"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 18 de noviembre de 2014

1.8. Se te ve tristona, hija


   Rafael Blanquer ha llegado a una especie de pacto consigo mismo. Seguirá siendo novio de Lolita, a la que solo escribe un par de cartas al mes con la excusa de que ha de estudiar mucho, y cuando llegue el verano volverá con ella, pero mientras tanto sale con todas las chicas que puede. Es joven y está en edad de divertirse, tiempo habrá para ponerse en plan formal y dedicarse a cosas mucho más aburridas. Sus escarceos amorosos van viento en popa, pero con alguna que otra dificultad, la principal es que cada jovencita es una especie de fuerte de los que salen en las películas del oeste, es complicadísimo tomarlo. Se ha tenido que conformar con sobeteos, pero hasta ahora no ha logrado alcanzar el paraíso, solo lo consiguió en una ocasión y la cosa no fue mucho más allá, le queda mucho por aprender. Ahora está explorando nuevos cazaderos. Últimamente ha ido varias veces al bar de la Universidad Central a tantear las niñas de Filosofía y Letras, a ver si son más lanzadas que las vendedoras, empleadas, chachas y oficinistas a las que frecuenta.
   En cuanto a los estudios ha decidido concederse un año sabático. Sus padres se van a poner como hienas, pero ¿qué le van a hacer? Van a tener que aguantarse. Su padre le echará una bronca de mil pares de narices, le dirá que en adelante no le dará ni un duro y que le va a poner a trabajar; su madre cogerá un berrinche y le recriminará durante varios días en medio de llantos y lamentos. Todo ello para que en cuanto pase una semana vuelvan las aguas a su cauce, que para eso es hijo único. Su padre no le exigirá que busque trabajo y su madre, a escondidas, terminará dándole dinero para vicios. Al fin y al cabo, qué más da que un curso de la jodida carrera cueste completarlo uno o más años. Solo se es joven una vez y no va a malgastar la juventud enterrándose en medio de libros y apuntes que son un rollo. ¿Y Lolita qué hará?, se pregunta, sabe que es una formulación retórica porque no hay, no puede haber, más que una respuesta: le guardará la ausencia y esperará su regreso. No hay otra.

   Lolita tiene menos alternativas que su novio. En un pueblo las posibilidades son mucho más limitadas y lo de simultanear un noviazgo serio y tontear con otros chicos es poco menos que imposible, se sabría en un minuto. Esa es una de las causas por las que ha aparentado no enterarse de las torpes insinuaciones del secretario de la cooperativa. Hay que optar: o se flirtea o se guarda la ausencia, no hay término medio. Como la muchacha sigue queriendo desesperadamente a Rafael ni se plantea lo de echar por la borda su relación, aunque día a día y gota a gota el vaso de su paciencia se va colmando. En uno de los momentos de depresión, que frecuentemente la asaltan, se sincera con su madre.
- Se te ve tristona, hija. ¿Te pasa algo?, ¿no te encuentras bien?
- Estoy bien, mamá,… Pasarme me pasa lo de siempre. Rafa tarda cada vez más en escribirme y eso me trae martirizada.
- Bueno, los estudios absorben mucho – la señora Leo trata de quitar hierro – y le debe de quedar poco tiempo.
- ¡Ojalá fueran los estudios!, pero no parece que los tiros vayan por ahí. Su madre está muy disgustada, me cuenta que Rafa estudia muy poco, el año pasado no aprobó casi ninguna asignatura y este curso tampoco parece que las cosas le vayan mucho mejor.
- En cualquier caso, a un estudiante el tiempo se le va como el agua.
- No, mamá, tampoco es un problema de tiempo. Las causas deben de ser otras, igual se ha juntado con malas compañías, ha debido de conocer a otra mujer… o ha dejado de quererme – la última frase le sale con un hilo de voz.
   La señora Leo no sabe qué decir. A bote pronto ha estado tentada de minimizar el problema y recurrir a los tópicos de siempre: que no debe de preocuparse, que esas cosas pasan, que son nubes pasajeras…, pero percibe que su hija está afrontando el problema con una entereza y un coraje que se merece algo más que consolarla con unos cuantos lugares comunes.
- ¿Qué vas a hacer?
- Lo he de pensar, mamá. De momento, no haré nada. Me voy a dar de plazo hasta el verano y cuando venga de vacaciones voy a plantearle que así no podemos seguir. ¿Qué te parece?
- Me parece una decisión prudente, María Dolores – su madre es la única que la llama por su nombre de pila completo -. Sabes que Rafael siempre me ha caído bien. Me parece un chico simpático, educado y buena persona, pero lo que no debes de consentir es que juegue con tus sentimientos.
- Solamente hay un pero en todo esto, mamá. Sigo queriéndole con toda mi alma. Solo de pensar en que podemos terminar se me abren las carnes…, aunque desde que se marchó ha cambiado tanto que temo que llegará un día en que no podré seguir soportándolo.
   La madre vacila, pero finalmente se decide y lanza la pregunta que le está quemando en los labios:
- ¿En alguna ocasión habéis hablado de boda?
- Muchas veces, pero… eso es una muestra más de lo que ha cambiado. Habíamos imaginado mil proyectos sobre las cosas que haríamos cuando nos casáramos, pero hace casi dos años que esos planes han desaparecido de nuestras conversaciones. Ahora cuando tocamos, generalmente de refilón, algo relacionado con nuestro futuro siempre se refiere a lo mismo: que la carrera de Industriales es muy dura, que si le va a costar seis o siete años terminarla, que cuando acabe tendrá que colocarse o preparar una oposición… Total, que según las cuentas que echa tenemos por delante ocho o nueve años de noviazgo. Me puedo poner en la treintena y todavía estar de novia. Y ahí, Rafa se equivoca. No sé si voy a ser capaz de aguantar tanto.
- Has de tener paciencia, hija. Las cosas pueden cambiar.
- Ya la tengo, mamá, pero todo tiene un límite. ¿Tú me ves con treinta años esperando a que Rafael Blanquer me lleve al altar? ¿Crees que vale la pena que se me pase la juventud esperando a un novio al que solo veo un par de meses al año?
   La señora Leo piensa que su hija lleva razón. Esa especie de sequía de afecto a la que la condena la prolongada ausencia de su amado no puede ser agradable ni de ahí salir nada bueno.
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   Otra clase de sequía, la climatológica, esquilma las resecas tierras ibéricas. Uno de los efectos de esa pertinaz sequía, una de las muletillas predilectas en los discursos del Caudillo, es la menguante producción hidroeléctrica que da lugar a restricciones en todo el país. Senillar no es una excepción. Al llegar la medianoche, Anselmo Piñana, el encargado de la compañía suministradora de electricidad en el pueblo, desconecta el interruptor de la subestación transformadora y no restablece la corriente hasta las siete de la madrugada, de acuerdo con las instrucciones de la empresa. La gente soporta penosamente los apagones, son muchas horas sin suministro eléctrico y haber tenido que desempolvar de los desvanes candiles, velas y carburos se lleva francamente mal. En un pueblo sin industria la medida parecía que no podría incidir mucho en la economía local, pero eso ha dejado de ser del todo cierto. El pujante comercio agrícola, favorecido por el estraperlo, ha propiciado que se hayan abierto varios almacenes en los que se recogen y envasan las cosechas hasta altas horas de la noche. Quedarse sin luz a las doce dificulta y hace más penoso el trabajo, sobre todo en las largas noches invernales. Los comerciantes intentan paliar la situación como buenamente pueden.
   Tratar de remediar los efectos de las restricciones fue lo que provocó la agarrada que tuvo Paco Vives, antes de ser nombrado alcalde, con el encargado de la luz. Una tarde al llegar a casa el electricista encontró una garrafa de aceite en la encimera de la cocina.
- ¿Y esta garrafa? – su tono era de viva sorpresa.
- La dejaron de parte de Paco Vives – le informó su mujer.
- ¿Quién la trajo?
- Uno que trabaja en su almacén. Dijo que su jefe vendrá luego a verte.
- Algo querrá a cambio, mujer, nadie va por ahí regalando cosas porque sí. No tendrías que haberla cogido.
- ¿Pero tú sabes lo que cuestan veinte litros de aceite de oliva? ¡Cómo se nota que no vas a la compra!