Grandal, tras la charla con
Elvi, viaja en dirección a Marina d´Or cuando recuerda que Pedro Ramo ha
invitado al grupo de jubilados a almorzar en un restorán de Torrenostra. Como
se va a poner Chelo si le digo que hoy tampoco almorzaré con ella, piensa. Como
le apetece más comer con los amigos que con su novia se decanta por una mentira
defensiva. La llama.
-Chelo, la testigo que tenía que interrogar, como trabaja de camarera,
no estará disponible hasta después del almuerzo, por lo que me quedo a comer aquí
y luego iré a la partida de dominó. Me tendrás que perdonar, pero ya sabes cómo
son estas cosas.
La mujer refunfuña un poco,
pero como conoce bien a su hombre no extrema su enfado, al contrario le quita
importancia a la ausencia.
-Bueno, no hay mal que por bien no venga. Hoy voy a tener ración doble
de bronceado. Espero que ganes, al dominó, claro.
En cuanto termina con Chelo,
llama a Álvarez.
-Luis, ¿dónde estáis, en el apartamento?
-Nos pillas saliendo. Te esperamos en El Perero, el restorán en el que
almorzaremos.
-¿Dónde está?
-¿Recuerdas La Gloria, la pizzería a la que llevaste a Chelo a cenar?,
pues pegadito a ella pero mirando al mar.
-¿Tendré problemas para aparcar?
-Hombre, Jacinto, en Torrenostra todavía no hay esos problemas. Si no
encuentras sitio en el paseo marítimo lo encontrarás en las calles de atrás.
En las calles de atrás no, pero encuentra
sitio en un descampado que está a tiro de piedra del restorán. La terraza de El
Perero, bastante amplia, está a rebosar. Al personal se le ve bullicioso y con
ganas de jarana y hablan tan alto que Grandal piensa que será difícil entenderse
con tanto ruido ambiental. En una esquina de la terraza ve a sus amigos que le
están haciendo señas. Apenas se sienta, Álvarez ya le está preguntando:
-¿Qué tal la moza, la has hecho cantar a las primeras de cambio o has
tenido que aplicarle el tercer grado?
Grandal les hace una sucinta
reseña de cómo ha ido su entrevista con Elvi y de que no tuvo que aplicarle
ninguna presión, le bastó con un poco de maña.
-Entonces, la contradicción de que el guiri que la invitó hable bien el
castellano y el que recuerdan los pichones no, ¿cómo lo ves? –inquiere Ballarín.
-Me apunto a la tesis que tan brillantemente dedujo Manolo. Es muy
posible que el hecho de que el extranjero de la habitación 16 hablase mal
nuestra lengua fuese un ardid para decir lo menos posible como forma de cometer
el menor número de errores, y también como pretexto para decir que no entendía
si le preguntaban algo incómodo. Pero lo importante es que todos los testigos
coinciden en los rasgos que no pueden alterarse: era moreno, alto y fuerte.
Estoy convencido de que el extranjero que invitó a Elvi es el mismo que vieron
los pichones. Ahora solo falta por comprobar si se trata del tal Grigol Pakelia
que la guardia civil multó cerca de Valencia en dirección norte.
Las explicaciones de Grandal
se ven interrumpidas al aparecer unas camareras llevando lo que parecen ser los
entrantes del almuerzo. Son parecidos a los que el expolicía ha probado por la
mañana en Benicàssim: gambas al ajillo y sepia a la placha, a lo que se suman
unos crustáceos que Grandal reconoce como cañadillas y que, desde los ya
lejanos años en que estuvo destinado en Cádiz, no había vuelto a probar.
-Hombre, cañadillas, la de tiempo que no las había catado.
-Es que en Madrid no suelen ponerlas, pero aquí las hay en abundancia,
las llamamos caragols punxents, literalmente
caracoles punzantes –aclara Ramo.
-¿Y de plato fuerte qué tenemos? ¿La clásica paella? –supone Ballarín.
-En efecto, comeremos la clásica paella con dos variantes propias de
esta tierra entre las que se cuentan los caracoles –explica Ramo.
-¿Caracoles de mar o de tierra? –quiere saber Grandal.
-De tierra.
-Huy, que asco. Yo no pienso comerlos –dice Ballarín.
-¿Pero los has probado alguna vez?
-No, pero una cosa que va por el suelo, ¿qué quieres que te diga? A mí
es que todo lo que se arrastra como los gusanos, las serpientes y los caracoles
me dan repelús y no forman parte de mis gustos gastronómicos –se explica
Ballarín.
-Yo tampoco los he comido, pero no me importa probarlos, aunque me
tendréis que explicar cómo se les quita la concha a esos gasterópodos
terrestres –confiesa Ponte.
-¿Qué quiere decir gasterópodo? –pregunta Ballarín.
-La clase a la que pertenecen los caracoles. Se nota que no eres
crucigramista porque lo de gasterópodo terrestre comestible es una definición
que suele aparecer en los crucigramas, por eso lo sé –explica Ponte.
-Manolo, lo que has dicho de cómo quitarle la concha a los caracoles
es de lo más gracioso que he oído últimamente. No se les quita la concha, al
contrario se les saca de la concha. Cuando sirvan la paella ya te enseñaré cómo
–comenta Ramo.
-Oye, Pedro, así que hoy es el santo patrón de Torreblanca. ¿Supongo
que será el día de la fiesta grande? –quiere saber Ballarín.
-Efectivamente, hoy es la festividad de San Bartolomé, patrono del
pueblo, pero ya no es la fiesta grande. Antes, cuando yo era un chaval, si lo
era, sobre todo fiesta religiosa. Por la mañana había misa solemne cantada,
pronunciaba el sermón un predicador de renombre y por la tarde salía una
procesión, llevando al santo, que era presidida por las autoridades locales,
tras las cuales marchaba la banda municipal y los fieles. Era un día en el que
se acostumbraba a estrenar traje, los que podían claro, y también era el
comienzo de las fiestas. Ahora, como todo se ha secularizado se ha convertido
en un día más dentro del programa de festejos –explica Ramo con cierto aire de
añoranza.
-Bueno, ya se sabe, a tiempos nuevos, nuevas costumbres –sentencia
Ponte.
Una voz tronante proveniente
del que parece ser el dueño del restorán les interrumpe.
-Señores, la paella –anuncia exhibiendo la paellera en la que
curiosamente no puede verse el arroz con su tono dorado porque la superficie
está cubierta con unos papeles de cocina, singularidad que el patrón se
apresura a explicar-. El papel es para que acabe de cocerse delante de ustedes.
Es algo que en esta casa no tenemos costumbre de hacer, pero en honor del señor
Pedro que lo ha pedido la presentamos así. Denle tres o cuatro minutos y estará
en su punto.
-¿Puedo hacer una foto? –pide Ballarín.
-Todas las que quiera, faltaría más, pero será mejor que espere a que se
retire el papel. ¿Señor Pedro ya se encarga usted?
-Déjalo de mi mano y gracias, Juan Manuel.
Pasado el tiempo que ha dicho
el dueño, Ramo echándole una pizca de teatralidad quita el papel y coge la
paleta para servir y para rascar el socarrat,
que es el arroz tostado que se queda pegado en el fondo de la paellera sin
llegar a quemarse.
-Pasadme los platos y cada uno que me diga lo que le apetece.
Cada uno va pasando con su
plato y especificando sus preferencias. Grandal pide que no le ponga mucho,
Ballarín que nada de caracoles, Ponte que los probará y Álvarez que de todo un
poco, que si le gusta igual repite. Tras los primeros tenedores de arroz Ponte
se tropieza con el primer gasterópodo, como él mismo ha recordado que también
se llaman.
-A ver, Pedro, necesito tu ayuda. ¿Cómo se comen estos bichos?
-Hay que sacarlos de la concha, para ello en los restoranes de postín
usan unos tenedorcillos especiales, como aquí no es el caso en su lugar ponen
mondadientes. Ensarta la cabeza del caracol con el palillo y saca el cuerpo con
mucho tiento para que no se parta, quítale el final que es de color negruzco y
el resto te lo comes.
Así lo hace Ponte con el
mismo cuidado que si fuera un cirujano practicando una operación a corazón
abierto. Lo prueba, ante la mirada expectante del resto, y luego bebe un sorbo
de vino.
-La verdad es que no sabe mal, pero tampoco demasiado bien. Tiene un
sabor más bien inocuo. Oye, Pedro, ¿y esta especie de judiones qué diablos son?
-Aquí se les llama bajocons o
garrofons, son bajocas grandes; es decir, judías verdes grandotas que son
las que obligatoriamente ha de tener la paella.
-A ver, Pedro, cuéntanos en qué se diferencia esta paella de la
clásica valenciana –pide Ballarín.
-Pues mira, los ingredientes de la paella de La Plana son estos:
carnes de conejo, de pollo, costilla de cerdo y caracoles. De vegetales: garrofons,
dientes de ajo, judías verdes, tomates maduros, pimiento rojo, alcachofas
cuando es la temporada y naturalmente arroz, mejor si es del tipo bomba. De
líquidos: aceite de oliva y agua. Y para el aliño: sal, azafrán o colorante,
pimentón dulce y un aderezo muy de aquí: unas ramitas de romero fresco.
-Se me acaba de ocurrir que esta paella podría ser vista como una metáfora
del caso Pradera –comenta Grandal.
-No hables del caso en voz alta que te van a oír –indica Ponte
señalando a la mesa que está literalmente pegada a la suya y donde reina gran
jolgorio.
-Manolo, dudo mucho que nuestros vecinos estén para escucharnos con la
media cogorza que llevan. Bastante hacen con mantenerse en posición vertical
–le tranquiliza Grandal, que sigue con su metáfora.
El excomisario explica que la
paella que tienen delante puede ser una metáfora del caso Pradera porque
contiene unos ingredientes de todos sabidos, pero con excepciones tales como
los caracoles, el pimentón dulce o el romero fresco. Pues bien sigue explicando,
en el caso de la muerte de Salazar existen unos actores, vendrían a ser los
ingredientes, que son conocidos, pero todavía quedan, al menos, tres que no
forman parte de los componentes de la paella clásica. Uno es el caracol, que en
la metáfora sería el guiri todavía no identificado; otro el pimentón dulce, que
podría ser el Chato de Trebujena aún no localizado; y tercero sería el aderezo de
las ramitas de romero que vendrían a ser Pacheco y Sierra de los que todavía no
se sabe que papel jugaron el día de autos.
-¿Pues sabes
que te digo, Jacinto?, que la metáfora viene al caso como un guante a la mano.
Está muy bien traída –elogia Ponte.
PD.- Hasta
el próximo viernes en el que publicaré el episodio 102. Estar entre la espada y
la pared.