La Comunidad de Regantes
de la Marina de Senillar, que es el nombre con el que ha sido bautizada
sindicalmente la entidad que agrupa a los arroceros, está que echa las muelas.
Para mayo los campos deberían de estar listos para plantar el arroz, pero antes
hay que prepararlos y para eso necesitan que por las acequias y canales
discurra el agua, pero ¡no hay motorista! Julio Bosch, a quien han elegido
vicepresidente de la comunidad, recibe el encargo de dar una especie de
ultimátum a los dos prebostes locales que se disputan quién de sus patrocinados
será el encargado del motor.
- No es por quitarme el muerto de encima, pero soy la persona
menos indicada para esta embajada – se excusa Julio -. Con Gimeno no tengo
ningún problema en hablar, pero con Vives es otra cosa. Tuvimos una fuerte
agarrada el año pasado por culpa de un permiso de obras para ampliar mi almacén.
- Hagamos una cosa – dice el presidente de la comunidad -, tú
hablas con José Vicente y yo lo haré con Paco, a ver si de una puta vez se
ponen de acuerdo.
Bosch va a visitar a
Gimeno y, antes de que pueda abrir la boca, éste le ataja:
- Julio, supongo que vienes a hablarme de lo del arroz, ¿no? Estoy
del dichoso asunto del motorista hasta la coronilla.
- Pues no te puedes figurar como estamos los arroceros. Porque
quienes nos jugamos los cuartos somos nosotros.
- Te recuerdo que también tengo una parcela.
- Sí, pero se nota poco. Mira, José Vicente, nos da igual que el
motorista sea tu patrocinado, el de Vives o Perico de los Palotes, pero esto no
puede continuar así. Ten en cuenta que el que más y el que menos ya contratamos
los tractores y las caballerías para roturar los campos y algunos hasta
apalabramos la compra de plantel. Hay muchos miles de pesetas en el alero y
todo se puede ir al cuerno si Paco y tú no llegáis a un acuerdo. Algo que, si
te he de ser sincero, no comprende nadie porque os comportáis como niños en vez
de tíos que se visten por los pies.
- Julio, no me calientes los cascos. Otras veces he transigido,
pero esta vez no me da la gana. Aquí, o jugamos todos o se rompe la baraja. He
ofrecido que el motorista no sea mi candidato, estoy dispuesto a negociar otro
nombre de consenso, pero el cabezota de Paco no se cansa de proclamar a los
cuatro vientos que el motorista o es su apadrinado o no lo será nadie. Como
comprenderás, así no hay negociación que valga. Y puestos a ser tercos, pues a
ver quién es más.
- Pero, José Vicente, ¡por Dios y todos los santos! No puede ser
que por una cabezonada, me da igual que sea de Paco que tuya, estéis dispuestos
a causar un daño tan grande. Esto nos perjudicará, pero no solo a los
arroceros, sino a todos y a los que más a vosotros dos.
- Pues así están las cosas. El que más chifle, capador.
La entrevista del
presidente de la comunidad de regantes con el alcalde discurre por parecidos
derroteros, solo que es más bronca. Vives no da su brazo a torcer e insiste,
una y otra vez, que la creación del coto arrocero ha sido idea suya y que, por
consiguiente, debe de ser él quien decida la persona que será el motorista.
Dándole vueltas al asunto
los arroceros llegan a la conclusión de que el único camino que tienen para
resolver el problema es recurrir al Gobierno Civil. Uno de los propietarios
comenta que un pariente suyo conoce al Fiscal Jefe de la Audiencia Provincial,
que fue compañero de facultad del Gobernador, por su mediación tratan de que el
mandamás provincial les reciba. La gestión se salda con éxito parcial. El
poncio no les recibirá, pero si cita, urgentemente y por separado, tanto al
alcalde como al jefe de Falange.
Esta vez Vives está
convencido de que se va a llevar el gato al agua. El proyecto del coto arrocero
ha sido realmente una iniciativa suya y tiene datos y documentos que así lo
prueban. Además, Paco considera que la serie de obras que se han llevado a cabo
en el pueblo durante su mandato es el mejor de sus avales y en ese sentido
prepara la reunión con el Gobernador. Le hará un relato pormenorizado de todo
lo realizado. El presentimiento que tiene Vives de que esta vez puede terminar
con Gimeno se convierte en euforia cuando se entera de que el mandatario le va
a recibir antes que a su adversario político.
La reunión con el
Gobernador discurre por unos cauces muy distintos a los que había previsto
Vives, ni siquiera llega a abrir la cartera en la que guarda la documentación
que acredita el amplio listado de obras efectuadas. La entrevista se tuerce desde
el primer momento, el alcalde está empeñado en mostrar los documentos
recopilados, en cambio el Gobernador solo quiere que le hable de cuál es la
verdadera causa de su enfrentamiento con Gimeno.
Al poncio no le entra en
la cabeza que haya una pelea a cara de perro entre ambos políticos por decidir
quién va a ser la persona que maneje un motor para regar unos campos de arroz.
El gerifalte sabe que su experiencia sobre los avatares de la política local es
nula, es su primer gobierno civil, pero el motivo le parece tan surrealista
como poco creíble, de ahí su interés en desentrañar las auténticas raíces de la
pugna. Paco termina haciéndose un lío intentando explicar lo del coto arrocero
y el problema del motorista. Tras la entrevista, tan frustrante para Vives como
desconcertante para el Gobernador, éste llega a la conclusión de que el alcalde
no es más que un pueblerino con una verborrea confusa y con evidentes ganas de
aplastar al que parece que es el origen de todos los males que afectan al
pueblo: el jefe de Falange, de quien pide expresamente su cese fulminante.
Habrá que ver si éste tiene mejor pinta porque en caso contrario piensa que lo
mejor será cesarlos a ambos.
Gimeno se ha tomado muy
en serio la preparación de la entrevista con el Jefe Provincial, intuye que el
resultado de la misma puede ser decisivo para su futuro político. Lleva lo que
cree ser un comodín y que se lo facilitó Severino Borrás, el actual oficial
mayor del Ayuntamiento, cuando en una charla se refirió de pasada a los antecedentes
políticos de los dos candidatos a motorista. El Gobernador se encuentra con un
hombre joven, que parece bastante preparado y con una habilidad dialéctica
notable. José Vicente no le enseña documentos ni le expone los problemas del
coto arrocero ni siquiera habla mal del alcalde; al contrario, lo califica como
una buena persona, lleno de loables intenciones, y que si tiene que ponerle
algún pero es que carece de tacto político y de sentido de la oportunidad
histórica. Y Gimeno prosigue su exposición por donde menos podía esperar el
poncio: por la senda de la política internacional.
- … y en un momento como el presente en que el mundo se debate en
una guerra cuyos resultados pueden ser decisivos para nuestra Patria, ¿qué
deberíamos de hacer los españoles?, ¿cómo enfrentarnos a problemas casi
irresolubles? Tenemos dos opciones: una, tirando cada uno para un lado y no
siguiendo las directrices que marca nuestro invicto Caudillo; la otra opción es
unirse como una piña y seguir con fe ciega el camino que nos muestra el
Generalísimo. Esa es la alternativa de la victoria segura y para seguir esa
opción es absolutamente necesario que los hombres, que estamos comprometidos
con el Movimiento, demos un paso al frente y seamos un ejemplo para el resto de
los ciudadanos. Para ello lo primero es saber quiénes son los individuos
comprometidos con la Causa más allá de la posesión de un carné…
El Gobernador sigue la
exposición de Gimeno cada vez más interesado. Piensa que allí tiene a un
lugareño hablando de política internacional con el mismo desparpajo que si
fuera Ministro de Asuntos Exteriores, pero lo que más le intriga es saber cómo
diablos va a relacionar los problemas exteriores del país con una
intrascendente lucha por el poder local, porque tiene claro que ese es el nudo
gordiano del problema. ¿Por dónde saldrá?, tendrá que echarle imaginación. José
Vicente, que ha intuido que se ha hecho con la atención de su jefe, prosigue su
exposición, mientras el poncio se dice que por muchos años que esté en el
Gobierno Civil nunca llegará a entender los intrincados vericuetos por los que
transita la política de los pequeños municipios.