"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 4 de junio de 2021

Libro II. Episodio 95. ¿Estás enamorada de otro?

 

   Julio parece que ha dicho todo lo que tenía pensado decir, aunque todavía le falta el remate.

   -Ahora, la pelota está en tu tejado. Te agradezco de corazón la paciencia que has tenido para aguantar el discurso que acabo de soltarte, pero tenía que hacerlo. No podía demorarlo ni un día más, era un sinvivir, por eso, me he dicho de perdidos, al río. Una vez que te lo he contado estoy más tranquilo. Bueno –y esboza una forzada sonrisa para quitarle gravedad a su exposición-, una tranquilidad relativa, la del encausado que espera que el juez lo absuelva o lo condene.

   Julia no sabe qué decir, lo que acaba de oír ha supuesto una inmensa sorpresa para ella. Había notado que Julio estaba últimamente como más cariñoso, más atento, con ganas de agradar, pero lo achacaba a que su grado de amistad había subido muchos enteros, desde que ambos comenzaron a planear juntos el Pacto de la Pilarica, pero aquello no se lo esperaba. Si ha de ser honesta consigo misma, ha de reconocer que la declaración le ha impactado, la sinceridad con la que ha hablado, la pasión contenida que se desprende de sus palabras, el desgarro y el dramatismo con el que ha terminado… Intuye que cuanto ha dicho Julio le ha salido directamente del corazón, aunque haya pretendido formularlo con una cierta asepsia. Ahora, como él dice, la pelota está en su tejado, el problema es que no sabe qué hacer con ella.

   Julio parece intuir lo que pasa por la cabeza de la joven. Presiente que la respuesta puede ser negativa y juega su última baza.

   -Julia, puesto a pedirte favores, hazme otro: no me contestes ahora, tómate un tiempo para pensarlo. Digamos que veinticuatro horas; no, mejor setenta y dos. En tres días no nos hablaremos ni nos veremos. Y mientras tanto te lo piensas, lo consultas con la almohada, y si lo crees oportuno lo hablas con quien quieras, con tu hermana, con tu confesor, con una amiga… ¿Estás de acuerdo? Bien, pues entonces, el fallo se aplaza y el encausado –y lo dice con una doliente sonrisa– queda a su disposición, señoría, hasta dentro de setenta y dos horas.

   Julia tiene mucho qué meditar. Desde el momento que dejó la trastienda, tras escuchar asombrada la inesperada declaración de Julio, no ha dejado de pensar en ella. No se le va de la cabeza, está como ida. Era lo último que podía esperar y, en casa doña Pilar, que está ayuna de la declaración de su hijo, ya le ha preguntado un par de veces si le pasa algo. Claro que le pasa, ha de tomar una decisión que quizá sea la más crucial de su vida. La situación la ha puesto tremendamente nerviosa. Trata de serenarse y de centrarse en la respuesta que ha de dar a su… ¿enamorado?, que rara le suena esa palabra aplicada a Julio. Es incapaz de pensar con claridad, el cóctel de sentimientos, de recuerdos, deseos y temores se mezclan y se agitan en su mente y lo que consigue es un molesto dolor de cabeza que la lleva a tomarse una tisana y acostarse. Lo consultará con la almohada como le recomendó Julio.

   A la mañana siguiente la neuralgia se le ha pasado, pero sigue sin saber qué partido tomar. ¿Unirse a un hombre del que no está enamorada?, ¿casarse para no terminar siendo una solterona?, ¿utilizar a este inesperado pretendiente para darle en la cabeza a su madre?, ¿dejar de ser la señorita Manzano, dicho con el retintín que tanto le molesta, para convertirse en la señora de Carreño?... Muchas de las preguntas que se formula le incomodan, pero los interrogantes se suceden uno tras otro; las que no aparecen por ningún lado son las respuestas. Con frecuencia queda tan absorta en sus pensamientos que apenas se da cuenta de cuanto ocurre a su alrededor. Afortunadamente, apenas media docena de clientes han entrado en la tienda porque la atención que les ha prestado ha sido deplorable. Doña Pilar vuelve a preguntarle si le ocurre algo, le dice que no; bueno, que tiene algo de migraña, pero nada más. Entre un torbellino de sentimientos y emociones encontradas, con una avalancha de ideas confusas y un rimero de preguntas sin respuestas, transcurre el primero de los tres días que Julio le dio de plazo. Acaba la jornada y, además de que no ha encontrado la solución al dilema, la realidad es que está todavía mucho más desorientada que el día anterior. Vuelve a tomarse una tisana porque nota los primeros síntomas de una previsible jaqueca y se acuesta sin saber qué partido tomar. 

   Se despierta, en el dormitorio hace frío que es lo propio en diciembre. Se queda en la cama pensando, ya han transcurrido más de veinticuatro horas y todavía no ha decidido qué va a responder. Algo tendré que hacer, se dice, aunque solo sea por lo caballeroso y sincero que ha sido merece una respuesta. Termina haciendo una de las cosas que le sugirió Julio: pidiendo la opinión al miembro de su familia más cercano, su hermana Consuelo. Va a verla y le plantea el dilema, le cuenta la declaración de Julio y cómo ha quedado en darle una respuesta. Consuelo le escucha, al principio con cierto asombro, luego  con suma atención pues presiente que su hermana puede estar jugándose su futuro.

   -Y la verdad, Consuelo, a estas alturas, y después de casi dos días calentándome los cascos, no sé qué contestarle. ¿Qué me aconsejas?

   - Verás, Julina –Consuelo trata de ganar tiempo para ordenar sus ideas porque la confesión le ha sorprendido y, pese a sus diferencias en los últimos tiempos, sigue profesando gran cariño a su hermana pequeña-, no es fácil aconsejar en estos casos, pero soy tu hermana mayor y tengo el deber y hasta el derecho de hacerlo. Voy a serte muy sincera –duda de si hablarle de su noviazgo con Julio, de lo que hizo bien y de lo que hizo mal, pero ello es un asunto de antaño y lo que ahora importa es el presente-. Conocía, y muy bien, al Julio de hace diez años, al de ahora le conozco poco, casi todo lo que ahora sé de él me lo has contado tú. Me has dicho que te parece buena persona y que tiene mucho porvenir, pero solo me has hablado de él como alguien con quien colaboras y que en los últimos tiempos has llegado a considerar un amigo.

   -Y así es, hermana. Nunca pensé en Julio más que como un borde al principio de nuestra relación y como un amigo después.

   -Ahora resulta que pretende ser algo más que eso. Y tú ¿qué quieres? Me lo has dicho antes, no lo sabes. En ningún momento has hablado de amor, deduzco que eso quiere decir que no estás enamorada de él. ¿Lo está él de ti?

   -Dice que sí y le creo. También sabe que no comparto sus sentimientos.

   -¿Te lo ha dicho así?

   -Como suena, hermana. Me dijo que está dispuesto a casarse conmigo a sabiendas de que no le quiero.

   -Mucho coraje hay que tener para eso, y debe de quererte mucho, Julina. Un hombre que demuestra ese valor es merecedor si no de tu cariño, sí de tu respeto.

   -Y lo tiene. Ya lo tenía antes, pero ahora mucho más.

   -Si le dices que no, puede pasar que no vuelvas a tener otro pretendiente como éste. Como eres muy joven y tienes toda la vida por delante, no te van a faltar pretendientes, pero su declaración es algo a valorar. Conociéndote sé que eso ya lo has pensado. Te digo otra cosa con el corazón en la mano: no me gustaría que terminaras siendo una solterona. Por ley natural algún día te quedarás sola, ¿has pensado qué clase de vida llevarás? Eres inteligente y todas esas preguntas me imagino que te las has planteado mil veces, pero quiero que escuches lo que pienso sinceramente pues, a pesar de lo que puedas creer, te sigo queriendo. Si la vida de una mujer casada ya es dura, la de una solterona puede serlo aún mucho más. Esta sociedad no está preparada para mujeres sin pareja y las que, por las circunstancias que fueren, no llegan al altar son como una pieza de un rompecabezas que no encaja en ninguna parte. Ya sé, ya sé lo que vas a decir –se adelanta al ver que su hermana quiere hablar-, estar casada tampoco es una garantía de felicidad. Lo sé por experiencia, pero compartir, aunque no sea con el hombre ideal, es casi siempre menos penoso que vivir sola. Hay algo importante a lo que no te has referido en ningún momento. Dices que no estás enamorada de él, pero como hombre, ¿acaso te repugna que pueda tocarte?

   Julia no tiene que pensar la respuesta porque en el plano físico su relación con Julio ha sufrido un cambio radical.

   -No, Consuelo. Ni me repugna ni me da asco ni nada por el estilo. Ya te he dicho que es muy agradable y cuando estoy con él la verdad es que se me pasa el tiempo sin sentirlo.

   -O sea que todo estriba en que no estás enamorada, ¿no es así? Me encantaría que te casaras por amor, el problema es que esperando al príncipe azul puede suceder que nunca aparezca. Con Julio tienes algunas bazas que has de valorar. No te desagrada físicamente y eso es muy importante; las noches de invierno pueden hacerse muy largas con un hombre al lado que ni siquiera te atraiga como tal. También dices que te parece encantador y hasta divertido, eso supone que a su lado te encuentras a gusto. Y le calificas como un excelente amigo. Julina, te diré algo que quizá ignores: la mayoría de las esposas que conozco, tanto en nuestro pueblo como aquí, no pueden decir tanto de sus maridos. Solo con las virtudes que has enumerado creo que deberías aceptar su proposición.

   -¿Así de rotundo, hermana? -La joven se sorprende ante la categórica respuesta de Consuelo             - ¿Y no sería mejor que le diera largas? –pregunta.

   -En estos casos no valen las medias tintas, Julina. Él se ha portado como un caballero y tú debes de hacerlo como una dama. O aceptas su petición o no la aceptas, pero nada de marear la perdiz. Un hombre que te quiere y te respeta y que está empeñado en desposarte, pese a que sabe que no le amas, será muy capaz de terminar conquistando, si no tu amor, si tu consideración y estima. Respetaré cualquier decisión que tomes y me tendrás siempre a tu lado pero, insisto, mi opinión es que lo aceptes.

   -Pero es que no estoy enamorada de él.

   La réplica de Consuelo es contundente.

   -¿Estás enamorada de otro?

 

 PD.- Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro II, Julia, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 96. La penúltima bala