"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 29 de abril de 2022

Libro III. Episodio 142. Un Carreño al que le sobran padrinos

  En marzo, ocurre un rosario de hechos en Italia que ni siquiera el experto de la tertulia en asuntos europeos, don Enrique Lavilla, es capaz de desentrañar ni de medir su alcance. Un tal Benito Mussolini, joven editor, periodista y fundador del periódico independiente Popolo d´Italia, es expulsado del partido socialista italiano por su apoyo a la Gran Guerra. Tras lo cual, crea en Milán los Fasci de Combattimento, germen del fascismo que se define como un movimiento político y social de carácter corporativista.

   -Y los fascistas, ¿qué son, de izquierdas o de derechas? –pregunta el ferretero, amigo de o blanco o negro.  

  -Por ahora no sabría decirle, Galiana. Tienen algunos rasgos izquierdistas y otros muy de derechas, pero lo que claramente son es totalitarios y nacionalistas, aunque habrá que esperar y ver por donde se decantan porque una cosa es lo que dicen y otra lo que vayan a hacer. Y ya sabe, no es lo mismo predicar que dar trigo –explica Lavilla.

   Julio apenas presta atención a lo que ocurre en Italia ni a lo que pasa en Rusia, tiene otros problemas de índole familiar en qué ocuparse. El tercero de sus hijos, Julián, les está planteando un problema que puede ser trascendente para el futuro del chico, que ha cumplido nueve años y el próximo curso tenían pensado mandarlo a Cáceres para que, al igual que sus hermanos, comience los estudios de bachillerato. El problema radica en que el chiquillo se niega a ir, dice que no quiere estudiar, que los estudios no sirven para nada, y que a él lo que le gustaría sería acompañar a su padre en los viajes por la región e incluso trabajar en la tienda. Julio ha pensado, en más de una ocasión. que si todos sus hijos estudian, ¿quién se ocupará de las tiendas y la empresilla de interiorismo? Ni él ni Julia van a durar siempre y alguien tendrá que hacerse cargo de los establecimientos que son los que dan de comer a la familia. Y aunque ese pensamiento no lo ha exteriorizado, en el fondo no le parece tan mal que al menos uno de los hijos quiera seguir sus pasos y los de la propia Julia, la cual, al enterarse de la negativa de Julián, ha puesto el grito en el cielo.

   -¡Hasta ahí podríamos llegar! ¿Qué se habrá creído ese mocoso?, ¿qué vamos a dejarle hacer lo qué le venga en gana? Estudiará como los otros, ¡faltaría más!

   -No es forzoso que todos tengan que estudiar. Hay unos que sirven y otros que no –apunta Julio.

   -¿Qué quieres decir, que Julián no tiene cabeza para estudiar? –inquiere Julia mordiendo las palabras.

   -No. Lo que digo es que estudiar no solo es cuestión de cabeza sino también de voluntad y si el chiquillo no está llamado a los libros, ¿será bueno forzar su natural?

   -Pero que natural ni que porras. ¿Cómo va a saber un crío de nueve años lo qué le gusta y lo qué no? El curso que viene Julián a Cáceres, si tú no mandas otra cosa, claro –Como siempre hace, Julia cede la última palabra a su marido, quizá porque sabe que este no va a pelear por una cuestión que el matrimonio tiene largamente hablada.

   Llega el principio del verano, y antes de que los Carreño comiencen a planear sus vacaciones, a fines de junio se lleva a cabo en Versalles la firma del tratado de paz entre la Entente y la vencida Alianza que debe aceptar unas duras condiciones territoriales, militares, económicas y políticas. El tratado, que pone el definitivo fin a la Gran Guerra, supone la desaparición de algunos de los imperios más poderosos: el ruso, otomano, austro-húngaro y alemán.

   Pese a los pretendidos recortes, en julio los Carreño viajan a Punta Umbría para pasar en la playa onubense la temporada estival. Julia les ha pedido a sus dos hijos mayores que vayan comiéndole la cabeza a Julián con el fin de convencerle de que debería hacer lo que ellos, cursar el bachillerato. Y que cuando sea mayor, si no le gusta estudiar, podrá hacer lo qué quiera. Julián, pese a sus nueve años, parece que tiene las ideas muy claras.

   -A mí es que no me gustan los libros. Yo lo que quiero es acompañar a papá en los viajes que hace por los pueblos vendiendo las cosas de la droguería.

   -Eso lo podrás hacer, pero cuando tengas dieciséis años, no ahora. ¿Qué te gustaría hacer mientras tanto? –le pregunta Álvaro.

   -Ya lo he dicho, ir en el coche con papá, aunque como sé que soy chico me quedaré en la escuela del pueblo hasta que termine lo que allí estudio, pero no quiero ir a Cáceres.

  Los argumentos y consejos de Álvaro y de Pilar parece que hacen poca mella en la determinación de Julián por lo que lo dejan por imposible. Sus padres hacen lo mismo, pensando que todavía queda un año y tiempo tendrán de convencerle.

   En agosto, la familia Carreño cambia el mar por la montaña y se va a Pinkety que es, realmente, donde los niños mejor se lo pasan. Terminado el verano, Julia se pone de parto y da a luz a su séptimo hijo. El recién nacido, otro varón, viene a romper el empate de sexos que hay en la chiquillería Carreño. Al neonato le van a bautizar con el nombre de Andrés en honor del único hermano varón de Julia. En el casino, el padre es felicitado por sus contertulios y algún indiscreto hasta se atreve a preguntar:

   -¿Este va a ser el último crío, Carreño?

   -Lo dejamos en manos del Señor –responde el droguero sin meterse en disquisiciones.

   Uno de los tertulianos ocasionales cambia el sesgo de la conversación para centrarse en un tema que suele apasionar a la mayoría de los asistentes, la política.

   -Comandante Liaño, usted que es un experto en los asuntos de grescas, ¿qué opina de ese nuevo sindicato que acaba de crearse en Barcelona y al que los sindicatos obreros acusan de ser los pistoleros de la patronal?

   -Lo siento, Deogracias, pero ese tipo de gresca no es mi especialidad.

   -Yo le puedo informar –se ofrece don Romualdo-, la Corporación General de Trabajadores, también llamada Unión de Sindicatos Libres, es una organización sindical obrera creada por militantes carlistas, por lo que podríamos calificarla como un sindicato de derechas. El propio sindicato afirma que surge como oposición a la tiranía y el antipatriotismo de la CNT. Si van a ser o no los pistoleros de la patronal habrá que verlo.

   -Déjense de politiquerías, ¿no creen que es más interesante la noticia del Metro de Madrid? –propone Julio, que se ha empapado de la inauguración del transporte subterráneo leyendo los periódicos en la barbería del señor Vicente.

   -Cuente, Carreño, pero antes explique qué es el Metro, que aquí hay más de uno que puede creerse que se está refiriendo al sistema métrico decimal –sugiere con retranca el doctor Lavilla.

   -La noticia es que el Rey acaba de inaugurar la primera línea del Metro de Madrid, que cubrirá una distancia nada menos que de tres kilómetros y medio. 

   -¿Y todo eso bajo tierra, si ver las calles ni nada? Pues no le veo la gracia –pontifica don Mauricio.

   El bautismo de Andrés ha generado un pequeño rifirrafe en el matrimonio Carreño. El motivo: la elección de los que van a apadrinar al neófito. Julio ha decidido premiar de algún modo a su amigo y empleado Argimiro por la fidelidad que siempre le mostró. Y si Argimiro será el padrino de Andrés, lo natural es que la madrina sea su mujer, Carolina. Pero resulta que Julia, por su cuenta, también ha pensado en dos personas para apadrinar al niño, y asimismo como una forma de reconocimiento por lo mucho que le han ayudado y continúan ayudándole, sus candidatos son Rafael, el aparejador que es su socio en Interplás, para padrino, y en la insustituible Paca para madrina. Cuando marido y mujer se cuentan lo que tienen planeado sobre el bautismo de su nuevo vástago, ven que al neófito le sobran padrinos. Con lo que cada cónyuge debe explicar las razones que tiene para defender a sus patrocinados.

   -Ten en cuenta, Julia, que Argimiro es amigo mío desde antes de ir a la mili y cuando volví, ¿quién fue el único que tuvo el detalle de venir a esperarme con su carro para que no tuviera que recorrer a pie el trayecto desde Monfragüe a Plasencia?, pues Argimiro. Aparte de que me ha mostrado una lealtad a prueba de bombas. Y si Argimiro es el padrino, va de suyo que la madrina sea su esposa.

   -Entiendo tus motivos, cariño, pero los míos también son de peso. Rafael es mi mano derecha en Interplás, sin él hubiéramos cerrado hace tiempo. Y en cuanto a Paca, ¿qué te voy a contar que no sepas?, si fue tu madre quien se la trajo de San Martín. Y sabes tan bien como yo que los niños la adoran, para ellos es como su segunda madre.

   -Comprendo tu postura, mujer, pero permíteme recordarte que el padrino es quien se compromete a la educación cristiana del bautizado y debe de cumplir el papel de tutor en caso de que los padres del niño fallezcan o no puedan atenderlo, algo que no espero que ocurra, pero nunca se sabe –Julio debe echar mano de razones más rebuscadas porque no tiene otras.

   -Eso es cierto, como también lo es que el padrino ha de ser católico y haber recibido los sacramentos de primera comunión y confirmación. Y Argimiro, al menos la confirmación no la ha recibido; lo sé porque el domingo de la confirmación de Álvaro, me contó que no lo estaba. En cambio, Rafael si lo está y Paca también, me lo dijo tu madre, que en gloria esté. Y más aún, el padrino debe comprometerse a que el niño reciba una educación cristiana, y si nosotros faltáramos, no lo quiera Dios, ¿qué educación podría darle Argimiro si es medio analfabeto? –contrapone Julia.

      La sangre no llega al río, pero la pareja no se pone de acuerdo, hasta que media en el rifirrafe quien menos podía esperarse, su primogénito. Álvaro les ha oído discutir y al preguntar por qué lo hacen les ofrece una salida pactada.

   -¿Y por qué no hacéis una cosa? Si es padrino Argimiro, que la madrina sea Paca. O si lo es Rafael, que la madrina sea Carolina. Y así quedáis bien ambos.

 

PD. Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro III, Los hijos, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 143. ¿Las mujeres deberían estudiar?