Ese dos de noviembre, Ponte retoma la lectura de la
prensa. Lo de los periódicos digitales ha sido todo un hallazgo para él. Ha ido
mariposeando por la abundancia de cabeceras existentes hasta que le echó el ojo
a El Confidencial y ha terminado quedándose con esa cabecera. La gran noticia del
día de hoy a cinco columnas es: El
negocio de las empresas del 3% en Cataluña: más de 400 millones públicos.
Está cansado de tanta sobreinformación sobre el asunto de la secesión catalana.
Se pregunta si los demás lectores pensarán lo mismo, pero cuando repiten tanto
el mismo tema supone que él debe ser una excepción. Repara en otra noticia de
corte distinto: España se hunde hasta el
puesto número 30 en justicia social dentro de la OCDE. Esto sí que duele,
se dice, que bajemos en justicia social es una mala noticia. Por ese camino no
vamos a ninguna parte. Se fija en un titular de la información internacional: Las armas especiales que Rusia prueba en
pleno combate en Siria. Ahí tienes, piensa, un conflicto difícil de
entender. Empezó como una muestra más de la mal llamada primavera árabe, como
un alzamiento popular contra los dictadores que tanto abundan en los países
musulmanes, y ha terminado convirtiéndose en un fortín de los islamistas más
radicales. Y encima, los rusos por medio. Eso puede acabar como el rosario de
la aurora, como decía mi santa madre. En el recorrido final, otro titular llama
su atención: Lo que tienes que saber
sobre sexo: los enigmas clásicos, resueltos. Pica en el título y comienza a
leer. Apenas lleva unas líneas cuando lo cierra. ¡Qué lástima, se dice, que
esto no me lo explicaran hace sesenta años!
Antes de ir a la comisaría de Moncloa donde Ponte está
citado por los inspectores que llevan el Caso Inca ha quedado con Grandal en
Casa Paco. Es una taberna que les gusta mucho por su gran variedad de tortillas
españolas, las tienen desde las rellenas con roquefort hasta las hechas con
bacón y queso. Jacinto tranquiliza a su amigo sobre su inmediata comparecencia:
- Ayer hablé con Anselmo y le dije que te acompañaría a tu cita con los
Sacapuntas.
- ¿Quién es Anselmo?
- El comisario jefe de Moncloa. Ya te comenté que estuvo a mis órdenes y
siempre nos llevamos bien. Me dijo que no estuvieses preocupado, que los dos
compañeros que llevan el caso te van a tratar correctamente. Te aconseja que te
limites a contestar sus preguntas de la mejor manera que sepas, pero que no les
mientas y, por supuesto, que no te inventes nada. Si hay algo que no recuerdes
o no sepas dilo claramente, que no pasa nada.
- Después de que me interroguen, ¿dónde quedamos?
- Yo estaré en el despacho de Anselmo. Supongo que hablaremos de los viejos
tiempos. Cuando acaben contigo te llevarán a dónde estemos. Está todo
arreglado.
Blanchard espera con cierta
curiosidad conocer al único testigo del robo del Tesoro Quimbaya. Se encuentra ante
un anciano que aparenta algo menos de la edad que tiene. Lo que más destaca en
su cara de rasgos regulares, y sin demasiadas arrugas, es una nariz ligeramente
aguileña, unos ojos pequeños y un tanto achinados escondidos tras unas gafas de
un modelo pasado de moda y un abundante mostacho que, como la perilla y el
cabello, son llamativamente blancos. Es bajito, calcula que no debe pasar del
uno sesenta y ocho, y mantiene una aceptable figura. Aparentemente parece
sereno, pero las manos le delatan: se las frota demasiado. Bernal, que es quien
comienza el interrogatorio, no se molesta en presentar al inspector francés.
- Vamos a ver, señor Ponte, para empezar tengo dos preguntas: una, ¿qué es
eso de que cree que uno de los asaltantes era una mujer? y dos, ¿por qué no nos lo contó en los
anteriores interrogatorios?
- Si me permite, contestaré antes su segunda pregunta. No se lo conté a
ustedes en su momento porque no había reparado en ello. Solo al reconstruir una
y otra vez lo sucedido fue cuando caí en la cuenta de algunos detalles que me
indujeron a pensar que uno de los ladrones podía ser una mujer. Dio la
casualidad que el día que caí en la cuenta de ello fue cuando me entrevistaron
para la tele y se lo conté al periodista, pero pensaba llamarles para decírselo
– Da la impresión de que a medida que ha ido hablando Ponte se ha ido
recomponiendo, ya no se frota tanto las manos.
- Vale, y ahora explíquenos cuales son esos detalles por los que sabe que
uno de los atracadores era una mujer – pide Bernal.
- Si me permite una precisión, no lo sé, me lo parece, que es distinto –
Con la concreción que acaba de hacer queda claro que Ponte ha recuperado el
autocontrol -. Verá, uno de ellos tenía unas caderas demasiado anchas para un
hombre; además sin que pudiera decirse que se le notaran unos pechos femeninos,
pero sí que su torso tenía como una cierta curvatura por delante y, finalmente,
su manera de andar no era nada masculina, movía demasiado el pompis. Esos tres
detalles fueron los que me inducen a creer que podía tratarse de una mujer.
Ahora bien – Ponte hace una pequeña pausa y recuerda los consejos que le ha
dado Grandal -, lo que les cuento es una suposición; seguro, lo que se dice
seguro al cien por cien, no lo estoy.
- Permítame, señor Ponte – Blanchard también quiere preguntar -, supongamos
que usted va por la calle y ve por detrás a una persona que lleva un corte de
pelo a lo garçon, perdone, no sé cómo
se dice en español.
- No se preocupe monsieur, sé lo
que es un peinado a lo garçon –
contesta rápido Ponte.
- Bien, como decía, sí ve a una persona con un peinado masculino, vestida
con un pantalón y una camisola holgados, y calzada con unos zapatos planos,
solo por su forma de andar, ¿sabría si se trata de un hombre o de una mujer?
Piénselo bien antes de contestar.
Ponte entorna los ojos y durante
unos segundos, siguiendo el consejo del francés, medita sobre la pregunta que
le acaba de formular el inspector francés.
- Creo que sí. Opino que, en general, los hombres y las mujeres andamos de
manera diferente. Ahora bien – Parece que la locución es del gusto de Ponte
puesto que la repite mucho -, le digo lo de antes, seguro al cien por cien no
estaría. Si estuviera bajo juramento mi respuesta sería que no lo sé.
Los policías se miran entre sí y
asienten, parece que la explicación del anciano les ha convencido. También
creen en su sinceridad. Les ha contado lo que vio o creyó ver y, asimismo,
parece sincero al admitir que no puede estar seguro por completo. En estos
casos, el protocolo establece una pregunta más.
- ¿Tiene algo más que contarnos?
Ponte niega con la cabeza.
- Vale, pero si recuerda algo más tenga en cuenta que tiene el deber de
contárnoslo inmediatamente. Nada de dar primicias a los medios. ¿Queda claro?
Pues entonces, puede irse y gracias por su colaboración – Así remacha Bernal la
conversación.
Cuando los policías se quedan
solos, Blanchard es quien primero toma la palabra:
- Es posible, solo posible, que el vétéran
nos haya dado una prometedora pista. Veréis, una de las bandas especializadas
en robos de altos vuelos, que tenemos fichada, es una compuesta en su mayor
parte por albanokosovares. Pues bien, en el grupo suelen actuar habitualmente
un par de mujeres. Alors, podría
tratarse de la misma.
-¡Coño, si fuera así es como si nos hubiera tocado el euromillones! –
exclama Bernal.
- No vendamos la piel del oso antes de cazarlo – replica Blanchard que
también parece puesto en frases hechas -. Ahora mismo voy a enviar un mail a
mis jefes pidiéndoles que nos manden todos los movimientos del grupo albanais en los dos últimos meses.
- Sería la repera que fueran los que buscamos – La frase de Atienza suena
casi como una rogativa.