Tras
la entrevista con su amigo Germán en la que le pidió que tratase de influir
ante el Gobernador Civil para que le nombrase para un cargo en Valencia, José
Vicente le cuenta a Lola la conversación que ha mantenido con su amigo y
conmilitón, pero con una sustanciosa variante: le dice que el Jefe Provincial
le ha ofrecido la posibilidad de ser designado para un prometedor cargo en
cuestión de semanas y poco menos que le ha forzado a aceptarlo. En el fondo no
es más que una añagaza para probar como responde su mujer ante la posibilidad de
tener que irse del pueblo. La reacción de Lola le produce más zozobra si cabe.
- No me habías dicho nada de que quieres que
nos volvamos a ir a Valencia.
- ¿Cómo que nos volvamos a ir? ¿Me quieres
decir cuándo nos fuimos?
- Me refiero a que ya quisiste que nos
marcháramos.
- Eso se ajusta más a la verdad. A ver si
consigo explicártelo de forma que me entiendas sin montar un drama. Aquí ya no
vamos a conseguir más de lo que tenemos. Lo único que el futuro puede
depararnos es más de lo mismo. En la ciudad, en cambio, las posibilidades de
mejorar en todos los órdenes van a ser muchas y prometedoras. No estoy
dispuesto a seguir siendo el tuerto en un pueblo de ciegos. En la anterior
ocasión, en que tuvimos en nuestra mano la posibilidad de mejorar, te hice caso
y me quedé, pero ahora estoy decidido a aceptar el ofrecimiento. Si me quieres,
si deseas que nuestra hija tenga un futuro mejor, la única salida es irnos. Y
ahora parece que se va a presentar la ocasión para ello. Oportunidades así han
de cogerse al vuelo.
Lola
vuelve a adoptar la misma postura que cuando lo de la oferta de dirigir la Obra
Sindical de Educación y Descanso, hasta utiliza parecidos argumentos que José
Vicente rebate uno tras otro. Después de una larga discusión, que ha ido
subiendo de tono y agriándose, Lola quema sus naves.
- Mira, José Vicente, podrás pintarlo como
quieras, pero no estoy dispuesta a irme del pueblo.
- La mujer debe ir adónde vaya su marido. Es
su obligación.
- Aquí nací, aquí he vivido y aquí pienso
seguir – es la tajante respuesta de Lola.
- ¿Es tu última palabra?
- Sí.
- ¿Y estás dispuesta a quedarte, no solo sin
tu marido, sino también sin tu hija?
- ¡No te irás a llevar a la niña! – salta
Lola como una leona.
- Por supuesto que me la llevaré. En la
ciudad va a tener futuro, aquí ninguno.
- La niña debe de estar con su madre. Es ley
natural.
- Y la esposa debe de estar con su marido.
También es ley natural – replica José Vicente.
- ¡No te dejaré que la apartes de mí! –
exclama Lola cuya angustia comienza a ser patente.
- No tengo ninguna intención de hacerlo, pero
si mi mujer no es capaz o no quiere o no puede, que no sé cual es la causa,
seguir a su marido allá donde vaya, la niña si lo hará.
- ¡No serás capaz de hacer una monstruosidad
cómo esa!
- Ponme a prueba y verás – responde
retadoramente José Vicente.
Ha
sido una pelea breve, pero a cara de perro. A José Vicente le ha servido para
reforzar las sospechas de que su mujer no quiere irse del pueblo por motivos
que apuntan en una sola dirección: posiblemente tiene un amante y lo más
probable es que sea Rafael Blanquer. Aunque no tiene pruebas de la supuesta
infidelidad de Lola, la da como cierta. Lo que le lleva a plantearse qué hacer,
qué clase de respuesta dar. Pese a que, como siempre, trata de racionalizar el
problema, le pueden sus sentimientos y una riada de amargas sensaciones le
invade. Una mezcla de rabia, vergüenza, frustración, ira, tristeza y un deseo
irrefrenable de venganza. Recuerda una especie de oración que solía repetir su
amigo Jerónimo Romero, casado con una mujer muy pizpireta y casquivana y que
repite en voz alta:
- Señor, que Lola no me ponga los cuernos, y
si me los pone que no me entere, y si me entere que no me duela - No está
seguro si su esposa se los ha puesto, pero aún en la duda ya le duelen.
A
Lola la discusión le ha forzado a encarar sin tapujos cuáles son sus verdaderos
sentimientos. ¿Por quién se decide?, ¿por Rafael o José Vicente? Sin olvidar el
problema añadido, pero capital, de su hija. La amenaza de su marido de llevarse
a la niña le ha clavado un puñal en el pecho. Además, es consciente de que si
se queda dará la campanada. Nunca le importó demasiado el qué dirán, sin
embargo a medida que ha ido cumpliendo años le concede cada vez más
importancia. Y luego está Rafa, siempre Rafa. ¿Será verdad que sigue loco por
ella o solo ha sido un ardid para volver a tenerla? No está tan segura. Tras
sus primeros y turbulentos encuentros le da la impresión de que vuelve a
reencontrarse al hombre machista, vicioso y egoísta que, en su día, le empujó a
la ruptura. Una lucha sin cuartel se entabla entre su cabeza y su corazón. La
mente le dice unas cosas, los sentimientos le dictan otras. Vuelve a centrarse
en su hija, en su matrimonio…, en su madre. ¡Pobre mamá, que disgusto se
llevaría!, pero su vida es suya y nadie ha de marcarle lo que debe de hacer con
ella. No encuentra respuesta a su dilema, solo un llanto amargo e incontenible
por lo que pudo ser y no fue.
Teresita la Rajolera, una de las cotillas más retorcidas del pueblo, se
hace la encontradiza con Fina que está esperando a recoger a su niña pequeña a
la salida de la escuela.
- ¿Qué tal, Fina? Dirás ¿qué hace ésta aquí?
Estoy aguardando a recoger la cría de mi vecina Isabel. Me lo ha pedido y,
claro, ¿cómo iba a decirle que no? Más vale tener un buen vecino que un mal
pariente. Por cierto, tú, con lo amiga que eres de Lola, debes de saberlo. ¿Qué
hay de ese rumor que me ha llegado de que se van a Valencia?
- Si he de serte sincera, no lo sé.
- Pues a mí me lo ha contado una persona – y
baja la voz para añadir -, y me ha pedido que no diga su nombre, que dice que
lo sabe de buena tinta.
- Ya sabes que la gente habla por hablar.
- Por lo que me han dicho, debe de ser algo
más que un rumor. Al parecer, José Vicente ya le ha preguntado a la muchacha
que tienen de asistenta si le gustaría vivir en Valencia.
- Si es así, igual no es un bulo, pero, como
te digo, no sé nada.
- Te creo. Aunque con lo amigas que habéis
sido es raro que Lola no te haya comentado nada.
- Y seguimos siendo muy buenas amigas, pero
eso no quiere decir que nos lo contemos todo. Mira, ahí están las crías. Bueno,
te dejo que quiero pasarme por casa de mis padres para que mi madre vea la niña
que, como está mal de las piernas, hace tiempo que no la ve. Adiós.
Fina
se va con su niña echando pestes por lo bajo de la chismosa. Si se ha creído
esa cotilla, piensa, que le voy a referir algo de lo que Lola me ha contado va
servida. Pobre Lola, en buen lío se ha metido, ¡qué pena me da! A veces tener
un gran amor puede ser peor que una maldición.