Manuel
Lapuerta y Celestino Bonet tienen mucho que contarse, hace más de cuatro años
que no se ven.
- ... y sigo teniendo el aparato de galena
que usábamos durante la guerra y que me lo dejó Aurelio.
- Siempre fue amigo de sus amigos.
- Pues ya sabe, cuando quiera retomamos la
costumbre de juntarnos para escucharla y así nos enteramos de lo qué está
pasando de verdad y no las milongas que cuentan los periódicos y las radios
nacionales.
- Me parece una buena idea, pero puedes
guardar la galena. Me hice con una radio excelente. Es un modelo de la RCA de
1933. Lo repasaron en un taller de Valencia y lo han dejado como nuevo.
Prefiero un aparato así porque con él puedo coger emisoras extranjeras y, en
cambio, con los modelos que se construyen aquí, como tienen un dial tan corto, solo
puedes sintonizar las nacionales. Y para saber lo que pasa los informativos que
dan las cadenas de la España nacionalsindicalista de poco sirven, con decir que
a las noticias le seguimos llamando el parte, como si aún estuviéramos en
guerra, está dicho todo.
- Fenomenal, pero quiero pedirle un favor.
Tengo un compañero de trabajo, se llama Alfredo Ballesta y es persona de toda confianza.
También fue depurado y suele acompañarme a escuchar la galena. Si en adelante
voy a oír su radio se va a quedar descolgado. Lo que quiero saber es si podría
invitarle a ir a su casa. Como le digo, respondo de él, es reservado y no dirá
una palabra de lo que oiga o hablemos.
- Si tú le avalas, por mí no hay
inconveniente. Tráetelo el primer día que vengas.
Bonet
y Ballesta están saboreando el excelente café que les ha preparado doña
Angustias, la esposa de Lapuerta.
- Es un rato bueno – asegura Alfredo
olisqueando el aroma -. No es por hacerlas de menos, pero es mucho mejor que el
que preparan nuestras costillas.
- ¡Anda, coño, ya podría!, como que esto es
café-café y no el aguachirle que se gastan nuestras parientas – las defiende
Celestino.
- Tampoco este cacharro tiene nada que ver
con tu galena – dice Ballesta señalando el moderno aparato de radio, del tipo
capilla, que hay en el centro de la mesa.
- Y ahora, una copita de coñac – anuncia el
médico mientras escancia el licor en tres diminutas copas.
- Don Manuel, como nos siga tratando así nos
va a tener aquí de invitados las mil y una noches.
A
Lapuerta no le da tiempo a encender la radio, se han quedado a oscuras.
- Se ha ido la luz – dice Ballesta y, para
mitigar la obviedad, añade -. Es posible que sean los plomos.
- Vamos a esperar unos momentos a ver si
vuelve – propone el anfitrión.
Pasan los minutos sin que retorne la electricidad. Angustias llega con
un quinqué que proyecta difusas sombras sobre las paredes del saloncito.
- Me parece que esta noche se quedaron sin
audición.
- Voy a ver si han saltado los fusibles –
Lapuerta hace intención de levantarse, pero su mujer le ataja:
- No te molestes en mirar, Manolo. Todo el
pueblo está a oscuras.
En
ese momento los contertulios todavía no saben que han vuelto a implantarse las
restricciones eléctricas en todo el país. El gobierno ha tenido nuevamente que
adoptar tal medida como consecuencia de la pertinaz sequía y de la escasez de
petróleo. Los Estados Unidos, debido a las exigencias que impone la guerra y a
las escasas simpatías que sienten por el régimen franquista, han decretado el
embargo al estado español de una serie de productos, entre ellos los
hidrocarburos. Como consecuencia de ello se ha tenido que racionar la gasolina
y los vehículos movidos por gasógeno ponen una nota tan arcaica como pintoresca
en las carreteras y calles españolas.
Otra
de las visitas que ha recibido Lapuerta ha sido la de quien, al menos de manera
parcial, fue su discípula durante la guerra: Lolita Sales.
- Don Manuel, que alegría me da volver a
verle. No se lo puede figurar. Tampoco puede llegar a imaginar lo que le he echado
de menos. Usted y el pobre don Domingo han sido de largo los mejores maestros
que he tenido.
- Lolita, hija, me abrumas con tanto elogio. Y
por cierto, ¿cómo sigue tu madre de sus migrañas?
- Mucho mejor desde que la sustituí en la
tienda.
- Y el perillán de Rafael, ¿cómo está?, ¿qué
ha terminado estudiando?
El
rictus que aparece en la boca de la joven le dice al médico que su pregunta no
ha sido la más afortunada, pero ya está hecha.
- Lo dejamos, don Manuel. Un noviazgo por
correspondencia es complicado de llevar y tras mucho discutirlo resolvimos que
lo mejor era no continuar. En cuanto a qué estudia parece que ingeniería
industrial, y digo lo de parece porque según su madre no hace más que holgazanear.
- ¿Sabes qué te digo, niña? Que él se lo pierde.
Siempre creí que formabais una ecuación en la que el miembro de más valía, con
diferencia, eras tú. ¿Y ahora a qué te dedicas?
- Como le he dicho, llevo la tienda y en los
ratos libres dirijo la Sección Femenina.
- Bueno, algo hay que hacer, aunque no sería
honesto por mi parte si no te dijera que tu segunda ocupación no me parece una
buena idea. De todas formas, no hagas demasiado caso de lo que piense un viejo
liberal como yo. A mis ideas les ha pasado lo que a la República española: han
sido barridas por el viento de la historia. Bueno, de la historia y de las
divisiones musolinianas y la Luftwaffwe nazi.
Pese
a las restricciones, Lapuerta sigue reuniéndose con sus amigos ferroviarios en
torno a su remozado aparato de radio, así se enteran de lo que está pasando en
la guerra, porque periódicos y emisoras nacionales son bastante proclives a los
países del Eje y aquellas noticias favorables a los Aliados las disfrazan o
minimizan. El siete de junio de mil novecientos cuarenta y cuatro todas las
emisoras extranjeras emiten la misma noticia: el día anterior los ejércitos
aliados culminaron exitosamente su desembarco en las playas de Normandía. Tras
casi cinco años de cruentos enfrentamientos los Aliados han vuelto a poner los
pies en la Europa continental.
- ¿Dónde está Normandía, don Manuel?
- En Francia, exactamente al oeste del país.
Vamos a verlo en el atlas. Mirar, aquí.
- Eso parece que está cerca de Paris… y Berlín
tampoco está tan lejos – y aunque están solos en la habitación y la puerta está
cerrada, Bonet baja la voz y en un susurro comenta - ¿Saben qué me sopló el
otro día un antiguo compañero de la CNT? Que es casi seguro que cuando los
Aliados terminen con los nazis invadirán España y se cargarán a Franco.
- ¡No caerá esa breva! – exclama Alfredo.
- Lo que les cuento. Al gallego y sus
compinches les quedan cuatro afeitados.
- Menos lobos, Celestino. Primero habrá que
acabar con los alemanes y esos son un hueso duro de roer pese a lo de Normandía.
Y suponiendo que los Aliados terminen con el tercer Reich, habrá que ver qué
hacen después con regímenes como los de Franco – matiza Lapuerta.
- Si ganan la guerra lo que harán será
cargárselo – afirma muy seguro Ballesta.
- Es posible, pero primero veremos que hacen
con los rusos. Y además la política exterior es siempre complicada. Los propios
británicos alardean de que su país no tiene política exterior, sino que más
allá de sus fronteras solo tiene intereses. En ese sentido, Churchill ha dicho
en la Cámara de los Comunes que los problemas internos de España son cosa de
los españoles.
- Bueno, eso serán los ingleses, pero está
por ver lo que hacen los americanos – apunta Ballesta.
- Por el momento se conforman con que el
gobierno repatrie a la División Azul y reduzca o anule las exportaciones a
Alemania de determinados productos como el wolframio.
- ¿Lo que está diciéndonos, don Manuel, es
que los Aliados no harán nada?
- No digo eso. Lo que creo es que en estos
momentos hay una gran incertidumbre sobre lo que ueda pasar al Régimen si
los Aliados, como parece, ganan la guerra.
- ¡Pues me dio usted la noche! – exclama
Ballesta medio en serio, medio en broma.
Al
terminar la audición, ya de camino a sus casas, Ballesta plantea a su compañero
un interrogante que le tiene un tanto desconcertado:
- ¿No me dijiste que este médico era de los
nuestros? Pues a veces parece que habla como si fuera un facha.
- Te lo juro, Alfredo, ni es carca ni cosa
que se le parezca.
- Pues me da la impresión de que no le ha
caído nada bien lo que dije sobre que los Aliados se cargarán a Franco.
- Esta misma conversación la tuve con mi
amigo Aurelio hace años. Él me lo explicó con mucha claridad: decía que don
Manuel no es rojo ni tampoco de estos, es liberal y anglófilo.
- Lo de liberal sé lo que es, pero lo otro
¿de qué coño va?
- Que le caen bien los ingleses.