"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 4 de mayo de 2018

51. A ese habría que darle matarile


   En la noche del sábado, trece de agosto, el cuarteto de jubilados ha planeado jugar lo que denominan una nocturna que no es más que la partida de dominó de siempre solo que por la noche. En atención al último de sus fichajes que vive en la zona norte de la playa deciden jugarla en la terraza de El Perero, la cafetería contigua a la pizzería donde conocieron a Martínez el Andaluz, como siguen llamándole. Precisamente de Martínez están charlando pues Ramo, que como oriundo conoce a mucha gente del pueblo, les comenta la versión que cuentan las chafarderas locales sobre la caída que el gaditano ha tenido esa misma tarde.
-O sea que ocurrió cuando estábamos jugando allí y no nos enteramos. Lo que son las cosas –comenta Ponte un tanto sorprendido.
-Supongo que Eulalia, la patrona del hostal, habrá llevado el suceso con la máxima discreción como hacen los hoteleros con hechos como ese –explica Ramo-. No hay peor propaganda para un establecimiento que se ponga enfermo un huésped y no os cuento si la casca.
-¿Y tú como te has enterado? –quiere saber Álvarez un poco molesto pues siempre presume de su conocimiento de todo lo que pasa en el barrio marítimo de Torreblanca.
-En un sitio pequeño como este -les explica Ramo- es raro que algo fuera de lo habitual pase inadvertido. Alguien vio entrar al médico y se lo comentó a una segunda persona, ésta a otra quien se lo refirió a una cuarta y así continúo la cadena del boca-oreja por lo que al poco rato la noticia daba la vuelta al pueblo: un huésped de la Eulalia se había caído y había necesitado que le viera el médico. Luego vienen las distintas versiones: desde quien cuenta que ha sido una caída sin mayores consecuencias hasta el que habla de que si lo tendrán que ingresar en la Residencia que es como llaman en el pueblo al Hospital General Universitario de Castellón.
   Y el viejo torreblanquí les sigue contando uno de los rasgos que forman parte esencial de la vida en las comunidades pequeñas y aquella lo es. A los habitantes de esas localidades, donde todos se conocen y saben de qué pie cojea cada quisque, les importa mucho más lo que le ocurra a cualquiera de sus vecinos, por nimio que sea el suceso, que aquello que pase en el resto del mundo, sea la caída del Muro de Berlín o el descubrimiento de un nuevo exoplaneta. Las noticias locales antes de serlo han sido rumores, bulos o maledicencias. Se comentan, se analizan del derecho y del revés, se diseccionan de arriba a abajo. Hubo quien creyó que con la masiva invasión de la televisión y de las redes sociales ese rasgo tan típico de las sociedades cerradas desaparecería, ¡pero qué va! La única variante es que ahora los chismes circulan también por los teléfonos móviles lo que significa que el chismorreo es el mismo pero se expande mucho más rápido. El trío de madrileños escucha divertido la sociológica explicación de su nuevo compañero pues como urbanitas que son no conocían esa faceta de las localidades rurales.
-O sea, que aquí te tiras un pedo y a la hora lo sabe todo Dios –comenta humorísticamente Ponte.
-A la hora, no, mucho antes de que la ventosidad deje de oler –le rectifica Ramo con una sonrisa burlona.
-Pues mirad lo que os digo, de lo que le ha pasado a Martínez yo solo sé lo que Pedro nos acaba de contar, pero no me creo lo del resbalón. ¿Y por qué no me lo creo? –Se pregunta retóricamente Grandal-. Porque aquí los suelos son de cerámica y no suelen estar alfombrados, y con pisos así los resbalones son posibles pero no probables. Me dejaría ahorcar el seis doble a que el incidente ha podido ser por cualquier otra causa antes que por una caída fortuita.
-Tú es que lo de ser policía lo llevas en al ADN. Desconfías de todo –se burla Álvarez.
-¿Eres policía? –pregunta Ramo, que sin esperar respuesta añade-. Yo tuve un amigo que también lo era, Carmelo Burgos. En los tiempos que salíamos de copas era subinspector, no sé lo que se habrá hecho de él, hace mucho que dejamos de tener contacto.
-¿Burgos?, no me suena –responde Grandal que retoma sus sospechas-. Volviendo a lo que os decía. ¿No os parece extraño que a Martínez le den una paliza de órdago y que no denuncie el hecho? ¿No es muy raro que el agresor le sacudiera a modo, pero en cambio no le robara nada? Y ahora, resbala y necesita de atención médica. Desde luego o ese tío es un gafe de campeonato o ahí hay gato encerrado.
   En ese mismo momento el matrimonio Pacheco-Hernández está discutiendo. Motivo: a él le han llamado desde la unidad en la que trabaja como ingeniero forestal, la Dirección General del Medio Natural y Espacios Protegidos, para comunicarle que no puede estirar más la comisión de servicios para estudiar cómo se lleva a cabo el Plan de Prevención y Extinción de Incendios Forestales en una zona orográficamente tan abrupta como es el Maestrazgo, que fue la justificación que idearon los compañeros de su camarilla para que pudiera desplazarse a Castellón. Le ponen como fecha límite el día 15. Al saber la noticia, la mujer esboza los planes que ha pensado para esos últimos días de estancia en tierras levantinas.
-He estado mirando en internet los lugares más pintorescos de la provinsia y he escogido los dos que son con diferensia los más visitados: Peñíscola y Morella, uno en la costa y otro en el interior.
   Y la mujer se lanza a explicar los encantos de ambos lugares. Peñíscola se sitúa en un tómbolo, una península rocosa que antiguamente estaba unida a tierra por un istmo de arena que en la actualidad ha desaparecido. Sobre la roca se erige el casco viejo de la ciudad en el que sobresale el castillo del antipapa Benedicto XIII, más conocido como el Papa Luna, y que está perfectamente conservado. Tiene unas estupendas playas tanto al norte como al sur de la península y en su término se incluye la Serra d´Irta, una de las sierras costeras vírgenes mejor conservadas del litoral valenciano. Cuenta con un pequeño puerto pesquero por lo que en sus restoranes se pueden degustar los mejores pescados de esa parte del Mediterráneo. Las guías turísticas recomiendan probar el all i pebre, el suquet de peix y els caragols punxents, sin olvidarse de las alcachofas y de los espárragos trigueros o, si se prefiere, de los arroces. Cualquiera de esos platos hará las delicias del paladar más exigente. En cuanto a Morella está a unos sesenta quilómetros en el extremo noroeste de la provincia y a unos mil metros de altitud. Es una ciudad amurallada coronada por un imponente castillo. Ha sido declarada Conjunto Histórico-Artístico y reconocida como ciudad Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Todas las guías que ha leído, rememora la mujer, recomiendan la ciudad no solo por sus vistas panorámicas sino también por sus monumentos, su folklore y su gastronomía en la que sobresalen los entrantes de embutidos, de los quesos artesanales de oveja y cabra y de las croquetas morellanas envueltas en una oblea de pan ácimo. Como platos fuertes: las costillas de cabritillo rebozadas, las perdices escabechadas y la carne de corzo, todo ello acompañado con setas de temporada, una de las joyas de la gastronomía morellana. Y termina precisando el calendario que ha pensado para ambas visitas.
-Podemos ir mañana domingo a Morella, el lunes a Peñíscola y el martes nos ponemos de viaje. Si la fecha tope es el 15, podemos estar en Sevilla el 16 por la tarde. Supongo que no va a pasar nada porque faltes una mañana.
   Pacheco tiene que echar agua al vino del entusiasmo turístico de su esposa.
-Lo siento, cariño, pero solo podremos ir a uno de esos lugares. Tendrás que escoger entre Morella o Peñíscola.
-¿Y eso por qué?
-Porque necesito medio día para hablar con Salazar.
   Es oír el nombre del exsindicalista y a la mujer se la agria el semblante.
-¿Y por qué has de volver a hablar con ese mierda?
-Tengo que volver adónde Curro porque necesito que me responda a la propuesta que le hicimos Sierra y yo. No creas que lo hago por gusto.
-A ese malnasido habría que darle matarile.
-¿Qué diablos es eso de darle matarile?
-Mi padre me contó que así llamaban en la guerra sivil a pegarle cuatro tiros al que estorbaba por lo que fuera, ¡y vaya si estorba el malaje del Curro!
-¡Qué burra eres Macarena! Cuando te pones en plan borde me preocupas.
   La pareja se enzarza en una acalorada discusión. El marido razona que no puede dejar inconcluso el motivo por el que han hecho el viaje. Ella se pone cabezona e insiste en que no quiere dejar la provincia sin visitar unos sitios tan pintorescos y que al comemierda del Curro le pueden ir dando. La disputa amaina con la llegada de Jaime Sierra. Viene a darles una noticia que desconocen: Salazar se ha caído fortuitamente y al parecer se ha resentido de sus fracturas. Han de ir a verle antes de que su estado pueda agravarse. La mujer se pone hecha un basilisco, no queda muy claro si por la pérdida de sus ilusiones viajeras o más bien por el odio africano que siente hacia el exsindicalista desde que arruinó la vida de su hermano predilecto. Antes de dejarles solos les lanza su última admonición:
-¿Sabéis lo que pienso? Que estáis perdiendo el tiempo esperando una respuesta de ese hijo de mala madre. Lo mejor que alguien podría haser es darle matarile. De esa manera, muerto el perro, se acabó la rabia.

PD.- Hasta el próximo viernes