"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 15 de noviembre de 2016

79. Coge el toro por los cuernos



   El uno de febrero, al abrir la portada online de El País, Ponte se topa con este titular: El PP presiona al Rey para que no ofrezca la investidura a Rajoy. Y un subtitular que lo desarrolla: El presidente confía en que Felipe VI no le propondrá formar Gobierno. Sánchez si aceptará el encargo e iniciará contactos con Ciudadanos. Desde luego, se dice, este país es la leche. El partido que ha sacado más votos y escaños no quiere presentarse a la investidura, supongo que porque saben que el resto de la Cámara no les va a apoyar. En cambio, el segundo más votado, pero a bastante diferencia del primero, si está dispuesto a solicitar el voto al resto del arco parlamentario para formar Gobierno. Imagino que ese es el juego en una  democracia parlamentaria. Espero que hagan lo que sea, pero que haya un gobierno sólido cuanto antes. De pronto, otra idea cruza su mente: ¡caramba, es lunes!, ¿seguirá Chelo interpretando hoy el papel de hacendosa esposa o habrá mandado al cuerno a Jacinto?
   Pues de momento en casa de Grandal no ha pasado nada. Cuando Chelo llega al piso, encuentra a Grandal en la cama medio adormilado. Le prepara el desayuno de costumbre: café con leche, con mucho de lo primero y poco de lo segundo, y unos churros que ha traído. Es un desayuno tan popular y poco consistente como el que toman millones de españoles y encima muchos de ellos luego se van a trabajar, aunque no es el caso del excomisario. Le lleva el desayuno a la cama, le da los buenos días y un beso en la mejilla.
- ¿Qué te apetece para comer? – pregunta la mujer.
   El hombre la mira con ojos inexpresivos y se encoge de hombros.
- Lo que tú quieras. No tengo mucha hambre que digamos.
- Entonces voy a acercarme al Hipercor a ver que ofertas tienen. Si están a buen precio, igual compro unas chuletillas de lechal que se comen hasta sin apetito y a ti te encantan. Acompañadas de una ensalada. Un almuerzo de lo más ligero.
   El hombre no responde, se limita a contemplarla con la misma mirada inexpresiva. Cuando la mujer va a salir, le recuerda:
- No te olvides del ABC – Grandal no es monárquico precisamente, pero le gusta ese periódico más que nada por su formato.
   Al pisar la calle, Chelo piensa: igual tenía razón Manolo y lo que tengo que hacer es el paripé de que todo sigue como siempre. Resiste, Chelo, resiste, se dice.
   Los que también están pensando en resistir son los Sacapuntas. Salieron cabreados como monos de su entrevista con la juez que instruye el Caso Inca por su negativa a ordenar un mandamiento para que el bufete de González-Arroyo y Asociados les revelase por cuenta de quién han vuelto a vigilar al sospechoso de haber colaborado con los ladrones que robaron el tesoro, el tal Adolfo Martínez. Cuando se lo cuentan a Blanchard, el inspector francés les consuela explicándoles que en Francia ocurren hechos parecidos. También allí te topas a veces con jueces y magistrados que se la cogen con papel de fumar, expresión que, desde que se la oyó a Bernal, le encanta usarla como muestra de una lengua coloquial que la televisión está en camino de hacerla desaparecer.
- ¿Y ahora qué? – pregunta el gabacho.
- La verdad es que no lo sé. Estoy más perdido que un pulpo en un garaje – confiesa Atienza usando una expresión que ha dejado de formar parte del lenguaje popular, pero que la usa porque sabe que su amigo Blanchard las colecciona.
- Creo que la única solución es hacerlo por las bravas – afirma Bernal, muy seguro de sí -. Coger a uno de esos estreñidos que trabajan en el bufete, meterlo en un coche, llevarlo a un sitio apartado en el extrarradio y majarlo a guantazos hasta que cante como un ruiseñor.
- Me parece una solución espléndida, solo tiene un pequeño inconveniente: que yo no estoy dispuesto a jugarme mi carrera y mi pensión – ironiza Atienza y añade -. Perdona que te lo diga, Eusebio, pero a veces eres más bruto que un arado. Sabes mejor que yo que eso no lo podemos hacer, ¡ni de coña!
   Bernal no se molesta en contestar, sabe que su compañero tiene razón. Su descabellada propuesta solo ha sido un brindis al sol. Un silencio trufado de desesperanza llena el despacho en que están los tres policías. Silencio que, tras unos minutos, quiebra Blanchard:
- ¿Y por qué no recurrimos al comisario Grandal como ya hicimos anteriormente? Ha demostrado ser hombre de muchos recursos y gran experiencia. Lo mismo a lo largo de su dilatada carrera se cruzó con un juez que se las tuvo tiesas, pero logró encontrar el modo de retorcerle el brazo.
- Pues no es mala idea – acepta Atienza -, pero hoy es lunes y ya te contamos a qué dedica los lunes el comisario.
- De todas formas, lo que si podemos es llamarle y pedirle una cita para mañana – arguye Bernal.
   El inspector de Patrimonio se encarga de hacer esa llamada.
- Comisario, buenos días. Soy Juan Carlos Atienza. ¿Qué tal, cómo estás? ¿Tienes un minuto? ¿Sí? Pues verás…
   Le cuenta a Grandal la posición de la jueza instructora respecto a no ordenar el mandamiento para que el bufete revele el nombre de su cliente. Y que no encuentran argumentos de suficiente peso para que deje de enrocarse en su negativa. Grandal, tras escuchar atentamente a su joven colega, le dice:
- Lo pensaré, Juan Carlos, y quizá se me ocurra algo. Si fuera así, te llamaré. De todas maneras, no os desaniméis, seguid intentándolo.
   Grandal se queda meditando sobre el problema que tienen sus colegas. Tras darle muchas vueltas decide que una charla con sus tres amigos del dominó quizá podría aportarle ideas que a él no se le ocurren. Tendrá que cambiar de planes. A ver como se lo toma Chelo.
- Chelo, ¿te importa si esta tarde en vez de irnos al cine me reúno con mis amigos de partida? He de comentar con ellos unas cosillas sobre la investigación del robo.
- En absoluto, cariño, lo primero es lo primero. Ya iremos otro día al cine.
- Lo que pasa es que había pensado en que nos reuniéramos aquí, como en otras ocasiones, y te vamos a molestar.
- Molestia, ninguna. Sabes que tus amigos me caen fenómeno. Aprovecharé la tarde para ir al centro, tengo que hacer unas compras, pero antes voy a preparar unos bocaditos para que tengáis algo que picar.
   Sobre las cinco treinta de la tarde se reúnen los cuatro jubilados. Grandal les explica el problema de la juez de instrucción y les pide si se les ocurre algo al respecto. Los tres viejos quedan pensativos. ¡Menudo marrón les acaba de endilgar, Jacinto! Ninguno es un experto en jurisprudencia, tendrán que recurrir al sentido común. Después de muchos minutos de pensar y otros tantos de decir vaguedades y alguna que otra tontería, parece que el debate comienza a centrarse.
- Yo creo que esa jueza se ha pasado de frenada – opina Álvarez -. No estamos hablando de un asalto a una farmacia o de un atraco a un banco, estamos ante el robo de un tesoro único en el mundo y que pertenece al Estado; es decir, a todos los españoles.
- Luis ha dado en la diana – secunda Ponte -. No es un robo cualquiera. Es como si hubieran robado Las Meninas, La Maja Desnuda o el Guernica. Si eso hubiera ocurrido, ¿qué habría pasado? Pues que el Gobierno habría recurrido a todo lo imaginable para recuperar los cuadros.
- Jacinto, ¿sabes si esos chicos, me refiero a los Sacapuntas, han planteado algo así a sus jefes? – pregunta Ballarín -. Lo digo porque si no lo han hecho tendrían que hacerlo. Si por la vía del poder judicial no se puede hacer más, que cojan la vía del poder ejecutivo que tiene resortes más que sobrados para doblarle el brazo a esa jueza y a quien sea.
- ¿Y el principio de la separación de los tres poderes? – pregunta retóricamente Grandal.
- Eso es un camelo, al menos en este país – asegura Ballarín -. Aquí, como al Gobierno de turno se le ponga algo entre ceja y ceja date por jodido.
- Otra cosa – es Ponte el que interviene -. Siempre se puede presionar al Gobierno con que si no exigen a ese bufete que diga el nombre de su cliente, se puede filtrar a la prensa la noticia de que las piezas robadas son más postizas que mi dentadura.
- Antes – vuelve a intervenir Álvarez -, has dicho que un delito como el de un atentado terrorista sería suficiente para que la juez ordenara el mandamiento. Pues con el robo del tesoro se ha cometido un atentado, no terrorista pero si cultural, que mancilla el honor y el buen nombre del país. Razón más que suficiente para estar por encima del derecho a la defensa.
- Yo creo, Jacinto, que esos colegas tuyos han pecado de blanditos, quizá piensen demasiado en sus carreras y eso les coarta. Coge tú el toro por los cuernos y ve a hablar con la jueza o con los jefes de los Sacapuntas y plantéales lo que hemos hablado. Si no os dan el mandamiento, dejo de llamarme Manuel – alardea Ponte.