"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 30 de enero de 2015

Capítulo III. Tirar con pólvora del rey 3.1. Al gallego le quedan cuatro afeitados



   Manuel Lapuerta y Celestino Bonet tienen mucho que contarse, hace más de cuatro años que no se ven.
- ... y sigo teniendo el aparato de galena que usábamos durante la guerra y que me lo dejó Aurelio.
- Siempre fue amigo de sus amigos.
- Pues ya sabe, cuando quiera retomamos la costumbre de juntarnos para escucharla y así nos enteramos de lo qué está pasando de verdad y no las milongas que cuentan los periódicos y las radios nacionales.
- Me parece una buena idea, pero puedes guardar la galena. Me hice con una radio excelente. Es un modelo de la RCA de 1933. Lo repasaron en un taller de Valencia y lo han dejado como nuevo. Prefiero un aparato así porque con él puedo coger emisoras extranjeras y, en cambio, con los modelos que se construyen aquí, como tienen un dial tan corto, solo puedes sintonizar las nacionales. Y para saber lo que pasa los informativos que dan las cadenas de la España nacionalsindicalista de poco sirven, con decir que a las noticias le seguimos llamando el parte, como si aún estuviéramos en guerra, está dicho todo.
- Fenomenal, pero quiero pedirle un favor. Tengo un compañero de trabajo, se llama Alfredo Ballesta y es persona de toda confianza. También fue depurado y suele acompañarme a escuchar la galena. Si en adelante voy a oír su radio se va a quedar descolgado. Lo que quiero saber es si podría invitarle a ir a su casa. Como le digo, respondo de él, es reservado y no dirá una palabra de lo que oiga o hablemos.
- Si tú le avalas, por mí no hay inconveniente. Tráetelo el primer día que vengas.
  
   Bonet y Ballesta están saboreando el excelente café que les ha preparado doña Angustias, la esposa de Lapuerta.
- Es un rato bueno – asegura Alfredo olisqueando el aroma -. No es por hacerlas de menos, pero es mucho mejor que el que preparan nuestras costillas.
- ¡Anda, coño, ya podría!, como que esto es café-café y no el aguachirle que se gastan nuestras parientas – las defiende Celestino.
- Tampoco este cacharro tiene nada que ver con tu galena – dice Ballesta señalando el moderno aparato de radio, del tipo capilla, que hay en el centro de la mesa.
- Y ahora, una copita de coñac – anuncia el médico mientras escancia el licor en tres diminutas copas.
- Don Manuel, como nos siga tratando así nos va a tener aquí de invitados las mil y una noches.
   A Lapuerta no le da tiempo a encender la radio, se han quedado a oscuras.
- Se ha ido la luz – dice Ballesta y, para mitigar la obviedad, añade -. Es posible que sean los plomos.
- Vamos a esperar unos momentos a ver si vuelve – propone el anfitrión.
   Pasan los minutos sin que retorne la electricidad. Angustias llega con un quinqué que proyecta difusas sombras sobre las paredes del saloncito.
- Me parece que esta noche se quedaron sin audición.
- Voy a ver si han saltado los fusibles – Lapuerta hace intención de levantarse, pero su mujer le ataja:
- No te molestes en mirar, Manolo. Todo el pueblo está a oscuras.
   En ese momento los contertulios todavía no saben que han vuelto a implantarse las restricciones eléctricas en todo el país. El gobierno ha tenido nuevamente que adoptar tal medida como consecuencia de la pertinaz sequía y de la escasez de petróleo. Los Estados Unidos, debido a las exigencias que impone la guerra y a las escasas simpatías que sienten por el régimen franquista, han decretado el embargo al estado español de una serie de productos, entre ellos los hidrocarburos. Como consecuencia de ello se ha tenido que racionar la gasolina y los vehículos movidos por gasógeno ponen una nota tan arcaica como pintoresca en las carreteras y calles españolas.

   Otra de las visitas que ha recibido Lapuerta ha sido la de quien, al menos de manera parcial, fue su discípula durante la guerra: Lolita Sales.
- Don Manuel, que alegría me da volver a verle. No se lo puede figurar. Tampoco puede llegar a imaginar lo que le he echado de menos. Usted y el pobre don Domingo han sido de largo los mejores maestros que he tenido.
- Lolita, hija, me abrumas con tanto elogio. Y por cierto, ¿cómo sigue tu madre de sus migrañas?
- Mucho mejor desde que la sustituí en la tienda.
- Y el perillán de Rafael, ¿cómo está?, ¿qué ha terminado estudiando?
   El rictus que aparece en la boca de la joven le dice al médico que su pregunta no ha sido la más afortunada, pero ya está hecha.
- Lo dejamos, don Manuel. Un noviazgo por correspondencia es complicado de llevar y tras mucho discutirlo resolvimos que lo mejor era no continuar. En cuanto a qué estudia parece que ingeniería industrial, y digo lo de parece porque según su madre no  hace más que holgazanear.
- ¿Sabes qué te digo, niña? Que él se lo pierde. Siempre creí que formabais una ecuación en la que el miembro de más valía, con diferencia, eras tú. ¿Y ahora a qué te dedicas?
- Como le he dicho, llevo la tienda y en los ratos libres dirijo la Sección Femenina.
- Bueno, algo hay que hacer, aunque no sería honesto por mi parte si no te dijera que tu segunda ocupación no me parece una buena idea. De todas formas, no hagas demasiado caso de lo que piense un viejo liberal como yo. A mis ideas les ha pasado lo que a la República española: han sido barridas por el viento de la historia. Bueno, de la historia y de las divisiones musolinianas y la Luftwaffwe nazi.

   Pese a las restricciones, Lapuerta sigue reuniéndose con sus amigos ferroviarios en torno a su remozado aparato de radio, así se enteran de lo que está pasando en la guerra, porque periódicos y emisoras nacionales son bastante proclives a los países del Eje y aquellas noticias favorables a los Aliados las disfrazan o minimizan. El siete de junio de mil novecientos cuarenta y cuatro todas las emisoras extranjeras emiten la misma noticia: el día anterior los ejércitos aliados culminaron exitosamente su desembarco en las playas de Normandía. Tras casi cinco años de cruentos enfrentamientos los Aliados han vuelto a poner los pies en la Europa continental.
- ¿Dónde está Normandía, don Manuel?
- En Francia, exactamente al oeste del país. Vamos a verlo en el atlas. Mirar, aquí.
- Eso parece que está cerca de Paris… y Berlín tampoco está tan lejos – y aunque están solos en la habitación y la puerta está cerrada, Bonet baja la voz y en un susurro comenta - ¿Saben qué me sopló el otro día un antiguo compañero de la CNT? Que es casi seguro que cuando los Aliados terminen con los nazis invadirán España y se cargarán a Franco.
- ¡No caerá esa breva! – exclama Alfredo.
- Lo que les cuento. Al gallego y sus compinches les quedan cuatro afeitados.
- Menos lobos, Celestino. Primero habrá que acabar con los alemanes y esos son un hueso duro de roer pese a lo de Normandía. Y suponiendo que los Aliados terminen con el tercer Reich, habrá que ver qué hacen después con regímenes como los de Franco – matiza Lapuerta.
- Si ganan la guerra lo que harán será cargárselo – afirma muy seguro Ballesta.
- Es posible, pero primero veremos que hacen con los rusos. Y además la política exterior es siempre complicada. Los propios británicos alardean de que su país no tiene política exterior, sino que más allá de sus fronteras solo tiene intereses. En ese sentido, Churchill ha dicho en la Cámara de los Comunes que los problemas internos de España son cosa de los españoles.
- Bueno, eso serán los ingleses, pero está por ver lo que hacen los americanos – apunta Ballesta.
- Por el momento se conforman con que el gobierno repatrie a la División Azul y reduzca o anule las exportaciones a Alemania de determinados productos como el wolframio.
- ¿Lo que está diciéndonos, don Manuel, es 
que los Aliados no harán nada?
- No digo eso. Lo que creo es que en estos momentos hay una gran incertidumbre sobre lo que ueda pasar al Régimen si los Aliados, como parece, ganan la guerra.
- ¡Pues me dio usted la noche! – exclama Ballesta medio en serio, medio en broma.

   Al terminar la audición, ya de camino a sus casas, Ballesta plantea a su compañero un interrogante que le tiene un tanto desconcertado:
- ¿No me dijiste que este médico era de los nuestros? Pues a veces parece que habla como si fuera un facha.
- Te lo juro, Alfredo, ni es carca ni cosa que se le parezca.
- Pues me da la impresión de que no le ha caído nada bien lo que dije sobre que los Aliados se cargarán a Franco.
- Esta misma conversación la tuve con mi amigo Aurelio hace años. Él me lo explicó con mucha claridad: decía que don Manuel no es rojo ni tampoco de estos, es liberal y anglófilo.
- Lo de liberal sé lo que es, pero lo otro ¿de qué coño va? 
- Que le caen bien los ingleses.