Ponte hace muchos días que no abre la prensa
digital. Como suele ocurrirle a menudo, no sabe ni en qué día está. Mira el
ángulo inferior derecho de la pantalla y ve la fecha.
- Vaya,
estamos a uno de abril – dice en voz alta. La data le lleva a la memoria que
hasta mil novecientos setenta y cinco, año de la muerte del Caudillo, el uno de
abril era llamado el Día de la Victoria, pues en tal fecha de mil novecientos
treinta y nueve el general Franco firmó el último parte de la Guerra Civil
Española. Era un breve texto que su excelente memoria recuerda perfectamente,
decía: “En el día de hoy, cautivo y
desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos
objetivos militares. La guerra ha terminado”. Ya han pasado setenta y siete
años de aquella carnicería, quien lo diría, piensa el viejo. Se deja de añejos
recuerdos y abre El Mundo.
La portada on line del rotativo madrileño está llena de colorido y de noticias.
Tantas que es fácil perderse ante tamaño despliegue informativo. Va picando en
los titulares como si fuera una abeja libando flores. De la información nacional
se queda con dos que se refieren a la falta de gobierno: Iglesias presiona al PSOE: “si no cede, iremos a elecciones”. La
otra es: Rivera se da quince días para
ver si hay gobierno o nuevas elecciones. Estamos donde estábamos, se dice
el viejo. Llevamos la tira de tiempo sin gobierno y el país sigue funcionando
igual. Lo mismo es que los políticos sobran. De internacional se queda con otros
dos: Un hacker dice que ayudó a Peña
Nieto a ganar las elecciones. Tiene que hacer un esfuerzo memorístico para
recordar que el tal Peña es el presidente de Méjico. La otra se refiere a las
dos grandes potencias: Rusia veta el
pacto nuclear al no ir a la cumbre en EEUU. Más de lo mismo, piensa, y
hasta ahí llega.
Mientras Ponte se informa, poco y mal, de
cómo está el mundo, Grandal no ceja de darle vueltas a la idea que les contó a
sus amigos el día anterior: la existencia de algunos flecos del robo que, en su
día, no fueron investigados exhaustivamente y que podrían ayudar a su
esclarecimiento. Uno, el tiroteo en el polígono de Fuenlabrada; el otro, el
secuestro de María Victoria. Llega a la conclusión de que si él y sus amigos
actúan solos no irán a ninguna parte. La única solución es que los Sacapuntas
les echen una mano, aunque tendrá que ser bajo cuerda. Una vez ha despejado sus
dudas llama a Atienza.
- Juan
Carlos, si hoy tienes un hueco me gustaría echar una parrafada contigo. Hay
algo que quiero contarte.
- ¿Qué si
tengo tiempo?, todo el del mundo. Aquí me tienes, mano sobre mano. Cambiando
papeles de un sitio a otro para hacerme la ilusión de que trabajo. Puedes venir
cuando quieras. Ah, una pregunta, que contigo nunca se sabe, ¿se trata de una
charla privada o pueden participar Eusebio y Michel?
- Por lo que
a mí respecta no hay inconveniente en que estéis todos. ¿Te parece bien que me
pase mañana?, ¿sí?, pues mañana nos vemos.
Lo primero que detecta Grandal en el
despacho que sirve de cuartel general al grupo coordinador del Caso Inca es que
está muy ordenado. Donde antes había papeles, carpetas y cajas apiladas por cualquier
parte, ahora todo parece pulcro y recogido. En algo tendrán que invertir el
tiempo, piensa el excomisario, que es recibido como si hiciera un siglo que no
le hubiesen visto. Y por la pregunta que le hace Bernal no parece que tengan
muchas ganas de trabajar.
-
¿Comisario, vas cogido de tiempo o lo tienes para tomarte unas birras con estos
parados de tapadillo que ni siquiera están registrados en el INEM?
A Grandal no le da tiempo a contestar la
jocosa pregunta porque Blanchard se le adelanta:
- ¿Qué es el
INEM?
- Vamos a
ver, franchute - dice Bernal en un tono en el que el despectivo sinónimo de
francés no suena como tal -, ¿tú a qué has venido a España?, ¿a colaborar en el
Caso Inca o a perfeccionar tu español coloquial? – y antes de que Blanchard
pueda decir nada, le explica -. INEM es la sigla de Instituto Nacional de
Empleo, organismo que gestiona el servicio público de empleo. Todos los parados
deben inscribirse en el mismo para encontrar un nuevo curro. Y ahora que este
filólogo aficionado ha satisfecho, por el momento, su voracidad insaciable de
nuevos vocablos, ¿valen esas birras? No tenemos que ir lejos, el bar está en la
esquina.
En tanto se acercan al establecimiento,
Blanchard va contando a Grandal que ha leído que España es el país europeo con
mayor número de bares por habitantes. Solo en Madrid hay más bares que en toda la
Europa central y nórdica. Por eso aquí siempre encuentras un bar a la vuelta de
la esquina. En éste, dado como les saluda el camarero, parece que los policías
son viejos clientes.
- Paco, unas
birras para toda la basca y algo para echarse a la boca.
- Hoy tengo
como plato especial unas criadillas de cordero al estilo de la casa que están
de toma pan y moja – anuncia el de la barra.
- Antes de que
empiece a incordiarme – dice Bernal -, explícale aquí al franchute que son y
cómo preparas las criadillas.
El dueño del bar, pues tal es el que sirve
en la barra, le cuenta a Blanchard que las criadillas son el
nombre gastronómico que reciben los testículos de cualquier animal de matadero,
en este caso de cordero. Su mujer, que es quien las prepara, usa una receta que
le enseñó su abuela. Primero filetea las criadillas y las salpimentea al gusto,
también espolvorea un poco de perejil. Luego, machaca en el mortero unos
dientes de ajo para que suelten todo su jugo y con ello remoja los filetes para
que cojan sabor. Echa en la plancha unas gotitas de aceite, de oliva por
supuesto, deja que se extienda y pone las criadillas a hacerse. Finalmente,
cuando están bien doraditas y cuajadas las retira y ya pueden servirse.
- Están como
para mear y no echar gota – remacha el del bar.
Blanchard, muy en su papel de recopilador de
recetas populares españolas, ha tomado nota de cuanto le ha explicado el dueño
mientras sus compañeros degustan las criadillas. Cuando termina sus notas ve
que, afortunadamente para él, solo queda uno de los filetes que se lo toma haciendo
de tripas corazón e intentando que no le den arcadas, algo que consigue en un
alarde de voluntad. Cuando terminan con el tentempié, vuelven a la Brigada
donde Grandal les explica su plan.
- … y
vosotros no podéis ni debéis hacer nada, pero a mí y a mis vejetes no hay quien
nos pueda prohibir actuar, salvo que sea algo ilícito y no es el caso. Podemos
seguir investigando tanto lo del polígono como lo del secuestro, pero para ello
necesitaremos que en algún momento nos echéis una mano. Nada oficial. Solo os
pediremos que, cuando os lo indiquemos, hagáis unas cuantas llamadas a algunos
compañeros anunciándoles que iré a visitarles y quizá que busquéis en los
archivos algún dato que pueda hacernos falta. Todo dentro de la mayor
discreción, sin dejar rastros que puedan inculparos y sin dar un cuarto al
pregonero. Si me decís que no lo entenderé y no habrá ningún reproche. Si
estáis de acuerdo, os lo agradeceré y os mantendré informado de la marcha de
las investigaciones que realizaremos con el máximo sigilo posible.
Los policías discuten entre ellos sobre la
propuesta del excomisario. Atienza cree que no es una buena idea, si se
descubriera que ayudan a los jubilados les podía caer encima un marrón de
cagarse. A Bernal, en cambio, la propuesta le parece cojonuda. Sería una manera
de compensar su frustración por tener las manos atadas y de darles en los morros
a sus jefes. Blanchard no opina, pero al final es quien decanta la disyuntiva.
- Yo, aquí
solo soy un invitado, pero ésta es una situación que me recuerda a otra
parecida que tuvimos hace tiempo y en la que recordé una frase famosa de
vuestra historia, aquella de ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor. En
este caso, mi señor; mejor dicho, nuestro señor es el deber profesional. Somos
policías, nos encargaron la investigación de un delito y nuestro deber era y
sigue siendo esclarecerlo. Si yo tuviera que hacer alguna de esas llamadas que
pide el comisario, tengo muy claro lo que contestaría – y hasta ahí llega el
francés.
- ¡Olé tus
cojones, gabacho! – exclama Bernal tan dado como siempre al uso de las partes
pudendas en las imprecaciones.
Visto lo cual, Atienza claudica, le ayudarán,
pero pide al excomisario que al primer indicio de que pueda haber la más mínima
fuga informativa, corte de raíz cualquier investigación.
- Os
mantendré informados – anuncia el excomisario.