Cuando el director de la agencia de detectives, cuyos hombres están
siguiendo al sospechoso de ser cómplice de los ladrones del Tesoro Quimbaya,
revela el nombre del cliente interesado en saber las andanzas del tal Adolfo
Martínez, la sorpresa de los inspectores del caso es unánime. Quizá más que
sorpresa es contrariedad porque el cliente de la agencia es un conocido bufete
madrileño, González-Arroyo y Asociados.
Blanchard, que desconoce la legislación española, quiere saber:
- ¿Aquí puede la policía exigir al
bufete el nombre del cliente que les ha hecho tal encargo? Lo pregunto porque
no creo que unos abogados estén interesados directamente en saber de Martínez.
Lo más seguro es que no sean más que unos intermediarios que estén cumpliendo
el encargo de un cliente.
Quien le contesta es Atienza, que para eso es un aplicado estudiante de
Derecho en sus ratos libres:
- No, no podemos. Los abogados están
protegidos por el derecho y el deber de sigilo y del secreto profesional que
forma parte del derecho a la defensa, uno de los que consagra nuestra
Constitución. Y, además, el Estatuto General de la Abogacía dispone que los
abogados deberán guardar el secreto de todos los hechos o noticias que conozcan
por razón de cualquiera de las modalidades de su actuación profesional, no
pudiendo ser obligados a declarar sobre los mismos.
- ¿Entonces…? – La inconclusa pregunta
del inspector galo queda en el aire.
- Entonces no nos queda otra que pedir
a la juez un mandamiento judicial. El problema es que su libramiento no será
automático, sino que su señoría nos pedirá pruebas o, al menos, indicios de
comisión de delito que a su juicio sean suficientes para que el derecho a la
confidencialidad de las relaciones abogado-cliente decline ante otro derecho
que se considere de rango superior, por ejemplo: cuestiones que afectan al
orden público, a la defensa nacional, a la posibilidad de un atentado, a un
golpe contra el estado de derecho, etcétera.
- ¿Y el robo del tesoro entra en alguno
de esos supuestos? – sigue preguntando Blanchard.
- Es bastante dudoso – contesta un
apesadumbrado Atienza.
- O sea, que la que le hemos montado al
de la agencia no nos ha servido para nada – sintetiza Blanchard.
Bernal desahoga su malhumor contra la abogacía:
- ¡Putos abogados, son peores que un
grano en el culo!
Atienza prefiere ver el vaso medio lleno:
- Algo hemos sacado en limpio de todo
esto. Los tipos de la agencia han dejado de vigilar a Martínez, por tanto el
riesgo de que el sospechoso descubra que le estamos siguiendo ha disminuido
considerablemente. Menos da una piedra.
Ajenos a las dificultades por las que pasan los policías del Caso Inca,
el cuarteto de jubilados, una vez concluidos los fastos navideños, se ha vuelto
a reunir para revisar el estado de sus investigaciones.
- De momento, solo tenemos una pista
que seguir: la del furgón blindado. Como recordaréis, el propietario del
desguace de Humanes afirmó en la declaración que hizo a la policía que la
furgoneta se la habían vendido unos gitanos, por eso hemos estado buscando a
los amigos de Manolo, a los García Reyes, por si ellos pudieran saber algo de
esos supuestos vendedores. Como no sabemos dónde vive ahora el clan y la única
pista que tenemos de ellos es que un nieto del Tío Josefo, el patriarca de la
familia, está internado en un hospital madrileño, mañana empezaremos a visitar
centros hospitalarios a ver si encontramos en el que lo están tratando.
Vosotros dos – se dirige a Ponte y Ballarín – visitaréis el Hospital Clínico y
el Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz. Luis y yo investigaremos en
el Ramón y Cajal por la mañana, por la tarde iremos a La Paz.
- Y una vez en el hospital, ¿qué hemos
hacer para localizar al nieto del Tío Josefo? – se interesa Ballarín.
- Preguntad en recepción. Si os niegan
la información, algo bastante probable, pululad por los pasillos. Las familias
gitanas suelen acudir masivamente a los hospitales donde está internado algún
familiar. Allí dónde veáis un grupo numeroso de gente que por su traza y forma
de vestir os parezca que son calés, preguntad. Vosotros lo tenéis mejor que
nosotros porque está Manolo a quien conoce más de medio clan de los García
Reyes. Yo jugaré con la ventaja de presentarme como policía y, posiblemente, en
admisiones me puedan facilitar la información. Comenzaremos por los cuatro
hospitales que he citado porque creo que son de los más grandes de Madrid. Si
no los localizamos en ellos seguiremos con el resto de la red hospitalaria de
la Comunidad. La primera pareja que los descubra que avise inmediatamente a la
otra.
- Además de avisar, ¿hemos de hacer
alguna otra cosa? – pregunta Ponte.
- Sí sois tú y Amadeo quien localiza al
clan lo que has de hacer es decirles quien eres. A buen seguro que si no hay alguien
que te conozca, al menos sí que les sonará tu nombre. Les preguntarás por el
Tío Josefo, por lo demás improvisa. Si somos Luis y yo quienes los encontramos
no haremos nada hasta que tú puedas venir. Tú eres el hombre clave de esta
operación porque eres quien tiene buen rollo con los García Reyes.
- Jacinto, antes
has dicho que empecemos mañana, pero te recuerdo que mañana es sábado. Alguno
de nosotros seguro que tiene compromisos familiares, yo sin ir más lejos. Y al
día siguiente, domingo, ni te cuento. Tendríamos que dejarlo para el lunes –
objeta y propone Álvarez.
Ballarín y Ponte asienten secundando con el
gesto la objeción y la propuesta de Álvarez. Grandal hace una mueca de
contrariedad, pero acepta la sugerencia. No le queda otra. Sabe que para sus
aficionados detectives priman los deberes familiares antes que los
investigadores.
El lunes, once de enero, Ballarín y Ponte se
dirigen a media mañana al Hospital Clínico Universitario San Carlos, que ese es
su nombre completo, aunque todo el mundo lo conoce como El Clínico. Es un
complejo hospitalario inmenso, construido en el mismo estilo de ladrillo visto
que los demás edificios de la Ciudad Universitaria que se erigieron después de
la guerra civil y al que los años pasados desde su construcción han hecho
mella. No tienen mayores problemas para acceder al interior del centro, pero
deambular por sus interminables pasillos les lleva toda la mañana. Encuentran a
un nutrido grupo de gitanos en una de las alas y cuando les preguntan por los
García Reyes los calés se los quitan de encima de malos modos. La gitana a la
que sus deudos han ido a arropar se debate entre la vida y la muerte y su
familiares no están para chismorreos.
Álvarez y Grandal han visitado el Hospital
Ramón y Cajal, ubicado en la carretera de Colmenar Viejo en la zona norte de la
capital, es un centro todavía más grande que El Clínico. Grandal, que ha echado
mano de su caducada acreditación de comisario, no tiene problemas para que el departamento
de admisiones le informe de que no hay ningún García Reyes internado en el
centro. Lo mismo ocurre cuando por la tarde visitan el Complejo Universitario
La Paz que, con sus más de mil doscientas camas, es otro de los hospitales
públicos más grandes de la ciudad. Ni rastro de los García Reyes.
Por la tarde, Ballarín y Ponte visitan el
Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz, también conocido como Clínica de
la Concepción, que al estar emplazado en la Avenida de los Reyes Católicos les
queda, sobre todo a Ponte, muy cerquita de sus domicilios. La investigación no
da ningún fruto.
Por la noche, los miembros del cuarteto se
telefonean y deciden que retomarán sus visitas a los centros hospitalarios al
día siguiente. En la relación de hospitales que les falta por investigar el reparto
ha quedado así: Álvarez y Grandal irán al Hospital Gregorio Marañón, que con
sus 1671 camas es posiblemente el mayor centro sanitario de Madrid, y al
Hospital Universitario 12 de Octubre, otro de los complejos hospitalarios con
cerca de mil cuatrocientas camas. Mientras, Ballarín y Ponte visitarán el
Hospital Universitario de la Princesa y el Hospital Universitario Niño Jesús,
centros que, por su menor tamaño y su ubicación en el centro de la ciudad, son
más adecuados para los dos miembros más ancianos del cuarteto.
Como resume Álvarez tirando de ironía:
- La verdad es que
valemos para todo, hemos pasado de ejercer de detectives a trabajar de
visitadores médicos.