"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 7 de marzo de 2017

111. Marchando una de criadillas



   Ponte hace muchos días que no abre la prensa digital. Como suele ocurrirle a menudo, no sabe ni en qué día está. Mira el ángulo inferior derecho de la pantalla y ve la fecha.
- Vaya, estamos a uno de abril – dice en voz alta. La data le lleva a la memoria que hasta mil novecientos setenta y cinco, año de la muerte del Caudillo, el uno de abril era llamado el Día de la Victoria, pues en tal fecha de mil novecientos treinta y nueve el general Franco firmó el último parte de la Guerra Civil Española. Era un breve texto que su excelente memoria recuerda perfectamente, decía: “En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado”. Ya han pasado setenta y siete años de aquella carnicería, quien lo diría, piensa el viejo. Se deja de añejos recuerdos y abre El Mundo.
   La portada on line del rotativo madrileño está llena de colorido y de noticias. Tantas que es fácil perderse ante tamaño despliegue informativo. Va picando en los titulares como si fuera una abeja libando flores. De la información nacional se queda con dos que se refieren a la falta de gobierno: Iglesias presiona al PSOE: “si no cede, iremos a elecciones”. La otra es: Rivera se da quince días para ver si hay gobierno o nuevas elecciones. Estamos donde estábamos, se dice el viejo. Llevamos la tira de tiempo sin gobierno y el país sigue funcionando igual. Lo mismo es que los políticos sobran. De internacional se queda con otros dos: Un hacker dice que ayudó a Peña Nieto a ganar las elecciones. Tiene que hacer un esfuerzo memorístico para recordar que el tal Peña es el presidente de Méjico. La otra se refiere a las dos grandes potencias: Rusia veta el pacto nuclear al no ir a la cumbre en EEUU. Más de lo mismo, piensa, y hasta ahí llega.
   Mientras Ponte se informa, poco y mal, de cómo está el mundo, Grandal no ceja de darle vueltas a la idea que les contó a sus amigos el día anterior: la existencia de algunos flecos del robo que, en su día, no fueron investigados exhaustivamente y que podrían ayudar a su esclarecimiento. Uno, el tiroteo en el polígono de Fuenlabrada; el otro, el secuestro de María Victoria. Llega a la conclusión de que si él y sus amigos actúan solos no irán a ninguna parte. La única solución es que los Sacapuntas les echen una mano, aunque tendrá que ser bajo cuerda. Una vez ha despejado sus dudas llama a Atienza.
- Juan Carlos, si hoy tienes un hueco me gustaría echar una parrafada contigo. Hay algo que quiero contarte.
- ¿Qué si tengo tiempo?, todo el del mundo. Aquí me tienes, mano sobre mano. Cambiando papeles de un sitio a otro para hacerme la ilusión de que trabajo. Puedes venir cuando quieras. Ah, una pregunta, que contigo nunca se sabe, ¿se trata de una charla privada o pueden participar Eusebio y Michel?
- Por lo que a mí respecta no hay inconveniente en que estéis todos. ¿Te parece bien que me pase mañana?, ¿sí?, pues mañana nos vemos.
   Lo primero que detecta Grandal en el despacho que sirve de cuartel general al grupo coordinador del Caso Inca es que está muy ordenado. Donde antes había papeles, carpetas y cajas apiladas por cualquier parte, ahora todo parece pulcro y recogido. En algo tendrán que invertir el tiempo, piensa el excomisario, que es recibido como si hiciera un siglo que no le hubiesen visto. Y por la pregunta que le hace Bernal no parece que tengan muchas ganas de trabajar.
- ¿Comisario, vas cogido de tiempo o lo tienes para tomarte unas birras con estos parados de tapadillo que ni siquiera están registrados en el INEM?
   A Grandal no le da tiempo a contestar la jocosa pregunta porque Blanchard se le adelanta:
- ¿Qué es el INEM?
- Vamos a ver, franchute - dice Bernal en un tono en el que el despectivo sinónimo de francés no suena como tal -, ¿tú a qué has venido a España?, ¿a colaborar en el Caso Inca o a perfeccionar tu español coloquial? – y antes de que Blanchard pueda decir nada, le explica -. INEM es la sigla de Instituto Nacional de Empleo, organismo que gestiona el servicio público de empleo. Todos los parados deben inscribirse en el mismo para encontrar un nuevo curro. Y ahora que este filólogo aficionado ha satisfecho, por el momento, su voracidad insaciable de nuevos vocablos, ¿valen esas birras? No tenemos que ir lejos, el bar está en la esquina.
   En tanto se acercan al establecimiento, Blanchard va contando a Grandal que ha leído que España es el país europeo con mayor número de bares por habitantes. Solo en Madrid hay más bares que en toda la Europa central y nórdica. Por eso aquí siempre encuentras un bar a la vuelta de la esquina. En éste, dado como les saluda el camarero, parece que los policías son viejos clientes.
- Paco, unas birras para toda la basca y algo para echarse a la boca.
- Hoy tengo como plato especial unas criadillas de cordero al estilo de la casa que están de toma pan y moja – anuncia el de la barra.
- Antes de que empiece a incordiarme – dice Bernal -, explícale aquí al franchute que son y cómo preparas las criadillas. 
   El dueño del bar, pues tal es el que sirve en la barra, le cuenta a Blanchard que las criadillas son el nombre gastronómico que reciben los testículos de cualquier animal de matadero, en este caso de cordero. Su mujer, que es quien las prepara, usa una receta que le enseñó su abuela. Primero filetea las criadillas y las salpimentea al gusto, también espolvorea un poco de perejil. Luego, machaca en el mortero unos dientes de ajo para que suelten todo su jugo y con ello remoja los filetes para que cojan sabor. Echa en la plancha unas gotitas de aceite, de oliva por supuesto, deja que se extienda y pone las criadillas a hacerse. Finalmente, cuando están bien doraditas y cuajadas las retira y ya pueden servirse.
- Están como para mear y no echar gota – remacha el del bar.
   Blanchard, muy en su papel de recopilador de recetas populares españolas, ha tomado nota de cuanto le ha explicado el dueño mientras sus compañeros degustan las criadillas. Cuando termina sus notas ve que, afortunadamente para él, solo queda uno de los filetes que se lo toma haciendo de tripas corazón e intentando que no le den arcadas, algo que consigue en un alarde de voluntad. Cuando terminan con el tentempié, vuelven a la Brigada donde Grandal les explica su plan.
- … y vosotros no podéis ni debéis hacer nada, pero a mí y a mis vejetes no hay quien nos pueda prohibir actuar, salvo que sea algo ilícito y no es el caso. Podemos seguir investigando tanto lo del polígono como lo del secuestro, pero para ello necesitaremos que en algún momento nos echéis una mano. Nada oficial. Solo os pediremos que, cuando os lo indiquemos, hagáis unas cuantas llamadas a algunos compañeros anunciándoles que iré a visitarles y quizá que busquéis en los archivos algún dato que pueda hacernos falta. Todo dentro de la mayor discreción, sin dejar rastros que puedan inculparos y sin dar un cuarto al pregonero. Si me decís que no lo entenderé y no habrá ningún reproche. Si estáis de acuerdo, os lo agradeceré y os mantendré informado de la marcha de las investigaciones que realizaremos con el máximo sigilo posible.
   Los policías discuten entre ellos sobre la propuesta del excomisario. Atienza cree que no es una buena idea, si se descubriera que ayudan a los jubilados les podía caer encima un marrón de cagarse. A Bernal, en cambio, la propuesta le parece cojonuda. Sería una manera de compensar su frustración por tener las manos atadas y de darles en los morros a sus jefes. Blanchard no opina, pero al final es quien decanta la disyuntiva.
- Yo, aquí solo soy un invitado, pero ésta es una situación que me recuerda a otra parecida que tuvimos hace tiempo y en la que recordé una frase famosa de vuestra historia, aquella de ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor. En este caso, mi señor; mejor dicho, nuestro señor es el deber profesional. Somos policías, nos encargaron la investigación de un delito y nuestro deber era y sigue siendo esclarecerlo. Si yo tuviera que hacer alguna de esas llamadas que pide el comisario, tengo muy claro lo que contestaría – y hasta ahí llega el francés.
- ¡Olé tus cojones, gabacho! – exclama Bernal tan dado como siempre al uso de las partes pudendas en las imprecaciones.
   Visto lo cual, Atienza claudica, le ayudarán, pero pide al excomisario que al primer indicio de que pueda haber la más mínima fuga informativa, corte de raíz cualquier investigación.
- Os mantendré informados – anuncia el excomisario.