"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 21 de septiembre de 2018

Capítulo 17. Comienza el desfile de testigos.- 70. Será mejor separar a los pichones


   En las primeras horas del dieciséis de agosto, todavía de noche, el comandante del puesto de la Guardia Civil de Torreblanca se dispone a tomar declaración a un trío, al que ha bautizado como los pichones, que en principio parecen tener alguna relación con las últimas horas de vida de Francisco Salazar. En el cubil de interrogatorios y con cara destemplada están, silenciosos y taciturnos, Rocío Molina, Anca Dumitrescu y Vicente Fabregat. Ninguno de ellos conoce el deceso de Curro, por eso Rocío cree que el hecho de que les haya buscado la Guardia Civil debe de ser por la sustracción del maletín de su exnovio. Alguien ha debido denunciar su robo. Piensa mantener la historia que le contó al lila de Vicentín: se lo han llevado para abrirlo por si allí estaba la tarjeta sanitaria de Salazar que no han encontrado en el resto del equipaje y que va a ser necesaria si hay que ingresar a Curro en un hospital. A su vez, Anca también cree que la causa de que estén en el cuartelillo de los civiles es el dichoso maletín. Ha pensado que el hecho de que no lo hayan conseguido abrir les va a ayudar pues lo pueden devolver sin haber tocado nada de dentro, solo que ahora está bastante abollado, pero por unas abolladuras no les pueden hacer gran cosa. Vicentín es de los tres el que está más perdido, no tiene ni remota idea de porqué los han llevado al cuartelillo, pero a la vez es el más cabreado porque sabe que ya debe estar corriendo por el pueblo como un reguero de pólvora la noticia de que al hereu de los Fabregat lo han llevado a la casa-cuartel. Y eso es algo que a sus padres les va a enfadar muchísimo. “Anca me va a tener que dar muchas explicaciones y lo mismo la andaluza de los cojones”, se dice. En esas, entran en el cuartito el guardia civil que los localizó y un sargento con cara de malas pulgas. El trío mira al suboficial con aprensión y una pizca de miedo.
-Buenos días, me llamo Hernando Bellido y soy el comandante del puesto. Veamos…
-Perdone Bellido –le interrumpe Rocío con tono falsamente enérgico-, pero quiero preguntarle si estamos detenidos –La andaluza tiene la vaga idea de que para detener a un ciudadano hay que haber cometido un delito o la policía debe tener suficientes motivos de la existencia de un delito y de la participación en él de dicha persona.
-Le ruego que se dirija a mí como sargento y no, no están detenidos, se trata de hacerles algunas preguntas en relación con el extinto señor Salazar.
-¿Extinto? –al parecer Rocío no conoce ese vocablo, pero Vicentín que sí sabe lo que quiere decir se pregunta qué tendrán que ver ellos con ese tal Salazar, sea quien sea y esté vivo o muerto.
-Me refiero a que están aquí para que nos cuenten si en el día de ayer, quince de agosto, tuvieron algún tipo de contacto con el fallecido Francisco Salazar Jiménez.
-Yo no conozco a nadie que se llame así –salta Anca como un resorte.
-Yo…, yo tampoco –la secunda su novio.
   Para Rocío, que es la única del trío que sí conoce el verdadero nombre del que se hacía pasar por Francisco Martínez, la noticia de que su exnovio ha muerto ha supuesto un auténtico mazazo. Cuando se repone pregunta:
-¿Está disiendo que Curro…, quiero desir que Fransisco Salasar ha muerto?
-¿No lo sabían ustedes? –Ahora el sorprendido es el sargento que piensa que el hecho de que esos tres pichones desconozcan el óbito de Salazar le obligará a dar un giro significativo al esquema de interrogatorio que tenía en mente.
   Anca y Vicentín, casi al mismo tiempo, caen en la cuenta de que el tal Salazar debe de ser quienes ellos conocían como Martínez. Para cerciorarse, la joven rumana que ya se ha repuesto de su inicial temor formula directamente la pregunta:
-¿Ese Francisco Salazar es el huésped de la habitación 16 y que conocíamos como señor Martínez?
-El mismo.
-Pero no es posible, estaba fastidiado por su problema de las fracturas de costilla, pero se estaba recuperando muy bien –afirma Anca.
-Pues ha fallecido y en unas circunstancias que no están del todo claras. Y dime –el sargento ha pasado al tuteo-, tú eres Anca la que arreglaba su habitación, ¿no es eso? –Ante el asentimiento de la muchacha el suboficial continúa preguntando-. ¿Cuándo estuviste en la habitación del fallecido?
-La primera vez cuando hice la habitación aprovechando que había bajado a desayunar. Yo estoy encargada de arreglar las habitaciones pares de la primera planta, por eso tenía a mi cuidado la habitación 16 que es la del señor Martínez… bueno, o como se llame. Le vi en el comedor y se encontraba bien, hasta me gastó alguna broma.
   El sargento ha tomado buena nota de lo de la primera vez. Después de la primera vienen otras.
-¿Y cuándo fue la segunda vez?
-A eso de las dos menos cuarto cuando le llevé el almuerzo. Le dejé la bandeja y me bajé inmediatamente. Ese mediodía teníamos el comedor a tope.
-¿Y volviste a subir a su cuarto?
   Instintivamente Anca mira a Rocío antes de contestar. El sargento toma nota mental de esa mirada. “Estas dos han estado juntas en la habitación del muerto”, se dice. La camarera vacila.
-Claro, subí a recoger la bandeja. Serían las tres y algo.  
-¿Y hablasteis?
-No. Estaba viendo la tele y yo seguía teniendo mucho curro en el comedor, así que me limité a coger la bandeja e irme.
-Y después de recoger la bandeja del almuerzo, ¿volviste a subir? – el sargento le aprieta las tuercas a la joven que vuelve a mirar a la andaluza la cual rehúye la mirada. Anca vacila, no sabe que puede ser mejor, sí contarle al sargento la verdad o, al menos, parte de ella o mentirle descaradamente. La Guardia Civil tiene en el pueblo fama de que termina averiguando lo que quiere saber. Piensa que la mala pécora de la andaluza la ha metido en un buen fregado, pero que al fin y al cabo ella no ha hecho nada, salvo ayudarla a intentar abrir el maletín del pobre señor Martínez. El suboficial espera pacientemente a que la joven rumana conteste, pero al no hacerlo la insta.
-Jovencita, no tenemos toda la noche. Repito: ¿volviste a subir a la habitación 16?
   Anca vuelve a mirar a Rocío que nuevamente aparta su mirada. También mira a Vicentín que le devuelve otra mirada llena de interrogantes. De repente se le ocurre que lo que puede hacer es contar el relato que se inventó la andaluza sobre la tarjeta sanitaria de Martínez. Piensa que a Rocío no le va a gustar, pero se dice: “¡qué se joda!”.
-Verá, sargento, volví a subir porque me lo pidió aquí la Rocío –y lo dice señalando a la andaluza-, que es novia del señor Martínez, o como se llame, porque necesitaba encontrar los papeles de la Seguridad Social por si había que ingresarle en el hospital de Castellón.
   En ese momento, el suboficial se da cuenta de que está cometiendo un fallo garrafal en su interrogatorio, hacerlo con los tres juntos. Y toma una inmediata medida correctora: separar a los tres pichones y tomarles declaración de uno en uno.
-Bueno, vamos a ir por partes. Braulio, llévate a la señora Molina a mi despacho y te quedas con ella. Y dile a Gregorio que lleve a Fabregat al cuarto de guardia y que se quede con él. Yo me quedo con Dumitrescu.
-A tus órdenes, mi sargento.
   El hecho de quedarse sin el soporte de sus dos compañeros de aventuras, por llamarlo de alguna manera, pone nerviosa a Anca por primera vez desde que el guardia los encontró en el almacén de Vicentín. Mira al sargento con desconfianza y se pregunta qué va a pasar ahora. El suboficial decide ponerse en modo de poli bueno para ganarse la confianza de la joven y da un giro táctico a su interrogatorio.
-Anca, ¿a qué hora has salido de la habitación 16?
-Sobre las siete de la tarde, más o menos.
-¿Y cuándo has cenado?
-No he cenado, a eso de las nueve tomamos un tentempié.
-¿No tienes hambre?
-Pues ahora que lo dice, sí señor sargento.
   El suboficial llama a un agente y le encarga que pida unos bocadillos y unos botellines de agua y de refrescos a alguno de los paradores del pueblo sitos en la N-340 y que están abiertos las veinticuatro horas. Después, en vez de seguir linealmente su interrogatorio efectúa un pequeño cambio.
-¿De qué conoces a Rocío Molina?
   La joven le cuenta sus contactos con Rocío, pero le oculta que aceptó el soborno de la andaluza para introducirla en la habitación de Martínez sin que la viera la patrona. Y le sigue contando que Rocío aseguraba que era la novia de Martínez, aunque la primera vez que los vio juntos él afirmó que habían sido novios, pero que ya no lo eran. Visto que la rumana parece haberse tranquilizado, el sargento vuelve al hilo inicial del interrogatorio.
-Y desde las siete que has salido de la habitación del fallecido, ¿qué has estado haciendo?
   Anca cuenta que fueron al almacén de su novio -se dice que es mejor hablar en presente de su relación con Vicentín pues cree que eso la puede ayudar- para intentar abrir el maletín con un taladro eléctrico, pero resultó que no encontraron la broca adecuada para ello por lo que no pudieron abrirlo. Que estuvieron discutiendo qué hacer y que su novio comentó que en la herrería de Bellés lo podrían abrir fácilmente, el problema era que al ser festivo estaría cerrada. Luego a Vicentín se le ocurrió que lo que podían hacer era buscar al herrero y pedirle que fuera a su taller y les abriera el maletín. Estuvieron buscándolo por medio pueblo pero no lo encontraron por lo que volvieron al almacén. Y allí se quedaron y volvieron a intentar abrir el maletín hasta que los encontró el guardia.
-¿Y no os enterasteis de que había muerto el señor Salazar?
-No, señor sargento, se lo juro. La primera noticia nos la ha dado usted.
   En ese momento el suboficial nota el cansancio de las muchas horas de servicio por lo que decide suspender los interrogatorios y dar una cabezadita, piensa también que pasar toda la noche en el cuartelillo ablandará a los tres pichones.

PD.- Hasta el próximo viernes