"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 10 de enero de 2020

Libro I. Episodio 6. ¿Y si lo encuentra y a ella le gusta?


   El joven quinto, una vez compuesto, sale en busca de Carolina, la amiga que lleva y trae mensajitos entre la pareja. La joven al verle muestra un cierto desconcierto. Julio, que está un pelín nervioso, todavía se intranquiliza más al ver la actitud de Carolina.
   -Carol, ¿pasa algo?, ¿es referido a Consuelo? –pregunta, receloso, el joven.
   -¡Anda, ya!, ¿qué va a pasar?, ¿por qué lo dices?
   -Porque me da la impresión de que estás una mijina de los nervios.
   Cuanto más se empeña el quinto en preguntar, más reservas tiene la joven que, ante la insistencia de Julio, al final explota.
   -Mira, chacho, te lo voy a contar, pero me has de jurar por la Virgen de la Luz que no le dirás a Consuelo ni papa de lo que te diga.
   Carolina le cuenta lo que se chismorrea por el pueblo. Al parecer, la madre de Consuelo no ve con buenos ojos que su hija mayor ande viéndose sin su consentimiento con un mañego que no tiene oficio ni beneficio. Es hijo de una maestra de primeras letras, y es sabido lo que se dice de esa profesión: pasas más hambre que un maestro de escuela. Según cuentan las chismosas, la chica de los Manzano cuanto más se opone su madre a su relación con el mañego más se emperra en seguir viéndole, y no atiende los requerimientos maternos que quiere para ella un novio de una familia con fanegas y muchos duros. Al haber estado Julio ausente del pueblo, el rumor se ha afianzado y las vecindonas comentan que la señora Soledad se ha salido con la suya, y que la rotura entre la pareja es un hecho. Julio acusa las malas nuevas, pero se rehace y piensa que por ahora solo son rumores. Conoce bien lo dada que es la gente de los pueblos pequeños a inventarse toda clase de bulos.
   -Eso es lo que se cuenta en los mentideros, pero lo que importa es lo que sienta y diga Consuelo. ¿Has hablado hace poco con ella?
   -Antiayer, que nos encontramos en la fuente de la Plaza Nueva.
   -¿Y te dijo algo del rumor?
   -Ni papa. Le pregunté por ti y me dijo que te esperaba un día de estos.
   El joven resopla, si Consuelo le esperaba, lo que cuentan las chafarderas no es más que un bulo como un campanario. Carolina le tranquiliza al asegurarle que no debe preocuparse, que se va a pasar por casa de los Manzano a decirle a Consuelo que ha llegado, y que al atardecer saldrán a pasear. Por mucho que Carolina ha intentado quitarle hierro al rumor, lo que le ha contado ha dejado a Julio hecho un mar de temores. Que la madre de Consuelo le esté buscando novio que sea de una familia adinerada puede ser un bulo, pero también puede ser cierto. El joven ha tratado de consolarse pensando en el dicho popular que suele escucharse en San Martín: no creas nada de lo que oigas, ni la mitad de lo que veas. Ello no es suficiente para que se le calmen los nervios.
   Llegado el atardecer, parece que el tiempo se ha estancado y por mucho que Julio mire y remire el reloj de bolsillo las manecillas giran con lentitud desesperante, la lengua se le pega al paladar y tiene la boca seca como después de una noche de farra. En un momento de lucidez se da cuenta de algo: que ha dejado de pensar en la mala fortuna del sorteo. La idea de tener que viajar a Palma de Mallorca no se le ha vuelto a pasar por la cabeza.
   -Bueno –musita-, vaya una cosa por la otra. Razón tiene madre cuando dice que un mal mayor te hace olvidar otro menor -Su ensimismamiento se trunca cuando alguien vocea su nombre.
   -¡Julio, chacho!, ¿qué haces ahí parao como un farol? –Es uno de sus conocidos del pueblo.
   -Puedes figurarte, Fernando, esperando a la moza.
   -Espabila y ándate con cuidao que te la pueden madrugar –le previene el mozo que ni siquiera se ha detenido.
   Lo que le faltaba para acrecentar sus sospechas y desasosiego. Todos sus temores y angustias desaparecen como por encanto cuando ve aparecer por un extremo de la Travesía Real, en dirección a la Plaza Mayor, a un trío de mozuelas y, ¡bendita sea la Virgen de Guadalupe!, una de ellas es el amor de su vida. El corazón comienza a latirle con tan tanto brío que parece que de un momento a otro se le va a salir por la boca. No sabe si esperar a que las jóvenes lleguen a su altura o adelantarse a su encuentro, al fin eso es lo que hace. La cara con que le recibe Consuelo borra de sopetón todas sus dudas y temores. No, su moza no ha cambiado, esos ojos son incapaces de mentir, esa mirada es la de una mujer enamorada, esa sonrisa es la de una mujer feliz al reencontrarse con su amado. Su madre podrá buscarle todos los novios ricos que quiera, pero el corazón de Consuelo late al unísono del suyo. Al producirse el encuentro ninguno de los enamorados dice nada, solo son capaces de mirarse como si fueran años que no se hubiesen visto, cuando han sido días. El silencio se contagia a las dos jóvenes que acompañan a Consuelo, que a duras penas pueden aguantar una risilla nerviosa. Ese silencio repentino, en el que todo el grupo se ha callado a la vez, lo quiebra Carolina que para romper el hielo exclama:
   -¡Chachos, parece que ha pasao un ángel!
   La tópica frase sirve para que todos estallen en alegres risas. Julio ha de contenerse para no tocar a su enamorada. En el pueblo lo de besarse en público, aunque sea en las mejillas, no está bien visto, ni siquiera entre los parientes y mucho menos entre novios. Y lo de estrecharse las manos tampoco es una práctica muy usual. Por eso, el quinto se conforma con mirarla como si la viera por primera vez. Consuelo tiene un rostro agradable, ojos tirando a marrones, nariz algo roma y labios gordezuelos. Es de mediana talla, el resto de su figura es imposible adivinarla pues lleva un abrigo que oculta sus formas.  
   -Chacho, vaya chambergo que gastas –dice Carolina, en su afán porque la situación se normalice, señalando la cazadora de pana con que se abriga el quinto.
   -Lo acabo de estrenar, lo compré ayer mismo en una tienda de Plasencia –explica el joven.
   -¿Y no has esperao al domingo de Ramos pa estrenarlo? –pregunta con ingenuidad la otra amiga llamada Maritina, aludiendo al adagio popular: el domingo de Ramos, quien no estrena no tiene manos.
   -Es que para mí hoy es el domingo de Ramos, el de Pascua y el día de Navidad todo junto –improvisa Julio sin apartar la mirada de su enamorada que al oír esas palabras se pone colorada como un tomate, aunque la respuesta no vaya con ella.
   -Como se nota los que tenéis letras, sois más redichos que los comediantes que vienen pa la feria de julio –apunta Maritina.
   -Bueno, ya está bien de cháchara, si seguimos parados y con la rasca que hace nos vamos a congelar –dice Consuelo que está deseando poder hablar a solas con su novio. Tiene mucho que contarle y preguntarle.
   -Y a todo esto, ¿dónde te tocó en el sorteo? –pregunta Maritina.
   -Le tocó en Mallorca –indica Consuelo antes de que Julio pueda decir nada.     
   ¿Cómo se habrá enterado?, se pregunta el joven, admirado de que su enamorada sepa su destino cuando él ni siquiera le ha escrito contándoselo. El hecho le confirma aún más que la joven sigue teniendo los mismos sentimientos que antes, lo que definitivamente le pone de buen humor.
   -Como ha dicho Consuelo –En el pueblo la llaman Consuelin por aquello del habla extremeña de terminar los diminutivos en in, ino, ina, pero el joven quinto la ha llamado Consuelo desde el primer día que la conoció-, me ha tocado el destino más alejado de aquí, pero no hay mal que por bien no venga, me han dado las señas de un profesor de allí que me podrá enseñar lo que me falta por aprender de contabilidad.
   -¿Estás estudiando pa saber llevar cuentas?, ¡qué bien!, así podrás encontrar un buen empleo –se alegra Carolina.
   -Lo tengo todo planeado –alardea el quinto-. Si en el ejército consigo un buen destino que me deje tiempo libre, seguiré estudiando contabilidad con un amigo del profesor Hernández, que es el que me da clases en Plasencia. Y así, cuando vuelva de la mili podré encontrar un empleo llevando las cuentas de algún comercio o de una empresa y, a lo mejor, hasta puedo colocarme en un banco.
   -¡Huy, un banco!, esa sí que sería buena. Trabajar en un banco es como si lo hicieras pa el gobierno –asegura Maritina.
   Como han estado andando al tiempo que hablaban, llegan a la calle de Nuestra Señora de la Luz donde las últimas casas del pueblo. Allí, las amigas se apartan un poco de los novios para darles la oportunidad de que puedan hablar de sus cosas a solas. Para eso están las amigas, para cubrir a la pareja, pues no sería decoroso que pasearan sin compañía. Los enamorados se quedan solos, pero lo único que hacen es seguir mirándose como si nunca se hubiesen visto. Los ojos de la muchacha brillan ilusionados y su cuerpo, tenso hasta ahora, se va relajando. El chico la mira entre absorto y maravillado. Consuelo se libra de la prisión de las manos del joven quien, creyendo que ha apretado demasiado, se apresura a disculparse.
   -Lo siento, amor mío, a veces no mido mi fuerza.
    La muchacha no contesta, se limita a mirarlo con más intensidad si cabe y esboza una media sonrisa. Hasta ahora ha tenido los guantes de lana puestos ya que el relente se deja sentir. Lentamente comienza a quitárselos. Cuando sus manos quedan libres coge las manos del chico y entrelaza sus dedos con los de él oprimiéndolos. El roce con la piel de la muchacha le produce al mozo un estremecimiento que recorre todas sus terminales nerviosas como si fuera un calambrazo eléctrico. Es todo el contacto físico que se permiten, enlazar sus manos. Él quisiera más, mucho más, pero no se atreve a pedirlo ni siquiera a insinuarlo, por nada del mundo pondría en peligro romper lo que existe entre ambos. A ella su cuerpo también le pide más, pero la han educado para mantenerse intacta hasta que algún afortunado la lleve al altar y es consecuente con ello. Tienen mucho que contarse y preguntarse, pero todo ha pasado a ser irrelevante, sin importancia ni urgencia. Lo único que vale es reafirmar su amor, aunque Julio, al pensar en las intentonas de la madre de Consuelo de buscarle un novio rico, se pregunta temeroso:
   -¿Y si lo encuentra y a ella le gusta?

PD.- Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro I, Un mañego enamorado, publicaré el episodio 7. Una suegra de armas tomar