"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 19 de enero de 2016

10.10. Una pelea a cara de perro



   Tras la entrevista con su amigo Germán en la que le pidió que tratase de influir ante el Gobernador Civil para que le nombrase para un cargo en Valencia, José Vicente le cuenta a Lola la conversación que ha mantenido con su amigo y conmilitón, pero con una sustanciosa variante: le dice que el Jefe Provincial le ha ofrecido la posibilidad de ser designado para un prometedor cargo en cuestión de semanas y poco menos que le ha forzado a aceptarlo. En el fondo no es más que una añagaza para probar como responde su mujer ante la posibilidad de tener que irse del pueblo. La reacción de Lola le produce más zozobra si cabe.
- No me habías dicho nada de que quieres que nos volvamos a ir a Valencia.
- ¿Cómo que nos volvamos a ir? ¿Me quieres decir cuándo nos fuimos?
- Me refiero a que ya quisiste que nos marcháramos.
- Eso se ajusta más a la verdad. A ver si consigo explicártelo de forma que me entiendas sin montar un drama. Aquí ya no vamos a conseguir más de lo que tenemos. Lo único que el futuro puede depararnos es más de lo mismo. En la ciudad, en cambio, las posibilidades de mejorar en todos los órdenes van a ser muchas y prometedoras. No estoy dispuesto a seguir siendo el tuerto en un pueblo de ciegos. En la anterior ocasión, en que tuvimos en nuestra mano la posibilidad de mejorar, te hice caso y me quedé, pero ahora estoy decidido a aceptar el ofrecimiento. Si me quieres, si deseas que nuestra hija tenga un futuro mejor, la única salida es irnos. Y ahora parece que se va a presentar la ocasión para ello. Oportunidades así han de cogerse al vuelo.
   Lola vuelve a adoptar la misma postura que cuando lo de la oferta de dirigir la Obra Sindical de Educación y Descanso, hasta utiliza parecidos argumentos que José Vicente rebate uno tras otro. Después de una larga discusión, que ha ido subiendo de tono y agriándose, Lola quema sus naves.
- Mira, José Vicente, podrás pintarlo como quieras, pero no estoy dispuesta a irme del pueblo.
- La mujer debe ir adónde vaya su marido. Es su obligación.
- Aquí nací, aquí he vivido y aquí pienso seguir – es la tajante respuesta de Lola.
- ¿Es tu última palabra?
- Sí.
- ¿Y estás dispuesta a quedarte, no solo sin tu marido, sino también sin tu hija?
- ¡No te irás a llevar a la niña! – salta Lola como una leona.
- Por supuesto que me la llevaré. En la ciudad va a tener futuro, aquí ninguno.
- La niña debe de estar con su madre. Es ley natural.
- Y la esposa debe de estar con su marido. También es ley natural – replica José Vicente.
- ¡No te dejaré que la apartes de mí! – exclama Lola cuya angustia comienza a ser patente.
- No tengo ninguna intención de hacerlo, pero si mi mujer no es capaz o no quiere o no puede, que no sé cual es la causa, seguir a su marido allá donde vaya, la niña si lo hará.
- ¡No serás capaz de hacer una monstruosidad cómo esa!
- Ponme a prueba y verás – responde retadoramente José Vicente.
   Ha sido una pelea breve, pero a cara de perro. A José Vicente le ha servido para reforzar las sospechas de que su mujer no quiere irse del pueblo por motivos que apuntan en una sola dirección: posiblemente tiene un amante y lo más probable es que sea Rafael Blanquer. Aunque no tiene pruebas de la supuesta infidelidad de Lola, la da como cierta. Lo que le lleva a plantearse qué hacer, qué clase de respuesta dar. Pese a que, como siempre, trata de racionalizar el problema, le pueden sus sentimientos y una riada de amargas sensaciones le invade. Una mezcla de rabia, vergüenza, frustración, ira, tristeza y un deseo irrefrenable de venganza. Recuerda una especie de oración que solía repetir su amigo Jerónimo Romero, casado con una mujer muy pizpireta y casquivana y que repite en voz alta:
- Señor, que Lola no me ponga los cuernos, y si me los pone que no me entere, y si me entere que no me duela - No está seguro si su esposa se los ha puesto, pero aún en la duda ya le duelen.
   A Lola la discusión le ha forzado a encarar sin tapujos cuáles son sus verdaderos sentimientos. ¿Por quién se decide?, ¿por Rafael o José Vicente? Sin olvidar el problema añadido, pero capital, de su hija. La amenaza de su marido de llevarse a la niña le ha clavado un puñal en el pecho. Además, es consciente de que si se queda dará la campanada. Nunca le importó demasiado el qué dirán, sin embargo a medida que ha ido cumpliendo años le concede cada vez más importancia. Y luego está Rafa, siempre Rafa. ¿Será verdad que sigue loco por ella o solo ha sido un ardid para volver a tenerla? No está tan segura. Tras sus primeros y turbulentos encuentros le da la impresión de que vuelve a reencontrarse al hombre machista, vicioso y egoísta que, en su día, le empujó a la ruptura. Una lucha sin cuartel se entabla entre su cabeza y su corazón. La mente le dice unas cosas, los sentimientos le dictan otras. Vuelve a centrarse en su hija, en su matrimonio…, en su madre. ¡Pobre mamá, que disgusto se llevaría!, pero su vida es suya y nadie ha de marcarle lo que debe de hacer con ella. No encuentra respuesta a su dilema, solo un llanto amargo e incontenible por lo que pudo ser y no fue.
   Teresita la Rajolera, una de las cotillas más retorcidas del pueblo, se hace la encontradiza con Fina que está esperando a recoger a su niña pequeña a la salida de la escuela.
- ¿Qué tal, Fina? Dirás ¿qué hace ésta aquí? Estoy aguardando a recoger la cría de mi vecina Isabel. Me lo ha pedido y, claro, ¿cómo iba a decirle que no? Más vale tener un buen vecino que un mal pariente. Por cierto, tú, con lo amiga que eres de Lola, debes de saberlo. ¿Qué hay de ese rumor que me ha llegado de que se van a Valencia?
- Si he de serte sincera, no lo sé.
- Pues a mí me lo ha contado una persona – y baja la voz para añadir -, y me ha pedido que no diga su nombre, que dice que lo sabe de buena tinta.
- Ya sabes que la gente habla por hablar.
- Por lo que me han dicho, debe de ser algo más que un rumor. Al parecer, José Vicente ya le ha preguntado a la muchacha que tienen de asistenta si le gustaría vivir en Valencia.
- Si es así, igual no es un bulo, pero, como te digo, no sé nada.
- Te creo. Aunque con lo amigas que habéis sido es raro que Lola no te haya comentado nada.
- Y seguimos siendo muy buenas amigas, pero eso no quiere decir que nos lo contemos todo. Mira, ahí están las crías. Bueno, te dejo que quiero pasarme por casa de mis padres para que mi madre vea la niña que, como está mal de las piernas, hace tiempo que no la ve. Adiós.
   Fina se va con su niña echando pestes por lo bajo de la chismosa. Si se ha creído esa cotilla, piensa, que le voy a referir algo de lo que Lola me ha contado va servida. Pobre Lola, en buen lío se ha metido, ¡qué pena me da! A veces tener un gran amor puede ser peor que una maldición.