"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 27 de agosto de 2021

Libro II. Episodio 107. Un pretendiente pobre de espíritu

   En la merienda en casa de los Escalante, Manolo del Pino le dice a Julia que es diferente de las otras jóvenes y que por eso le gusta.

   -Bueno, es lógico que me veas diferente –responde Julia-, es que realmente lo soy: trabajo para ganarme la vida, soy pueblerina, no pertenezco a vuestro mundo y supongo que debe haber muchos más aspectos que me hacen distinta de las chicas con las que debes tratar habitualmente….

   -Permíteme discrepar, por lo que me han dicho tu familia es bastante rica y si trabajas es porque quieres, lo que tiene más mérito todavía. Y serás de pueblo, pero ni por tus modales ni por la forma de expresarte lo pareces, y en cuanto a lo de mi mundo, ¡qué quieres que te diga! La mayor parte de las chicas que nos acompañan es cierto que pertenecen a familias más o menos ilustres, pero la mayoría son unas ignorantes que nunca leyeron un libro y que no tienen otra conversación que charlar sobre el vestido que llevan o de que marca es la crema que usan para desmaquillarse. A su lado tú pareces una académica de la lengua.

   La comparación ha suscitado la risa de Julia que comienza a mirar con simpatía al joven. Pues no es tan sosaina como parecía, piensa la chinata. Y como confirmando su apreciación, Manolo le pide algo que no esperaba.

   -Me han dicho que los sábados sueles salir de la tienda un poco tarde, ¿me permites que te espere para acompañarte a tu casa y así no vas sola?

   Julia se queda mirando a Manolo para intentar descifrar si lo dice en serio o solo es una forma de quedar bien, pero el rostro del joven no muestra ningún signo de hablar de chacota.

   -Los sábados suele venir a recogerme doña Pilar, en cuya casa sabes que vivo, y por tanto no regreso sola.

   -Ah, si vas acompañada entonces…; por cierto he oído elogiosos comentarios sobre doña Pilar, al parecer es muy buena maestra.

   -Lo es, la mejor que he tenido con diferencia.

   -Otra cosa, ¿a qué parroquia vas a oír misa los domingos?

   -Suelo ir con doña Pilar al convento de las Carmelitas Descalzas, aunque no es nuestra parroquia. ¿Por qué lo preguntas?

   -Solo por curiosidad. Perdona, me llama Cristina, les falta uno para el juego de las sillitas.

   La tarde del día de Reyes discurre plácidamente en casa de los Escalante. Julia se lo está pasando bien, aunque alguno de los juegos le ha parecido demasiado infantil para gente de su edad, pese a ello los asistentes juegan con un entusiasmo y una dedicación dignos de mejores empeños. La joven piensa que debe ser porque casi ninguno trabaja y en algo han de quemar la energía que les sobra. Si tuvieran que estar ocho horas detrás de un mostrador a buen seguro que no tendrían tantas ganas de despilfarrar en vano sus fuerzas, se dice.

   Al día siguiente, Julia se reintegra a la droguería al igual que hace Julio a la suya. La joven, en los momentos en que no hay clientes, rememora los últimos días y las experiencias vividas. Ha podido observar de cerca la vida de la juventud dorada de la ciudad, al menos de parte de ella, y se dice que no la envidia. Lo de pasar los días pensando solamente en divertirse, en bailes, saraos y reuniones tan intrascendentes como frívolas, le parece que es una tonta manera de malgastar la vida. Se da cuenta que es más feliz detrás del mostrador, atendiendo a las clientes, aconsejándolas sobre qué comprar o cuadrando las cuentas que yendo a bailes y meriendas.

   Julio, como no ha vivido las experiencias de la chinata, piensa en asuntos más prosaicos. Esta mañana está haciendo un rápido balance sobre cómo se han comportado las ventas en la campaña de Navidad y Reyes, y sobre cuál ha sido la marcha del negocio durante los días que faltó por su viaje a Mallorca. Sobre la campaña, las cuentas son razonablemente buenas, aunque piensa que podían haber sido mejores. En cuanto a su ausencia, parece que hubo algún problemilla por lo que se reafirma en el viejo dicho: quien tiene tienda, que la atienda, y si no, que la venda. Conclusión: ausencias, las imprescindibles.

   Como tantos sábados al anochecer, Pilar se ha pasado por la tienda del Bisojo para acompañar a Julia de vuelta a casa. Al salir, la joven se apercibe que al amparo de la penumbra de un portal cercano hay un hombre atisbándolas. En un momento en que el desconocido se mueve descubre que el mirón no es otro que Manolo del Pino. Julia no dice nada, sonríe y se cuelga del bracete de la maestra. ¡Vaya con Manolo!, piensa.

   Al día siguiente, domingo, Julio se pasa por casa de Pilar para recoger a ambas mujeres y acompañarlas al convento de las Carmelitas Descalzas donde oyen misa. En el instante de volverse para dar la paz a los fieles que están tras ellos, Julia ve, apostado tras una columna lateral, a Manolo. Al terminar el oficio religioso, la joven se pregunta: ¿me abordará o no se atreverá a acercarse al verme acompañada? Así ocurre, solo ve al chico alejándose, lo que no deja de decepcionarla. ¡Lástima!, me hubiese gustado presentarle a Pilar y a Julio, se dice.

   A medio día comen los cuatro, pues han invitado a Etelvina, en un restorán dado que Julio, tras mucho insistir, ha logrado que su madre ceda y casi todos los días festivos almuerzan fuera de casa. Cuando salen, Julio compra unos claveles a una gitana y los reparte entre las damas. Un regalo cada día, se dice, aunque sea un modesto clavel reventón. Por la tarde se echan las acostumbradas partidas de parchís, con un descanso mediada la sesión para merendar churros con chocolate. Julia piensa que no se ha divertido menos que en las meriendas de la burguesía placentina. Quizá es que estoy más hecha a esto que a la vida de las clases altas, se dice.

   El lunes, el mozuelo que desde hace poco Julio emplea como chico de los recados trae un paquete a la droguería del Bisojo.

   -Señorita Julia –El mañego ha dado orden de que así es como hay que tratarla, nada de tuteos ni de tía-, es el paquete con los artículos que había pedido a don Julio. Y me ha dicho que se lo entregue personalmente.

   -Gracias, chico.

   Julia abre el paquete, encima de todo hay una nota que envuelve un capullo de rosa. La nota dice: Para la droguera más bonita y encantadora de toda Extremadura. J. Detalles tan nimios como el presente son los que están haciendo el papel de la gota china –y no malaya como a veces se dice- que va horadando, gota a gota, la indiferencia de la chinata hacia el mañego.

   El jueves, Begoña Escalante, acompañada de Maribel Quirós, se presenta en la tienda del Bisojo. En principio para comprar algunos artículos de la sección Pour la femme que, siempre que puede, atiende personalmente Julia.

   -Huy, Julia, cada día tienes una gama más amplia de productos. ¿Qué color de labios crees que me favorece más? –pregunta Begoña.

   -Así que te tiras aquí ocho horas al día. Tiene mérito, sabes. No todas lo aguantaríamos –comenta Maribel.

   Tras las compras, las dos jóvenes acaban revelando el verdadero motivo de su visita. Están organizando para el próximo domingo otro sarao en casa de los Quirós y han venido a invitarla.

   -Pero Juanjo, ¿no se ha vuelto ya a Madrid? –inquiere Julia pensando que es el joven Quirós quien está detrás de la invitación.

   -Juanjo sí, pero Manolo del Pino, no –contesta Maribel a bote pronto.

   -Si no vienes se va a llevar un disgusto de muerte, ¡y tiene tan pocas satisfacciones el pobrino! –comenta Begoña apoyando a su amiga.

   -Parece, Julia, que se ha prendado de ti ¡y de qué manera! Le conozco, le conocemos –rectifica Maribel- desde niño y jamás le habíamos visto tan interesado por una mujer. Hasta hubo un tiempo en que algún mala sombra llegó a esparcir la especie de que si era mariquita, pero no, simplemente es que no había encontrado la mujer de su vida. Y ese momento parece que le ha llegado. No creas que le ayudamos en plan celestinas, las dos le queremos como a un amigo del alma y nada nos gustaría más que verle feliz. Además, darle donde más le duele a doña Carlota es algo que no pensamos perdernos.

   -Vamos a la trastienda que podremos hablar con más libertad –sugiere Julia al ver que Lupe está pegando la oreja.

   Una vez en la rebotica, Julia se explica.

   -Gracias por la invitación, pero tenía otros planes. Y para ser sincera os diré que Manolo me cae bien, es amable, atento, educado…, un chico encantador de verdad, pero… a mí es que no me dice nada, no me da ni frío ni calor, y no voy a ser yo quien resuelva sus penas de amor.

   -Lo suponemos, Julia, ¿pero que te cuesta hacerle un pequeño favor a nuestro común amigo? ¡Tiene tan pocas alegrías! Vienes, meriendas que es lo de menos, bailas unas cuantas piezas con él y le haces feliz para unas semanas, hasta que vuelva a pedirnos que organicemos otro sarao y te volvamos a invitar. Porque supongo que no se te ha acercado.

   Julia les cuenta que ha visto al joven siguiéndola de lejos cuando sale de la tienda, en la misa de los domingos, en las contadas veces que pasea con sus amigas…, pero que nunca se ha atrevido a decirle algo.  

   -Me mira, pero nada más. Me da hasta pena, la verdad, ¿pero qué puedo hacer?

   -De momento, decir que vas a venir el domingo y luego que sea lo que Dios quiera –apunta Maribel con una sonrisa-. Anda bonita, recuerda los evangelios: bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los Cielos. Y más pobre de espíritu que Manolo es difícil encontrar otro.

   -Bueno, iré, pero que conste que lo hago por vosotras –responde Julia entre risas-, no es bueno para el negocio desairar a las clientas. Y espero que sea la última. Manolo debe saber que le agradezco en el alma que se haya fijado en mí, pero en los sentimientos no se manda y mi corazón no se altera lo más mínimo cuando le veo. Lo siento, pero así son las cosas del querer.

   -¿Acaso tu corazón ya tiene dueño? –pregunta, curiosona, Begoña.

   -No, está más solitario que una tenia.

   -¡Vaya símil, jamás lo había oído!, me lo apunto –anota Maribel.

   Una vez que me sale un pretendiente es pobre de espíritu, también es mala suerte, piensa Julia.

 

PD.- Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro II, Julia, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 108. El gavilán y la paloma

 

viernes, 20 de agosto de 2021

Libro II. Episodio 106. ¿Lo dirá de guasa o en serio?

 

   En casa de los Quirós una de las invitadas, de la que Julia recuerda su cara pero no su nombre, se le acerca.

   -Julia, quiero hablar un momento contigo. Igual no te acuerdas de mí, soy Begoña Escalante y nos conocimos en el Círculo la noche de fin de año. ¿Te lo estás pasando bien? La verdad es que los Quirós se dan mucha maña en organizar estos saraos y no me extraña porque Maribel es un cielo y Juanjo, aunque un poco alocado, es simpatiquísimo.

   -Sí, son verdaderamente majos.

   -¿El día de Reyes tienes algún plan? Te lo pregunto porque por la tarde organizo una reunión en mi casa. No habrá baile, pero merendaremos, jugaremos a las prendas, a la gallinita ciega, al juego de las sillas…; en fin, nos lo pasaremos bien. Te lo cuento porque me gustaría que vinieras.

   ¡Vaya!, malpiensa Julia, otra a quien Juanjo la va a matar si no consigue que acepte su invitación, y tal como lo piensa lo dice.

   -¿Te lo ha pedido Juanjo Quirós, verdad?

   -No, Manolo.

   -¿Qué Manolo?

   -Del Pino.

   Julia se sorprende. Manolo del Pino es el silente y atento amigo que ha ido a buscarla con Juanjo a casa y que durante toda la tarde ha estado pendiente de cada uno de sus movimientos, aunque apenas si han cruzado unas cuantas frases. Ni siquiera ha bailado con él pues es uno de los músicos. Le echa una mirada de soslayo antes de responder, sigue tocando el violín. Es alto, delgado, pecoso y de un blanco entre lechoso y amarillento como si padeciese una enfermedad hepática. Sus miradas se cruzan y el joven aparta rápidamente la suya. Julia se da cuenta entonces que la mira con ojos en los que se lee una suerte de fascinación implorante. Y, no sabe por qué, esa mirada le recuerda la de un perrillo que le regalaron cuando niña y que también la miraba así. Y ese absurdo recuerdo la impulsa a aceptar.

   -Pues gracias por la invitación, Begoña. Asistiré encantada. Dime cuándo.

   -A media tarde irán a buscarte a casa Manolo y otro amigo para acompañarte. Y gracias por aceptar mi petición.

   Manolo no vuelve a acercarse a Julia hasta que formando pareja con Juanjo la escoltan para devolverla a casa de la maestra. Son poco más de las diez y Pilar la está esperando.

   -¿Qué tal, jovencita, lo has pasado bien?

   Julia le hace un apretado resumen de la tarde y le manifiesta que se lo ha pasado muy bien, y que todo el mundo ha estado muy atento y considerado con ella. Y le adelanta que el día de Reyes también saldrá por la tarde pues la han vuelto a invitar, ahora a casa de los señores Escalante, aunque no le dice que a petición de Manolo del Pino.

   -¿Escalante?, no me suena.

   -A mí tampoco, es un apellido que desconozco, aunque por los amigos que tiene Begoña, que es la que me ha invitado, debe de ser otra de las familias de la flor y nata placentina.

    La mañana del día de Reyes, Julio se presenta en casa de su madre a primera hora para llevarles los regalos que les compró en Mallorca y que ha envuelto en papel de seda y atado con una cinta azul: unos guantes y unos zapatos de piel para Pilar y unos botines de medio tacón y una estola de zorro para Julia. Por las exclamaciones de alegría de ambas mujeres parece que acertó al escoger los regalos.

   -Me quedan como unos guantes, y nunca mejor dicho –comenta Pilar haciendo un retruécano sobre la prenda.

   -Nunca había tenido una estola. Gracias, Julio, eres un tesoro –e impulsivamente la muchacha le da un beso en la mejilla, que al mañego le sabe más dulce que la miel.

   -Bueno, pues propongo que hoy mismo estrenéis los regalos, primero en el restorán donde almorzaremos y luego os voy a llevar al teatro Alkázar. Representan la zarzuela El Barbero de Sevilla, que se estrenó en Madrid el pasado año.

   -¡Qué barbaridad, el pasado año en la capital y ya la ponen aquí! –comenta, admirada, Pilar.

   -Lo siento, Julio, estaré en la comida pero no os voy a poder acompañar al teatro, había quedado para esta tarde –dice Julia.

   -¡No me digas, es una lástima! Me ha comentado Pascual, que la vio ayer, que es una obra fantástica. Según me ha dicho tiene escenas muy cómicas y una música tremendamente pegadiza. Y hoy es el último día que la representan y, además, ya compré las entradas –Julio echa el resto para convencer a la joven.

   -No creas que no lo lamento, Julio, pero di mi palabra que iría a merendar a casa de los Escalante y no puedo faltar. Y más después del empeño que puso Begoña en invitarme.

   -Habrá más días y más zarzuelas para ver –Pilar interviene para cortar la embarazosa situación-. ¿Sabes que puedes hacer con la entrada de Julia?, dársela a Etelvina, le chifla la zarzuela, y de paso podrás darle su regalo de Reyes.

   -Ahora que hablas de Reyes, ¿Pilar dónde está el regalo para Julio? –pregunta Julia cambiando de tema.

   -Se me había olvidado, que cabeza la mía –Pilar sale de la sala y vuelve al instante con dos pequeños paquetes. Julio los desenvuelve: en uno hay un fular y en el otro una corbata-. Que conste que ambos regalos son de las dos, pero quien los ha elegido ha sido Julia –precisa Pilar.

   A Julio no se le quita la arruga del entrecejo durante el almuerzo. Que Julia asista por segunda vez consecutiva a un sarao de la alta burguesía local es algo que le sienta como una dosis de ricino. Enojo que se incrementa cuando a media tarde aparecen dos jóvenes con muy buena pinta en casa de Pilar para recoger a la muchacha. Cuando se van, el mañego explota.

   -¡Maldita sea mi estampa! ¡Me cisco en quien invitó a Julia al baile del Círculo! De no haber ido no conocería a esa panda de señoritos cortijeros que ahora la invitan día sí, día también. ¡Así todos cojan una sífilis y se les caiga la polla a cachos!

   -Hijo, por favor, las palabrotas sobran. Y esa no es la manera con que conquistarás a Julia. No con gestos de amargado, malos modales y comentarios hirientes.

   -No hay nada que conquistar, a Julia ya la he perdido. ¿Cómo puedo competir con esa panda de petimetres cargados de apellidos ilustres y de dinero, y que encima tienen diez años menos que yo?

   -Tu pobre padre, que era muy taurino, siempre decía aquello de que hasta el rabo todo es toro, y solía añadir que hasta que un asunto no está cerrado del todo no debe considerarse finiquitado. Hasta donde sé, Julia no está interesada por ningún chico en concreto, ni por el que la invitó al baile de marras ni por ninguno de los que llamas petimetres. O sea, que no la has perdido. Ahora bien, la puedes perder si no cambias de táctica.

   -¿Y qué táctica debería emplear, madre?

   -Lo primero, intentar que no te afecte tan negativamente que Julia salga con otros chicos. Ten en cuenta que tiene veinte años, está en edad de divertirse, de salir con gente de su edad, de pasárselo bien… Y debes tratarla con delicadeza, tener detalles con ella, demostrarle lo mucho que la valoras como mujer y como profesional. Y esto último puedes estar seguro que no lo hará ninguno de los caballeretes con los que ahora alterna. Que perciba que sigues queriéndola por encima de todo, y… tira de paciencia si las cosas no suceden del modo que te gustaría.

   El consejo de su madre le recuerda a Julio una conversación con Chimo Puig, precisamente sobre Julia, en la que el morellano le contó lo que debe hacerse para conquistar a una mujer: vous devez lui donner un cadeau tous les jours. A lo que el mismo Chimo agregó: debes mostrar la actitud de darlo todo sin pedir nada a cambio, demuéstrale que la quieres sin que te importe que ella, al menos por ahora, no te corresponda. Más o menos, lo mismo que le recomienda su madre. Quizá ambos tengan razón y es lo mejor que puede hacer. Y en el peor de los casos evoca la metáfora de los tranvías con la que Chimo cerró su parlamento: las mujeres son como los tranvías, si pierdes uno a los pocos minutos llega otro.

   -Me lo pensaré, madre, quizá tengas razón.

   En casa de los Escalante, Julia vuelve a ser de algún modo el centro de atención de los caballeros. La requiebran, le preguntan, quieren ser su pareja de juego…, aunque Manolo del Pino se limita a continuar mirándola con ojos de implorante admiración. Que pasmado es este hombre, se dice Julia, que pasmado y que soso, y sigue mirándome como aquel perrillo que tuve de chica. Y llevada de la curiosidad, en uno de los descansos entre juego y juego, le pregunta a Maribel Quirós que es la única con la que tiene una relativa confianza.

   -Manolo del Pino que sosaina que es, ¿verdad? Y tiene cara como de no estar bien.

   -Siempre fue un chico enfermizo. No sé si en eso habrá tenido algo que ver el hecho de haber faltado su padre cuando era un niño y, al ser hijo único, ha vivido pegado a las faldas de su madre que encima es una de las personas más controladoras que conozco; no puede dar un solo paso sin que mamá dé el visto bueno. A mí me da pena porque es un chico majo de verdad: atento, educado, cariñoso y siempre dispuesto a hacer un favor.

   -Si tiene una madre tan manipuladora también será de las que tenga que dar su plácet cuando elija a una mujer.

   -Dudo mucho que el pobre Manolo tenga la opción de elegir a la mujer a la que llevará al altar. Será mamá la que decida con quien ha de casarse. ¡Pues menuda es doña Carlota!

   Tras la charla con Maribel, hacia el final de la tarde Manolo se acerca a Julia, algo que ya no esperaba.

   -¿Te lo estás pasando bien? –le pregunta el joven.

   -Muy bien, Manolo, todos son muy simpáticos.

   -¡Te acuerdas de mi nombre! –exclama, asombrado, el chico.

   -Tampoco es tan raro, a la mayoría de los demás les he conocido hoy, en cambio a ti te conocí el domingo, o sea que les llevas ventaja.

   -Te voy a decir algo que espero que no te moleste: no eres como las demás.

   -¿En qué me diferencio de las demás?

   -No sabría concretarte, pero eres diferente…, por eso me gustas tanto –y, ante el estupor de Julia, Manolo ha vuelto a ruborizarse.

   Este chico más parece una novicia que un hombre que se vista por los pies, pero me cae bien, reconoce Julia. Y dice que le gusto, ¿lo dirá de guasa o en serio?

 

PD.- Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro II, Julia, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 107. Un pretendiente pobre de espíritu