La amplia carta de Can Roig se basa en
platos tradicionales, entre ellos algunos marineros, con la especificación de
que todos son elaborados con productos frescos de la zona. Curro le deja un
tiempo a Anca para que la lea, luego le pregunta:
-¿Qué te
apetece comer? Empecemos por los entrantes.
-¡Huy!, es
que hay tantos platos que es difícil decidirse.
-¿Me dejas
que pida yo? No es por fardar, pero estoy acostumbrado a comer en restoranes de
esta clase e incluso de más postín.
Curro le pide ayuda al maitre, que no le quita ojo de encima a un cliente tan rumboso,
para escoger lo más selecto de la carta. El empleado, que a estas alturas ya sabe
que a quien hay que bailarle el agua es a la joven, le pregunta con su tono más
melifluo:
-La señorita,
¿qué prefiere?, ¿algún plato de los que hay para empezar?, ¿algún entrante de
temporada?, ¿algo de los intocables de Can Roig?, ¿entrantes del mar?
-No sé, hay
tanto para elegir.
-Si me lo
permiten, yo les aconsejo que pidan un plato de cada apartado. Por ejemplo: del
primero podrían probar un foie micuitte sobre un mosaico de sabores; del
segundo un plato muy típico de la tierra, alcachofas de Cap i Corb, jamón de
pato, tomate de colgar y AOVE Bardomus; de los intocables de la casa,
escalibada con anchoas y queso fresco de Catí y del último apartado ortigas de
mar en tempura.
-Sé que AOVE
son las siglas de aceite de oliva virgen extra –puntualiza Curro dándoselas de
gourmet-, pero no sé qué es Bardomus ni tampoco que es Cap i Corb.
- Bardomus es
el nombre del aceite que producen los olivos cultivados entre los parques
naturales de la Sierra de Irta, Prat de Cabanes-Torreblanca y el Mediterráneo.
Tiene un aroma a aceitunas verdes y hierba de monte bajo y un sabor ligeramente
amargo y picante como una mezcla de almendras verdes, hoja de tomatera,
alcachofa y hojas de olivo. En cuanto a Cap i Corb es el nombre de una pedanía
del municipio de Alcalá. Señorita –pregunta el maitre dirigiéndose otra vez a Anca- ¿qué le parece mi propuesta?
-¡Huy!, con
eso que ha sugerido ya como.
-Le aseguro,
señorita, que son platos tan ligeros que lo que harán será abrirle el apetito.
Luego, de plat de résistance como
diría un colega galo, ¿qué prefiere pescado, carne o arroces?
-Arroz no,
estoy de paellas, del arroz a banda, del negro y de todos los demás hasta el
moño. Prefiero pescado.
-Hoy tenemos
un lenguado del país con salsa de erizos de mar que está para relamerse de
gusto.
-Degustaremos
su propuesta –acepta Curro haciendo gala de un falso cosmopolitismo- . Nos trae
la carta de vinos, por favor.
Tras el suculento almuerzo regado con vinos de
la tierra les entra una ligera somnolencia, sobre todo a la muchacha poco
acostumbrada a yantares tan copiosos.
-Lo que
daría por echar una cabezadita –suspira Anca-. Hasta podría recostarme en el
coche.
-¿No
prefieres una buena cama en una habitación con aire acondicionado para descansar
el rato que quieras? –pregunta Curro cuyas intenciones comienzan a traslucirse.
-Quita,
quita, una habitación. Me vale con los asientos de atrás del coche.
-Lo que tú
quieras, princesa.
Curro busca una zona solitaria en las faldas
de la Sierra de Irta y estaciona el coche debajo de unos pinos.
-Voy a
mantener el aire acondicionado un ratito para que se refresque el interior y en
cuanto tenga una temperatura adecuada lo apagaré para que no te moleste el
zumbido. Ya verás lo bien que vas a estar.
-¡Qué bueno eres,
Curro! Tú sí que sabes tratar a las mujeres y no como otros.
-Antes de la
siesta querría pedirte algo, ¿puedo?
-Por pedir
que no quede.
-Espero que
no lo tomes a mal. Desde que te vi no hago más que pensar que un beso tuyo
tiene que saber a miel de azahar y romero. Quisiera que me dejaras besarte,
para mí será el mejor postre que haya podido tomar en mi vida.
-¡Qué cosas
dices! Un beso pedido con tanta finura no puede negarse.
La joven apoya la cabeza en el respaldo de
la butaca y vuelve su cara hacia Curro que, como un avezado donjuán, en lugar
de besarle los labios empieza con los lóbulos de las orejas, sigue con los ojos
para terminar posando sus labios sobre los de Anca. El exsindicalista no sabrá
hacer otras cosas, pero vista la reacción de la muchacha parece que es todo un
experto en jugar con los labios y la lengua. Al primer beso sigue otro y otro y
otros más. Cuando Curro abre la blusa de Anca, le baja los tirantes del
sujetador y comienza a acariciarle los pechos, la joven ya ha perdido el
control del que hasta ahora ha hecho gala. El hombre abate los asientos y ambos
se van desnudando con las mismas ansias. La muchacha ronronea como una gata en
celo, ronroneos que se transforman en gemidos cuando Curro la penetra. Ambos se
abrazan con toda la fuerza de que son capaces mientras se mueven frenéticamente.
Cuando llegan al orgasmo siguen cogidos con más ahínco si cabe hasta que
pasados unos minutos que les han parecido eternos deshacen su abrazo.
-Eres un
león. No recuerdo haber gozado tanto. Y luego dirán que los hombres mayores ya
no valéis para hacer feliz a una mujer.
-Te devuelvo
el cumplido: jamás he conocido una mujer que fuera capaz de ponerme a mil como
lo has hecho tú. Este ha sido el mejor polvo de mi vida.
La pareja está un buen rato acariciándose
hasta que Curro nota, no sin sorpresa, que su miembro vuelve a revivir. Da la
impresión de que a la muchacha le pasa algo parecido. Cuando vuelven a
abrazarse aparece inoportunamente un grupito de senderistas que, por la ruta
que llevan, van a pasar muy cerquita del coche. Curro suelta un juramento:
-¡La leche
que les dieron, ni en plena montaña puedes estar tranquilo!
Se sube los pantalones y con un cabreo
mayúsculo pone en marcha el vehículo. Se calma cuando la joven le dice en un
susurro:
-Hay
paradores de carretera que alquilan habitaciones por horas a los conductores
para que echen un sueñecito.
-Es una
magnífica idea, bonita.
Y en el primer parador que ven en la nacional
340 entran y alquilan una habitación donde la pareja vuelve a hacer el amor,
pero esta vez como debe ser. Se desnudan, ya sin prisa alguna, y copulan quizá
sin las premuras del anterior enlace, pero con el sabor inigualable que da la
ausencia de prisas. Cuando al caer la tarde dejan el parador no se sabe de
ambos quién lleva pintada en la cara una sonrisa más amplia. Al llegar al
pueblo, y a petición de la muchacha, Curro la deja en una de las solitarias
calles que hay a la entrada.
Anca había apagado el móvil, cuando lo
enciende ve que tiene varias llamadas perdidas y algunos WhatsApp sin abrir.
Las llamadas y mensajes tienen la misma procedencia: el teléfono de su novio.
Le llama y le cuenta una milonga: ha estado con una amiga de compras por
Alcossebre y cuando iban a volverse se toparon con una compatriota de Timisoara,
la ciudad de la que procede su familia, y que se pusieron a preguntarle por la
gente conocida que vive allí y entre unas cosas y otras se les fue la tarde. Que
estaba cansada y que mañana se verían.
Cuando la joven camarera llega a su casa
ante el portal está esperándole Vicentín sentado en su coche. El joven está
enfurruñado, basta con ver el gesto avinagrado que tiene.
-¿Por qué no
has contestado a mis llamadas? –es lo primero que le espeta.
-Porque
tenía el teléfono apagado.
-¿Y por qué
lo has apagado?
Anca, ahondando en su patraña, le cuenta que
durante la primera media hora de compras le ha llamado un montón de gente y que
así no había manera de centrarse en lo que querían ver, por eso ha apagado el
móvil con la intención de volver a encenderlo, pero al encontrarse con su
compatriota Raluca se le ha ido el santo al cielo y ya no se ha acordado de
activarlo hasta llegar al pueblo.
-¿Y qué has
comprado si se puede saber?, porque no veo que lleves ninguna bolsa.
-Es que realmente
más que de compras íbamos a ver unas tiendas que estaban de rebajas, pero lo
que saldaban o era morralla o más pasado de moda que Carracuca y al final no
hemos comprado nada.
-¿Y con
quién has ido a Alcossebre?
-Con Mihaela
–contesta la joven, ha sido el primer nombre que le ha venido a la boca de
entre sus amigas que tienen vehículo propio, y piensa que en cuanto suba a casa
lo primero que tiene que hacer es llamar a Mihaela para prevenirla ante posibles
indagaciones de Vicentín que cuando le entra el síndrome de los celos no se
para en barras.
-Pues para
un viaje de compras que te ha salido rana llevas una cara de estar más contenta
que unas pascuas –Vicentín sigue martilleando en el yunque de sus sospechas.
-Ha sido el
encuentro con Raluca lo que me ha puesto contenta. No puedes imaginar la de
noticias que me ha contado de la familia de mi madre que vive en Timisoara y de
gente que conocí cuando hace unos años mis padres me llevaron a visitar la
ciudad. Y la que se va a poner más contenta todavía será mi madre cuando le
cuente todo lo que me ha explicado Raluca.
Anca se cansa del interrogatorio de Vicentín
y sabe que solo hay un medio de que su novio se calme.
-Anda,
llévame a dar una vuelta y verás lo que te hago.
PD.- Hasta
el próximo viernes