Atienza ha preguntado a
Grandal porque no ha querido que su compañero Bernal estuviera presente en la
reunión que están manteniendo, reunión en la que el excomisario le ha contado
el nuevo dato que ha recordado Ponte, para terminar exigiéndole que no le cuente
milongas, que diga la verdad.
- Te voy a hablar sin tapujos, Juan Carlos – se sincera Grandal -. En
la anterior y lamentable ocasión que hablé con vosotros, Bernal estuvo
francamente desagradable y hasta faltón, no solamente conmigo sino también con
mis amigos. Y no tenía porque. Por otra parte, fue quien más hincapié hizo en
recordarme que podía caerme la del pulpo si seguía interfiriendo en vuestras investigaciones.
Lo de que hayamos interferido no se ajusta en absoluto a la verdad, pero recordarás
que repitió mucho ese término. Y fue también Bernal quien dejó caer que la
jueza de instrucción podría imputarnos no sé cuántos cargos. De tu compañero
saqué la impresión de que es un buen policía, pero también hombre de reacciones
primarias, de los que primero actúan y luego piensan. Por todo ello, y teniendo
en cuenta lo que acabo de contarte, temo que podría aprovechar esta ocasión
para buscar en el Reglamento del Cuerpo algún artículo con el que abrirme
expediente pese a mi condición de jubilado. Tampoco descarto que pinchara a la
jueza de instrucción para imputarnos Dios sabe qué cargos. Por lo que a mí respecta
esas posibles vendettas me la traen al fresco, pero que puedan empurar a los
vejetes es algo que no puedo consentir. ¿Te parecen suficientes razones para no
querer que Bernal estuviera presente?
- Y todo eso que piensas que puede hacer Bernal, ¿no lo puedo llevar a
cabo también yo? – pregunta Atienza que sigue todavía muy reticente.
- Poder, podrías, pero no creo que lo hicieras jamás – afirma
tajantemente Grandal.
- ¿En qué te basas para estar tan seguro?
- En que eres demasiado
inteligente y en que si he aprendido algo durante casi cuarenta años de tener
que desentrañar lo que la gente guarda en sus tripas es conocer la verdadera
calaña de las personas. Y tú me podrás joder de mil maneras, pero eres de los
que cualquier acción que hagas antes de ejecutarla la pasarás por el filtro de
la razón. Por tanto, no vas a hacer nada que suponga indisponerse con los
mejores, y prácticamente únicos, aliados que tenéis en estos momentos, yo y mis
amigos.
Atienza no contesta de
momento, mira a Grandal como intentando calibrar los auténticos motivos del
excomisario y el grado de veracidad de sus palabras, hasta que finalmente le pregunta:
- Y exactamente, ¿qué es lo que quieres de mí?
- Uno, que cuando le cuentes a Bernal lo que acaba de recordar Ponte,
de que uno de los atracadores fuera posiblemente colombiano, hagas cuanto esté
en tu mano para que no se suba a la parra y que desista de meternos un puro
utilizando el Reglamento o el Código Penal. Dos, que trates de meterle en su
dura mollera que no se oponga a que continuemos investigando, siempre de forma
discreta y, por supuesto, comunicándoos inmediatamente cualquier nueva pista,
indicio o dato que descubramos.
- Quizá lo primero podría conseguirlo, eso sí con mucha paciencia y
dosis ingentes de mano izquierda – admite Atienza -, pero sobre tu segunda
petición ya te anticipo que Eusebio jamás la consentirá. Ha hecho del Caso Inca
algo personal y no está dispuesto a que nadie más se entrometa. Solo te diré
que está a matar con Blanchard, el inspector francés que colabora con nosotros,
porque le considera una especie de rémora que solo sirve para entorpecer
nuestras investigaciones. ¡Cómo para que vaya a admitir más invitados a la
fiesta!
- Por lo que sé de él, Bernal será tozudo y de reacciones primarias,
pero no es tonto ni mucho menos. Al menos, eso es lo que se cuenta de tu
compañero en el ambiente de la Judicial. Sé que no hace ninguna falta que te dé
argumentos para convencerle, pero permíteme que haga solo dos apuntes. Uno, que
hasta el momento vuestros logros en la investigación han sido, por decirlo de
forma suave, más bien precarios. Dos, que todo cuanto descubramos nosotros
seréis vosotros quienes os apuntaréis el tanto. Y sabes mejor que yo que en la
Dirección General y hasta en el propio Ministerio están más que descontentos
con vuestra actuación. Necesitáis urgentemente apuntaros algún tanto para que
no os quiten el caso de las manos y ahora llegamos nosotros y os ofrecemos uno.
Y no descarto que sea el último, puede haber más.
Los argumentos de Grandal
parece que han hecho diana. El silencio de Atienza da a entender que está
analizando y sopesando lo que acaba de oír. Pasan unos minutos sin que ninguno
de ambos interlocutores diga nada. El silencio lo rompe el inspector de
Patrimonio.
- Bueno, veré lo que se puede hacer, pero no te prometo nada.
Atienza ha ideado un plan
para lograr que Bernal ceda en su postura de que el Caso Inca es un asunto que
compete exclusivamente a ellos. Para el buen fin de su proyecto necesita un
aliado y solo hay uno posible: Blanchard. En la conversación que mantiene con
el francés le cuenta cuanto le ha referido Grandal, lo que éste le ha pedido y
el escollo que significa la irreductible posición de su compañero de equipo.
- No me extraña nada que Eusebio se oponga a cualquier tipo de ayuda.
Si hasta mí me pone trabas. Es el clásico españolito del mantenella y no
enmendalla – ironiza Blanchard, sacando a relucir su excelente dominio del español.
- Eusebio no es tan cerrado como crees. Y sí, es cierto que en
ocasiones te ha puesto la zancadilla, como también lo es que a veces, y perdona
que te lo diga, te pones un poco faltón con nosotros.
- De faltón nada, eh – rechaza Blanchard molesto por la acusación.
- Michel, sabes que me caes bien y que te considero un colega de lo más
competente, pero este no es momento de andarse con paños calientes. En más de
una ocasión, en las que tú y Eusebio os habéis trabado de cuernos, me han dado
ganas de gritarle a Bernal que no fuera tan susceptible y a ti recordarte que
se cazan más moscas con miel que con hiel. A veces, y te ruego que no te lo
tomes a mal, muestras un cierto aire de superioridad que puede provocar la
irritación de alguien con la piel tan fina como Eusebio. Dicho esto, te ruego
que para el buen fin de nuestra investigación, y en ese nuestra entras tú por
derecho propio, te avengas a echarme una mano para convencer a Eusebio.
El francés, tras volver a
insistir que no está en su ánimo menospreciar a sus colegas hispanos, se aviene
a formar parte de la pequeña maquinación urdida por el inspector de Patrimonio
con el fin de convencer al colega de la Judicial. Tal y como Atienza había
previsto, Bernal pone el grito en el cielo cuando se entera de la última “hazaña”
de Grandal y su panda de jubilados. Y, como también había supuesto Atienza, se
opone frontalmente a dar cuartelillo al grupito de carrozas para que sigan
investigando.
- ¡Hasta ahí podíamos llegar! – exclama Bernal francamente enojado -.
Y todavía me molesta más que seas precisamente tú, Juan Carlos, quien acepte
una situación que vulnera el Reglamento y que se cisca en todas las normas y
procedimientos policiales. Y no te digo nada como se va a poner la jueza cuando
le contemos esta nueva e irresponsable intromisión.
Blanchard, que hasta el
momento ha sido un invitado de piedra en el rifirrafe entre sus colegas
españoles, entra en acción.
- Si me permitís meter baza… En esta divergencia de opiniones yo
estoy más con tu postura, Eusebio, que con la de Juan Carlos. A mí que unos
aficionados pretendan ayudarnos me parece algo de otros siglos, supone
retroceder a aquellos tiempos en los que la criminalística, la criminología y
todas las técnicas y procedimientos que hoy manejamos para luchar contra el mundo
del crimen eran prácticamente desconocidos. Esa pretensión la califico como
inadmisible, pero… un personaje de vuestra historia, cuyo nombre no recuerdo,
dijo una frase que viene pintiparada para la ocasión: ni quito ni pongo rey,
pero ayudo a mi señor. Y mi señor es el Director General de mi servicio, quien
me ha hecho saber su descontento por la falta de resultados y ha ido más allá,
me ha dado un ultimátum: o avanzamos en la investigación o me hará volver a
París. O sea, que me apartarán del caso. Rectifico, lo que dijo exactamente fue
que nos apartarán del caso. Al parecer ya lo tiene hablado con vuestros jefes.
Por eso, esta discusión en si son galgos o podencos está de más. El problema
que tenemos encima no es ese.
Bernal, que ha escuchado con
semblante hosco la perorata del francés, pregunta:
- ¿Entonces, qué propones?