Tras
el cierre del almacén de materiales para la construcción que montaron los padres
de Rafael Blanquer y los de su esposa, Pepita Arnau, la joven pareja se
enfrenta al problema de cómo ganarse la vida. Ambas familias tienen muchas
fincas y otros bienes raíces, pero Pepita no quiere oír hablar de trabajar en
algo que suponga ensuciarse las manos. En cuanto a Rafael, como no se cansa de
repetir su madre inflando la realidad, un chico que es medio ingeniero no se va
a poner a trabajar en una ocupación que no esté a la altura de sus
merecimientos.
Después
de muchos conciliábulos, ambas familias se ponen de acuerdo para montar a sus
vástagos una tienda de artículos de regalo. El establecimiento es el único del
pueblo en su género. No tiene competencia, pronto descubren por qué. Dadas las arcaicas
costumbres locales y la escasa capacidad adquisitiva, los clientes entran a
cuentagotas. El fracaso es sonado. Los padres de los recién casados no se
desaniman y, tras un detenido estudio sobre el comercio local, les ponen una
perfumería. En el pueblo no hay ninguna, lo más parecido que existe es la vieja
tienda del tío Recaredo, una mezcla de droguería, ferretería y mercería y en
donde la prisa es materia prohibida. La joven pareja parece muy ilusionada con
el establecimiento, es con mucho el más moderno y elegante del pueblo. En las
primeras semanas, da la impresión de que Pepita ha encontrado el trabajo de sus
sueños. Atiende a las clientas como si toda la vida la hubiese pasado tras un
mostrador. Hasta da el pego de ser toda una experta en la materia.
- ¿Y qué perfume me
aconsejas? – pregunta la clienta de turno.
- Maderas de Oriente,
no lo dudes. Es de Myrurgia y huele de categoría. Fíjate si será bueno que lo
usa Amparito Rivelles. No te digo más.
- Pepita, necesito un
jabón de olor para mi chica que se va a casar, ¿cuál me recomiendas?
- Heno de Pravia, es
uno de los mejores.
- Es muy caro, ¿no
tienes otro un poco más barato?
- Prueba el de La
Toja, vale algo menos, pero también es de categoría.
- ¿Tenéis cepillos de
dientes?
- Eso en la farmacia.
La ilusión de la pareja por la perfumería
dura lo que ambos tardan en cansarse de tener que abrirla y cerrarla
diariamente. Los padres no accedieron a que contrataran a una dependienta y la
han de atender ellos. Pepita nunca trabajó y, pasadas las primeras semanas, lo
de tener la diaria obligación de atender la tienda le resulta fatigoso. Con la
excusa de que ha de cuidar al bebé, trata de que sea Rafael quien se ocupe del
establecimiento, pero su marido arguye que vender perfumes y mejunjes para
mujeres no es trabajo propio de un hombre que se vista por los pies y se niega
tajantemente a ocuparse del negocio, solo está dispuesto, al finalizar la
jornada, a hacer caja que para eso sabe muchas matemáticas. El resultado no
podía ser otro: en pocos meses, y visto el fracaso de las ventas, no les queda
otra que cerrar la tienda.
Los Blanquer discuten sobre cómo encontrar
un negocio en el que su hijo se sienta cómodo.
- Antonio, así no
pueden seguir. Nuestra nuera no sirve para nada – se lamenta Maruja.
- No le culpes solo a
ella – la contradice su marido -, la culpa es de los dos. Es verdad que Pepita
no sabe hacer nada, parece la reina de Inglaterra, pero él no le ayuda ni
pizca. Así no hay manera de sacar ningún negocio adelante.
- Estoy de acuerdo
contigo… en parte. Mientras sean negocios que los tenga que atender Pepita no
harán nada. Esa chica no sería capaz de vender un vaso de agua a un sediento.
Es lo más corto que han parido madres.
- No deberías de hablar
así de tu nuera porque nuestro hijo también tiene su aquel. Estoy todavía por
verle que se ponga detrás del mostrador.
- ¡Hasta ahí
podríamos llegar! ¿Te olvidas que es bachiller superior y con el ingreso
aprobado en la Escuela de Ingenieros? No le hemos dado todos esos estudios para
que termine como un vulgar tendero.
- Ser tendero es una
profesión respetable y a Rafael no se le deberían de caer los anillos por
serlo. De algo han de vivir o ¿es qué estás dispuesta a que vivan a nuestra
costa y a la de nuestros consuegros?
- Por supuesto que
no, pero a lo que me niego es que Rafael acabe siendo un tendero. Un chico que
es medio ingeniero. Seríamos la rechifla del pueblo. Pues no se iba a reír más
de una que yo me sé.
Azuzada por su marido, Maruja intenta
convencer a su hijo de que la situación es insostenible y hay que ponerle
remedio.
- Hijo, así no
podemos seguir – Más que un reproche las palabras de Maruja suenan como un
lamento.
- La culpa no es mía,
mamá. Ya os lo predije. Mientras os empeñéis en ponernos negocios que tenga que
atenderlos mi mujer no haremos nada. Serán un fracaso. ¿O es que todavía no te
has enterado de que tu nuera es tonta del culo? No sería capaz de venderle ni
un cucurucho de altramuces a un chaval.
- No hables así de la
madre de tu hijo. ¿Qué pensaría la gente si te oyera? Ya sé que no es muy
despabilada, por eso lo que tienes que hacer es ayudarla.
- ¡Hasta ahí
podríamos llegar! ¿Te olvidas de que soy bachiller superior y con el ingreso
aprobado en la Escuela de Industriales? No me habéis dado todos esos estudios
para que termine como un tendero de tres al cuarto.
- Pero de algo tenéis
que vivir. No podéis estar mano sobre mano. Sois demasiado jóvenes para vivir
de la sopa boba.
- No te digo que no
tengas razón, pero a lo que me niego es a terminar tras un mostrador. Por ahí
no estoy dispuesto a pasar.
- Y si no ponemos una
tienda, ¿qué vamos a hacer? En el pueblo hay pocas posibilidades de montar
cualquier otra clase de negocio.
- Ya se os ocurrirá
algo, pero de estar tras un mostrador, rien
de rien.
Los
Arnau también discuten sobre el futuro de su hija y los problemas ocasionados
por los distintos y fracasados negocios.
- Si llego a
sospechar que Rafael era tan vago no hubiera dejado que se casara con la niña.
- A mí, nuestro yerno
siempre me pareció un chuleta y encima es de los que no le dan un palo al agua.
- Metimos bien la
pata casando a la niña con ese haragán, pero ya no tiene remedio. Ahora lo que
hay que hacer es encontrar una solución. Esta misma noche voy a ver a la
Maruja.
Ambas consuegras mantienen una agria discusión sobre quien de los dos
cónyuges es culpable del desaguisado. Tras calmarse, concluyen que ambos tienen
su parte de culpa y lo que ahora se impone, en vez de seguir echándose en cara
el fracaso, es encontrar una salida a la situación, no hay otra que buscarles
una ocupación a los chicos. Lo primero que deciden es traspasar la perfumería
para no seguir perdiendo dinero. Lo segundo es pensar qué clase de negocio
deberían montar que se ajustase a dos condiciones: que fuera atendido solamente
por Rafael y que éste no tuviese que ponerse tras un mostrador. Es Antonio
quien encuentra la solución. El Gobierno ha decretado el fin del racionamiento
de artículos de primera necesidad como el pan, el aceite y la carne, y ese
cambio produce, entre otros efectos, que muchos establecimientos comerciales
necesiten llevar una contabilidad que anteriormente, con las cartillas de
racionamiento, no era precisa. A ello le añade una idea que se le ocurrió
cuando tuvo que hacerse un seguro. Van a montarles a los chicos una gestoría
administrativa en la que se llevará a cabo un poco de todo: tramitar
documentos, llevar contabilidades, cumplimentar cualquier tipo de solicitudes y
representar a la compañía de seguros La Unión y El Fénix, una de las empresas
del ramo más importante del país. Antonio le vende el proyecto a su hijo
haciéndole ver que es un trabajo adecuado para un hombre de su preparación, por
supuesto sin mostrador alguno, que no resultará excesivamente laborioso y,
además, no va a tener competencia. Naturalmente, lo atenderá solamente él, su
mujer no está capacitada para unas tareas que exigen conocimientos de los que
está ayuna.
Unas
semanas después, Fina le cuenta a Lola la última novedad en el pueblo:
- ¿Sabes que Rafa ha montado un nuevo
negocio? Se llama Gestoría y Correduría de Seguros Blanquer.