Llegan
las fiestas de agosto y Carlos Arruza cumple su promesa: ha llegado a Senillar
dispuesto a torear. El apoderado ha estado en desacuerdo con la decisión de su
poderdante desde el primer momento, nunca le pareció buena idea la de lidiar un
novillo en el pueblecito, pero al ver lo que allí llaman plaza de toros se le
ha revuelto el estómago. El coso es un rectángulo, el que forma la Plaza Mayor,
cuyo perímetro está formado por los carros de los labradores recubiertos de
planchas de madera por arriba, donde se aposenta el personal, y en la parte
frontal que da al albero se han colocado tablones que sirven al mismo tiempo de
peldaños para subir a los cadafales,
así llaman a los carros reconvertidos en tendidos, y por donde escapar de las
embestidas de los astados. El albero se asienta en la carretera que atraviesa
la plaza, con una ligera pendiente, y que se ha recubierto de una fina capa de
arena traída de la playa. Han montado un par de burladeros de fortuna que no
cree que resistan la menor acometida de cualquier morlaco. Su único alivio es
el novillo que ha comprado la comisión, es de una conocida ganadería salmantina
y por peso y cornamenta quizá no presente demasiadas dificultades. Aunque su
gran preocupación es la asistencia médica en el caso de que su pupilo tuviese
una cogida, ¡Jesús del Gran Poder no lo consienta!
Al contrario que su apoderado, el diestro
azteca parece que se lo está pasando bomba. La placita le recuerda alguno de
los cosos de pueblo en los que toreó en Méjico cuando comenzaba su carrera, y
sigue impactado por el cariño que le profesa aquella gente. Lo improvisado del
festejo lo denota el hecho de que el Ciclón de la Tauromaquia, como le llama la
prensa taurina, realiza la faena en traje de calle, con el mismo pantalón y la
arrugada camisa con que viajó, pese a ello y a las condiciones de la plaza y
del novillo la faena es aseada. La suerte que más aplausos provoca es cuando
hace el desplante del teléfono en el que el diestro se acoda en la
testuz del animal en actitud de telefonear. La ovación que sigue a la muerte
del novillo es apoteósica. La presidencia le otorga las dos orejas y el rabo y
hay gente empeñada en que también le den las patas. Tras incontables vueltas al
ruedo, ha de ser el propio Arruza quien ponga fin a aquella vorágine de
entusiasmo y delirio.
Días
después de la emotiva visita del diestro un trovador local compone algo
parecido a una cuarteta, y a la que tiene la osadía de poner música, que desde
entonces forma parte del acervo poético-musical del pueblo: Senillar se
moderniza/sin pretexto ni excusa/pues ha toreado en ella/el diestro Carlos
Arruza.
La
comisión pro-Arruza ha montado una exposición sobre la estancia del matador
mejicano en el pueblo. Lo que más abunda son fotografías en las que aparece el
espada con diversos grupos de gente. Lolita, que en compañía de sus amigas la
visita, se altera visiblemente cuando en una de las fotos se encuentra al
torero flanqueado por Rafael y Pepita. Un ramalazo de ira y celos la inunda.
Tiene que hacer un penoso esfuerzo para que no se le note. Fina, que se ha dado
cuenta, aprovecha que están delante del cuadro que enmarca los ripios sobre
Arruza y Senillar para lanzar una pregunta al grupito con la que desviar la
atención:
- ¿Qué os parece lo del verso?, ¿es tan bueno
cómo dicen?
Lolita
descarga toda su rabia en la respuesta:
- Es una sinigual muestra de lo que en
nuestro pueblo se le llama cultura. ¡Hatajo de ignorantes!
*
Pese
a lo que dice la coplilla, Senillar no se moderniza porque haya toreado en ella
el maestro mejicano, pero Paco Vives, el alcalde, sí está empeñado en remozarla
y eso comporta algo más que instalar servicios públicos ineludibles como el
agua corriente o la pavimentación de las calles. Es imprescindible que la
población tenga nuevas fuentes de riqueza y no supeditarse exclusivamente a la
agricultura. Pese a su formación muy elemental, su actividad empresarial le ha
enseñado que no es inteligente depender de un solo producto, por eso está
decidido a dotar al pueblo de otros sectores productivos. Ya consiguió
introducir un nuevo cultivo antes inexistente como el arroz, pero esa actividad
sigue formando parte de la producción agrícola y no libra al pueblo de la
peligrosa dependencia del monocultivo. Sabe que las mejores posibilidades de
diversificar la economía están en el mundo de la industria y hacia él enfoca su
atención.
Los
problemas con los que se enfrenta son diversos y de calado: Senillar no cuenta
con tradición industrial, sus comunicaciones son relativamente escasas, el
grado medio de formación de sus habitantes es muy básico, no existen materias
primarias y tampoco hay grandes capitales para realizar las fuertes inversiones
que exige una industria. Pese a todos los inconvenientes persiste en su idea de
industrializar el pueblo. Le ayuda a ello el hecho de que en la provincia se
está iniciando un modesto renacimiento industrial motivado por el auge de la
construcción y que tiene su origen en el mucho dinero que produce el estraperlo
y la exportación naranjera. Se están desarrollando varias industrias, entre
ellas la cerámica que tiene una añeja historia en el valenciano pueblo de
Manises y que ahora se está expandiendo por buena parte de la vecina provincia
de Castellón. Alguien le ha aconsejado que lo más sencillo y factible quizás sea
montar fábricas azulejeras. Alguna tradición de ese sector hay en el pueblo,
desde antiguo han existido, y todavía quedan, un par de modestos obradores en
los que se elaboran productos de barro cocido, principalmente tejas y
adminículos para el hogar como botijos, cántaros, tinajas y otros objetos
similares. Vives reúne al Ayuntamiento para explicarles sus ideas y proyectos.
Antes de que termine la sesión municipal, la noticia ya está en todos los
mentideros locales.
Al
anochecer del día siguiente se celebra un cónclave en casa de Benjamín Arbós,
están reunidos los siete mayores terratenientes del pueblo, aunque Lapuerta
suele afirmar que tildar a un propietario de terrateniente en una sociedad
minifundista no deja de ser una exageración. Allí están, además de los Arbós,
los Gasulla, los Pellicer, los Armengol, los Blasco, los Doménech y los
Peruanos. El objetivo de la reunión es analizar hasta dónde pueden verse
afectados sus intereses si los proyectos del alcalde siguen adelante y el
pueblo se industrializa. Hay opiniones para todos los gustos. Al final se
impone la tesis de los Arbós: si se montan industrias en el pueblo eso será
malo para los propietarios agrícolas que han de contratar jornaleros. Si hay
industrias habrá menos peones dispuestos a trabajar en el campo, la gente
prefiere laborar bajo techado y no estar sujeta a las inclemencias atmosféricas
y el trabajo agrícola suele ser más duro que el industrial y peor retribuido.
La consecuencia de todo ello solo puede ser una: tendrán que pagar más a los
braceros y sus ganancias caerán en picado. Industria, allí, ninguna. Lo mejor
para todos es que las cosas sigan igual como hasta ahora.
- Y que todo siga igual, ¿quién es el guapo
que se lo va a meter a Paco Vives en la mollera? – pregunta uno de los
asistentes.
- Dejádmelo a mí. Ya
encontraré el modo de pararle los pies – les tranquiliza Benjamín.
Gimeno se levanta presuroso, a la puerta de
su minúsculo despacho de la cooperativa están Benjamín y Rodrigo Arbós y su
sobrino Leoncio, presidente de la entidad.
- Hombre, ustedes por
aquí. Pasen, por favor. Gerardito trae otra silla. Siéntense.
- ¿Qué tal José
Vicente, cómo va todo?
- Como de costumbre.
Aquí estamos, a vueltas con el papeleo.
- Verás, José
Vicente, venimos a hablar, no con el secretario de la cooperativa sino con el
jefe local del Movimiento. Estamos muy preocupados. Y creemos que tú eres una
de las pocas personas que puede ayudar a solucionar el problema que se nos viene
encima.
- No es necesario que
les diga que cualquier cosa que esté en mi mano pueden contar con ella.
- Lo sabemos y te lo
agradecemos de antemano, por eso estamos aquí.
Benjamín le hace a Gimeno una sinopsis de
los proyectos que tiene en mente el alcalde, pero tiñéndolos del color que
mejor cuadra a sus propósitos. Le cuenta que el afán industrializador que
parece que le ha entrado a Vives solo es una estratagema para conseguir sus
fines particulares y que no beneficiarán al pueblo. Gimeno asiente pero, como
ya va conociendo a los Arbós, mentalmente pone en cuarentena algunas de las
cosas que le cuentan.
- Bueno, en principio lo de montar industrias
me parece una excelente idea. Eso le vendría muy bien al pueblo, sobre todo a
los jóvenes pues tendrían más
oportunidades laborales – apunta Gimeno.
- Estamos totalmente
de acuerdo. Es una buena idea..., en principio. Pero detrás de algo que parece
bueno y deseable, nos tememos que se esconden otras intenciones no tan loables.
- ¿Cuáles?
- Verás. Algunos, por
no decir la mayoría, de nuestros amigos, que por cierto también son los tuyos –
agrega con marcada intención Benjamín -, están convencidos de que la jugada que
pretende Vives no es montar fábricas por qué sí. Hay un objetivo oculto detrás de
todo ello y no es otro que dominar el comercio local y convertirse no solo en
el hombre más rico sino también en el más poderoso del pueblo.
- Esa intención no es
nueva. Vives la tiene desde que le nombraron alcalde – apostilla Gimeno.
- En efecto, pero ahora
parece que ha encontrado el instrumento adecuado para llevar a la práctica su
desmedida ambición. Y es el establecimiento de algunas fabriquitas. Lo que
realmente persigue es que la mano de obra local derive de la agricultura a la
industria. ¿Para qué? Al escasear los jornaleros no habrá más remedio que
traerlos de otros pueblos, habrá que pagarles más, los labradores tendrán menos
margen de beneficio y por tanto serán más débiles ante el comercio. Tendrán
muchas menos posibilidades de luchar contra los precios que marquen los
comerciantes que capitanea Vives y que actúan como si fueran un monopolio
Gimeno escucha atentamente la explicación de
Benjamín, pero los argumentos que expone siguen sin convencerle hasta que el
viejo zorro suelta su bomba final, la que sabe que puede causar el mayor
impacto en el empleado de la cooperativa:
- A todo ello habrá
que añadir que si la agricultora local tiene menos actividad y los agricultores
menos ingresos, eso repercutirá directamente en la marcha de la cooperativa. Y
quizá no sea un disparate pensar que puede llegar un día en que los
cooperativistas tengan que replantearse si van a poder pagar el sueldo de sus
empleados. Todas esas razones, como las acabo de exponer, forman el quid de la
cuestión. Es posible que, en el caso de que el plan de Vives vaya adelante,
pueda haber alguna salida más para la juventud del pueblo, pero a costa del
empobrecimiento de la mayoría de vecinos que, al fin y al cabo, viven del campo
y quizá, Dios no lo quiera, hasta la misma desaparición de la cooperativa.
- Visto desde esa
perspectiva, creo que tiene más razón que un santo. Algo habrá que hacer, ¿no?
– responde Gimeno, esta vez con un tono de estar mucho más convencido.