"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 31 de marzo de 2017

Capítulo 24. Nueva pista: buscar a un aficionado al béisbol.- 118. El béisbol, deporte muy minoritario en España



   Blanchard, visto el frontal rechazo de Atienza a la posibilidad de que los jubilados amigos de Grandal sigan investigando el robo del tesoro, llama al comisario y le pide que le dé unos días para  pensarse si les ayuda y que en cuanto hay tomado una determinación se lo comunicará. Grandal les cuenta a sus amigos la postura del policía francés.
- Ya sabía yo que con un gabacho no iríamos a ninguna parte. Los franchutes desde que les dimos para el pelo cuando lo de la Guerra de la Independencia no pueden tragarnos. ¡Menudos pájaros! – Ponte no puede ocultar la animadversión que siente por el galo.
- ¿Y se puede saber para qué coño necesitamos al francés? No hemos necesitado a nadie en las anteriores investigaciones y tampoco lo necesitamos ahora – afirma Álvarez muy seguro de lo que dice.
- Estoy con Luis, para buscar al tal Efraím no necesitamos a nadie.
   Grandal trata de hacerles comprender que buscar al colombiano puede conllevar algún tipo de riesgo. Los sicarios de los narcos son gente peligrosa, de los que disparan primero y preguntan después. Como no acaba de convencerles, intenta al menos reconducir la situación.
- Os propongo algo a ver qué os parece. Está a medio camino entre una exploración a fondo y no hacer nada. Y desde luego para ello no necesitamos ni a Blanchard ni a nadie. Lo que sugiero es que podríamos ir cualquier día de estos a un lugar al aire libre en el que, según el artículo del ABC que recuperó Amadeo, se suelen reunir los colombianos. Me refiero a la estación de metro de Colombia. Además, no tendríamos que gastarnos ni un euro. 
   La ladina propuesta de Grandal encuentra una favorable acogida entre los vejetes.
- Hombre, eso me retrotrae a cuando íbamos en metro tras algunos empleados del Museo de América sospechosos de ser cómplices de los ladrones – rememora Álvarez.
- Y a mí me recuerda mi metedura de pata cuando me puse aquel ridículo sombrero tirolés cuando seguía los pasos del pobre Obdulio Romero, que Dios tenga en su seno – evoca Ballarín.
- Mañana os espero en casa y analizamos la inmediata investigación. El que tenga un plano del metro que lo traiga.
   Al día siguiente, a media mañana, se reúnen los cuatro amigos para planear su gira. Ballarín ha traído un plano de bolsillo del metro de Madrid.
- Espero que esto sirva – se justifica.
- Es más que suficiente – acepta Grandal -. ¿En qué línea está la estación de Colombia?
   Ballarín, que además de haber suministrado el plano parece que se ha estudiado el asunto a fondo, da la respuesta:
- Es una estación en la que se cruzan dos líneas: la nueve, que va de Paco de Lucía, en el norte, a Arganda del Rey, en el sudeste, y la ocho que enlaza Nuevos Ministerios con la terminal cuatro del Aeropuerto de Barajas. La estación está situada bajo la calle de Príncipe de Vergara, entre la plaza de la República Dominicana y el principio de la calle Colombia. Toda esa zona pertenece al distrito de Chamartín.
- Bueno, pues cuando queráis nos acercamos hasta allí. ¿Qué día os viene mejor que vayamos?
- Creo que tendría que ser un jueves o un sábado. Una chica ecuatoriana que tuvimos en casa decía que uno de esos días es cuando solían reunirse sus compatriotas. Supongo que con los colombianos pasará lo mismo - explica Álvarez.
- Mañana es jueves. ¿Qué tal si vamos mañana por la tarde? –    propone Grandal. Y así quedan.
   Al día siguiente por la tarde, el grupo de jubilados coge, en la estación de Arguelles, la línea seis del metro, la conocida como circular, hasta la estación de Nuevos Ministerios donde hacen transbordo a la línea ocho cuya primera estación es Colombia. Salen a la calle por la plaza de la República Dominicana y recorren un par de manzanas de las calles Príncipe de Vergara y Colombia. La gente entra y sale del metro como en todas partes y no ven ningún grupo que tenga pinta de estar reunido o que pueda estar formado por sudamericanos. Para hacer tiempo, entran en un bar y se toman unos cafés. Preguntan al camarero que si por allí suelen reunirse latinoamericanos. La única respuesta que consiguen es:
- A veces.
   Y es todo lo que le sacan al lacónico camarero.
   Mientras el cuarteto se vuelve a sus pagos con el rabo entre las piernas, Blanchard ha recibido noticias de su amigo en la Embajada de Francia en Bogotá, quien le remite una copia de la ficha policial de Efraím Gomes Restrepo, de veinticuatro años y natural de Jamundi, Departamento del Valle del Cauca. El tal Efraím, pese a su juventud, tiene un jugoso historial. Se le imputan delitos de tráfico ilegal de narcóticos, daños a terceros, intento de secuestro y atracos a mano armada. También se sospecha que ha podido participar en algunos arreglos de cuentas con resultado de varias muertes, aunque esto último no se le ha podido probar. Se le considera un sicario del cártel de los Varelas y al que en los últimos meses la policía colombiana le ha perdido la pista. Entre los variados detalles que complementan su ficha figura uno que llama la atención de Blanchard: es un fanático seguidor del club de béisbol Los Caimanes de Barranquilla, ciudad en la que pasó parte de su niñez. Cuando el inspector francés les pasa a sus colegas hispanos la ficha del colombiano, Bernal es el primero en lamentar que un dato como ese llegue demasiado tarde.
- Hace tan solo unas semanas hubiéramos dado cualquier cosa por esta información y ahora tenemos que limitarnos a archivarla. ¡Manda cojones!
- Así es esta jodida profesión, colega – le consuela Atienza.
   Blanchard no comenta nada. Ha quedado patente lo que sus colegas van a hacer con el historial del sicario colombiano: nada. Es consciente de que no pueden hacer otra cosa, pero él no se ha tomado tantas molestias para que el asunto termine allí. Quizá la gente de Grandal pueda sacarle partido.
- Comisario, soy Blanchard, tengo algo para usted, ¿cuándo podemos vernos?
   Esa misma tarde, el francés se reúne en una cafetería de la Gran Vía con Grandal y le entrega una copia de la ficha policial de Efraím Gomes Restrepo. El excomisario, tras leerla, comenta:
- Un buen pájaro. Y debió comenzar su andadura muy joven porque con los pocos años que tiene y hay que ver con que historial cuenta el gachó.
- ¿Van a hacer algo con esto? – quiere saber el galo.
- Lo de que van a hacer, ¿significa que usted no nos va a acompañar en la búsqueda de este tipo?
- Así es. Lo he pensado mucho y creo que es mejor que no vaya con ustedes. Tengo dos poderosos motivos: por un lado, no desobedecer a mis superiores y por otro no traicionar a mis colegas. Si ustedes hacen las cosas como es debido, la investigación no debería depararles riesgo alguno. ¿La ficha le ha aportado alguna pista de dónde buscar al colombiano?
- Sabe perfectamente que sí – es la escueta respuesta de Grandal.
- ¿El béisbol? – inquiere Blanchard, en un interrogante que suena más a afirmación que a pregunta.
- El béisbol – confirma lacónicamente el excomisario.
- ¿Se juega al béisbol en España? – pregunta extrañado el francés.
- No soy un gran experto deportivo, pero hasta donde sé, que en estos momentos no es demasiado, puedo decirle que el béisbol tiene escasa implantación en España y, posiblemente solo lo practican jugadores amateurs, pero haberlo haylo, como diría un gallego.
   En cuanto Grandal se ha despedido del francés se apresura a wasapear a sus cuates, como a veces les llama Chelo a quien le encantan los mejicanismos. El texto es breve: Mañana, 11 h, reunión en casa. Tenemos trabajo. Enviado el WhatsApp, y tras pensarlo, les envía un segundo: Buscar en internet béisbol en España.
   Al único de los tres cuates que le hace tilín al leer lo del béisbol es a Álvarez. Cuando estudiaba económicas en la Complutense jugó en el equipo de rugby del Colegio Mayor Cisneros, bien que casi siempre de reserva. En la década de los sesenta, todo lo que no fuera el fútbol era considerado como una rareza entre la juventud española. Por eso, aquellos españolitos que practicaban o que les gustaban otros deportes tenían que reunirse para hablar de ellos en lugares específicos donde no les considerasen unos tipos raros. Uno de esos lugares era un bar regido por un cubano que había en la calle de Hermosilla, en pleno barrio de Salamanca. Y allí conoció a algunos de los pioneros del béisbol español que por aquel entonces constituía una rareza mucho mayor que el rugby. Bucea en su memoria, pero no recuerda el nombre de ninguno de aquellos esforzados beisbolistas.
- Bien – dice Álvarez en voz alta -, habrá que ver lo que dice la red del béisbol en España.