"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 12 de abril de 2024

Libro IV. Episodio 43. Verdú cuenta lo de su matrimonio


   La petición que Pilar le ha formulado, la estaba esperando el murciano, pues ha tenido años para preparar la respuesta y, como cree conocer el carácter de la joven farmacéutica, sabe que lo mejor que puede hacer es responder sin tapujos.

   -Ya estaba casado cuando te conocí y pasamos aquella noche inolvidable en el Ritz. Esa fue la causa de que entonces no volviera a llamarte, aunque me apetecía a rabiar. Pensé que no era correcto comportarme como un soltero cuando tenía mujer e hijos –Al ver el gesto de asombro de Pilar al oír lo de los hijos, precisa-. Sí, hijos, ya que en aquel momento Esperanza, así se llama mi esposa, esperaba nuestro segundo hijo. También me planteé decírtelo, pero contarte una historia tan lamentable y vulgar me dio vergüenza. Si tienes tiempo te la cuento ahora.

   -Tengo todo el tiempo del mundo. Soy toda oídos –responde Pilar.

   Luis le cuenta una historia ni especialmente compleja ni tiene tintes dramáticos; es tan corriente y patética como lo son la mayoría. Desde jovencito, sus padres le habían elegido una novia cuya familia era íntima de la suya. La pareja tenía muchos rasgos en común, lo cual daba pie a que llevarse bien, primero, y enamorarse después, parecía el resultado más lógico. Eran jóvenes, no mal parecidos, descendientes de familias acomodadas, educados en colegios religiosos y, aunque el novio no aprobara unas oposiciones de enjundia o encontrara un empleo bien retribuido, el futuro lo tenían asegurado con la simple tarea de administrar la saneada fortuna en bienes raíces que iban a heredar.

   -Esperanza es bastante guapa, no tiene mal tipo y es cariñosa. Había sido educada para ser una esposa perfecta conocedora del papel de la mujer en un matrimonio convencional. Era complaciente, atenta, sumisa, y hasta habría podido ser un ama de casa aceptable si no fuera porque detestaba todo lo referido al hogar. Y, aunque en estas circunstancias no lo pueda parecer, yo soy muy hogareño, me gusta poco salir, prefiero quedarme en casa oyendo música o leyendo que andar callejeando. Y soy o, mejor dicho era, un sibarita, pero no por eso frecuento los restaurantes, me gusta la buena comida pero hecha en casa. Y por esas querencias fue por donde comenzó a pudrirse lo que parecía ser una unión perfecta. ¿Te aburro?

   -No, por Dios. Continúa.

   -Cuando quise darme cuenta estaba casado, tenía un hijo y esperaba otro. Fui yo, y no estoy orgulloso de ello, quien comenzó a malbaratar el matrimonio. Antes de casarme, cuando estudiaba Derecho en Valencia, ya le había sido infiel a Esperanza, fuera en un lupanar, con una modistilla o una compañera de curso. Sospecho que suspendía las oposiciones porque pensaba que si llegaba a ser notario me tocaría vivir perennemente la farsa en la que se había convertido mi matrimonio. Cuando aprobé, todavía no sé cómo, y te volví a encontrar, pensé que no podía seguir así. Pese a ello, quizá por inercia, pedí la plaza más cercana a Murcia y, como se daba por supuesto, me llevé a Caravaca a Esperanza y a los niños. Aguanté año y medio, suficiente tiempo para hacerle otro crío a mi esposa y terminar de ella hasta el gorro. No sabía el camino a tomar hasta que se publicó un nuevo concurso de destinos y concursé, ante la sorpresa y el enojo de mi familia y de Esperanza. Con la excusa de que hasta que no encontrara una casa adecuada no la llevaría a Chiclana, la dejé en Murcia con sus padres y… hasta hoy.

   Luis hace una pausa y mira atentamente a Pilar, intenta ver cómo está asumiendo su lamentable historia, pero la mirada de la joven es franca…, no le está juzgando, por lo que el murciano prosigue el relato.

   -Sé que soy un miserable, un hombre de bien no hace lo que hice. No tengo perdón, pero también creía, y sigo creyendo, que cualquier ser humano puede errar y por eso no tiene por qué seguir atado toda su vida al error cometido. Buena parte de mis honorarios se los mandaba a Esperanza para que no tuviera que depender de sus padres, a los que por otra parte les sobra el dinero, y mantuviera a los niños. Cuando en 1932 la República promulgó la Ley del Divorcio vi el cielo abierto. Inmediatamente me puse a tramitar la separación, pero me topé con la oposición declarada y contumaz, no solo de Esperanza sino de mis padres y mis suegros…, y aquí me tienes. Vivo como un soltero sin serlo, quisiera volver a casarme y no puedo y, si alguna mujer me gusta, y he conocido a una que me gusta a rabiar, ni puedo ni debo pedirle relaciones, pues por nada del mundo consentiría que la trataran como mi barragana. Como verás, la mía es una triste y patética historia.

   Tras escuchar la confesión de Luis, la intrincada mente de Pilar se formula una sola pregunta: ¿quién será esa mujer que le gusta a rabiar?

 

PD. Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro IV, Las Guerras, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 44. Correspondencia vía Reino Unido