El profesor Tormo y
los informadores, que están rematando el reportaje, toman las últimas copas en
un bar del pueblo antes de decirse definitivamente adiós. Un hombre, que rezuma
una mezcla de miseria y dejadez, entra, pide una caña en la barra, se la toma
con avidez, paga y sale como entró.
- Ahí tenéis uno - dice Tormo señalando al que acaba de irse
- de los muchos ejemplos de la locura que contagió a alguna gente de Senillar.
El tipo que acaba de salir trabajaba en la gasolinera de Arbós, la que hay a la
salida del pueblo. Tenía un par de campitos de mala muerte en los que plantaba
hortalizas y legumbres para el consumo de casa. Un buen día por uno de ellos,
una finca de secano, le ofrecieron algo más de cincuenta millones de pesetas.
La vendió, dejó el trabajo en la gasolinera, se compró un BMW y se dio a la
gran vida. Al poco tiempo se divorció y se lió con una camarera de un puticlub
de Albalat que en unos años lo desplumó y luego lo abandonó. Como acabó el
fulano en cuestión acabáis de verlo.
- ¿Hay muchos casos así? – pregunta el reportero.
- Pues no los he contado, pero aquí el promedio de tontos es
similar al del resto del país por lo que tú mismo puedes echar la cuenta –
contesta con sarcasmo Tormo.
- Oye, Pascual, me suena mucho el apellido Arbós, ¿de qué
será? - inquiere el fotógrafo.
- Te suena de la operación Tornasol - le aclara su compañero
-. Los medios le dimos amplia cobertura y fue noticia de primera plana muchos
días. Nuestra revista publicó varios reportajes sobre algunos de los imputados.
- Ah, claro. ¿Ese Arbós no tuvo algo que ver con la mafia
calabresa?
- Eso se dijo, pero ni la fiscalía ni el juez instructor han
podido probarlo hasta el momento, aunque las lenguas de doble filo, que aquí
las hay a puñados, afirman que ciertos son los rumores - apunta Tormo que
aclara -. En aquellos años de vértigo se rumoreó insistentemente que muchos de
los negocios previstos o en ejecución tenían como una de sus finalidades
blanquear dinero del narcotráfico y de la trata de blancas y que detrás de todo
el tinglado estaba la mafia. Unos que si la siciliana, otros que la ndrangheta, había quien decía que era la
camorra, hasta no faltaba quien lo atribuyese a la mafia rusa. No pondría la
mano en el fuego de que parte de aquellos chismes no fueran ciertos, pero
tampoco veo a José Ramón Arbós como una especie de padrino local. Le faltaba, y
le sigue faltando, coraje y crueldad, aunque sí tuvo la suficiente astucia para
hacerse más rico de lo que ya era. Pese a todo, al final de la historia terminó
siendo uno de los paganos, aunque el proceso sigue abierto y sabe Dios cuando
puede terminar con lo lenta que es la justicia en estos pagos.
- No dices que se hizo más rico aún, ¿entonces qué platos
rotos pagó? - inquiere curioso el fotógrafo.
- Los que se supone que aparecerán cuando se sustancie la
operación Tornasol, que fue donde la justicia lo engatilló, pese a que más de
uno en el pueblo piensa que terminará yéndose de rositas. Aunque un cuñado suyo
me contó un día que estábamos de copas algo curioso, dice que está muerto de
miedo de que le pueda pasar algo. De hecho, apenas si se le ve por el pueblo,
sale muy poco de casa, sólo los días uno y quince de mes cuando ha de
presentarse en el cuartelillo de la guardia civil. Ya veis para qué puñetas le
sirve el dinero - remacha Tormo.
- Creo recordar que
también estuvo metido en lo de La Marina - evoca el periodista.
- En lo de La Marina y en todos los planes y proyectos que
se movieron en el pueblo en los últimos veinte años - sentencia Tormo -. La
gente como Arbós y como todos los de su calaña son los causantes de que en
Senillar no solamente haya cambiado el paisaje sino también el paisanaje.
- ¿Y todo ese cambio de paisaje y de paisanaje en cuantos
años se llevó a cabo? – se interesa el reportero.
Tormo entrecierra
los ojos mientras trata de recordar las fechas.
- Unos dieciocho años.
- O sea, que la historia de la evolución de Senillar ha
ocurrido en algo menos de dos décadas. No es mucho tiempo – se sorprende el
periodista.
- En efecto, no es mucho – acepta Tormo -, pero, como sabes,
la dimensión temporal de los humanos no siempre discurre de forma lineal, sino que
se contrae o se dilata en función de los sucesos que les afectan. Y aquí han
pasado tantas cosas en las dos últimas décadas que si las tuviera que poner
negro sobre blanco necesitaría muchas páginas para hacerlo.
- ¿Y exactamente cuándo y cómo empezó todo?
- ¡Buf! – resopla Tormo -. ¿Me pides que haga una especie de
flash-back? Casi nada. Tendría que retrotraerme al curso noventa y dos noventa
y tres.