El uno de febrero, al abrir la
portada online de El País, Ponte se topa con este titular: El PP presiona al Rey para que no ofrezca la investidura a Rajoy. Y
un subtitular que lo desarrolla: El
presidente confía en que Felipe VI no le propondrá formar Gobierno. Sánchez si
aceptará el encargo e iniciará contactos con Ciudadanos. Desde luego, se
dice, este país es la leche. El partido que ha sacado más votos y escaños no
quiere presentarse a la investidura, supongo que porque saben que el resto de
la Cámara no les va a apoyar. En cambio, el segundo más votado, pero a bastante
diferencia del primero, si está dispuesto a solicitar el voto al resto del arco
parlamentario para formar Gobierno. Imagino que ese es el juego en una democracia parlamentaria. Espero que hagan lo
que sea, pero que haya un gobierno sólido cuanto antes. De pronto, otra idea
cruza su mente: ¡caramba, es lunes!, ¿seguirá Chelo interpretando hoy el papel
de hacendosa esposa o habrá mandado al cuerno a Jacinto?
Pues de momento en casa de
Grandal no ha pasado nada. Cuando Chelo llega al piso, encuentra a Grandal en
la cama medio adormilado. Le prepara el desayuno de costumbre: café con leche,
con mucho de lo primero y poco de lo segundo, y unos churros que ha traído. Es
un desayuno tan popular y poco consistente como el que toman millones de
españoles y encima muchos de ellos luego se van a trabajar, aunque no es el
caso del excomisario. Le lleva el desayuno a la cama, le da los buenos días y
un beso en la mejilla.
- ¿Qué te apetece para comer? – pregunta la mujer.
El hombre la mira con ojos
inexpresivos y se encoge de hombros.
- Lo que tú quieras. No tengo mucha hambre que digamos.
- Entonces voy a acercarme al Hipercor a ver que ofertas tienen. Si
están a buen precio, igual compro unas chuletillas de lechal que se comen hasta
sin apetito y a ti te encantan. Acompañadas de una ensalada. Un almuerzo de lo más
ligero.
El hombre no responde, se
limita a contemplarla con la misma mirada inexpresiva. Cuando la mujer va a
salir, le recuerda:
- No te olvides del ABC – Grandal no es monárquico precisamente, pero
le gusta ese periódico más que nada por su formato.
Al pisar la calle, Chelo piensa:
igual tenía razón Manolo y lo que tengo que hacer es el paripé de que todo
sigue como siempre. Resiste, Chelo, resiste, se dice.
Los que también están pensando
en resistir son los Sacapuntas. Salieron cabreados como monos de su entrevista
con la juez que instruye el Caso Inca por su negativa a ordenar un mandamiento
para que el bufete de González-Arroyo y Asociados les revelase por cuenta de
quién han vuelto a vigilar al sospechoso de haber colaborado con los ladrones
que robaron el tesoro, el tal Adolfo Martínez. Cuando se lo cuentan a
Blanchard, el inspector francés les consuela explicándoles que en Francia
ocurren hechos parecidos. También allí te topas a veces con jueces y magistrados
que se la cogen con papel de fumar, expresión que, desde que se la oyó a
Bernal, le encanta usarla como muestra de una lengua coloquial que la
televisión está en camino de hacerla desaparecer.
- ¿Y ahora qué? – pregunta el gabacho.
- La verdad es que no lo sé. Estoy más perdido que un pulpo en un
garaje – confiesa Atienza usando una expresión que ha dejado de formar parte
del lenguaje popular, pero que la usa porque sabe que su amigo Blanchard las
colecciona.
- Creo que la única solución es hacerlo por las bravas – afirma Bernal,
muy seguro de sí -. Coger a uno de esos estreñidos que trabajan en el bufete,
meterlo en un coche, llevarlo a un sitio apartado en el extrarradio y majarlo a
guantazos hasta que cante como un ruiseñor.
- Me parece una solución espléndida, solo tiene un pequeño
inconveniente: que yo no estoy dispuesto a jugarme mi carrera y mi pensión –
ironiza Atienza y añade -. Perdona que te lo diga, Eusebio, pero a veces eres
más bruto que un arado. Sabes mejor que yo que eso no lo podemos hacer, ¡ni de
coña!
Bernal no se molesta en
contestar, sabe que su compañero tiene razón. Su descabellada propuesta solo ha
sido un brindis al sol. Un silencio trufado de desesperanza llena el despacho
en que están los tres policías. Silencio que, tras unos minutos, quiebra
Blanchard:
- ¿Y por qué no recurrimos al comisario Grandal como ya hicimos
anteriormente? Ha demostrado ser hombre de muchos recursos y gran experiencia.
Lo mismo a lo largo de su dilatada carrera se cruzó con un juez que se las tuvo
tiesas, pero logró encontrar el modo de retorcerle el brazo.
- Pues no es mala idea – acepta Atienza -, pero hoy es lunes y ya te
contamos a qué dedica los lunes el comisario.
- De todas formas, lo que si podemos es llamarle y pedirle una cita
para mañana – arguye Bernal.
El inspector de Patrimonio se
encarga de hacer esa llamada.
- Comisario, buenos días. Soy Juan Carlos Atienza. ¿Qué tal, cómo
estás? ¿Tienes un minuto? ¿Sí? Pues verás…
Le cuenta a Grandal la
posición de la jueza instructora respecto a no ordenar el mandamiento para que
el bufete revele el nombre de su cliente. Y que no encuentran argumentos de
suficiente peso para que deje de enrocarse en su negativa. Grandal, tras
escuchar atentamente a su joven colega, le dice:
- Lo pensaré, Juan Carlos, y quizá se me ocurra algo. Si fuera así, te
llamaré. De todas maneras, no os desaniméis, seguid intentándolo.
Grandal se queda meditando
sobre el problema que tienen sus colegas. Tras darle muchas vueltas decide que
una charla con sus tres amigos del dominó quizá podría aportarle ideas que a él
no se le ocurren. Tendrá que cambiar de planes. A ver como se lo toma Chelo.
- Chelo, ¿te importa si esta tarde en vez de irnos al cine me reúno con
mis amigos de partida? He de comentar con ellos unas cosillas sobre la
investigación del robo.
- En absoluto, cariño, lo primero es lo primero. Ya iremos otro día al
cine.
- Lo que pasa es que había pensado en que nos reuniéramos aquí, como en
otras ocasiones, y te vamos a molestar.
- Molestia, ninguna. Sabes que tus amigos me caen fenómeno. Aprovecharé
la tarde para ir al centro, tengo que hacer unas compras, pero antes voy a
preparar unos bocaditos para que tengáis algo que picar.
Sobre las cinco treinta de la
tarde se reúnen los cuatro jubilados. Grandal les explica el problema de la
juez de instrucción y les pide si se les ocurre algo al respecto. Los tres
viejos quedan pensativos. ¡Menudo marrón les acaba de endilgar, Jacinto!
Ninguno es un experto en jurisprudencia, tendrán que recurrir al sentido común.
Después de muchos minutos de pensar y otros tantos de decir vaguedades y alguna
que otra tontería, parece que el debate comienza a centrarse.
- Yo creo que esa jueza se ha pasado de frenada – opina Álvarez -. No
estamos hablando de un asalto a una farmacia o de un atraco a un banco, estamos
ante el robo de un tesoro único en el mundo y que pertenece al Estado; es
decir, a todos los españoles.
- Luis ha dado en la diana – secunda Ponte -. No es un robo cualquiera.
Es como si hubieran robado Las Meninas, La Maja Desnuda o el Guernica. Si eso
hubiera ocurrido, ¿qué habría pasado? Pues que el Gobierno habría recurrido a
todo lo imaginable para recuperar los cuadros.
- Jacinto, ¿sabes si esos chicos, me refiero a los Sacapuntas, han
planteado algo así a sus jefes? – pregunta Ballarín -. Lo digo porque si no lo
han hecho tendrían que hacerlo. Si por la vía del poder judicial no se puede
hacer más, que cojan la vía del poder ejecutivo que tiene resortes más que
sobrados para doblarle el brazo a esa jueza y a quien sea.
- ¿Y el principio de la separación de los tres poderes? – pregunta
retóricamente Grandal.
- Eso es un camelo, al menos en este país – asegura Ballarín -. Aquí,
como al Gobierno de turno se le ponga algo entre ceja y ceja date por jodido.
- Otra cosa – es Ponte el que interviene -. Siempre se puede presionar
al Gobierno con que si no exigen a ese bufete que diga el nombre de su cliente,
se puede filtrar a la prensa la noticia de que las piezas robadas son más
postizas que mi dentadura.
- Antes – vuelve a intervenir Álvarez -, has dicho que un delito como el
de un atentado terrorista sería suficiente para que la juez ordenara el
mandamiento. Pues con el robo del tesoro se ha cometido un atentado, no terrorista
pero si cultural, que mancilla el honor y el buen nombre del país. Razón más
que suficiente para estar por encima del derecho a la defensa.
- Yo creo, Jacinto, que esos colegas tuyos han pecado de blanditos,
quizá piensen demasiado en sus carreras y eso les coarta. Coge tú el toro por
los cuernos y ve a hablar con la jueza o con los jefes de los Sacapuntas y
plantéales lo que hemos hablado. Si no os dan el mandamiento, dejo de llamarme
Manuel – alardea Ponte.