Francisco José Salazar, después que el
médico de urgencias le haya dado el pésame y le deje, recuerda algo que no le
ha preguntado y corre tras el galeno.
-Perdone,
pero tengo que haserle otra pregunta. No tengo pasta para que le hagan la
autopsia a mi padre, ¿entonses qué pasa, quién la paga?
-Tranquilo,
cuando la autopsia es exigida por la ley, la Administración pública se hace
cargo de los costes. Por cierto, me ha dicho la directora del hostal que en el
pueblo hay un tanatorio, tendrás que hablar con ellos para todo lo referente al
entierro.
El joven se queda rumiando lo que le ha
explicado el médico, pero de todo ello hay una frase que no se le va de la
cabeza: tu padre ha fallecido hará poco más de tres horas… Francisco José echa
cuentas y se le pone la piel de gallina. “Eso quiere desir que cuando entré en
la habitasión la primera ves todavía estaba vivo. ¡Me caguen…!”. No puede
seguir ahondando en su macabro descubrimiento porque alguien se ha plantado
ante él, es el sargento del puesto local de la Benemérita.
-Hola, me
dijiste que te llamas Francisco José Salazar y que eres hijo de la persona
fallecida, ¿no es eso? Bien, pues tenemos que hablar. Vamos a buscar un lugar
discreto donde poder hacerlo sin que nos molesten.
Nada más sentarse, se presentan dos números
de la Guardia Civil que hacen el reglamentario saludo.
-A tus
órdenes, mi sargento –dicen al unísono.
-Creía que no
llegabais. Vamos a ver, Gregorio vas a hacer una relación de todo el personal
del hostal, y cuando digo de todo quiero decir sin excepciones. Los interrogas
y que te hagan una primera declaración sobre dónde estaban y qué hacían entre
las quince y las veintitrés horas. También les preguntas si han observado algo
raro o alguna persona que haya hecho algo fuera de lo normal. Martín, tú vas a
interrogar a todos los clientes que han estado cenando entre las veinte y las
veintitrés horas. Me interesa especialmente saber quiénes de ellos conocían al
fallecido aunque fuera superficialmente. Marcáis con un asterisco aquellas
declaraciones que os suenen raras y las que creáis que los interrogados han
mentido. Cuando acabe con este joven me reuniré con vosotros. ¿Quién ha ido a
buscar a la novia de Vicentín Fabregat?
-Braulio, mi
sargento, y la chica se llama Anca Dumitrescu –contesta el guardia Martín.
El sargento retoma el interrogatorio del
joven Salazar.
-Cuéntame lo
que has hecho hoy desde que te has levantado hasta que has llegado al hostal. Tómate
tu tiempo.
El joven sevillano no necesita tiempo para
recordar, lo que le pide el suboficial es fácil.
-Verá, señor
guardia.
-Sargento,
soy sargento –le rectifica mostrándole el galón de su manga.
-Perdone,
señor sargento. Verá, está mañana me he levantao sobre las dies y he bajao a
desayunar porque er comedor lo sierran a las dies y media. Luego, me he
arreglao y he cogío la moto pa darme una vuerta por las playas de Arcossebre.
Endespués he vuerto ar Miramar pa comer y luego de llenar la tripa m´echao una
siesta como Dios manda. Cuando me he levantao he visto un buen rato la tele y
endespués he vuerto a coger la moto pa bajar a la playa a ver a mi papa como
hago todos los días –Esto último no es cierto, pero el chico ha creído que
quedará como un buen hijo contando que va a ver a su padre diariamente.
-Bien, ahora
me vas a contar sin perder detalle lo sucedido desde que entraste en la habitación
de tu padre hasta que avisaste a la patrona para que llamaran a un médico.
Contar lo que ha hecho en ese periodo del
día ya no resulta tan fácil a Francisco José, no sabe qué contar y, sobre todo,
cuanto contar. “Si le digo ar picoleto que cuando no pude acostarlo en er catre
me salí a la terrasa a fumarme un pito igual no me cree o, lo que es peor,
puede acusarme de no auxiliarle a tiempo… Mejor será echarle a la historia una
miajita de imaginasión…”.
-Verá, señor
sargento. Como casi todos los días hago antes de la sena, subí a ver a mi papa
pa charlar con él, ver cómo ha pasao er día y preguntarle si nesesitaba argo. Cuando
entré en la habitasión estaba tendío en er suelo con mu mala postura. Me asusté
y le pregunté qué le pasaba, no me contestó ni dijo na, respiraba malamente y
tenía una cara der color der membrillo maduro –El joven se toma un respiro, se
ha puesto nervioso y está trasudando.
El sargento aprovecha la pausa para
plantearle algunas preguntas.
-¿Aproximadamente,
a que hora entraste en la habitación?
-Pues a
siensia sierta no sabría desirle, pero sobre
las ocho má o meno.
-¿Qué
entiendes por estar tendido en muy mala postura?
-Pues
qu´estaba como espatarrao con las piernas abiertas, como si se hubiera caío de
mala manera. No sé cómo desirlo más claro.
-¿La habitación
estaba revuelta o como siempre?
-La verdá es
que no me fijé. Me puse mu nervioso, pero… ahora que lo pienso yo diría que
estaba como siempre…; bueno, las puertas der armario estaban abiertas y suelen
estar serradas.
-Antes has
dicho que cuando entraste serían aproximadamente las ocho de la tarde. Según me
ha dicho la señora Eulalia cuando le avisaste de que tu padre se encontraba mal,
el primer turno de la cena había terminado lo que significa que eran alrededor
de las nueve y algo. ¿Por qué tardaste casi dos horas en decidir que había que
llamar a un médico si tu padre estaba tan mal como has contado?
El joven se azara y no sabe qué responder.
La sudoración se ha vuelto llamativa y las manos le tiemblan ligeramente. El
sargento toma buena nota del estado del chico.
-Verá, señor
sargento…Yo, yo… intenté acostarlo en la cama y me costó mucho, aunque por
mucha fuersa que hise no lo conseguí y eso me llevó tiempo. Luego le di agua
aunque no la bebió. También… abrí más la puerta de la terrasita pa que entrara
más aire…
-Y para
intentar acostarlo en la cama, darle agua y abrir la puerta de la terraza,
¿tardaste casi dos horas?, ¿no te parece mucho tiempo para tan poca actividad?
-Pues sí,
señor sargento, pero…, pero es que me quedé como atontolinao, no sabía qué
haser hasta que se me ocurrió lo de avisar a la patrona.
-Bien.
Prosigue con tu narración sobre lo que hiciste en la habitación hasta que
llamaste a la señora Eulalia.
-Pues se lo
acabo de contar, señor sargento. Quise meterlo en er sobre, pero no tuve fuersas.
Quise darle agua, pero no bebió. Abrí la puerta de la terrasa… Ah, se me orvidaba,
me senté en er sillón a pensar en er disgusto que se iba a llevar mi mama
cuando le contase lo der papa y
qué podía
haser en esa situasión hasta que se me ocurrió lo de la dueña der hostal
–Francisco José, que algo se ha recuperado, hasta le echa un punto de
imaginación al relato-. No puede figurarse usté, señor sargento, lo duro que es
ver morir a un padre.
-Ya que lo
dices y aunque no seas un experto en medicina, ¿crees que cuándo pasaba todo
eso que me estás contando tu padre todavía estaba vivo o había fallecido?
El joven vuelve a estremecerse ante un hecho
que quizá le marque de por vida.
-No sabría
que desirle, señor sargento. Hablar, desde luego no lo hiso, tampoco vi que
hisiera argún movimiento y los ojos no los abrió en ningún momento. Yo…, yo
creo que ya la había parmao.
-Bien. En
esas dos horas que pasaste en la habitación, ¿entró alguien o hubo algún
intento de abrir la puerta?
-No, señor
sargento.
-Cuando nos
presentaron contaste que habías venido desde Sevilla a ver a tu padre porque te
tenía que dar unos dineros para tu madre, explícame eso con detalle.
El chico se toma su tiempo para ver como
adorna la explicación sin desvelar el auténtico motivo de su viaje que era alertar
a su padre de que le estaba buscando la justicia.
-Verá, señor
sargento –Con este reincidente preámbulo el joven ha encontrado un medio para
afianzarse en lo que va a responder-. Mis padres no están divorsiaos pero
tampoco viven juntos. Mi papa nos pasa una cantidá mensuá pa vivir con argo de
desahogo y este verano s´había retrasao en los pagos, por eso mi mama me envió
aquí pa que me diera en mano los dineros atrasaos. No es la primera ves que eso
pasa.
-Bien, pero
tú llevas aquí, ¿desde cuándo?
-Desde er
nueve de este mes.
-¿Y seis
días no han sido suficientes para que tu señor padre te haya dado esos dineros?
Al joven vuelven a temblarle las manos.
Piensa que va a tener que contar muchas mentiras y en alguna de ellas le pueden
pillar.
-Verá, señor
sargento. Es que una ves que estuve aquí mi papa me dijo que porque no me
quedaba unos días con él y así le hasía compañía –nada más decir lo último, el
chico se estremece, no tendría que haberlo dicho porque al sargento le será
sencillo comprobar que lo que es compañía le ha hecho bien poca a su padre
durante esos días, pero ya está dicho.
-Bueno, otra
pregunta: ¿sabes si tu padre tenía enemigos, gente que le quisiera mal?
Pese a sus nervios, el joven está a punto de
soltar una carcajada, ¡que si su padre tenía enemigos!, más que pulgas un perro
sarnoso, pero otra vez se impone la cautela.
-Verá, señor
sargento. A casi to la gente hay tipos que la quieren mal. Supongo que en eso
mi papa no era una exsepsión –y añade para darle más cuajo a su respuesta-.
Tenía muchos amigos, pero supongo que también había fulanos que lo tenían
enfilao.
-Bien, una
última pregunta por ahora: ¿tu padre a qué se dedicaba, en qué trabajaba?
Francisco José responde con una verdad a
medias.
-Curraba en
lo de los sindicatos, pero desde hase un par de años o argo más estaba medio
retirao.
-Vale. Más
tarde seguiremos esta conversación y no te vayas del pueblo sin avisar
previamente.
-Me tendré
que ir a la fuersa, señor sargento. Ya no me queda tela pa pagar er hotel.
El guardia piensa unos momentos.
-Lo hablaré
con la señora Eulalia, a ver qué se puede hacer.
PD.- Hasta
el próximo viernes.