"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 29 de noviembre de 2016

83. Los espejos del Callejón del Gato



   La pregunta lanzada por Blanchard sobre si las piezas robadas podían ser las originales provoca el desconcierto en los demás miembros del grupo. Bernal se apresura a contestar que todos los indicios que se tienen hasta el momento coinciden en apuntar que las piezas que transportaba el furgón robado ante el Museo de América eran réplicas de las originales. Por tanto, que a estas alturas se introduzca en la investigación la posibilidad de que no fuera así supone dinamitar la línea de investigación en la que estaban trabajando.
- Solo lo decía como posibilidad – se defiende el francés -. El tener ideas demasiado preconcebidas, sin datos fehacientes que las avalen, significa una rémora que entorpece las investigaciones.
- Os recuerdo que María Victoria comentó que en el ambiente del mundo del arte era opinión común que las piezas robadas eran copias – rememora Grandal.
   Atienza que ha estado callado se suma al nuevo debate.
- Hay que tener en cuenta que en Colombia ya existen piezas del Tesoro Quimbaya, así como copias del mismo. Por citar solo dos museos que las exhiben en sus vitrinas: el Museo del Oro de Bogotá guarda veintiséis piezas originales del tesoro y el Museo de la ciudad de Armenia también tiene varias piezas y una colección de copias de los originales que hay en el Museo de América.
- ¿Y eso qué nos aporta? – pregunta Bernal a quien no parece agradarle nada el nuevo rumbo que ha tomado el debate.
- Para nuestra investigación, nada, pero viene a poner en cuarentena la creencia, que fui el primero en defender – admite Atienza –, de que las piezas robadas eran réplicas. En la hipótesis que ahora estamos manejando de un supuesto cártel colombiano ¿para qué iba a robar copias que ya tienen en sus museos? 
- También hemos aceptado que no sabían que eran copias – replica Bernal.
- Los que ejecutaron el robo es posible, pero no los autores intelectuales. Eso también lo habíamos admitido – contrarréplica Blanchard.
- Os confieso que me estoy perdiendo – admite Grandal -. Esta investigación se parece cada vez más a los espejos del Callejón del Gato – En referencia a una calle madrileña en la que había dos espejos, uno cóncavo y otro convexo - . Según te mires en el convexo se te ve de una forma y si te miras en el cóncavo se te ve de otra. Ya no sé conque carta quedarme. Os dejo y ya me contaréis en qué termina la controversia.
   A veces ocurre que nuevas ideas o planteamientos parecen flotar en el ambiente y que son varias las personas que las atrapan al mismo tiempo. Lo que los inspectores del Caso Inca estaban discutiendo era algo que se estaba planteando Luis Álvarez. Todo surgió al acompañar a una de sus nietas a la que uno de sus profesores de primero de ESO le había encargado un trabajo sobre una pintura concreta del Museo del Prado: La fábula de Aracne, popularmente conocido como Las hilanderas, una de las obras más emblemáticas de Velázquez. Cuál sería su sorpresa cuando vieron que el cuadro no estaba colgado donde debía. En su lugar había una cartulina en la que se informaba que el cuadro se había prestado a la Gemäldegalerie de Berlín donde estaría expuesto durante cuatro meses como parte de una exposición temporal dedicada a la pintura barroca europea. Para ayudar a su nieta, Álvarez buscó en internet una buena fotografía del óleo velazqueño y lo imprimió a color. Y ya puesto tecleó para saber qué clase de museo era al que se había prestado la pintura. Wikipedia definía la Gemäldegalerie como uno de los mejores museos estatales de Berlín, ubicado en el Kulturforum al oeste de la Potsdamer Platz, museo que contaba con una de las más importantes colecciones de arte europeo desde el siglo XIII al XVIII. No contento con lo anterior, tecleó préstamos entre museos y en una web del Ministerio de Cultura encontró que los museos estatales prestan bienes culturales para exposiciones temporales. Los préstamos parten de la premisa de la aceptación del préstamo por parte del prestatario, de la valoración cultural de la exposición y de la garantía de conservación de las piezas prestadas. Incluso encontró una ley, la del Patrimonio Histórico Español, y un reglamento que regulaban dichos préstamos.
   Todo lo anterior se lo contaba a sus amigos del dominó en casa de Grandal donde, como de costumbre, se habían reunido para que el Jefe, como solían llamar al excomisario, les relatara la última reunión con los Sacapuntas y su adjunto gabacho.
- ¿Y se puede saber a qué viene esa historia? – pregunta Ballarín a quien la verborrea de Álvarez hay ocasiones en que le fastidia.
- Pues viene a cuento de algo en lo que he estado pensando. Transportar una obra tan valiosa como esa hasta Berlín debe acarrear muchos problemas, corriendo el riesgo de que en el viaje pueda deteriorarse. ¿Por qué no enviar una réplica? Posiblemente, salvo media docena de entendidos, ninguno de los visitantes se daría cuenta del cambiazo.
- ¡Qué cosas dices, Luis!, ¿tú crees que El Prado iba a enviar a un museo tan importante como el alemán una copia? Eso no sería serio para una pinacoteca – Ponte ha aprendido recientemente ese vocablo que antes desconocía – de la categoría del que es nuestro primer museo. Por otra parte, tampoco creo que un museo como el berlinés aceptara una réplica por muy bien hecha que estuviera.
- ¡Tate!, hasta ahí quería llegar – afirma Álvarez -. Ahora, en vez de museos de pintura pensemos en museos de arqueología, arte colonial y etnografía; es decir, en el Museo de América. Un museo que tiene bien ganada fama de rigor profesional y seriedad, ¿se arriesgaría a enviar a otro museo de reconocida calidad como es el Museo du Quai Branly de París, que fue al que prestó las piezas quimbayas, unas réplicas de una de sus colecciones más representativas?
   A Grandal el sesgo de la conversación que ha introducido Álvarez le parece más fascinante por momentos y decide intervenir.
- Vamos a ver, Luis, ¿estás pretendiendo decir que el Museo de América lo que envío al parisino fueron las piezas originales y no copias?
- No afirmo exactamente eso porque no lo sé. Lo que quiero decir es que no acabo de creerme que nuestro museo enviara al francés unas réplicas. Por lo que he leído en internet sobre préstamos entre museos de primer nivel esa no es la política que se sigue sino la contraria. No se envían copias, se envían originales.
- Entonces, toda esa historia que cuentan los Sacapuntas en la que admiten como acto de fe que las piezas robadas eran simples copias, ¿se cae por su base? – pregunta un atónito Ponte.
- Lo que son las cosas, esta misma mañana mis jóvenes colegas han estado discutiendo sobre lo mismo. Si lo robado eran copias, como siempre han sostenido, o realmente eran las piezas originales – apunta Grandal.
- ¿Y a qué conclusión han llegado? – pregunta Ponte.
- A ninguna, pero he creído percibir que ya no están tan seguros como antes de que las piezas robadas fueran meras réplicas.
-¿Y eso adónde les lleva? – pregunta Ballarín.
- No tengo ni idea. Lo que sí está claro es que están metidos en un lío de cojones. Todos sus razonamientos de que las piezas robadas eran copias se puede caer por los suelos y la hipótesis sobre la que están trabajando se va al garete.
- ¿Y cuáles son los razonamientos en que se apoyaban para creer que lo robado eran copias? – repregunta Ballarín cuya curiosidad no conoce límites.
- Pues había varios, pero solo recuerdo uno y es que, al parecer, nuestras autoridades al igual que las francesas, ya no parecen tan interesadas en recuperar lo robado. Al menos, han dejado de achuchar a los Sacapuntas y al gabacho para que resuelvan el caso cuanto antes.
- ¿Y si eso obedeciera a que el Gobierno sabe dónde están las piezas robadas y no teme por ellas? – pregunta Ponte.
- Eso es muy rocambolesco, Manolo.
- Si es que en este caso nada es lo que parece – se defiende Ponte.
- Sean lo que sean las piezas robadas, lo único real es que siguen sin aparecer. Además, mataron a un vigilante de seguridad durante el robo y a otras dos personas más les cortaron la lengua y fueron asesinadas. ¿No os parece que sumado todo eso es mucho tomate por unas copias de quítame allá esas pajas? – pregunta Álvarez.
- ¿Qué quieres decir con eso? – inquiere Ballarín.
- Que me juego la pensión de un semestre a que lo que robaron fueron piezas originales, de copias, nada de nada – afirma Álvarez con rotundidad. 
- Comenté con los Sacapuntas que este caso se parecía cada vez más a los espejos del Callejón de Gato, que según te mires en uno u otro así te ves. Pues me ratificó en ello – concluye Grandal.