El dilema de contratar o no a
extranjeros sin papeles lo resuelve el señor Francisco en cuanto le pregunta a
su capataz qué haría él. Dimas parece tenerlo claro:
- Jefe, yo nunca pregunto al personal cómo está contratado y sí tienen
papeles o no. Eso no es de mi competencia. Bastante tengo con que acudan todos
los días al tajo y cumplan con su horario y su tarea. Y no me importa si son
del país o vienen de las quimbambas, mi obligación es que las instalaciones se
hagan cómo están en plano y cumpliendo las fechas previstas.
- No te enrolles, Dimas, que casi pareces un político. Lo que te
pregunto es si te reafirmas en que necesitas más gente.
- Repito lo que he dicho, si los montajes han de estar acabados en las
fechas que quiere el arquitecto, sí señor, necesito más personal.
- Bueno, pues esa respuesta decide la cuestión. Vuelve donde Medina y
explícale la clase de gente que necesitas y que los busque cagando leches. Si
tienen permiso de trabajo, mejor, si no pues que los contrate igualmente. Eso
sí, apretarles las tuercas para que nos salgan lo más baratos posible. Y
entre Medina y tú aleccionarlos un poco
por si llegan los cabrones de la inspección.
En el tajo ocurre lo mismo que
en el pueblo, que todo se acaba sabiendo. En seguida se corre la voz de que el
patrón ha ordenado que se contraten extranjeros, aunque no tengan permiso de
trabajo, y que todos estén atentos por si llega una inspección.
- Señor Dimas – al ver el gesto del capataz Sergio se apresura a
rectificar -, perdón, Dimas ¿por qué el señor Francisco le tiene tanto miedo a
la inspección de trabajo?
- Eso no te lo enseñaron en la universidad, eh – se burla el capataz -.
Pues porque todos los trabajadores han de ser legales. Si los inspectores cogen
a gente sin papeles levantan un acta y te ponen una multa por cada persona que encuentran
en la empresa trabajando de manera irregular.
- Antes de que actúe la inspección habría que solucionar el problema de
los emigrantes en situación irregular – afirma Sergio como muy convencido -.
¿Por qué no hay gente que lo denuncie?
- ¿Pero de qué guindo te has caído, muchacho? ¿A quién coño puede
interesar denunciar a un currante sin papeles? Si eso sucede, lo que se
consigue es que el extranjero se quede sin trabajo y la policía tiene que
tramitar el expediente de expulsión del irregular. ¿Quién gana con todo eso?
Nadie.
- Bueno, ganan los derechos humanos de los emigrantes – afirma Sergio
muy en plan de hombre concienciado con los derechos civiles.
- Has de aprender mucha gramática parda, chaval. Eso de los derechos
humanos queda muy bien en los papeles y para el bla, bla, bla de los políticos,
pero a la pobre gente que se ve forzada a emigrar no les da de comer. Con la
urgente necesidad de mano de obra barata que tenemos en los tajos a nadie
interesa remover el asunto de si los extranjeros son legales o están aquí de
extranjis. Las empresas presionan, las comunidades autónomas hacen como que no
se enteran y los partidos políticos, los sindicatos y el gobierno miran a otra
parte. Yo no soy más que un currante, pero lo veo tal y como te cuento. Por
otra parte hay que considerar que a los sin papeles les pagan poco, pero al
menos tienen un trabajo que en su país no tenían.
- Tu argumentación, Dimas, me parece propia de un capitalista de lo más
duro y lo de que todo el mundo se llama andana ante el problema no es cierto. El
otro día oí en la tele a un líder sindical que denunciaba la situación de los
inmigrantes irregulares.
- Hombre, eso está en su papel, pero lo hacen con la boca chica, a la
hora de la verdad callan y, ya sabes, el que calla otorga. Y un consejo,
chavea, esas ideas tuyas sobre los pobrecitos extranjeros no vayas largándolas
por ahí porque no ganarás muchos amigos. Y ten en cuenta algo que te afecta: si
el Francisco nos paga un buen dinero es porque a los moros que tiene les paga
mucho menos. O sea que ¡ojo al cristo que es de plata!
Las empresas no parecen tener
problema alguno de xenofobia. A la hora de contratar a inmigrantes no hacen
distingos por razón de origen, raza o de cualquier otra clase de condición. Lo
que valoran es su capacidad de trabajo y su nula voluntad de protestar sobre
las condiciones laborales a que se ven sometidos. Otra cosa diferente es como
les tratan los compañeros del país. Suele haber de todo, como en botica.
Precisamente, Dimas tiene entre manos un problema de ese tipo con uno de sus
oficiales que hace de cabeza de una de las cuadrillas.
- Oye, Correa, me tienes hasta los cojones, ¿qué coño es eso de que no
quieres trabajar con el mojamed nuevo que hay en tu cuadrilla? ¿Tú que crees,
que esto es un casino de pueblo de los de antes en el que solo podían entrar
los tipos que olían a rosas?
- Mira, Dimas, yo trabajo con todo el mundo, sea moro o chino, pero lo
que no aguanto es tener que soportar a un tío que huele peor que una
cochiquera. El mojamed ese no debe de haberse lavado los bajos desde que tomó
la primera comunión.
- Para empezar, los moros no toman la comunión y, para terminar, aquí el
que decide quienes curran o no soy yo. O sea que no me busques las cosquillas
porque no estoy para milongas. Y si no estás de acuerdo la puerta la tienes
abierta.
- Me caguen la puta, Dimas, hay que ver cómo te pones. No es para tanto.
Lo único que quiero es que ese tío se lave de vez en cuando, tampoco es pedir
demasiado.
- Bueno, ya le daré un toque, pero no quiero más excusas ni más gaitas.
De lo que te has de preocupar no es del moro de los cojones, sino de darle aire
a tu gente y que se ponga al día de una puta vez que vais más lentos que las
tortugas.
El magrebí de quien se queja
Correa es cierto que huele mal. Otra cosa sería imposible en su situación.
Convive con un grupo de trabajadores de las obras del Torreón en el que, además
de marroquíes y argelinos, también hay subsaharianos. Habitan una caseta rural
en la que no hay luz ni agua corriente. Cuando necesitan agua han de ir a
buscarla a una vieja noria que está a unos ochocientos metros. Para iluminarse
por la noche usan unos antiguos quinqués de petróleo y cocinan sus viandas en
un camping gas. Es una auténtica comuna en las que sus moradores comparten gastos
y tratan de seguir adelante como buenamente pueden. En esas condiciones, la
higiene personal es algo difícil de llevar a cabo medio decentemente.
Como el díscolo
Correa sigue planteando problemas con el peón marroquí, porque esa es su
nacionalidad, Dimas encuentra una solución: cambia al magrebí de cuadrilla y lo
envía a la que trabaja Sergio. Puesto que se ha dado cuenta de que el joven,
además de un excelente oficial, es buena gente y tiene mano izquierda, le
encomienda un discreto tutelaje del norteafricano.
- Sergio, me vas a hacer un favor.
- Usted dirá, señor Dimas.
- Cuántas veces tendré que decirte que me hables de tú y que
aquí solo llamamos señor al Francisco.
- Perdona, Dimas, es la costumbre. Pues no me he ganado
broncas ni nada de mi padre por tutear a las personas mayores.
- Bueno, a lo que iba. Bachir, el moro que acabo de acoplar
a tu cuadrilla, parece que no es muy dado a los lavatorios y no huele
precisamente a nardos, pero aquí estamos a lo que estamos y no en un baile de
señoritas. Te cuento esto por si se tercia de que alguien le ponga mala cara o
vaya con el cuento de que huele a mierda. Tú has estudiado y tienes palabrería
más que suficiente para dar una larga cambiada al que quiera buscar pendencia
con el morito. Confío en ti.