Los miembros del
consejo de administración de BACHSA, Rodrigo Huguet e Íñigo Arechabaleta,
vuelven a desplazarse a Senillar para evaluar sobre el terreno el enfoque y
desarrollo de la campaña de compra de terrenos. En la reunión que mantienen con
sus apoderados locales, José Ramón Arbós y Amador Garcés, concretan más
detalles de la operación.
- Como ya os dijimos, hay que seguir comprando fincas en los sectores del norte. De momento necesitaremos, aproximadamente, un millón de
metros cuadrados. ¿Lo veis factible? – inquiere Huguet.
- Sin problemas – contesta Arbós, quien a su vez plantea –.
Esto ya os lo pregunté anteriormente, pero vuelvo a insistir en ello, ¿en la
partida de La Marina, no pensáis comprar? – a José Ramón no le importa
repetirse pues, junto con su oculto socio Badenes, tiene mucho invertido en
terrenos de ese sector.
- Por supuesto pero, como también ya os indicamos, de manera
discreta, sin forzar la mano. Eso sí, marjal que se os ponga a tiro lo adquirís.
Otra cuestión, ¿cuál es el procedimiento habitual en el pueblo en la
compraventa de fincas? – quiere saber Huguet.
- Aquí las fincas se venden y se compran por fanegas, que es
la medida agraria que se ha utilizado toda la vida – responde Arbós.
- Y la fanega ¿cuánto mide y cuál es el precio medio que se
suele pagar por una? pues – pregunta Arechabaleta.
- Una fanega tiene
ochocientos treinta y tres metros con treinta y tres centímetros, cuadrados
naturalmente. Si es de secano venía a costar unas doscientas cincuenta mil
pesetas, la de regadío algo más. Naturalmente, me refiero a los precios que
regían antes de que la gente se oliera la tostada – informa Garcés.
Arechabaleta hace
un rápido cálculo mental:
- O sea, que suponiendo una finca que tenga cuatro fanegas y
la convertimos en metros sale algo más
de tres mil trescientos metros, lo que a mil pesetas el metro supone más de
tres millones, el triple que antes. Por consiguiente no deberíais tener ningún
problema para comprar el terreno que de momento necesitamos pues.
- Siempre que se
cumpla la premisa – precisa Arbós - de que el precio se mantenga en las mil
pesetas metro, que eso está por ver.
- Y que esa empresa
fantasma, que está comprando fincas, no se nos adelante o aumente su oferta. Si
es así, nos puede tocar los huevos, pero que bien tocados – se lamenta Garcés.
- Nos dijisteis que
ya no pagan al contao como al principio. Ahí tenéis vuestro punto fuerte.
Nuestros corredores irán con el dinero en mano y ante la vista de los billetes
no es fácil resistirse pues – afirma con rotundidad Arechabaleta.
- Entonces, ¿nos
mantenemos en las mil por metro? – inquiere Garcés.
- En efecto, por
ahora ni una peseta más – confirma Huguet -. Manejad el dato que daba antes,
que los precios ya han subido el trescientos por cien y que es difícil que
suban mucho más. A ello debéis añadir que os han marcado un tope para la compra
de terrenos, dad la cifra de unos doscientos cincuenta mil metros, y por
consiguiente en cuanto se haya alcanzado esa cota posiblemente no habrá más
compras y en consecuencia los precios bajarán. Quien no venda ahora puede
quedarse compuesto y sin novia.
Como han pedido los
representantes de BACHSA a sus comisionistas éstos aceleran la compra de
terrenos. De entrada los corredores encuentran el mercado un tanto alborotado
por las adquisiciones que ya ha realizado la empresa foránea, y de cuyos
propietarios nada se sabe. El precio que ofrecen es goloso, mil pesetas por
metro son muchas pesetas, y más teniendo en cuenta el valor que tenían las
fincas unos meses antes. Son muchos los que optan por vender, especialmente los
propietarios de los campos de secano cuya rentabilidad es bajísima. Hay otros
que especulan con una futura escalada de precios y se resisten a vender. A
veces ocurre que dentro de la familia propietaria hay posturas encontradas,
como pasa con la de Pascual Tormo. Sus padres tienen una pequeña finca en la
partida de Albalat y, según cuenta en casa el cabeza de familia, les han hecho
una oferta.
- Hoy ha venido a verme Laureano, dice que tiene un
comprador para el campo de almendros de Albalat. Me ha ofrecido mil pesetas por
metro – le cuenta Vicente Tormo a su mujer – y ha añadido que un precio así es
como robar el dinero.
- ¡A mil pesetas! Eso es un dineral, le habrás dicho que sí.
- ¡Qué va! Le he contestado que me lo pensaré, pero creo que
no voy a vender, estoy convencido de que los precios se van a disparar y
podemos sacar mucha más tajada.
- La codicia rompe el saco, Vicente. No seas avaricioso y
véndelo. Nunca veremos tanto dinero junto. Además, la almendra ya no es lo que
era, ahora vale bien poco. Siempre te estás quejando de que no sacamos ni para
los impuestos.
- A lo mejor tienes razón, pero me da en la nariz que el
precio que me ha ofrecido Laureano no se va a quedar ahí. De hecho, ayer me
contaron en el casino que hay corredores de fuera que ya ofrecen algo más de
las mil pesetas, pero con el inconveniente de que son compras con los pagos
aplazados.
- Vicente, hazme caso, no le des más vueltas y vende. Que son
más un millón y medio de pesetas, ¿cuándo hemos visto tanto dinero junto?
- No te preocupes, mujer. Vamos a esperar un tiempo y a ver
qué pasa.
Las compras, al
principio, han ido razonablemente bien, pero pronto el ritmo se ralentiza, los
propietarios se resisten a vender a mil pesetas metro. Para hacerse con el
volumen de terreno que BACHSA necesita será necesario subir el precio de la
oferta. La compañía da su visto bueno y el nuevo tope se fija en las mil
quinientas pesetas metro. La enorme subida del valor de la tierra apenas si se
nota en el mercado, las ventas siguen estancadas. Quien más quien menos se dice
que si de un día para otro el coste se ha disparado un cincuenta por ciento, si
espera un tiempo el precio puede subir aún más. Los constructores optan
entonces por otra estrategia: negociar la compra de cada finca de manera
individualizada sin ponerse un límite concreto. El resultado de esa política de
compras tiene un efecto perverso: los precios entran en una espiral vertiginosa
que parece no tener fin. La escalada de los costes le inspira a Garcés una idea
que se apresura a consultársela a Badenes.
- Agustín, se me ha ocurrido que con esta locura de precios,
en la que lo que hoy vale diez mañana cuesta veinte, podríamos incrementar
nuestros beneficios si cocinamos un poco las cuentas que presentamos a los de
BACHSA.
- ¿Qué quieres decir con cocinar las cuentas?
- Cargar, por ejemplo, un diez por ciento de más al precio
real que hemos pagado por una finca. Además de la comisión nos llevamos otro
pico. Nuestros beneficios se dispararían.
- No es mala idea, pero eso también supone jugar a la ruleta
rusa, ¿te has planteado qué pasaría si los de BACHSA se enterasen?
- No llegarán a saberlo, los corredores que tengo son gente
de absoluta confianza y no se irán de la lengua porque, además de la comisión
de corretaje, se sacarán un plus con el sobrecoste. Lo tengo todo calculado. Además,
con esa política que han marcado de negociar finca a finca nos lo están
poniendo como a Fernando VII.
- Tu idea es tentadora, Amador, pero creo que por el momento
es mejor ser prudente y no arriesgarnos, no sea que vayamos a matar a la
gallina de los huevos de oro. Aunque no descarto que, cómo el tobogán de
precios siga tan loco, algún día la pongamos en práctica.
El precio de los terrenos, lo que serán los
futuros solares, sigue escalando cotas hasta que al llegar a las cinco mil pesetas
metro parece tomarse un respiro. Recibir mil duros por un metro cuadrado de
tierra, en la que caben poco más que media docena de macetas, les parece a
muchos de los labradores locales una locura, pero si hay gente dispuesta a
pagarlos allá películas. Y son muchos los que venden sus campos por ese precio,
¡nada menos que mil duros! Como cuenta el bueno de Chimo el Saurí, de profesión
pocero y demóscopo de vocación, a sus compañeros de dominó:
- Toda la puta vida arrastrándome por esos andurriales
alumbrando aguas para ganarme las habichuelas y resulta que el mejor pozo lo
tenía al lado ¡y yo sin enterarme! ¿Sabéis cuántos millones me han dado por el
baldío que tengo en la partida de Freginals, mejor dicho que tenía, y que
estaba abandonado porque es poco más que un roquedal? Mejor no os lo digo
porque os puede dar un patatús de envidia. Cuando vi la morterada de billetes
encima de la mesa me acordé de aquello que nos contaba mosén Arcadio de la
travesía de los judíos en el desierto, lo del maná que les llovía del cielo. ¡Pues
para maná, éste!