El veinticuatro de octubre es el cumpleaños
de Chelo y Grandal le prepara una sorpresa. Los lunes, que es el día que pasan
juntos, es ella la que cocina, pero el excomisario ha pensado sorprenderla y
ser él quien se ponga ante los fogones. Por eso está en el Club del Gourmet del
Corte Inglés comprando unas delicatesen. Al salir del club, le sorprende
escuchar unas palabras dirigidas a él.
- Comisario,
¿también es usted aficionado a la buena mesa?
Grandal se vuelve hacia la persona que le ha
interpelado, es una mujer madura
pero lleva los años magníficamente pues se la ve en plena forma. Al
pronto no la reconoce, pero cuando se fija mejor la identifica: es Dolores
Téllez. No solo recuerda su nombre, sino también que fue directora del Museo Nacional de Antropología y a la que
acudieron los Sacapuntas para pedir su consejo sobre la doctrina usual de
préstamo de fondos entre museos. Eso fue en la época en que se dudaba si las
piezas quimbayas robadas eran originales o réplicas. Aunque él no la conoció
hasta un tiempo después en que Atienza se la presentó y donde pese a que no estuvieron
mucho tiempo juntos fue el suficiente para que hicieran buenas migas.
- Señora Téllez…
- Lola, por favor. No me hagas más vieja
de lo que soy.
- Una mujer capaz de manifestar sin
inmutarse que es vieja es porque de ello para nada. Y añado que ni lo es ni lo
parece – Grandal ha sacado a relucir la trasnochada galantería de los hombres
de su generación.
- Recuerdo que eras policía, pero oyéndote
cualquiera diría que lo que eres es un experto en el arte de contentar a una mujer
diciéndole lo que más puede agradarle.
- Y tú, si no recuerdo mal, te dedicabas a
los museos, pero en lo que realmente eres una maestra es en el arte de la
réplica rápida y certera.
Al llegar a ese punto del diálogo, ambos lanzan una breve carcajada. Ha
vuelto a aparecer el feeling entre
ambos. Esa especie de atracción química, esa chispa que hace que dos personas
puedan estar en silencio y no sentirse incómodas por ello. De pronto Grandal piensa que sería agradable proseguir
la conversación y no encuentra otra solución más a mano que invitarla a comer.
- Hoy voy a comer solo - Lo que no dice es
que eso es lo habitual - y se me ocurre que si no tienes compromiso me
encantaría invitarte a almorzar.
Ante la inesperada invitación, la mujer vacila, pero resuelve las dudas
con rapidez.
- Una viuda que vive sola suele tener
escasos compromisos para almorzar. Acepto con dos condiciones: una que paguemos
a escote, otra que me da pereza salir a buscar un restorán. Podríamos comer
aquí mismo, en la cafetería de la última planta. Tienen unos platos combinados
que no están mal.
- Acepto tus condiciones, aunque lo de pagar
a escote me cuesta aprobarlo. A los varones de mi generación lo de invitar a
comer a una señora estupenda siempre nos pareció que valía la pena, pero lo
dicho, acepto ambas condiciones.
Mientras
esperan que les sirvan charlan sobre las únicas personas cuyo conocimiento
comparten: los policías coordinadores del Caso Inca.
- ¿Volvieron a pedir tu consejo? – se
interesa Grandal.
- No les volví a ver. Supongo que estarán
muy mosqueados visto el resultado final del caso.
Grandal mira sorprendido a la mujer por sus últimas palabras.
- ¿Qué quiere decir eso de visto el
resultado final del caso?, ¿te refieres al Caso Inca?
- Claro. Imagino que debe de ser duro
investigar durante casi un año el robo de un tesoro que termina no siendo tal –
explica Lola.
- Por favor, explícame esto último porque
me he perdido - pide Grandal cada vez más perplejo.
- Ah, pero ¿es que no sabes el final del
caso? – ahora, la que parece sorprendida es la mujer -. Pensé que como policía,
aunque jubilado, estarías al cabo de la calle.
- Sé que los que llevaron a cabo el robo
fueron detenidos y puestos a disposición de la justicia, que los autores
intelectuales están ligados a un cártel de narcotraficantes colombianos, que
estos, a su vez, tenían algún tipo de conexión con las FARC y que las piezas
robadas han sido devueltas al Museo de América.
- ¿Entonces no conoces la trama final? –
se sorprende Lola.
- ¿Tú, sí? – repregunta el excomisario.
- Pues sí, porque da la casualidad de que madame
Gissel de Previn es una vieja amiga – al ver la cara de ignorancia de Grandal,
le explica -. Es la directora del Museo Jacques Chirac, el que antes se llamaba
du Quai Branly y en el que estuvieron
expuestas las piezas quimbayas prestadas por el Museo de América. Este verano
pasé una semana en París, uno de los días comí con ella y me explicó como acabó
lo del robo. ¿Quieres que te lo cuente?
- Me harías un favor casi tan grande como
haber aceptado la invitación para almorzar – Grandal vuelve a dar muestras de su
galantería.
Lola Téllez cuenta a un atónito Grandal el desenlace del robo. La DEA
tenía un topo infiltrado en el cártel de los Varelas. El chivato informó a la
agencia de que los narcos estaban preparando un golpe con un quíntuple efecto:
castigar a los gobiernos español y francés muy combativos contra el tráfico de
drogas, ganarse el favor de las FARC con vistas a su futuro posicionamiento en
la política colombiana tras firmar el acuerdo de paz, conseguir el favor del
régimen castrista pues Cuba podía ser una base importante para nuevas rutas de
la droga y congraciarse con las autoridades de Bogotá al apoderarse de un bien cultural
que muchos colombianos consideraban hurtado. Esto último fue lo que dio la
pista a los norteamericanos de que lo que pretendían robar era el Tesoro
Quimbaya. La DEA alertó a otras agencias y en colaboración con la CIA desplegaron
toda su inmensa capacidad tecnológica de obtención de información. Entre otras
muchas cosas descubrieron que los narcos habían contactado con una banda belga
experta en el robo de objetos de arte que fue la que planeó el atraco. Los
belgas convencieron a los narcos que, dada la enorme dificultad de asaltar el
Museo de América, sería más factible apoderarse de las piezas del tesoro que
estaban expuestas en el museo parisino y que tenían que ser devueltas a Madrid.
- ¿Y qué hicieron los yanquis con la
información? – inquiere Grandal aprovechando una pausa en el relato de Lola
Téllez.
- Parece que tras muchos y diferentes
planteamientos decidieron aprovechar el complot de los narcos para conseguir el
desmantelamiento del cártel y al mismo tiempo mejorar las relaciones con el
gobierno de París, con el que en los últimos tiempos la diplomacia
norteamericana había tenido bastantes tropiezos. Y de paso, le hacían un favor
al gobierno en funciones de España con el que Washington mantiene excelentes
relaciones. Informaron de lo que pasaba a los políticos responsables de la
seguridad de ambos países y conjuntamente
tramaron un plan que me atrevo a calificar de maquiavélico: cambiaron
las piezas originales que se exponían en el museo parisino por réplicas que
facilitó el Museo de América. El secreto con el que se montó la operación fue
tal que ni se hizo partícipe a las policías de ambos países. Y dejaron que la
banda organizada para tal fin asaltara el furgón blindado y así poder seguir
mejor su pista y dar un golpe mortal al narcotráfico. Lo único que no estaba
previsto es que a uno de los sicarios se le fuera la mano y asesinara a un
vigilante de seguridad.
- O sea, que
lo que siempre tuvieron los ladrones en su poder fueron unas copias.
- En efecto.
Las piezas originales siempre estuvieron a buen recaudo y se devolvieron a
Madrid cuando terminaron las conversaciones de La Habana.
- Vaya con
los yanquis. Lo que han hecho me recuerda lo de los juegos de manos de los
magos que invitan a subir al escenario a un sujeto, le dicen aquello de nada
por aquí, nada por allá, le escamotean la cartera sin que se dé cuenta y que
luego aparece en el bolsillo de un espectador sentado en medio de la sala. Un
juego de manos parecido les han hecho a los narcos, toda una jugada maestra. De
todas maneras, en este caso siguen habiendo muchos claroscuros.
-
¿Claroscuros? – ríe Lola -. Recuerdo que cuando vinieron a verme los policías
que llevaban el caso les dije que en los círculos museísticos se comentaba que del robo del tesoro se
podía decir lo que afirmaba aquel personaje shakesperiano, something is rotten in the state of Denmark. Lo que aquí se suele
traducir incorrectamente como que algo huele a podrido en Dinamarca.
- En eso
coincide un amigo mío que asegura que en este robo nada es lo que parece y nada parece lo que es.
- Una acertada definición, pero lo que en
definitiva vale es que la totalidad del Tesoro Quimbaya vuelve a estar donde
debe: en el Museo de América. Como diría otro personaje shakespeariano: All´s Well that ends Well.
Grandal frunce las cejas en señal de que no lo ha entendido por lo que
Lola se ve en la obligación de traducirlo.
- Bien está lo que bien acaba.
FIN