En
la charla de la siguiente semana sobre el boom inmobiliario en Senillar, el
profesor Tormo continúa con su exposición:
- Los cambios que se han producido en España
han creado una suerte de revolución socioeconómica originada por variadas
causas, pero la principal es el boom del ladrillo. Senillar es un ejemplo. Éste
era el clásico pueblo de la huerta valenciana con una economía basada en la
agricultura y, en una mínima parte, en los servicios. Un municipio con un pobre
y rígido mercado laboral que obligaba a muchos jóvenes a salir del pueblo para
conseguir un puesto de trabajo. Todo eso es historia. Al igual que en buena
parte del país el auge de la construcción se ha convertido en la locomotora que
tira de todo lo demás. Desde hace algún tiempo nuestro pueblo lleva camino de
convertirse en un centro de vacaciones de sol y playa y para eso hacen falta
apartamentos, viviendas unifamiliares, adosados, hoteles; en fin, inmuebles.
Aprovechando que el conferenciante hace una pausa para beber, uno de los
asistentes, un viejo con gafas como culos de botella, interviene:
- A mí lo que me gustaría saber es qué
efectos producirá en el pueblo tanta construcción.
- ¿Efectos que producirá? Ya se están
produciendo. El paisaje está cambiando, donde había huertos ahora hay
edificios. El pueblo casi ha duplicado su población. De una sucursal bancaria
se ha pasado a cinco. Donde no había una sola agencia inmobiliaria se ha
superado la docena. La oferta de puestos de trabajo se ha incrementado, algo
que es bueno, aunque el trabajo adolece de los defectos propios del sector
turístico. Resumiendo, Senillar ha pasado de ser una sociedad rural a una
semiurbana, de vivir de una economía agraria a otra basada en la construcción y
el turismo, de tener un suelo rural a otro urbanizable… Y luego están las
consecuencias que podríamos denominar intangibles: son muchos los jóvenes que
dejaron los estudios para trabajar en la construcción, el dinero corre
generosamente, la gente gasta sin tino y se endeuda alegremente… y una larga
retahíla de efectos que harían la explicación interminable. ¿Alguna duda?
Lo
que formula Sergio no es una duda sino una pregunta que escapa a los contenidos
del ciclo:
- Y en ese boom inmobiliario ¿cómo puede
influir la victoria del PP en las recientes elecciones generales?
- Bueno… - Tormo
vacila, no esperaba la pregunta -, eso está fuera del contenido de las charlas,
pero de todas formas te contesto: no lo sé. Indudablemente, el hecho de que en
los próximos cuatro años rija el país un gobierno conservador cambiará el
discurso político, pero me da en la nariz que respecto a la política urbanística
las cosas seguirán como están e incluso es posible que se incrementen. El
ladrillo es un señor muy poderoso y los políticos, sean del PSOE o del PP, le
rinden pleitesía.
En
la siguiente charla, casi antes de que Tormo tenga ocasión de entrar en faena,
Sergio le plantea la primera pregunta:
- Me gustaría que nos explicaras – al
principio hablaba al conferenciante de usted, atavismo de su formación, pero el
profesor insistió en que le tuteara - como se lleva a cabo el proceso de
conversión de terreno rústico en urbanizable.
- Bueno, no soy un experto en temas
urbanísticos, pero algo sé. Imaginemos dos escenarios distintos. El primero,
una localidad en la que se han agotado los solares y hacen falta viviendas. El
segundo, otra en la que, pese a que no se necesitan nuevas viviendas, el
Ayuntamiento resuelve, consultando o no a sus ciudadanos, impulsar la
construcción inmobiliaria. Si ambos casos se dieran en nuestra región, el
consistorio podría servirse de una norma de la Generalitat del noventa cuatro
que regula el proceso urbanístico. La corporación municipal, ante la demanda en
un caso y la decisión política en el otro, escoge una zona rústica; es decir,
un sector compuesto generalmente por campos de regadío, de secano, eriales,
etcétera, y la convierte en zona urbana. Una vez seleccionados los terrenos se
expone toda la información relativa a los mismos para su aprobación por el
Ayuntamiento. A ese proceso se le conoce como Plan General de Ordenación
Urbana, más conocido por sus siglas PGOU. Transcurrida la etapa de información,
los plazos de presentación de alegaciones y demás requisitos, si todo está de
acuerdo a derecho, se aprueba el proyecto y se procede a la realización de un
PAI. Aunque tampoco es necesario que haya un PGOU para que se apruebe un PAI.
Esta vez, en lugar de Sergio, es otro asistente el que se anima a
preguntar:
- ¿Qué es eso del PAI?
- Significa Plan de Actuación Integrada. En
síntesis, es la planificación de los terrenos que se van a urbanizar. Todos los
terrenos existentes, salvo aquello que pueda estar protegido, desaparecen como
propiedades diferenciadas y se unifican en un solo lote, para que me entendáis
en una sola finca, con el fin de redistribuirlo. Entonces la superficie
unificada se distribuye en parcelas separadas por viales.
- De eso del PAI, que nos está explicando el
Pascual, os podía contar yo un sucedido que es como para mear y no echar gota –
dice un vejete.
- Anda, Blay, cuéntanoslo – le anima un
compañero sentado a su vera.
- Me tendría que dar permiso el Pascual –
puntualiza el viejo, muy circunspecto, dirigiéndose a Tormo.
- Adelante con su historia tío Blay – le
anima Pascual.
- Más que historia es un rosario de
tribulaciones – precisa el tío Blay -. Pues veréis, mi cuñado Fernando me dijo
un día que en la partida del Bordar, donde tenía un huertecillo en el que
mataba las mañanas, iban a construir una urbanización y que me expropiarían la
finca que heredé de mis padres, que en paz descansen. No le hice mucho caso
porque es muy dado a la cháchara, pero cuando empecé a ver gente que iba
midiendo y tomando nota de los lindes me lo repensé. Fui al Ayuntamiento y me
dijeron que, en efecto, se había aprobado un PAI para aquel sector.
- Pero, tío Blay, al ser usted uno de los
afectados tendrían que haberle consultado antes, en la fase de redacción
técnica del plan – le interrumpe Tormo.
- Algo parecido les dije, que por qué no me habían
informado antes. Su respuesta fue que lo del PAI se había puesto a exposición
pública en el Ayuntamiento y que el plazo para reclamar había pasado. ¡Cómo si uno
no tuviera otra cosa que hacer que ir a ver el tablón de anuncios! Pero hay
más, han tasado la finca por debajo de su valor real. Por otra parte, y según
los que saben de esto, la empresa urbanizadora ha presentado un presupuesto
como si fuera a urbanizar en medio de la Plaza Mayor. Un presupuesto tan
exagerado supone que la cuota de urbanización para cada propietario va a ser
muy alta, tanto que muchos no vamos a poder pagarla.
Sorprendentemente quien pregunta, dirigiéndose a Tormo, es una de las
pocas mujeres asistentes:
- ¿Se ha de pagar mucho? De eso de la cuota
de urbanización, digo.
- A priori es complicado dar una cifra pues
depende de las dificultades que haya en la zona – Tormo sabe que entra en un
terreno resbaladizo y opta por no dar cifras concretas -. A más obstáculos para
urbanizar más habrá que pagar. A propósito, antes se me olvidó decir que una
vez finalizadas esas fases se procede a distribuir las parcelas en función de
los metros que aportó cada propietario en su día.
- Esa es otra – añade el tío Blay, quien se
va calentando a medida que explica lo sucedido -. De cada parcela edificable,
la empresa que urbaniza se ha quedado casi la mitad, o sea que además de
dejarme sin huerto encima el terreno urbanizado que me devuelven es mucho más
pequeño que antes.
Son
muchos los asistentes que acompañan las últimas palabras del tío Blay con
comentarios reprobatorios sobre la manera en que se ha producido el proceso
urbanizador que ha castigado a su convecino. Visto que aquello no hay quien lo
pare, Tormo decide dar por finalizada la sesión.