"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 26 de abril de 2019

101. La paella como metáfora

 
   Grandal, tras la charla con Elvi, viaja en dirección a Marina d´Or cuando recuerda que Pedro Ramo ha invitado al grupo de jubilados a almorzar en un restorán de Torrenostra. Como se va a poner Chelo si le digo que hoy tampoco almorzaré con ella, piensa. Como le apetece más comer con los amigos que con su novia se decanta por una mentira defensiva. La llama.
-Chelo, la testigo que tenía que interrogar, como trabaja de camarera, no estará disponible hasta después del almuerzo, por lo que me quedo a comer aquí y luego iré a la partida de dominó. Me tendrás que perdonar, pero ya sabes cómo son estas cosas.
   La mujer refunfuña un poco, pero como conoce bien a su hombre no extrema su enfado, al contrario le quita importancia a la ausencia.
-Bueno, no hay mal que por bien no venga. Hoy voy a tener ración doble de bronceado. Espero que ganes, al dominó, claro.
   En cuanto termina con Chelo, llama a Álvarez.
-Luis, ¿dónde estáis, en el apartamento?
-Nos pillas saliendo. Te esperamos en El Perero, el restorán en el que almorzaremos.
-¿Dónde está?
-¿Recuerdas La Gloria, la pizzería a la que llevaste a Chelo a cenar?, pues pegadito a ella pero mirando al mar.
-¿Tendré problemas para aparcar?
-Hombre, Jacinto, en Torrenostra todavía no hay esos problemas. Si no encuentras sitio en el paseo marítimo lo encontrarás en las calles de atrás.
   En las calles de atrás no, pero encuentra sitio en un descampado que está a tiro de piedra del restorán. La terraza de El Perero, bastante amplia, está a rebosar. Al personal se le ve bullicioso y con ganas de jarana y hablan tan alto que Grandal piensa que será difícil entenderse con tanto ruido ambiental. En una esquina de la terraza ve a sus amigos que le están haciendo señas. Apenas se sienta, Álvarez ya le está preguntando:
-¿Qué tal la moza, la has hecho cantar a las primeras de cambio o has tenido que aplicarle el tercer grado?
   Grandal les hace una sucinta reseña de cómo ha ido su entrevista con Elvi y de que no tuvo que aplicarle ninguna presión, le bastó con un poco de maña.
-Entonces, la contradicción de que el guiri que la invitó hable bien el castellano y el que recuerdan los pichones no, ¿cómo lo ves? –inquiere Ballarín.
-Me apunto a la tesis que tan brillantemente dedujo Manolo. Es muy posible que el hecho de que el extranjero de la habitación 16 hablase mal nuestra lengua fuese un ardid para decir lo menos posible como forma de cometer el menor número de errores, y también como pretexto para decir que no entendía si le preguntaban algo incómodo. Pero lo importante es que todos los testigos coinciden en los rasgos que no pueden alterarse: era moreno, alto y fuerte. Estoy convencido de que el extranjero que invitó a Elvi es el mismo que vieron los pichones. Ahora solo falta por comprobar si se trata del tal Grigol Pakelia que la guardia civil multó cerca de Valencia en dirección norte.
   Las explicaciones de Grandal se ven interrumpidas al aparecer unas camareras llevando lo que parecen ser los entrantes del almuerzo. Son parecidos a los que el expolicía ha probado por la mañana en Benicàssim: gambas al ajillo y sepia a la placha, a lo que se suman unos crustáceos que Grandal reconoce como cañadillas y que, desde los ya lejanos años en que estuvo destinado en Cádiz, no había vuelto a probar.
-Hombre, cañadillas, la de tiempo que no las había catado.
-Es que en Madrid no suelen ponerlas, pero aquí las hay en abundancia, las llamamos caragols punxents, literalmente caracoles punzantes –aclara Ramo.
-¿Y de plato fuerte qué tenemos? ¿La clásica paella? –supone Ballarín.
-En efecto, comeremos la clásica paella con dos variantes propias de esta tierra entre las que se cuentan los caracoles –explica Ramo.
-¿Caracoles de mar o de tierra? –quiere saber Grandal.
-De tierra.
-Huy, que asco. Yo no pienso comerlos –dice Ballarín.
-¿Pero los has probado alguna vez?
-No, pero una cosa que va por el suelo, ¿qué quieres que te diga? A mí es que todo lo que se arrastra como los gusanos, las serpientes y los caracoles me dan repelús y no forman parte de mis gustos gastronómicos –se explica Ballarín.
-Yo tampoco los he comido, pero no me importa probarlos, aunque me tendréis que explicar cómo se les quita la concha a esos gasterópodos terrestres –confiesa Ponte.
-¿Qué quiere decir gasterópodo? –pregunta Ballarín.
-La clase a la que pertenecen los caracoles. Se nota que no eres crucigramista porque lo de gasterópodo terrestre comestible es una definición que suele aparecer en los crucigramas, por eso lo sé –explica Ponte.
-Manolo, lo que has dicho de cómo quitarle la concha a los caracoles es de lo más gracioso que he oído últimamente. No se les quita la concha, al contrario se les saca de la concha. Cuando sirvan la paella ya te enseñaré cómo –comenta Ramo.
-Oye, Pedro, así que hoy es el santo patrón de Torreblanca. ¿Supongo que será el día de la fiesta grande? –quiere saber Ballarín.
-Efectivamente, hoy es la festividad de San Bartolomé, patrono del pueblo, pero ya no es la fiesta grande. Antes, cuando yo era un chaval, si lo era, sobre todo fiesta religiosa. Por la mañana había misa solemne cantada, pronunciaba el sermón un predicador de renombre y por la tarde salía una procesión, llevando al santo, que era presidida por las autoridades locales, tras las cuales marchaba la banda municipal y los fieles. Era un día en el que se acostumbraba a estrenar traje, los que podían claro, y también era el comienzo de las fiestas. Ahora, como todo se ha secularizado se ha convertido en un día más dentro del programa de festejos –explica Ramo con cierto aire de añoranza.
-Bueno, ya se sabe, a tiempos nuevos, nuevas costumbres –sentencia Ponte.
   Una voz tronante proveniente del que parece ser el dueño del restorán les interrumpe.
-Señores, la paella –anuncia exhibiendo la paellera en la que curiosamente no puede verse el arroz con su tono dorado porque la superficie está cubierta con unos papeles de cocina, singularidad que el patrón se apresura a explicar-. El papel es para que acabe de cocerse delante de ustedes. Es algo que en esta casa no tenemos costumbre de hacer, pero en honor del señor Pedro que lo ha pedido la presentamos así. Denle tres o cuatro minutos y estará en su punto.
-¿Puedo hacer una foto? –pide Ballarín.
-Todas las que quiera, faltaría más, pero será mejor que espere a que se retire el papel. ¿Señor Pedro ya se encarga usted?
-Déjalo de mi mano y gracias, Juan Manuel.
   Pasado el tiempo que ha dicho el dueño, Ramo echándole una pizca de teatralidad quita el papel y coge la paleta para servir y para rascar el socarrat, que es el arroz tostado que se queda pegado en el fondo de la paellera sin llegar a quemarse.
-Pasadme los platos y cada uno que me diga lo que le apetece.
   Cada uno va pasando con su plato y especificando sus preferencias. Grandal pide que no le ponga mucho, Ballarín que nada de caracoles, Ponte que los probará y Álvarez que de todo un poco, que si le gusta igual repite. Tras los primeros tenedores de arroz Ponte se tropieza con el primer gasterópodo, como él mismo ha recordado que también se llaman.
-A ver, Pedro, necesito tu ayuda. ¿Cómo se comen estos bichos?
-Hay que sacarlos de la concha, para ello en los restoranes de postín usan unos tenedorcillos especiales, como aquí no es el caso en su lugar ponen mondadientes. Ensarta la cabeza del caracol con el palillo y saca el cuerpo con mucho tiento para que no se parta, quítale el final que es de color negruzco y el resto te lo comes.
   Así lo hace Ponte con el mismo cuidado que si fuera un cirujano practicando una operación a corazón abierto. Lo prueba, ante la mirada expectante del resto, y luego bebe un sorbo de vino.
-La verdad es que no sabe mal, pero tampoco demasiado bien. Tiene un sabor más bien inocuo. Oye, Pedro, ¿y esta especie de judiones qué diablos son?
-Aquí se les llama bajocons o garrofons, son bajocas grandes; es decir, judías verdes grandotas que son las que obligatoriamente ha de tener la paella.
-A ver, Pedro, cuéntanos en qué se diferencia esta paella de la clásica valenciana –pide Ballarín.
-Pues mira, los ingredientes de la paella de La Plana son estos: carnes de conejo, de pollo, costilla de cerdo y caracoles. De vegetales: garrofons, dientes de ajo, judías verdes, tomates maduros, pimiento rojo, alcachofas cuando es la temporada y naturalmente arroz, mejor si es del tipo bomba. De líquidos: aceite de oliva y agua. Y para el aliño: sal, azafrán o colorante, pimentón dulce y un aderezo muy de aquí: unas ramitas de romero fresco.
-Se me acaba de ocurrir que esta paella podría ser vista como una metáfora del caso Pradera –comenta Grandal.
-No hables del caso en voz alta que te van a oír –indica Ponte señalando a la mesa que está literalmente pegada a la suya y donde reina gran jolgorio.
-Manolo, dudo mucho que nuestros vecinos estén para escucharnos con la media cogorza que llevan. Bastante hacen con mantenerse en posición vertical –le tranquiliza Grandal, que sigue con su metáfora.
   El excomisario explica que la paella que tienen delante puede ser una metáfora del caso Pradera porque contiene unos ingredientes de todos sabidos, pero con excepciones tales como los caracoles, el pimentón dulce o el romero fresco. Pues bien sigue explicando, en el caso de la muerte de Salazar existen unos actores, vendrían a ser los ingredientes, que son conocidos, pero todavía quedan, al menos, tres que no forman parte de los componentes de la paella clásica. Uno es el caracol, que en la metáfora sería el guiri todavía no identificado; otro el pimentón dulce, que podría ser el Chato de Trebujena aún no localizado; y tercero sería el aderezo de las ramitas de romero que vendrían a ser Pacheco y Sierra de los que todavía no se sabe que papel jugaron el día de autos.
-¿Pues sabes que te digo, Jacinto?, que la metáfora viene al caso como un guante a la mano. Está muy bien traída –elogia Ponte.

PD.- Hasta el próximo viernes en el que publicaré el episodio 102. Estar entre la espada y la pared.