La
casamentera que ha buscado Maruja la de Blanquer, como es conocida en el
pueblo, desempeña exitosamente su papel con los padres de Pepita Arnau. No se
trata más que de un primer tanteo para constatar si existe alguna posibilidad
de que haya conversaciones ulteriores. La correveidile habla con Águeda, ésta
lo hace con su marido y ambos con su hija quien, a espaldas de sus padres, le
pide opinión a Encarnita, su más íntima amiga.
- ¿Y qué te parece ese chico? Yo no recuerdo
haber cruzado palabra con él.
- Yo tampoco. Es algo mayor que nosotras y
estuvo unos años estudiando fuera. Lo que sí te puedo decir es que es un rato
guapo, también dicen que es muy faldero. Por cierto, ¿sabes de quién fue
novio?, de tu amiga la delegada de la Sección Femenina – añade con sorna
Encarnita que conoce la escasa simpatía que siente su amiga por Lolita.
- Sí, eso ya lo sabía. ¿Quién lo dejó, él o
ella?
- Pues no sé, pero volviendo a Rafa, también he
oído comentar que cuando hizo la mili en Valencia llevaba una vida de lo más
perdularia. Su madre estaba muy disgustada y hasta hay gente que dice que si
tuvo algo que ver con una chica de mala reputación. Pero todo eso son chismes
que vete a saber si son ciertos o no.
- Bueno, pero ¿a ti que te parece? – insiste
Pepita.
- Ya te lo he dicho, para mí lo quisiera. Si
es que está de toma pan y moja. Más de la mitad de las chicas del pueblo le
ponen ojitos.
- Sí, pero de la guapeza no se come.
- Anda, hija, si alguien te oyera hablar así
pensaría que eres una muerta de hambre. Como si a ti te fueran a faltar los
cuartos. Y los Blanquer no tienen tanto como vosotros, pero tampoco están
desnudos.
- Me ha dicho mi madre que tía Elisa le contó
que si le van a poner un almacén de materiales y que va a ganar mucho dinero.
- Guapo y con dinero, ¿qué más quieres
Baldomero? Ese chico es un chollo, te lo digo yo.
- Lo que me hace más tilín es que, según mi
madre, como se va a dedicar a lo del almacén, su mujer será una señorona que no
tendrá que ayudar en el campo y hasta tendrán criada y todo.
- Pues mejor me lo pones. Anda, hazme un
favor. Di que no y así probaré fortuna yo. ¡Qué suerte tienes con los
pretendientes, hija, primero José Vicente y ahora éste!
- Eso es lo que más me escama, mira que si
sale un cantamañanas como José Vicente y también es de los que se empeña en que
tengo que aprender esto y aquello y que una señora tiene que conocer no sé cuántas
cosas para saber mandarlas. Estos que estudiaron tienen esas manías y las
chicas del pueblo les parecemos todas unas catetas.
- Como te dije, no le he tratado, pero por lo
que cuentan me parece que éste se parece tanto a José Vicente como una castaña
a un higo chumbo. Tú dale un poco de gusto y verás como no se te despega de las
faldas.
Tras
muchos cabildeos y embajadas, idas y venidas, se reúnen los Blanquer y los
Arnau; ambos matrimonios han logrado convencer a sus hijos y, tras su
asentimiento previo, acuerdan el noviazgo de sus chicos y, si todo marcha bien,
su boda. Están de acuerdo en que la relación no sea excesivamente larga, un año
como mucho.
La
noticia del noviazgo es durante unos días la comidilla local. Nadie sabe cómo, aunque
en un pueblo pequeño mantener un secreto es una utopía, pero uno tras otro
trascienden todos los mimbres que han servido para tejer la nueva relación: que
si Elisa la de Antonino hizo de casamentera, que si la acordaron los padres, que
si él le ha regalado una pulsera preciosa, que si la Maruja está que no cabe de
gozo, que si la boda será seguramente el próximo año, que… Y además de los
cotilleos nadie se priva de opinar sobre el emparejamiento.
- ¿Y ese tarambana de
Rafael no hubiese hecho mejor boda casándose con la hija de la señora Leo?
- De todas, todas. Lolita
es una mujer de su casa, una chica fina y hasta es mucho más guapa que la niña
de la Águeda.
- Sí, pero los Arnau
tienen duros como para llenar una plaza de toros.
- Eso es cierto, y
claro: poderoso caballero es don dinero.
- No está mal que el
Rafa haya sentado la cabeza porque parece que es un mujeriego de mucho cuidao.
- ¿Y tú ves a la
Pepita con arrestos para meterlo en cintura?, si parece que no ha roto un plato
en su vida.
- Dicen que la Águeda
está enseñándole a guisar. Como va a ser ama de casa…
- A buenas horas. Eso
tendría que haberlo hecho mucho antes.
Al conocer la noticia a José Vicente le da
la risa floja. Se dice que debe de ser verdad eso de que siempre hay un roto
para un descosido y piensa que Rafael, al que conoce muy someramente, no sabe
dónde se mete. También cavila en la extraña coincidencia de que él y Lolita
hayan sido novios de la nueva pareja. Es una curiosa situación. Piensa embromar
con ello a su camarada, pero cuando la ve un sexto sentido le dice que no está
para chuflas, desde hace algunos días vuelve a ser la joven antipática, arisca
y borde que conoció al principio. Mejor callarse.
El enterarse del noviazgo de Pepita y Rafael
deja anonadada a Lolita. En el fondo seguía teniendo la oculta esperanza de que
una vez vuelto Rafa al pueblo existía la posibilidad de que pudiesen reanudar
su antigua relación. Y ahora va y se lía con la pavisosa de la niña de los
Arnau. El nuevo rumbo que parece haber tomado la vida de su exnovio también
impulsa el cambio del proyecto de vida de Lolita. Si tenía alguna remota
esperanza de que Rafael volviera con ella ahora se ha esfumado. Tiene ya
veintitrés abriles y eso en el pueblo son muchos años. Siempre pensó que le
gustaría casarse, tener hijos…, pero con el hombre del que se enamorara. Ese
hombre parece que lo perdió para siempre. No puede quedarse así, lamentándose y
lamiendo sus heridas, tiene que hacer algo. Y ese algo es encontrar novio. No
está dispuesta a convertirse en una solterona. También cuenta lo de darle en la
cresta a su antiguo enamorado y terminar de una vez con las risitas y miradas
aviesas que le dispensa más de una. Tiene la solución para todo ello al alcance
de la mano: Enrique Guerrero. De la noche a la mañana, el farmacéutico ve como
los desplantes y desaires de la joven se transforman en amabilidades y
sonrisas. Como tampoco es tonto, se pregunta cual podrá ser la causa de un
cambio tan radical. Y como no la descubre le plantea el interrogante a Manuel Lapuerta,
pues sabe que el galeno conoce a Lolita desde que era niña:
- Lo que hace unos
días todo eran hieles, ahora son mieles. No soy precisamente un experto en
psicología femenina, pero esas transformaciones tan radicales supongo que
obedecen a una causa. Ante una situación así, ¿qué harías?
El médico está enterado del noviazgo de
Rafael y presume que ese hecho quizá sea la causa del cambio experimentado por
Lolita en la relación con su joven amigo. No le puede ocultar sus sospechas y
se las cuenta. Por supuesto, no puede confirmar que el noviazgo en cuestión
haya sido el único motivo del cambio de actitud de la joven, pero todo apunta a
que debe de ser un factor a tener en cuenta. Y para concluir su relato añade:
- En cuanto a qué
haría, mi querido Enrique, no tengo respuesta para esa pregunta. Estamos
hablando de sentimientos y en ese terreno los consejos tienen escaso valor.
Tendrás que decidir por ti mismo.
- Tampoco es tan
fácil, Manolo. Lolita me gusta, para qué negarlo, pero no estoy tan seguro de
estar enamorado. No acabo de cogerle el tino a la diferencia entre gustar y
amar. Y estoy hecho un verdadero lío.
- Me encantaría
ayudarte, Enrique, de verdad, pero no se me ocurre nada que sea medianamente
razonable. Es más, la razón y el sentimiento no suelen hacer buenas migas.
Recuerda la cita, creo que es de Pascal, de que el corazón tiene razones que la
razón no comprende.
Como a Guerrero le han defraudado los
argumentos del médico decide preguntar a Alfonso Grau. Como persona más joven
quizá esté en mejores condiciones de ayudarle. Le explica el cambio de humor de
la chica, las sospechas de Lapuerta y que no sabe el camino a tomar.
- En casos así puede
dar resultado poner distancia – apunta Grau.
- ¿Poner distancia?, ¿de
quién?
- ¿De quién va a ser?
De la persona que te gusta o a la que quieres o a la que crees que quieres. No
hay amor que resista una separación y si la soporta es que no es para tanto.
Piénsalo.
Enrique piensa y repiensa la sugerencia del veterinario, igual Grau
tiene razón. Quizá alejarse una temporada y perder de vista a la chica y al
siempre ominoso ambiente del pueblo pueden ayudarle a sedimentar sus
sentimientos, a ver con claridad el camino a seguir. Y como lo piensa, lo hace.
El joven boticario desaparece del pueblo.