"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 27 de marzo de 2020

Libro I. Episodio 19. ¿Unas vikingas?


   Beltrán, que es quien parece llevar la voz cantante en la dependencia, le explica a Julio que la Secretaría de Justicia es el órgano que tiene las funciones de asesoramiento jurídico del Capitán General en el ámbito territorial bajo su mando y la aplicación de la justicia militar. Asimismo le atañen todo tipo de funciones relacionadas con el ámbito jurídico castrense, tales como las de secretarios, fiscales y jueces indistintamente. El jefe de la Secretaría es el capitán auditor don Ignacio Echevarría que pertenece al Cuerpo Jurídico Militar.
   -Son como los abogados de los militares –aclara Medrano.
   -¿Y el sargento también es abogao? –nada más decirlo Julio se corta, tendrá que volver a pronunciar bien los participios.
   -Fernández es un chupatintas, como nosotros.  
   Julio nunca había oído esa palabra y llevado de su innata curiosidad por lo desconocido pregunta:
   -¿Qué quiere decir chupatintas?
   -Oficinista. Lo que vas a ser tú mientras estés aquí.
   -¿Es que me pueden mandar a otro sitio?
   -Por supuesto, en cuanto entras en el ejército dejas de ser dueño de tu destino. Vas donde los mandos quieren que vayas, pero… si te portas bien y no haces ninguna cagada lo normal es que estés aquí hasta que te licencien –le informa Beltrán-. Yo llevo desde mi primer año de mili y espero licenciarme aquí y Medrano, que hace un año que está, lo mismo. Por tanto, aplícate el cuento.
   -Y después de las horas de oficina, ¿tendré que volver al cuartel de El Carmen?
   -¿El Carmen?, ni pisarlo. No sabes de la que te has librado. Tiene fama de ser el regimiento más duro de toda la isla. Te hubieras chupado guardias, vigilancias y piquetes a porrillo. Ahora perteneces a la compañía de destinos de Capitanía.
   -¿Y aquí tendré que hacer guardias?
   -Solo las imaginarias que te toquen en el dormitorio, la guardia de puertas las hacen las demás unidades de la isla de manera rotativa. Y hablando de guardias –dice Beltrán-, Antonio porque no le llevas abajo, lo presentas al sargento Prieto y que le den de alta en la compañía de destinos.
   -Ven conmigo –le pide Medrano.
   La pareja deshace el camino por el que anduvo Julio con el cabo artillero, salvo que en lugar de dirigirse a la salida cuando llegan al nivel del patio central bajan unos cortos peldaños de lo que parece ser un semisótano y Medrano llama a la puerta. Sin esperar que le digan que entre accede a lo que es un pequeño cubículo ocupado casi enteramente por una mesa tras la que hay un sargento.
   -A sus órdenes, mi sargento. Soy Medrano de la Secretaría de Justicia. Me manda el sargento Fernández para que dé de alta a éste recluta que acaban de adscribir a la Secretaría. Aquí tiene la orden.
   El suboficial recoge el documento que le tiende Medrano y, sin mirar siquiera al mañego, le ordena al veterano:
   -Llévale a la compañía y dile a Segura de mi parte que le asigne una cama y una taquilla.
   -A sus órdenes, mi sargento –Carreño y Medrano se retiran y este le lleva a otra estancia, todavía unos cuantos peldaños más abajo que la oficina del sargento de la compañía de destinos. Es una sala de mediana extensión casi toda ocupada por literas metálicas dobles, en alguna de las cuales hay soldados sentados o tendidos que les miran con indiferencia. Allí Medrano se dirige a un cabo.
   -Segura, te presento al nuevo recluta de mi cueva. Tu sargento dice que le asignes cama y taquilla. Lo dejo en tus manos. Si no sabe volver a la Pajarera le indicas.
   El llamado Segura le informa que a partir de ahora queda encuadrado en la compañía de destinos de la Capitanía General. Dormirá allí, en el catre que le va a indicar, y también le asignará una taquilla donde guardar sus cosas.
   -¿Carreño, has traído el equipaje?
   -No, sigue estando en el cuartel de El Carmen.
   -Tendrás que ir por él y traerlo aquí. Desde ahora este es tu cuartel.
   -¿También se come aquí?
   -No, aquí no hay comedor, jalamos en el cuartel de caballería que está en la parte de atrás de Capitanía. Esto no solo es el dormitorio, sino el sitio donde podrás estar cuando no tengas oficina. Te pondré en el turno de imaginarias que es la única guardia que hacemos los que trabajamos aquí.
   -¿Hay muchas imaginarias por noche? –pregunta Julio que, como enchufado en su etapa campamental, nunca hizo la vigilancia que realizan varios soldados por turnos en el lugar donde duermen sus compañeros.
   -Lo normal, cuatro.
   -Oye, ¿y qué tal se come en caballería? –indaga Julio que guarda un pésimo recuerdo del rancho del campamento.
   -Aquí nos damos mucho pisto por estar destinados en Capitanía, pero comer, lo que se dice comer, de puta pena.
   Julio ha ido al cuartel de El Carmen a recoger sus pertenencias, cuando sale no vuelve la vista atrás, por lo que le han dicho los compañeros de Capitanía no es ninguna bicoca estar en el regimiento. Ha intentado despedirse del sargento Linares, a quien cree que debe su nuevo destino, pero no ha podido localizarle, tampoco a su paisano Agustín. A quien si le ha dicho adiós es al cabo Esparza que lamenta su marcha.
   -Vaya putá que me has gastao, pijo, con lo bien que te he enseñao pa que fueras el mejor furriel del regimiento y ahora te vas con los chupatintas de Capitanía. No sabes lo que te pierdes, Carreño.
   El mañego duerme aquella noche en la compañía de destinos y, aunque en el campamento de instrucción también dormía junto a una treintena larga de compañeros, pasa una mala noche. Le costó coger el sueño, se despertó en varias ocasiones y estuvo escuchando toda suerte de ruidos sospechosos. Por la mañana, mientras se está aseando se pregunta si no habrá sido peor ir a Capitanía que quedarse de furriel en el regimiento, pese a su mala fama. Al llegar a la Secretaría ya se encuentran allí Beltrán y Medrano, quien todavía no ha llegado es el sargento Fernández y del capitán Echevarría ni rastro. Beltrán le indica que, según órdenes del sargento, debe ponerse a ordenar el archivo.
   -¿Y por dónde empiezo?
   -Por donde te salga de los huevos, pero yo, de ti, empezaría por la a.
   -¿Y qué tengo que hacer?
   -Carreño, eres un poco lelo. Lo que has de hacer en principio es archivar las fichas por orden alfabético.
   -¿Es que no lo están?
   -A ese archivo no le han metido mano desde la Guerra de la Independencia.
   -¿Y cómo encontráis una ficha si no está donde debe?
   -Pues con muchas horas pegados al jodido fichero.
   -Entonces, ¿qué pasa con el resto del trabajo?
   -A Dios gracias, el trabajo no atosiga demasiado –explica Beltrán, que es quien mantiene la charla con Julio.
   -Salvo cuando a Fernández le entra su particular manía –apunta Medrano, quien cuenta al novato que el sargento presume de saber más ortografía que nadie y cuando encuentra una falta en uno de los escritos les monta un pollo y les obliga a repetirlo. Por fortuna, como la mayoría de documentos que manejan son formularios las probabilidades de cometer errores ortográficos son escasas.
   Julio abre el archivo etiquetado con una a mayúscula y pacientemente comienza a comprobar que las fichas estén ubicadas correctamente. Sorprendido, pronto comprueba que lo que dijeron sus compañeros es cierto. Antes de media hora ya ha encontrado tres cartulinas que estaban mal archivadas. Echa un vistazo a los cajones del archivo alineados a lo largo de la pared y se dice que si todos los archivadores están como el de la a posiblemente le licencien antes que termine de ordenarlo.
   -Bueno –se dice en voz alta-, algo habrá qué hacer durante los tres próximos años.
   Aparece el sargento que se limita a darles los buenos días. Los dos veteranos siguen en sus mesas trasegando papeles y Carreño ordenando el archivo. Y así va transcurriendo la jornada hasta que a media mañana Beltrán y Medrano piden permiso al sargento para salir. ¿Dónde habrán ido?, se dice el mañego. En cuanto vuelven se lo pregunta.
   -¿Dónde habéis estado?, si puede saberse.
   -A almorzar al quiosco –Y los veteranos le cuentan que todos los días salen a almorzar, casi siempre a comerse un chusco con lo que pueden pillar y a tomarse un vaso de palo de Mallorca, una bebida espirituosa y dulce obtenida de la quina y de raíces de genciana, muy popular en la isla. Lo hacen en un quiosco que hay cerca del cuartel de caballería, donde se reúnen con los compañeros de otras oficinas militares. Es la obligada pausa de relajo para distraerse del monótono trabajo que casi todos llevan a cabo.
   -Y si tan aburrido es aquí el trabajo, ¿no sería mejor qué nos hubiéramos quedado en el regimiento al que pertenecemos?
   -Estás loco, tío. No sabes lo que es la vida en un cuartel. Instrucción todos los días, guardias por un tubo, te meten un paquete por menos que canta un gallo y solo puedes salir, como mucho, un par de horas al día, y eso si estás libre de servicio –le explica Beltrán-. En cambio, aquí no hay instrucción, de guardias solo tienes las imaginarias en el dormitorio, la disciplina es muy relajada y puedes salir a pasear o a lo que te pete prácticamente todas las tardes.
   -¿Se puede salir por las tardes?, eso no lo sabía –se sorprende Julio-. ¿Y qué hacéis por la tarde, adónde vais?
   -Cada uno adónde quiere –y Beltrán le sigue contando que por las tardes cada guripa se busca su avío. Él se buscó un trabajo en una empresilla de paquetería y echa unas horas tres días a la semana con lo que se gana unos reales que le vienen de perlas. A su vez, Medrano le cuenta que él también trabaja casi todas las tardes en una sucursal de una fábrica de zapatos de Inca.
   -¿Y los qué no trabajan, que hacen?
   -Pues hay de todo. Desde los que se van a recorrer el Paseo Marítimo o las playas próximas a ver si ligan con alguna extranjera, hasta los que intentan camelarse a alguna chacha de las que pasean a los críos.
   -Ah, ¿pero aquí hay extranjeras?
  -Y muchas, sobre todo ahora. Ya verás el próximo domingo como se ponen playas como Cala Comtessa, Son Matíes o El Arenal. Hay unas inglesas y unas vikingas que son la leche, están más buenas que el pan y encima lo enseñan casi todo –explica Beltrán.
   De lo que ha dicho el valenciano, un nombre descoloca a Julio.
   -¿Unas vikingas?

PD.- Hasta el próximo martes en que, dentro del Libro I de Los Carreño, publicaré el episodio
20. No había pensado en ninguna cifra en concreto