"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 6 de marzo de 2015

3.11. Corazón cobarde no conquista mujer bonita


   Como tantas veces ocurre, cuanto más rechaza Lolita los intentos de aproximación de Enrique Guerrero más se empeña él en su afán por doblegar la renuencia de la joven. El joven farmacéutico no tiene muy claro hasta qué punto le gusta la muchacha. De lo que no tiene tantas dudas es de que la muchacha no parece tener ningún interés por él; más borde, seca y cortante no puede estar, lo que contrasta con la opinión de la mayoría de personas con las que habló de Lolita que coinciden en resaltar su simpatía y amabilidad. De todas formas, se dice, habrá que insistir. Recuerda la máxima que solía repetir su abuelo paterno: corazón cobarde no conquista mujer bonita. 

   La puerta de la Moda de París se abre, pero no se trata de una cliente, es Enrique Guerrero.
- ¿Se puede? Buenas tardes.
- ¿Usted por aquí? - la sorpresa de Lolita es auténtica. Desde la merienda donde las Beltranas no habia vuelto a ver al farmacéutico, en verdad si siquiera había pensado en él. 
- Verá, María Dolores, anteayer estuve en Valencia y recordando nuestra charla de hace días me he permitido comprarle un ejemplar de esta edición de "La venganza de don Mendo". Espero que no lo tome como un atrevimiento por mi parte y lo acepte - se explica Guerrero al tiempo que entrega a la joven el libro.
- Bien... - se nota claramente que la joven ha quedado descolocada y no sabe qué responder.- No debería de haberlo hecho porque... - sigue vacilando - yo no podré corresponderle - sabe que lo que ha dicho es una patochada, pero no se le ocurre nada mejor.
- ¿Por Dios, María Dolores!, si no es nada. Fíjese que edición tan modesta, ni siquiera tiene cubiertas de tapa dura. Y además fue algo casual, pasaba por la calle y lo vi en el escaparate de una librería. Entonces me acordé de nuestra agradable conversación y me dije voy a comprárselo. Como dicen aquí: fue pensado y hecho.
    Enrique miente como un bellaco: el libro no lo compró en Valencia, lo encargó por correo y se lo han enviado contra reembolso desde Barcelona. Está aprendiendo a ir con exquisito cuidado en su relación con la joven. Ha de dar pasos muy pequeños, como haga cualquier movimiento brusco la pieza puede espantarse. El boticario ha variado sus iniciales planteamientos sobre la muchacha pues se ha dado cuenta de varias cosas: que no es una mujer fácil, que puede ser muy dura, que es bastante culta para lo que se lleva en el pueblo y que si quiere conseguir algo tendrá que ir por derecho. Lo que más le confunde es la mezcla de rechazo y desprecio con que la joven le trata. Se ha dado cuenta, hasta un cegato lo percibiría, de que las jóvenes casaderas del pueblo se deshacen en mieles con él, con la excepción de Lolita. Esto es lo que termina encorajinándole y hace que redoble sus intentos de aproximación a la joven, pero todos sus esfuerzos resultan vanos.

   Como Guerrero solo se explaya con Grau y Lapuerta, es a ellos a quienes cuenta lo que le está pasando con Lolita; bueno, con María Dolores como él la llama:
- … y realmente no es que esté enamorado de ella, al menos eso creo porque como no lo estuve nunca no tengo muy claro cuáles son los síntomas del enamoramiento, pero he de confesaros que la muchacha me gusta. Aparte de sus encantos físicos, que saltan a la vista, es amena, sabe mantener una conversación, tiene inquietudes y puede ser muy simpática cuando se lo propone.  
- ¿Y dónde está el problema? - pregunta Grau.
- El problema está en que me da la impresión de que no le caigo demasiado bien. En la mayoría de ocasiones que hemos charlado suele ponerse borde y antipática e intuyo que en más de una ocasión ha tenido que contenerse para no mandarme a freír espárragos.
- Vaya, es una faceta de la hija de la señora Leo que desconocía. La recuerdo como una muchacha dulce, amable, encantadora y que reía con gran facilidad - rememora Lapuerta -. Claro que de eso han pasado unos años, aquella muchacha se ha convertido en mujer y a veces ese tránsito cuesta su 
peaje.
- Alguien me contó que la ruptura con el novio que tenía parece que la dejó muy tocada . comenta Guerrero.
- Te refieres a Rafael Blanquer. Los dos eran los alumnos predilectos del pobre don Domingo, un maestro que estuvo refugiado en el pueblo cuando la guerra. Rafael es un chaval majo; bueno, ya es un hombre, también es muy simpático, pero como no haya cambiado mucho supongo que seguirá siendo un viva la virgen y un tarambana. Lolita vale mucho más y también la considero más inteligente. Todo eso me lleva a diagnosticar que la ruptura con Rafael no ha debido de marcarla demasiado - pontifica Lapuerta quien desconoce lo errado de su diagnóstico.

   Consuelo, al igual que Fina, sigue empeñada en tirar de la lengua a su amiga:
- ¿Qué pasa con el boticario? Dicen por ahí que si te está rondando.
- ¿El Peloplancha? Es lo más plasta, cursi y aburrido que he visto en mi vida. Primero me meto monja de clausura que dejar que esas babosa repugnante me ponga una mano encima - es la bronca respuesta de Lolita.
- Mujer, no es que sea un guaperas, pero tampoco una babosa y menos repugnante. Digamos que es corrientito. Y por otra parte, es un partidazo. Más de cuatro, que digo cuatro, la mayoría de las chicas del pueblo quisieran estar en tu pellejo. ¡Anda y que no es buen partido el mozo! - reitera Consuelo.
- Te lo regalo enterito y encima le pondré un lazo al paquete. ¿Tú sabes lo que debe ser levantarse teniendo al lado a ese gusano? A buen seguro que los pelos, que se pone como ensaimada, le deben de llegar al ombligo - se burla Lolita.
- Hija, que mal café tienes hoy. Babosa, repugnante, gusano..., no sé cuantas lindezas más le puedes llamar al pobre chico. Ya te digo, no es que sea Clark Gable o Cary Grant, pero tampoco es tan feo. Es verdad que se le ve un poco fofo, pero los hay mucho peores. Te admito que lo del pelo le sienta fatal. Ahora, hablando en serio, ¿has llegado a pensar cómo cambiaría tu vida si llegaras a casarte con él?
- Has puesto el dedo en la llaga, Consuelo. ¿Acaso crees que boquituerto ese me ronda para algo serio? Te diré lo que le pasa: ese tonto de picaporte se aburre como un muermo porque el trabajo de la farmacia no es que sea agotador. Como parece que tampoco es aficionado a las tertulias o a jugar una partida de lo que sea, los días se le deben hacer interminables. Entonces se fijó en mí, como podría haber puesto los ojos en otra, y se dijo: mira, ya tengo con quien entretenerme, voy a decirles cuatro cositas a esta palurda a ver si me la llevo a la cama. Eso es lo que pretende el Peloplancha, pero a otro perro con ese hueso.
- ¡Crees de verdad que solo pretende pasar el rato?
 
   Sea por el tan manido instinto femenino o por algunos detalles que ha percibido Lolita en el comportamiento de Enrique, su intuición sobre las auténticas intenciones del farmacéutico no anda muy desencaminada. Al joven le gusta mucho la chica, más cada día, pero sus metas en principio no iban mucho más allá de tener compañía femenina; llevar al lado una cara bonita siempre es agradable, escuchar una risa cantarina, sentir el roce de una piel nacarada… Enrique no sabe demasiado de mujeres. Nunca pudo alardear de conquistas femeninas y su carácter, más bien apocado, no le ha facilitado el éxito con el sexo débil. En su época de universitario frecuentó algún que otro burdel, pero esas visitas siempre le dejaron un regusto agridulce. Decididamente, el amor mercenario no es lo suyo. Sabe que en algún momento debería casarse, no quiere terminar sus días convertido en un solterón lleno de manías y fobias como su tío. Y antes de llegar al matrimonio sueña con tener alguna aventurilla con una chica decente, María Dolores le pareció una excelente candidata, pero parece que pinchó en hueso. Está hecho un lío. No sabe si quiere a la joven como para convertirla en su esposa o le gusta únicamente para pasar el rato. Se dice que lo primero será definir sus propios sentimientos.