Mientras el sargento Bellido y el
excomisario Grandal conversan en un hotel de Marina d´Or, en Torreblanca los
dos agentes de la UCO están interrogando a todos los que, de una manera u otra,
tuvieron alguna relación con el fallecido Salazar o estaban en el hostal el día
de autos. Siguiendo el peliculero sistema del poli bueno, que encarna la cabo
primero Monterde, y el poli malo, a cargo del sargento Sales, los agentes están
apretando las tuercas a todos los testigos. Se han centrado en las tres
personas que tienen más a mano y que más contacto tuvieron con el exsindicalista:
Anca, la señora Eulalia y, de rebote y por su participación en el episodio del
maletín, Vicentín.
A la patrona han terminado por marearla a
base de continúas y en ocasiones impertinentes preguntas, hasta que la señora
Eulalia se ha cansado y se ha puesto brava.
-Miren,
serán ustedes guardias civiles, pero tienen poquísima educación. Lo que me
están haciendo no lo haría ninguno de sus compañeros del pueblo porque todos me
conocen y saben quién soy y como me porto con los que llevan tricornio. Ya no
pienso contarles nada más porque todo lo que sabía ya se lo he dicho. Si
quieren pueden llevarme presa al cuartel, pero ya no aguanto ni una sola
pregunta más.
Los dos investigadores se miran y se
entienden sin decir palabra: probablemente se han pasado con la buena señora.
Le dicen que puede marcharse, pero que no salga del pueblo sin avisar
previamente.
Con su respuesta la patrona demuestra que,
además de mujer con temple, es asaz socarrona.
-Pues me han
chafado el verano porque pensaba irme una temporadita a la Costa Azul.
A continuación es el turno de Anca. Los
agentes no se creen su relato de que en el maletín buscaban los papeles de la
Seguridad Social de Salazar y centran sus preguntas en conseguir que la joven
les diga el motivo real por el que se lo llevaron. Llega un momento en que la
rumana se desfonda y tira la toalla. Cuando va a decirles que lo que buscaban
era el dinero del difunto, un guardia entra en la salita de interrogatorios.
-Mi
sargento, ahí fuera hay un señor que dice que es el abogado de esta joven.
Los dos guardias se miran, no esperaban que
en un pueblecito como aquél la gente tuviera abogado. Sales toma la iniciativa.
-Dile que
espere.
Para Anca la noticia ha sido una sorpresa, desconocía
que tuviera abogado que la representara, pero como es intuitiva piensa que eso
debe ser cosa de Vicentín. Se rearma y opta por no responder a más preguntas. Y
dice lo que siempre se escucha en los seriales americanos de la tele cuando las
fuerzas de la ley arrestan a un sospechoso ducho en detenciones:
-No hablaré si
no es en presencia de mi abogado….
-Señorita
usted está aquí como testigo y de momento no se le acusa de nada, por
consiguiente no necesita ningún abogado.
Pero Anca recuerda escenas televisivas en
las que el detenido grita lo de: ¡no diré nada hasta que vea a mi abogado! No
importa cuán insistentes puedan ser los policías, ni lo insidiosas de sus
preguntas. Sea o no culpable, tenga mucho o poco que declarar el detenido no se
derrumba ni dice una palabra. Calla y espera a su abogado. Y es lo que hace
Anca:
-Repito lo dicho: no hablaré si no es en presencia
de mi abogado.
Sales aprieta los dientes para no soltar un
taco. Piensa lo que todo policía: que los abogados son peores que tener un
grano en el culo. De mala gana le dice al guardia que puede pasar el letrado.
La persona que entra, por su forma de vestir y comportarse, tanto podría ser un
abogado como un tendero del pueblo, aunque lo que dice suena a jerga
profesional.
-Soy el
abogado de la señorita Dumitrescu, ella ya prestó declaración ante el
comandante de este puesto. ¿Quiénes son ustedes y por qué la interrogan?
Sales prefiere no identificarse, pero si
responde al motivo del interrogatorio:
-La señorita
Dumitrescu era la encargada de atender la habitación del hostal en la que el
pasado día quince tuvo lugar un fallecimiento por causas todavía no explicadas.
Es suficiente motivo para que la interroguemos las veces que sean necesarias.
-Ustedes no
pertenecen a la dotación de este cuartel y por tanto no forman parte de la
policía judicial del caso. No tienen ninguna jurisdicción para interrogar a mi
cliente sin que esté presente alguno de los guardias de este puesto.
“¡Coño con el rábula, nos ha salido peleón!”
se dice Sales. Aunque piensa que lo malo es que, técnicamente, lo que afirma se
acerca bastante a la verdad. Ellos están allí para coadyuvar. Y todavía se pone
más nervioso cuando oye decir al letrado:
-Voy a
presentar una queja formal ante la juez que instruye el caso por
irregularidades en el proceso de instrucción, al menos por parte de ustedes,
que no sé qué pintan aquí.
Sales no quiere meterse en peleas
jurisdiccionales en las que tiene más que perder que ganar y opta por dejar
marchar a la muchacha. A la puerta del cuartel está esperándola Vicentín que
alardea de que gracias al abogado de su padre ha conseguido que la dejaran
libre. Anca le da las gracias y, recordando el consejo de sus padres, hasta le
pone buena cara.
En el entretanto en Marina d´Or, Bellido le
cuenta a Grandal todo cuanto ha podido averiguar sobre las últimas horas en
vida de Francisco Salazar. Primero le hace una sinopsis de quién es quién en el
caso Pradera.
-Empecemos
por el fallecido. Aquí nadie conocía su verdadero nombre ni que estaba en busca
y captura. Lo más probable es que estuviera escondiéndose de la justicia. Ahora
bien, recibía visitas de personas que presumiblemente sí sabían que era un prófugo.
¿Por qué le visitaban? La documentación que nos ha remitido la Juez Instructora,
que por cierto es la titular del Juzgado de Instrucción número 4 de la
Audiencia de Castellón y que se llama Isabel del Valle, tiene la respuesta pues
de la misma se desprende que el finado era uno de los principales encausados en
el famoso caso ERE de Andalucía y su declaración podría sentar las bases para
la solución del proceso. Esa y no otra debe ser la causa del por qué recibía
tantos visitantes, sobre todo andaluces.
-Lo que nos
lleva a pensar que una de las patas del caso pasa por Sevilla –comenta Grandal.
-En efecto,
comisario, el tal Salazar, al que apodaban el Conseguidor, se ve que era un
punto filipino de mucho fuste. Y ahora vamos con los vivos. El primero, Rocío
Molina que ha declarado ser novia del extinto, aunque según las declaraciones
del hijo y de la Dumitrescu esa relación está periclitando –“Este hombre es un
redicho, lo de periclitar ya no lo utilizan ni los académicos de la RAE” se
dice Grandal-. Respecto a la Molina no está claro el motivo del por qué estaba
alojada en un hotel de Alcossebre cuando su domicilio habitual está en Sevilla.
Como tampoco lo está porqué motivo se encontraba en la habitación 16, ni porqué
se llevó de la habitación del finado un maletín. Nos ha contado que buscaba la
tarjeta sanitaria de Salazar por si había que ingresarlo en un hospital, pero
esa historia no parece verosímil. Maletín que la Molina con la ayuda de la
Dumitrescu y Fabregat intentaron abrir sin conseguirlo. Habría dado la paga de
un mes por conocer el contenido del maletín, pero como dispone el ordenamiento
jurídico lo tuve que enviar al juzgado para que un perito lo abra y tase los
bienes u objetos que pudiera contener.
-¿Qué piensa
que puede contener el maletín: dinero o documentos?
-O ambas
cosas. Lo sabremos cuando me informe su señoría. Ah, la Molina es la única que
de momento está detenida pues creemos que tiene información que se ha negado a
facilitar, no solo de cuando estuvo en la habitación del muerto sino también
sobre el maletín de marras. Por ahora es la sospechosa número uno aunque tengo
mis dudas sobre su participación efectiva en el fallecimiento de Salazar. No
sabría decirle por qué, pero eso creo.
“Este sargento comienza a caerme simpático.
Es de los míos, de los que cree en el olfato policial. Creo que haremos buenas
migas” piensa Grandal.
-En segundo
lugar tenemos a Anca Dumitrescu. Es de nacionalidad rumana y era la camarera
que tenía asignada la atención y cuidado de la habitación 16, en la que
falleció Salazar. Dice que estaba en la habitación porque la Molina se lo
pidió. Al igual que la Molina no ha sabido explicar con claridad porque no se
llamó a un médico estando el citado huésped tan enfermo como parecía. También
es dudosa su explicación de porqué se fue con su novio y la Molina para
encontrar un herrero que les abriera el maletín. Y a todo eso abandonando su
trabajo en un día en el que el hostal estaba abarrotado de clientes. La
Dumitrescu ha colaborado en todo momento con nosotros, pero como digo su relato
tiene puntos oscuros que habrá que aclarar.
-Yo la
conozco de servirnos en la terraza, pero no puedo decir nada de ella, ni bueno
ni malo, aunque con nosotros, me refiero a la pandilla del dominó, siempre se
portó correctamente y nos trató con amabilidad.
-En tercer
lugar –prosigue el sargento- está Vicente Fabregat, más conocido por el
diminutivo de Vicentín. Estoy convencido de que su participación fue ocasional
y que si estuvo en la habitación del fallecido y luego en la aventura del
maletín fue arrastrado por su novia. Una relación que, como he dicho y según se
rumorea en el pueblo, estaba más en trance de romperse que de proseguir. El
chico tiene fama de cantamañanas y hasta donde yo sé la tiene bien ganada. Es
lo que ahora se conoce como un nini, ni trabaja ni estudia. Eso sí, pertenece a
una familia que forma parte de uno de los clanes más poderosos del pueblo: los
Fabregat y que si pueden pondrán todos los palos posibles en las ruedas de la
investigación con tal de que su polluelo salga indemne.
-No te
preocupes, Bellido, podremos con ellos –“Y con quien se ponga por delante”
piensa Grandal, pero le parece excesiva chulería y se calla.
PD.- Hasta
el próximo viernes