La entrevista a la que la señora Soledad ha
citado a Julio induce al mañego a diseñar una estrategia para enfrentarse a la
mujer de armas tomar que parece ser su futura suegra. A ello le ayuda Consuelo
que no cesa de repetirle que lo más aconsejable es dejar que sea su madre quien
hable primero.
-Pero si le dejo hablar y de entrada me dice
que nunca va a consentir que sigamos con lo nuestro, ¿qué hago entonces?
-Julio, cariño, no te pongas la venda antes
de la herida. Sé que para mi madre no eres el yerno con el que soñaba, pero
después de los últimos encontronazos que hemos tenido algo tendrá que recular.
Y en el caso de que ocurriera lo que temes, no te calles, contéstale sin perder
las formas e intenta convencerla, palabritas no te faltan.
-Dios te escuche, pero sigo sin tenerlas
todas conmigo –se lamenta el mañego que continúa inquieto ante lo que puede
depararle la entrevista.
Las horas que faltan para el encuentro con
la madre de su amada son para Julio toda una prueba. No piensa más que en la
cita, quizá por eso el profesor Hernández tiene que llamarle la atención un par
de veces para que se centre. Por la tarde intenta repetidamente elaborar un
guion sobre lo que le va a contar a la señora Soledad. Incluso toma algunas
notas, pero en cuanto ha completado el esquema de lo que será su parlamento, se
le ocurren otras razones con las que apoyar sus argumentos. Llega un momento en
que, exasperado, rompe las notas, se olvida de los esquemas y se encomienda a
Santa Rita de Casia, patrona de los imposibles.
Cuando el joven mañego golpea la aldaba de
la puerta de los Manzano, el corazón le va a mil y no puede evitar un cierto
temblor. Trata de serenarse para dar la impresión de ser hombre seguro de sí,
pero los nervios siguen traicionándole. Se oyen pasos y quien abre el amplio
portón es una niña, la hija pequeña de los Manzano.
-Madre
te espera en el comedor. Acompáñame –le indica con su voz aniñada.
Es la primera vez que Julio entra en el
hogar de su amada. Es la típica casa de agricultores acomodados, aunque el
mobiliario es más bien rústico y la decoración se limita a algunas litografías
de calendario colgadas en las paredes. La niña le conduce hasta lo que al
parecer es el comedor, que no es más que una amplia estancia aneja a la cocina.
Le deja y desaparece, no sin antes musitar:
-Suerte, chacho –a la par que una tímida
sonrisa florece en su boca.
En el comedor le está esperando la señora de
la casa. Ni rastro de Consuelo ni de los demás hermanos, pero sí hay otra
mujer.
-Buenas noches nos dé Dios, señora Soledad
–saluda el mozo con voz todavía algo insegura.
-Buenas noches. Así que tú eres el famoso
mañego. Ganas tenía de tenerte a tiro –dice Soledad.
Lo de tenerle a tiro le parece a Julio una
frase de mal agüero. Esta mujer va a por mí, me quiere cazar como a un gazapo, se
malicia el joven.
-Esta es mi hermana María –explica la dueña
de la casa en tono seco señalando a la otra mujer.
-Mucho gusto en conocerla, señora María. Su
sobrina me ha hablado de usted y de lo mucho que la quiere.
-Creo que te llamas Julio, ¿no?, ¿y qué más?
–pregunta María por toda respuesta.
-Sí, señora, Julio Carreño Lahoz.
-Esos apellios no son de por aquí –apunta
María.
-Es cierto, señora. Carreño tengo entendido
que es un apellido de origen asturiano, aunque mi padre era leonés. Y Lahoz es
aragonés, pues de Aragón es la familia de mi madre.
-¿Y tu padre vive? –Quien pregunta ahora es
la señora Soledad.
-Murió hace bastantes años.
-¿También era mañego? –Soledad parece que no
escucha, porque Julio acaba de decir que su padre era leonés.
-No, señora, era de Villafranca del Bierzo,
en la provincia de León, aunque sus abuelos eran asturianos.
-¿Y cómo fue a parar a San Martín? –prosigue
Soledad.
-Se dedicaba a vender botillos y en uno de
sus viajes conoció a mi madre, se enamoró de ella, y se quedó en el pueblo.
-¿Qué son los botillos? –Ahora quien
pregunta es María.
-Es el embutido más típico del Bierzo. Se
elabora con piezas troceadas procedentes del despiece del cerdo –Julio se va
soltando y tranquilizando ante preguntas tan inocuas-. Los ingredientes básicos
son costilla y rabo, pero a veces también se añaden otras piezas como lengua,
carrillera, paleta y espinazo. Todo ello se condimenta con sal, pimentón y ajo
y se embute en el ciego que luego es ahumado y semicurado. En muchos lugares es
uno de los platos principales en fiestas y celebraciones, especialmente en
invierno.
-Mira el mozo, que redicho es, pero no
hablas como los mañegos. ¿Es que has estudiao? –pregunta María.
-Sí, señora. Tengo aprobadas la mayoría de
asignaturas del plan de estudios del 68, aunque no llegué a sacarme el título
de bachiller. Y ahora estoy estudiando contabilidad con el señor Hernández en
Plasencia, que fue profesor de la Escuela de Comercio de Madrid –Julio ve
llegado el momento de comenzar a explicar sus proyectos para poder ofrecer a su
amada un futuro halagüeño-. Precisamente…
La señora Soledad le corta con otra pregunta
que no guarda relación alguna con lo que están hablando en ese momento.
-¿Tu madre también es
del Bierzo?
-No, señora. Nació en
Alcalá de la Selva, un pueblo de la provincia de Teruel, pero como su padre era
guardia civil ha vivido en muchos lugares diferentes.
-¿Y cómo terminó en un
pueblín tan escondio como San Martín?
-Porque cuando acabó
la carrera de maestra, mi abuelo Julio, me pusieron el nombre por él, estaba de
sargento en Don Benito. Había una plaza vacante en la escuela de niñas de San
Martín y se la dieron. No tenía intención de quedarse allí, pero conoció a mi
padre, luego me tuvieron a mí, los años fueron pasando y como estaba muy a
gusto y en el pueblo la quieren mucho al final no se movió –Julio hace otra
intentona de hablar de lo que le interesa-. Al contrario que mi madre, yo…
Otra vez, la señora
Soledad le corta sin ninguna clase de miramiento.
-Si estudias
contabilidad, ¿es qué quieres ser contable?
-No necesariamente,
saber de cuentas no solo me va a servir para llevar una contabilidad, también
podré trabajar en otros muchos empleos que requieren saber de números como por
ejemplo en un banco o para llevar un negocio propio.
-¿Piensas tener un
negocio propio?, ¿de qué clase? –se interesa María.
-Aún no lo he pensado,
pero es algo que me gustaría. Antes que trabajar para otra persona preferiría
ser mi propio patrón.
-Pa poner un negocio
se necesita dinero, ¿y de dónde lo ibas a sacar si me han dicho que sois unos
pobretones? –inquiere Soledad que no se priva de mostrar su menosprecio.
-Trabajando y
ahorrando. También podría pedir dinero prestado.
-Todos esos planes que
cuentas, chacho, los veo muy verdes. Tengo la impresión de que no son más que
un montón de fantasías. Otra cosa, ¿crees que podrás darle a mi hija las
comodidades que tenemos en esta casa? Lo digo porque mi hija está acostumbrá a
vivir con desahogo y sin que le falte de na –Y sin dejar que el joven quinto
pueda contestar, Soledad hace otra pregunta-. Y hasta ahora, además de estudiar
¿qué más has hecho?, me refiero a si has trabajao en algo.
Julio duda, no le
parece que contar que estuvo alijando en la
Raya sea algo que vaya a favorecerle, pero le prometió a Consuelo que diría
siempre la verdad y no va a incumplir la promesa.
-Pues vera… -Lo de
hablar del contrabando sigue resultándole duro por lo que intenta diluirlo-, en
ocasiones he ayudado al tío Lázaro, un conocido de San Martín, que hace portes
por los pueblos de la Raya. Por
cierto, que ese trabajo me sirvió para aprender a negociar –alardea el quinto
que intenta otra vez decir algo de sus futuros planes-. Eso me puede servir el
día de mañana pa….
-¿Y qué portes hacía el tío Lázaro? –le corta
María.
-Pues de todo un poco.
-¿Entre ese poco había
café? –inquiere Soledad.
Julio se pone colorado
como un tomate. Lo directo de la pregunta de la señora Soledad quiere decir que
sabe de sus andanzas por la Raya, por
lo que antes de que le pille en un renuncio piensa que será mejor contar la
verdad.
-Sí, señora,
llevábamos café y otros productos de contrabando. Como usted debe saber, en los
pueblos rayanos es difícil encontrar
trabajos con los que ganarse la vida.
-¿Y te detuvieron
alguna vez los civiles? –Se ve que Soledad ha hecho los deberes y está bien
informada de todos los avatares de la vida del joven.
-Sí, señora, me
detuvieron una vez, pero no estoy fichado –se apresura a aclarar Julio-. Como
mi madre es hija del Cuerpo tiene muchas amistades entre los guardias de la
comarca y especialmente entre las dotaciones del Valle de Jálama. Gracias a
ello pudo intervenir a tiempo y no me enviaron a la comandancia de Plasencia,
por lo que no estoy fichado como contrabandista.
-¿Y es verdá que eres
de los que se gastan el jornal a las cartas o al juego que pilles? –inquiere
Soledad.
El joven vuelve a
enrojecer. No hay duda de que su futura suegra ha indagado sobre su vida y
milagros y conoce al dedillo sus debilidades, pero una vez más afronta la
pregunta contestando la verdad.
-Eso era antes de que
conociera a su hija. Desde que conozco a Consuelo no he vuelto a tocar una
baraja ni ningún otro juego en el que haya apuestas por medio. ¡Se lo juró por
la Virgen de Guadalupe! –dice con un hilo de voz.
-Solo tres tachas
tiene este fraile: el vino, el juego y las muchachas –sentencia Soledad que,
antes de que Julio pueda decir esta boca es mía, llama-. ¡Julia!
Al instante, como si
estuviera en el cuarto de al lado, aparece la niña que abrió la puerta.
-Acompaña al joven a
la salida. Buenas noches –Y sin dar opción al mañego de que pueda decir algo,
Soledad se da media vuelta seguida de su hermana y desaparecen en el interior
de la casa.
Al salir, la muchacha
le dice a Julio algo impropio de una niña de siete años:
-No te preocupes por
madre, habla mucho, pero luego no hace ni la mitá.
Todo ha sido tan
repentino que Julio no ha tenido oportunidad de replicar. ¿Qué le voy a decir a
Consuelo, se pregunta, que su madre me dejó con la palabra en la boca?
PD.- Hasta
el próximo viernes en que, dentro del Libro I, Un mañego enamorado, publicaré el episodio 9. ¿Has pensado en cómo
guardarás mi ausencia?