Grandal, que
definitivamente ha tomado el timón del flamante equipo de jubilados, no se
resiste a seguir dando instrucciones para el buen funcionamiento del equipo.
- Una vez puestos de acuerdo en la manera de afrontar los
problemas que vayan surgiendo en la investigación, creo que deberíamos
establecer unas normas elementales de funcionamiento de las reuniones. Lo que
podríamos llamar unas reglas de procedimiento. ¿Os parece? Bueno pues, salvo
que haya algún acontecimiento excepcional, en las reuniones ordinarias lo
primero será informar sobre los resultados obtenidos desde la anterior reunión,
los analizaremos y valoraremos. Después, trazaremos el plan de trabajo para las
jornadas que vengan a continuación. Finalmente, dedicaremos el último tramo de
la junta para preguntas, consultas, sugerencias, etcétera. ¿De acuerdo? Bien,
pues os voy a contar lo que he conseguido averiguar, que no es demasiado. Como
me temía, los Sacapuntas no han conseguido grandes avances en su investigación,
están atorados y, al parecer, lo fían todo a que la Interpol o la policía
francesa les saque del atolladero. Como nosotros no tenemos a ningún organismo
foráneo al que acudir no vamos a perder el tiempo esperando a que vengan los
guiris a sacarnos las castañas del fuego. Vamos a centrarnos, al menos de
momento, en una sola dirección… - Grandal hace una pausa y toma un sorbo de un
café que preparó Ballarín y que a estas horas ya está frío.
- ¿En qué dirección? – quiere saber Álvarez.
- En la única que veo factible en estos momentos: la
inutilización de las cámaras de seguridad que enfocan la delantera del museo es
el único dato que resulta prometedor. Es casi seguro que la manipulación la
hizo alguien desde dentro, por consiguiente nuestros esfuerzos tendrán que
centrarse en la búsqueda del presunto o presuntos cómplices de los ladrones
entre el personal del museo. Sé que todos los empleados, funcionarios,
interinos y contratados han sido investigados a fondo y no han encontrado nada.
Pero a lo mejor la inspección no ha sido tan a fondo como aseguran. Algún
resquicio ha debido de quedar sin explorar.
- ¿Entonces…? – Ponte deja el resto de su pregunta al
aire.
- Entonces, vamos a enfocar nuestra investigación sobre
el personal del museo y de la empresa que lleva el mantenimiento del sistema de
seguridad y que han podido tener acceso a las cámaras. No son muchos, seis para
ser exactos.
- ¿Y qué es lo que vamos a hacer? – pregunta Álvarez.
- Investigar minuciosamente a cada uno de esos presuntos
cómplices. Necesitamos saberlo todo sobre ellos. He conseguido el nombre de
esas personas – ante la mirada interrogativa que percibe en sus amigos se
explica -. Mejor no preguntéis como lo he logrado, aunque tampoco ha sido tan
difícil. Tened en cuenta que estamos ante personas corrientes y molientes,
ninguna de ellas tiene un historial que lleve el marbete de confidencial.
- ¿Solo tienes los nombres, ningún dato más? – inquiere
Ponte.
- Por ahora, solo los nombres que no es poco. Ese será
el hilo del que vamos a comenzar a tirar para devanar el ovillo. A esos nombres
hay que ponerles caras, domicilios, familias, amistades, nivel de vida,
aficiones y cuantos datos puedan conducirnos a descubrir quién o quienes han
sido los que han facilitado el robo.
- Muchos de esos datos pueden conseguirse por medio de
internet – afirma Álvarez.
- Jacinto, tendrías que concretar más las acciones a
llevar a cabo para investigar todos esos datos que necesitamos conocer – pide
Ballarín siempre amigo de las concreciones.
- Por supuesto, Amadeo. Eso ya está previsto. Vamos por
partes. Manolo, que es quien mejor conoce el museo, se convertirá en habitual
de la cafetería del mismo para…
- Perdona, Jacinto, pero el servicio de cafetería
en la actualidad se encuentra cerrado,
por lo que no es posible acceder al mismo – informa Álvarez.
- ¡Vaya! ¿Y cómo lo sabes? – inquiere, curioso, Grandal.
- El aviso está colgado en la web de museo. Ya te dije que navego mucho
por la red.
- ¿Y cuál es la cafetería, bar o tasca más cercana al museo? En algún
sitio han de desayunar los empleados del museo, tomar sus cafelitos de media
mañana o las cañas previas al almuerzo.
- La cafetería más próxima es la de la Agencia para la Cooperación,
pero su acceso es muy restringido y está cerrada frecuentemente porque su
espacio también se emplea para la presentación de libros, la celebración de
cócteles y otros actos especiales – informa Ponte, que precisa -. Lo más
probable es que la mayor parte del personal debe ir a la cafetería de la
Fundación Jiménez Díaz o a la del Clínico que están siempre abiertas y muy
cercanas al museo.
- Bien, pues tu primera misión, Manolo, será estar atento a la entrada
y salida del personal del museo cuando se abre y se cierra. Por cierto,
¿alguien sabe qué horario tiene?
- De martes a sábado, de nueve y media a las tres de la tarde. Los
jueves, de nueve y media a las siete de la tarde. Los domingos y festivos de
las diez a las tres, ah y esos días la entrada es gratuita – responde Ponte
quien tiene una pregunta -. ¿Y cómo voy a saber quiénes forman parte del
personal del museo?
- Una de las habilidades que tiene que desarrollar un buen detective es
el arte de observar, de escuchar, de estar atento a cuanto pasa a su alrededor.
Primero, si estás en la plazuela que hay delante del museo en las horas de
entrada y salida del personal irás quedándote con muchas caras. Después, en las
cafeterías a las que acuden los trabajadores del museo pegarás la oreja a las
conversaciones. Ese será otro medio para descubrir quiénes son los que trabajan
en el museo y, con un poco de suerte, de enterarte de algún dato que nos pueda
interesar. Una vez que comiences a identificar a esas personas, entrará en
acción Amadeo – ahora Grandal se dirige a Ballarín -. A ti te voy enseñar a
manejar una microcámara con la que fotografiarás a los tipos que te vaya
indicando Manolo. Naturalmente, eso lo harás con total discreción, de forma que
nadie se percate de que lo estás fotografiando.
- Y el siguiente paso, ¿cuál será? – pegunta Ballarín.
- Con los nombres y las caras de los presuntos cómplices será fácil seguirles
y averiguar sus domicilios. A partir de ahí comenzaremos a investigar a fondo a
esas personas hasta que lo sepamos todo sobre ellos, y cuando digo todo, digo
todo – afirma con rotundidad Grandal.
- Bueno, Amadeo y Manolo ya tienen curro, ¿y yo mientras qué hago? –
pregunta Álvarez.
- A ti te reservo para que, por ahora, trabajes en internet. Tienes que
averiguar todos los datos de los seis nombres que os he dado e investigar todo
lo que haya sobre el Tesoro Quimbaya, sobre el propio museo y acerca de las
bandas especializadas en robos de objetos artísticos y del mundo de los
peristas. No esperes a descubrirlo todo. Cada dos días me harás un resumen de
los datos más significativos que hayas descubierto.
- Oye, Jacinto, y sobre ese rumor que nos contaste de que tus colegas
creen que el furgón robado sigue oculto en Madrid, ¿no vamos a investigar eso?
– inquiere Ponte.
- Es posible que el furgón esté guardado en algún garaje de la ciudad,
pero os aseguro que en el caso de que fuera así estará más limpio que una
novicia. Por el momento no pienso perder el tiempo siguiendo esa pista. El
rastro que hay que seguir es uno que no es fácil de ocultar y por consiguiente
hay más probabilidades de encontrarlo.
Como Grandal parece que se ha
olvidado de concretar cuál es el rastro en cuestión, la pregunta es obligada:
- ¿Y qué rastro es ese? – inquiere Ballarín.
- La pasta. Si como sospecho alguno de los empleados del museo fue el
que inutilizó las cámaras, ese individuo o individuos han tenido que cobrar por
ello. Y el dinero, cuando se tiene en cantidad y se ha logrado sin doblar el
espinazo, es muy difícil ocultarlo, su patita, como la del lobo del cuento,
termina descubriéndose. En resumen: lo que tenemos que buscar es la pasta.
- Confieso que con lo de la metáfora del lobo me he hecho un lío –
confiesa Álvarez -. ¿La pasta de quién?
- De quien va a ser, de los que han ayudado a los ladrones a que su
golpe solo tenga como testigo a Manolo, aquí de cuerpo presente.