El
noviazgo de Rafael y Pepita está sufriendo muchos altibajos. Al principio, a
Rafa la niña de los Arnau le pareció tonta de remate y se lo sigue pareciendo,
pero ha surgido un nuevo factor que ha supuesto un aliciente en la relación: el
sexo. Pepita no sabía prácticamente nada sobre sexualidad, solamente las cuatro
ideas estereotipadas y frecuentemente irreales que se transmiten unas a otras
las mozas del pueblo y en las que se mezclan a partes iguales la ignorancia y
la banalidad. Por no saber, Rafael ha descubierto con cierto asombro que ni
siquiera sabe besar. ¿Qué mierda de noviazgo tuvo esta niña con el estreñido de
la cooperativa?, se ha preguntado alguna vez. Fuera lo que fuese, la mocita
está más verde que la hiedra. Y eso a Rafael le enardece. Lo de enseñar a las
mujeres a excitarse, a darse placer y a ofrecerlo le ponen como una moto. Esa y
no otra es la causa principal de que aguante, también está lo de dar gusto a
sus padres, al menos una temporada, hasta que se les pase el monumental enfado
que se cogieron con lo de la preñez de Esperanza. Mientras tanto, a desasnar a
la paletilla que, como solía repetir su amigo Santi, para unas prisas sirve.
Pepita no tiene las mismas sensaciones que su novio, más bien la
contraria. Desde el primer día le impresionó Rafael, lo encuentra guapísimo,
simpático y, además, sabe cómo tratar a las mujeres, todo lo contrario que el
sieso de José Vicente que ni besar sabía. Porque otro de los atractivos del
joven que ha cautivado a la hija de los Arnau es su atrevimiento y las manos
tan largas que tiene. ¡Y cómo besa!, la deja sin aire. Le ha enseñado como es
un beso con lengua, lo único latoso es que le obliga a mascar chicles de menta
antes de estar con él. La cosa no queda ahí. De los besos Rafa ha pasado a la
lección de las caricias manuales, luego a las orales y finalmente a las
integrales. Pepita, casi sin enterarse, se ha convertido en mujer.
Los
novios lo tienen fácil para sus encuentros íntimos. Desde que Rafael habló con
el tío Braulio para que el noviazgo adquiriera carta de naturaleza, los Arnau
les dieron un amplio margen de libertad, cosa poco frecuente en el pueblo donde
las novias están generalmente sometidas a una discreta vigilancia de padres,
hermanos y demás parentela. Con la fútil excusa de que en la primera planta de
la casa están más cómodos, la pareja permanece en ella cuando Rafa va a visitar
a su novia. Y hay noches que aquello se convierte en una orgía a dos. Rafael se
lo pasa en grande teniendo a su disposición una alumna que, si no excesivamente
aplicada, si es dócil en grado sumo. Aunque, fiel a su naturaleza donjuanesca,
una vez catada y recatada la moza cada día le resulta menos excitante puesto
que no tiene la más mínima dosis de fantasía, se limita a repetir mecánicamente
lo que le ha enseñado. En contraposición recuerda el volcán pasional, el
impetuoso torrente que era Lolita. Una, tanto, y otra, tan poco, que mal
repartido está el mundo, se dice. Está pensando en deshacerse de Pepita en
cuanto tenga la menor oportunidad, catar diariamente el mismo menú termina
siendo aburrido y más para un paladar exigente como el suyo. Algo ha debido de
olerse la niña de los Arnau, que tampoco es tan lerda como piensa el joven,
puesto que últimamente insiste una y otra vez en que deberían ir pensando en
fijar la fecha de la boda.
- Tranquila, mi reina. Claro que nos
casaremos, pero sin prisas. Somos muy jóvenes y tenemos mucho tiempo por
delante. Lo que hemos de hacer ahora es divertirnos cuanto podamos, que ya
vendrán los días en que no tendremos oportunidad de hacerlo.
- Sí, pero mi madre dice que sería bueno que
fijásemos fecha para la boda, aunque fuera para el año que viene. Me está
preparando un ajuar de categoría y necesita saber para cuando pensamos casarnos
por si debe de meterles prisa a las clarisas de Oliva que están bordando las
sábanas y las mantelerías. No te puedes imaginar lo preciosas que están
quedando.
La
jovencita se embarca en describir con todo lujo de detalles el fastuoso
contenido de su ajuar, que es como no se ha visto nunca en el pueblo.
- Vale, vale, no te enrolles con lo de los
trapos que eso me aburre cantidad. Ven para aquí y hazme un trabajito fino, de
los que sabes que me gustan – al menos, se dice Rafael, tendrá la boca ocupada
y se callará de una vez.
Porque otro de los impensables cambios experimentados por Pepita es que
se ha vuelto parlanchina. La chica callada que trató Gimeno ha devenido en una
mujer que habla sin parar aunque, eso sí, solo de sus temas y preocupaciones
que ahora son su compromiso, la boda en ciernes y todo lo referente a la misma:
el ajuar, el vestido de novia que su madre le va a comprar en Valencia, a quiénes
invitarán, el traje a medida que estrenará su padre que será el padrino, adónde
irán de luna de miel, a ella le gustaría ir a un sitio lejano, y que se tenga
que ir en avión, nunca se ha montado en uno y se muere de ganas de hacerlo...
Otro
de los temas de sus monólogos es como piensa decorar la habitación de
matrimonio en la casa de sus padres, que es donde vivirán. A Rafael el asunto
le resbala, pero un día hablando con su madre lo menciona de pasada. La
reacción de Maruja es fulminante.
- ¿Cómo que vais a vivir en casa de tus
suegros?
- Bueno, eso son los planes que hace Pepita.
Yo no he dicho una palabra sobre el asunto.
- Pues conviene que la vayas diciendo. De
vivir con los Arnau, nada de nada. Debes de tener tu propio hogar, en caso
contrario nunca serás el señor de la casa, solo una especie de realquilado de
lujo.
- ¡Que cosas dices, mamá! Ya te dije que ni
me lo he planteado. Si ni siquiera pienso en la boda, como para hacerlo de
donde vaya a vivir. Estas son algunas de las muchas bobadas que dice Pepita
cuando se pone a cotorrear, que es que no para. Dice que no va a dejar a sus
padres solos, que así su madre le ayudará en las faenas de la casa y no tendrá
que preocuparse ni de hacer la comida.
- Pues cuando vuelva a sacar el tema le dices
que nanay. Que de vivir en casa de sus padres, nada. Que si tú vas a dejar a
los tuyos, ella también puede hacerlo con los suyos. Y que el casado, casa
quiere. Y déjale caer que solo será una señora cuando esté al frente de su
hogar, mientras viva en casa de sus padres, la señora solo será su madre. Verás
como la convencerás
Águeda está un tanto mosca. No recuerda que su hija haya puesto en el
cesto de la ropa sucia los pañitos higiénicos que usa para los días que tiene
la regla. No tiene la certeza de si el pasado mes los echó en falta, pero éste
seguro que no los ha usado. Y la niña es como un reloj suizo, igual de regular.
De ahí su extrañeza.
- Pepita, ¿dónde echaste los pañitos de este
mes que no los encuentro por ninguna parte?
- Todavía no me ha venido la regla.
- ¿No te tocaba hace dos semanas?
- Pues no me acuerdo.
- ¿El pasado mes la tuviste, verdad? – el
tono de alarma de la voz de Águeda es patente.
- Supongo que sí, pero lo no recuerdo.
Por
el entreabierto escote del camisón, la señora Águeda vislumbra la turgencia de los
pechos de su hija y el corazón le da un vuelco. Al día siguiente, madre e hija
cogen el coche de línea y se marchan a Alicante a visitar a un doctor de pago;
cuando van de médicos suelen ir a Valencia, pero han elegido la ciudad
alicantina porque allí es menos probable que se encuentren con algún conocido.
Tras reconocer a la jovencita, el dictamen del tocólogo es terminante: la
paciente está embarazada de unas seis semanas y tanto el feto como la gestante
están en perfecto estado. Pepita no sale de su asombro, no tenía ni idea sobre
su estado y no sabe si alegrarse o entristecerse, ahora se tendrá que casar,
esa es la parte agradable, pero se va a poner gorda como un tonel y no le van a
valer los vestidos nuevos, esa es la desagradable. Su madre, pasado el sofocón,
no pierde demasiado tiempo en reprenderla, hay cosas más urgentes que resolver.
Lo único que exige a su hija es silencio total sobre su estado. Águeda todavía
tiene la sangre fría, antes de volver al pueblo, de visitar a las monjitas de
Oliva para pedirles que adelanten el ajuar de la niña.