acusación puede no ser tan fácil si se llega al juicio oral pues ambas
tienen unos abogados nulos en materia penal. Anca le ha contado a Rocío que el
excomisario, que sabe mucho de Derecho Penal, puede ayudarlas. La andaluza, que
es muy suspicaz, al dudar de la capacidad del expolicía provoca que este la
haya puesto en el dilema de: aceptáis mi ayuda o me voy por donde vine.
-No, no, don
Jasinto, de ninguna manera. Es que me he expresao mal –Rocío se apresura a dar
marcha atrás ante el órdago de Grandal.
-Bien, entonces
prosigo. Os pueden acusar de que os marchasteis dejando a Salazar solo y sin que
hubiese llegado ninguna ayuda médica, pero se puede alegar lo que ya dijisteis:
que esperabais que de un momento a otro llegara el médico que iba a pedir Espinosa.
Quizá os aprieten las clavijas de porqué dedicasteis tanto tiempo a abrir el
maletín. Si os mantenéis en que creíais que Salazar podría necesitar su tarjeta
sanitaria, por ahí podéis tener una vía de escape. Finalmente, respecto a la
imputación de hurto les será difícil probarla. Tenéis que sostener que,
naturalmente, pensabais devolver el maletín en cuanto encontrarais los
documentos que andabais buscando.
-O sea, que no
tenemos que preocuparnos de más na –resume Rocío.
-No, eso no es
así. Debemos… –Grandal usa el plural de primera persona intencionadamente para
dar a entender a ambas mujeres que él también se siente atañido por el
problema-… estar preocupados mientras no se descubra la persona o personas que
llevaron a Salazar al estado en que lo encontrasteis vosotras. Ese es el quid
de la cuestión.
-No lo entiendo
–se sincera Anca.
-Te lo explico de
otra forma y verás cómo lo entiendes. Tú llevaste el almuerzo a Salazar
alrededor de las catorce horas y estaba como un pimpollo, recuerdo que dijiste
que hasta bromeó contigo. Bien, ¿y a que hora retiraste la bandeja?
-Serían las tres y
media más o menos.
-¿Y cómo se
encontraba Salazar en ese momento?
-Estaba muy
enfrascado en lo que ponían en la tele por lo que apenas hablamos, pero estar
estaba como una rosa.
-¿Y cómo se
encontraba cuándo ambas entrasteis en su habitación?
-Como si le
hubiera dado un patatús. No hablaba, casi ni se movía, muy malito, vamos.
-Lo que
quiere decir que entre las quince treinta, hora en que recogiste la bandeja del
almuerzo, y las dieciocho quince, aproximadamente, en que entraste en la
habitación en compañía de Rocío algo pasó que provocó que Salazar se pusiera
tan mal que al final del día una parada cardiorrespiratoria terminó con él. Hay
que descubrir que fue ese algo que pasó y si una o varias personas lo pudieron
provocar. Ese es el quid del caso. Si descubrimos quien o quienes fueron esas
personas opino que los cargos contra vosotras decaerán automáticamente o quedarán en muy poca cosa.
Por consiguiente, hemos de repasar con detalle todo lo que recordéis y sepáis
de esas aproximadamente cinco horas de la tarde de autos.
Grandal ha puesto en el disparadero a ambas
mujeres para que se lo cuenten todo, lo que han declarado ante la jueza del
caso y lo que se hayan podido guardar para ellas. No es el caso de Anca que ha
contado casi todo lo que recuerda de esa maldita tarde, lo único que sigue
ocultando son los dos episodios en los que se entregó a Salazar, que Rocío la
sobornó y otro hecho del que no sabe muy bien por qué cree que haría mal contándolo.
En cambio, la petición del excomisario sí ha supuesto un dilema para Rocío pues
sigue guardando para sí el secreto de que vio al Chato de Trebujena en la
habitación de Salazar, aunque no sabe lo que pudo pasar entre ambos. Duda de sí
contárselo a Grandal, pero al fin vence su recelo y una vez más decide no
revelar la participación de su paisano. Sigue creyendo que algún día podrá
negociar con ese secreto.
-Estamos a
su disposisión, señor comisario –dice Rocío.
-Por favor,
no me llames así, lo fui pero ya no lo soy. Llámame por mi nombre o por mi
apellido, como prefieras. Y ahora con vuestra ayuda, vamos a resumir lo que
sabemos de la tarde de marras –y Grandal que se ha hecho con un rotafolio,
cortesía del sargento Bellido, escribe en el primer folio-. 15.30 h. Anca
retira la bandeja del almuerzo. Salazar está bien de salud –y en la siguiente
línea anota-. 18.15 h. Rocío y Anca entran en habitación 16 donde encuentran a…
-Perdone don
Jacinto –Es Anca quien ha interrumpido al excomisario-. Antes de esa hora Rocío
vino a buscarme para decirme que quiso entrar en la habitación de Salazar, pero
que no lo hizo porque dentro había un hombre que le dio muy mala espina. Anda,
Rocío cuéntaselo tú.
Si las miradas matasen, la rumana habría
caído fulminada en ese mismo momento, tal es la venenosa mirada que le echa la
andaluza. “Mira por dónde por curpa de esta idiota mi secreto sobre la existensia
der Chato se ha ido por er desagüe” piensa Rocío. Aun así, se resiste a revelar
todo lo que sabe.
-Verá, don
Jasinto, como ha dicho Anca, cuando fui la primera ves a ver a mi novio no llegué
a entrar porque había un tío con mu mala jeta que me dio mu mala espina. Por
eso en lugar de entrar me fui a buscarla para que me acompañara.
A Grandal no le pasan por alto dos hechos:
uno, que ese dato no figura en la declaración que ambas mujeres han hecho ante
la juez del Valle; la segunda es la mirada asesina que la andaluza ha echado a
la rumana. “A la Rocío tendré que atarla corta, no es de las que cuentan toda
la verdad a las primeras de cambio”.
-¿A qué hora
fue eso? –pregunta Grandal a la andaluza.
-Sobre la
seis menos veinte, ma o meno.
-¿Y a qué le
llamas tú ser un tío con muy mala jeta?
-Pue eso,
ser un jetudo, arguien que tiene una cara como de ser mala gente.
-¿Y a qué le
llamas que alguien te dé mala espina? –insiste Grandal.
-Pue un tío
que no te parese de fiar.
-Si
volvieras a ver a ese individuo, aunque fuera en fotografía, ¿lo reconocerías?
-No sé
desirle, lo vi solo un segundo desde er quisio de la puerta.
-¿Y eso por
qué no se lo contasteis a la jueza? -pregunta Grandal a ambas mujeres.
-La verdad
es que a mí se me olvidó –responde presta Anca.
-A mí me
pasó lo mismo –dice Rocío al rebufo de la respuesta de la rumana.
-Bien,
prosigamos –Gandal vuelve al rotafolio y escribe-. Son las 18,15, Rocío y Anca
entran en la habitación 16 y encuentran al llamado Carlos Espinosa dándole de
beber de una botella de brandy a Salazar, quién ya estaba muy enfermo. ¿No es
así? -Ambas mujeres asienten.
-Vamos con
el tal Carlos Espinosa –y Grandal comienza un nuevo folio que ha encabezado con
ese nombre-. Veamos que sabemos de él. ¿Físicamente cómo es?
Las dos mujeres se ponen de acuerdo en
definirlo como de 1.80, de complexión media, cara de rasgos regulares, ojos
claros tirando a grisáceos; un hombre bien parecido en su conjunto. Y en lo que
también están de acuerdo es que iba muy bien vestido, muy entonado en cuanto
los colores y que daba la impresión de ser un hombre que sabía desenvolverse
muy bien. Y Rocío, que tiene mucho más mundo que Anca, añade dos detalles más
sobre la vestimenta de Espinosa.
-La primera
ves que le vi llevaba un liviano pantalón de Armani de lino color canela, con
un polo a juego de Ralph Lauren, mocasines Callaghan y en su muñeca lusía un
Cartier de oro.
Todo un
señorito como los que pasean a caballo por er Real de la Feria, ¡ea!
-Rocío,
serías una excelente policía, eres una magnífica observadora –la halaga
Grandal-. Habéis dicho que le estaba dando de beber de una botella de coñac,
¿qué se ha hecho de esa botella?
Ambas mujeres se miran. La respuesta es que
no lo saben, pero Anca que también suele ser buena observadora añade un dato:
-La botella
la guardó en una bolsa de Mercadona, de eso si me fijé.
-¿Y no os
pareció raro que estando Salazar tan enfermo le diera de beber coñac?
Las dos mujeres vuelven a mirarse. En esta
ocasión es Rocío quien responde:
-La verdá,
don Jasinto, es que nos pusimos tan nerviosas ar ver cómo estaba er pobre Curro
que no pensamos en más na. Y ahora que usté lo dise sí que es un rato raro que
le diera coñá, pero en aquellos momentos estábamos atosinás.
-¿Sabéis
dónde se hospedaba Espinosa?
Rocío niega, Anca también, pero agrega un
dato nuevo.
-Yo tampoco
lo sé, pero uno de los días que vino para intentar hablar con el señor Mar…,
perdón, Salazar, dijo al marcharse que se iba a jugar al golf.
“Jugar al golf, esa puede ser una buena
pista. En la provincia no debe haber muchos campos. Habrá que tirar de ese
hilo” se dice Grandal.
-Bien,
volvamos al tipo con mala jeta –dice el excomisario dirigiéndose a Rocío-.
Descríbeme cómo era.
-Ya le dije,
don Jasinto, que solo lo vi un momento de na –la andaluza se resiste a dar más
información sobre el Chato.
-Esa
respuesta no me sirve, Rocío. Algún detalle recordarás: si era alto o bajo,
gordo o delgado, si tenía pelo y de qué color o era calvo…
-Bueno, arto
no lo era mucho, argo meno que usté. Y no era gordo, pero si mu resio y pelo
tenía poco.
-Bien, muy
bien, Rocío. Y ahora su cara…
-Ya le
conté, don Jasinto, que apenas si le eché una ojeá.
-Rocío, ¿tú
quieres que te ayude a no entrar en el trullo o prefieres pasar en él una
temporada?
-Don
Jasinto, le juro por mis muertos…
-No me jures
nada y dime lo que escondes, porque sabes mucho más de lo que cuentas. ¿Qué
cómo lo sé?
Porque he sido policía casi cuarenta años y tengo los huevos pelados –Grandal
decide jugar el papel del policía bronco y sin pelos en la lengua- de
interrogar a titis como tú y con muchas más tablas que tú. Lo primero que
dijiste sobre ese individuo es que tenía muy mala jeta, a esa conclusión no se
llega con una sola ojeada, para eso tuviste que verlo muy bien. Por tanto,
canta todo lo que sabes y no me vengas con cuentos chinos.
PD.- Hasta
el próximo viernes