"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 6 de septiembre de 2016

59. Haciendo de visitadores médicos



   Cuando el director de la agencia de detectives, cuyos hombres están siguiendo al sospechoso de ser cómplice de los ladrones del Tesoro Quimbaya, revela el nombre del cliente interesado en saber las andanzas del tal Adolfo Martínez, la sorpresa de los inspectores del caso es unánime. Quizá más que sorpresa es contrariedad porque el cliente de la agencia es un conocido bufete madrileño, González-Arroyo y Asociados.
   Blanchard, que desconoce la legislación española, quiere saber:
- ¿Aquí puede la policía exigir al bufete el nombre del cliente que les ha hecho tal encargo? Lo pregunto porque no creo que unos abogados estén interesados directamente en saber de Martínez. Lo más seguro es que no sean más que unos intermediarios que estén cumpliendo el encargo de un cliente.
   Quien le contesta es Atienza, que para eso es un aplicado estudiante de Derecho en sus ratos libres:
- No, no podemos. Los abogados están protegidos por el derecho y el deber de sigilo y del secreto profesional que forma parte del derecho a la defensa, uno de los que consagra nuestra Constitución. Y, además, el Estatuto General de la Abogacía dispone que los abogados deberán guardar el secreto de todos los hechos o noticias que conozcan por razón de cualquiera de las modalidades de su actuación profesional, no pudiendo ser obligados a declarar sobre los mismos.
- ¿Entonces…? – La inconclusa pregunta del inspector galo queda en el aire.
- Entonces no nos queda otra que pedir a la juez un mandamiento judicial. El problema es que su libramiento no será automático, sino que su señoría nos pedirá pruebas o, al menos, indicios de comisión de delito que a su juicio sean suficientes para que el derecho a la confidencialidad de las relaciones abogado-cliente decline ante otro derecho que se considere de rango superior, por ejemplo: cuestiones que afectan al orden público, a la defensa nacional, a la posibilidad de un atentado, a un golpe contra el estado de derecho, etcétera.
- ¿Y el robo del tesoro entra en alguno de esos supuestos? – sigue preguntando Blanchard.
- Es bastante dudoso – contesta un apesadumbrado Atienza.
- O sea, que la que le hemos montado al de la agencia no nos ha servido para nada – sintetiza Blanchard.
   Bernal desahoga su malhumor contra la abogacía:
- ¡Putos abogados, son peores que un grano en el culo!
   Atienza prefiere ver el vaso medio lleno:
- Algo hemos sacado en limpio de todo esto. Los tipos de la agencia han dejado de vigilar a Martínez, por tanto el riesgo de que el sospechoso descubra que le estamos siguiendo ha disminuido considerablemente. Menos da una piedra.
   Ajenos a las dificultades por las que pasan los policías del Caso Inca, el cuarteto de jubilados, una vez concluidos los fastos navideños, se ha vuelto a reunir para revisar el estado de sus investigaciones.
- De momento, solo tenemos una pista que seguir: la del furgón blindado. Como recordaréis, el propietario del desguace de Humanes afirmó en la declaración que hizo a la policía que la furgoneta se la habían vendido unos gitanos, por eso hemos estado buscando a los amigos de Manolo, a los García Reyes, por si ellos pudieran saber algo de esos supuestos vendedores. Como no sabemos dónde vive ahora el clan y la única pista que tenemos de ellos es que un nieto del Tío Josefo, el patriarca de la familia, está internado en un hospital madrileño, mañana empezaremos a visitar centros hospitalarios a ver si encontramos en el que lo están tratando. Vosotros dos – se dirige a Ponte y Ballarín – visitaréis el Hospital Clínico y el Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz. Luis y yo investigaremos en el Ramón y Cajal por la mañana, por la tarde iremos a La Paz.
- Y una vez en el hospital, ¿qué hemos hacer para localizar al nieto del Tío Josefo? – se interesa Ballarín.
- Preguntad en recepción. Si os niegan la información, algo bastante probable, pululad por los pasillos. Las familias gitanas suelen acudir masivamente a los hospitales donde está internado algún familiar. Allí dónde veáis un grupo numeroso de gente que por su traza y forma de vestir os parezca que son calés, preguntad. Vosotros lo tenéis mejor que nosotros porque está Manolo a quien conoce más de medio clan de los García Reyes. Yo jugaré con la ventaja de presentarme como policía y, posiblemente, en admisiones me puedan facilitar la información. Comenzaremos por los cuatro hospitales que he citado porque creo que son de los más grandes de Madrid. Si no los localizamos en ellos seguiremos con el resto de la red hospitalaria de la Comunidad. La primera pareja que los descubra que avise inmediatamente a la otra.
- Además de avisar, ¿hemos de hacer alguna otra cosa? – pregunta Ponte.
- Sí sois tú y Amadeo quien localiza al clan lo que has de hacer es decirles quien eres. A buen seguro que si no hay alguien que te conozca, al menos sí que les sonará tu nombre. Les preguntarás por el Tío Josefo, por lo demás improvisa. Si somos Luis y yo quienes los encontramos no haremos nada hasta que tú puedas venir. Tú eres el hombre clave de esta operación porque eres quien tiene buen rollo con los García Reyes.
- Jacinto, antes has dicho que empecemos mañana, pero te recuerdo que mañana es sábado. Alguno de nosotros seguro que tiene compromisos familiares, yo sin ir más lejos. Y al día siguiente, domingo, ni te cuento. Tendríamos que dejarlo para el lunes – objeta y propone Álvarez.
   Ballarín y Ponte asienten secundando con el gesto la objeción y la propuesta de Álvarez. Grandal hace una mueca de contrariedad, pero acepta la sugerencia. No le queda otra. Sabe que para sus aficionados detectives priman los deberes familiares antes que los investigadores.
   El lunes, once de enero, Ballarín y Ponte se dirigen a media mañana al Hospital Clínico Universitario San Carlos, que ese es su nombre completo, aunque todo el mundo lo conoce como El Clínico. Es un complejo hospitalario inmenso, construido en el mismo estilo de ladrillo visto que los demás edificios de la Ciudad Universitaria que se erigieron después de la guerra civil y al que los años pasados desde su construcción han hecho mella. No tienen mayores problemas para acceder al interior del centro, pero deambular por sus interminables pasillos les lleva toda la mañana. Encuentran a un nutrido grupo de gitanos en una de las alas y cuando les preguntan por los García Reyes los calés se los quitan de encima de malos modos. La gitana a la que sus deudos han ido a arropar se debate entre la vida y la muerte y su familiares no están para chismorreos.
   Álvarez y Grandal han visitado el Hospital Ramón y Cajal, ubicado en la carretera de Colmenar Viejo en la zona norte de la capital, es un centro todavía más grande que El Clínico. Grandal, que ha echado mano de su caducada acreditación de comisario, no tiene problemas para que el departamento de admisiones le informe de que no hay ningún García Reyes internado en el centro. Lo mismo ocurre cuando por la tarde visitan el Complejo Universitario La Paz que, con sus más de mil doscientas camas, es otro de los hospitales públicos más grandes de la ciudad. Ni rastro de los García Reyes.
   Por la tarde, Ballarín y Ponte visitan el Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz, también conocido como Clínica de la Concepción, que al estar emplazado en la Avenida de los Reyes Católicos les queda, sobre todo a Ponte, muy cerquita de sus domicilios. La investigación no da ningún fruto.  
   Por la noche, los miembros del cuarteto se telefonean y deciden que retomarán sus visitas a los centros hospitalarios al día siguiente. En la relación de hospitales que les falta por investigar el reparto ha quedado así: Álvarez y Grandal irán al Hospital Gregorio Marañón, que con sus 1671 camas es posiblemente el mayor centro sanitario de Madrid, y al Hospital Universitario 12 de Octubre, otro de los complejos hospitalarios con cerca de mil cuatrocientas camas. Mientras, Ballarín y Ponte visitarán el Hospital Universitario de la Princesa y el Hospital Universitario Niño Jesús, centros que, por su menor tamaño y su ubicación en el centro de la ciudad, son más adecuados para los dos miembros más ancianos del cuarteto.
   Como resume Álvarez tirando de ironía:
- La verdad es que valemos para todo, hemos pasado de ejercer de detectives a trabajar de visitadores médicos.