"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 15 de marzo de 2016

09. Pues no se come tan mal en España



   La falta de tacto que ha supuesto la pregunta de Blanchard sobre si el oro de los Quimbayas era el que robaban los españoles ha encolerizado a Bernal. Atienza, que empieza a conocer a su compañero, ve como a éste se le hincha una vena en el cuello y antes de que salte el primer chispazo se adelanta, aunque decide que el galo se merece al menos una banderilla de fuego.
- Ya sabes lo que pasa con los tópicos de los países, Michel, falsos en la mayoría de ocasiones. Por ejemplo: que los españoles somos ladrones y los franceses cornudos. Digo yo que habrá compatriotas honrados y que todos los tuyos no llevan necesariamente cuernos. Aclarado esto, creo que debemos centrarnos en el caso. Como decía, en cuanto a la orfebrería sus obras eran un prodigio de estética y de finos acabados. Hasta tal punto que el nombre quimbaya se ha convertido en un término genérico para referirse a otras piezas y objetos encontrados en las zonas a que me he referido antes. La técnica que usaban para fundir el oro y lograr el grado exacto de pureza para alearlo con el cobre todavía no ha sido descubierta y sigue siendo un misterio sobre el qué arqueólogos y expertos metalúrgicos siguen discutiendo en nuestros días.
- ¿Y dónde radica el misterio de esa técnica de aleación? – pregunta Blanchard que se ha dado cuenta de lo incorrecto de su pregunta y trata de congraciarse con sus colegas.
- Pues que para lograr el nivel exacto de oro y cobre, como el que ellos consiguieron, hubiesen tenido que emplear hornos que tendrían que alcanzar los mil grados de temperatura para fundir las piezas. Y eso, con los conocimientos genéricos de las culturas precolombinas se antoja como imposible. Quizá emplearon otra tecnología distinta, pero desconocemos cual. Ahí está el misterio, uno de los muchos de esta etnia.
- ¡Vaya con los quimbayas! – exclama el francés -. Son una caja de sorpresas.
- Y uno de los objetos culminantes de su orfebrería son los famosos poporos – prosigue Atienza –. El poporo es una especie de pucherillo cuyo uso principal fue servir de recipiente en un ceremonial religioso en el que la principal sustancia usada era el mambe.
   Atienza parece dar por descontado que todo el mundo sabe lo que es el mambe y no se le ve en disposición de dar mayores explicaciones. Su compañero Bernal es la primera vez que escucha tal término, pero le importa un comino la vida de unos indios que pasaron a la historia. Blanchard está en el mismo caso, pero sigue empeñado en corregir su yerro.
- ¿Qué es el mambe?
- Es una mixtura que nace de la combinación de la hoja de coca tostada y hecha polvo con la ceniza de las hojas del yarumo. Y para evitarte otra pregunta, el yarumo o guarumbo es un árbol que se da en varias zonas de América y que vive en climas cálidos, aunque puede crecer a alturas de más de dos mil metros. Los colombianos creen que este árbol, sus frutos, hojas, corteza, etcétera, tiene tantas propiedades farmacológicas que un solo ejemplar vale por toda una farmacia. La ceniza de este árbol tiene como función liberar el alcaloide de la hoja de coca para dejar al descubierto sus propiedades. Una vez que obtenían el mambe lo combinaban con una pasta de tabaco llamada ambil. Esta mezcla era utilizada como medicina y en los rituales religiosos.
- O sea, que lo que hacían era colocarse – afirma Blanchard -, al igual que hacen ahora tres de cada cuatro garçons.
   La expresión que ha usado el policía francés, propia del argot juvenil, hace sonreír a Atienza que precisa:
- No, no se colocaban. Se drogaban, sí, pero en un sentido muy diferente al actual. Para los quimbayas, como para casi todos los pueblos indígenas sudamericanos, la coca es una planta sagrada que da vida, no la quita, es una medicina que cura cuerpo y espíritu y dentro de esta concepción era como la trataban y utilizaban.
   Bernal, que empieza a conocer la pasión indigenista de su compañero, sabe que cuando Atienza se lanza a explicar lo mucho que conoce sobre las culturas precolombinas el tiempo se le pasa sin darse cuenta. Decide intervenir.
- Caballeros, es la hora de hacer un receso, como diría un sudaca, y tomarse unas birras o lo que toméis los parisinos antes del almuerzo. Por tanto, vamos a cerrar la barraca.
   Cerrar la barraca, repite el francés, ¿a qué barraca se referirá?
   Los policías españoles llevan a su colega galo a una taberna cercana a la Dirección General de la Policía donde se toman unas cañas. El francés pide un perroquet. Como el barman confiesa su ignorancia, Blanchard le explica que es una mezcla de pastís con jarabe de menta y agua. El camarero lo lamenta, lo único francés que tiene es pernod, se tendrá que conformar con ello. La pareja española ha pedido algo para acompañar las cervezas: un plato de encurtidos, unos mejillones en salsa picante y unas cazuelitas de callos a la madrileña que al gabacho le pican como demonios. El francés piensa que en asuntos de mesa sus colegas tienen mucho que aprender, pero recuerda el viejo proverbio de en Roma como los romanos y se abstiene de formular objeciones, no es cuestión de volver a meter la pata. Cuando terminan el aperitivo, Blanchard se pone en plan castizo y exclama:
- Y ahora que hemos comido, vuelta al curro. ¿No es así como lo decís? – El francés ha querido demostrar a sus colegas hispanos que también conoce términos del argot español. Lo que sus paisanos llamarían boulot.
   Atienza y Bernal no pueden por menos que sonreír ante la ingenuidad del francés.
- Lo que hemos tomado no ha sido más que para abrir boca. Comer, lo que se dice comer es lo que vamos a hacer en Casa Nicomedes – le explica Bernal.
   Blanchard no sabe si sus colegas están hablando en serio o en broma, pero enseguida lo descubre cuando llegan al restaurante del tal Nicomedes. El restorán no está nada mal para ser español, piensa el galo; es un luminoso chalé con cristaleras, tiene un cierto aire colonial y una terraza-jardín en la que, en el templado otoño madrileño, se debe estar de maravilla. Pero lo que deja touché al galo es el menú elegido por sus anfitriones, puesto que le han dicho que, dado que es su primer día, la cuenta corre a cargo de la Dirección General. De entrantes toman un tartar de salmón con mango, luego unas anchoas de Santoña con helado de tomate y twister de langostino con salsa agridulce. Como plato fuerte unos raviolis de rabo de toro con muselina trufada de patata violeta. Todo ello regado con un Somontano que lleva al francés a tomar nota de la etiqueta de la botella. Y de postre tarta de manzana con crema de Idiazábal y helado de pacharán. El francés ha de reconocer que el menú no ha estado mal, desde luego a mil  leguas del aperitivo, aunque como buen gourmet opina que los raviolis de rabo de toro no han estado a la altura del resto del almuerzo.
- Pues no se come tan mal en España – admite el galo.
- ¡Nos ha jodido mayo! – replica Bernal -. Lo que pasa es que hoy los barandas se han estirado algo más que de costumbre. Con las dietas que cobramos estos comederos los vemos solo de lejos. Ya verás, ya verás en los próximos días las cafeterías de menús baratos a las que te vamos a llevar.
   Lo que ahora tiene un tanto preocupado al francés es cómo va a poder trabajar mientras sus jugos gástricos luchan para hacerse con los nutrientes del colmado almuerzo. Bueno, piensa, me dejaré llevar y a ver como este par de…, no sabe cómo calificarlos, de excéntricos llevan la sesión de la tarde. Para justificar su posible merma de rendimiento en la segunda parte de la jornada prefiere ponerse la venda antes que la herida:
- Os confesaré algo, no sé si después de un almuerzo tan completo me quedarán arrestos esta tarde para seguir trabajando – confiesa Blanchard.
- ¿Y por qué crees que aquí se inventó la siesta? – pregunta un risueño Bernal a quien el ágape ha puesto de buen humor.