Lo de la Costa de Azahar que encontró en
internet le gustó a Curro, más que nada por el parecido del nombre con el de su
pueblo, Zahara. Tecleó información turística y alojamiento en Torrenostra, que
era la población más cercana al Parque Natural de Cabanes-Torreblanca, y le
salió un aviso que decía: this account
has been suspended. Su casi nulo
conocimiento del inglés no le sirvió para saber qué decía el aviso, tuvo que
recurrir a la traducción de Google: esta cuenta ha sido suspendida. Noticia que
le dio mala espina.
-Pues igual
es que no hay na de lo que desía la otra web –se dijo.
Abrió otra página que se titulaba Hoteles
Torrenostra. Cuál no sería su sorpresa cuando se topó con un montón de establecimientos
hoteleros, algunos con muy buena pinta, pero que estaban ubicados en la playa
de Alcosebre, Alcoceber o Alcossebre, que con esas tres grafías denominaban a la
población que estaba al norte de Torrenostra y que resultó ser el barrio
marítimo de Alcalá de Chivert, pueblo limítrofe con Torreblanca. Al leer más
información desechó el sitio, al parecer era otro importante destino turístico
de la Costa de Azahar.
Estuvo abriendo y cerrando páginas hasta que
en una web de Tripadvisor encontró un establecimiento llamado Los Prados Hostal,
Torreblanca, Castellón y además se indicaba su dirección: Avenida Rey Juan
Carlos, Torrenostra. Eso era lo que buscaba, pero la página no daba mucha más
información aparte de alguna foto. Si le gustó lo que decía sobre el tipo de
viajeros que frecuentaban el establecimiento: casi todos eran familias y
parejas, un par de personas solas y nadie por negocios. Tecleo Hostal Los Prados
y se abrió una web en cuya introducción se decía: El Hostal Los Prados, el único en la playa de Torrenostra, está situado
en primera línea de playa a las faldas del mar. Ofrecemos un trato amable y
familiar para que disfrute de unas vacaciones agradables. Por otra parte,
nuestro restaurante les brinda una gran variedad gastronómica y la oportunidad
de disfrutar de su cena o desayuno mirando al mar. Y a continuación venía
una relación de los servicios. Pinchó en la web y las fotos que vio le
gustaron, parecía un sitio tranquilo, justo lo que buscaba. Puso el ratón en
habitaciones, el hostal contaba con veintidós, las había individuales, dobles
con balcón o sin él, lo que le provocó una sonrisa, y cuádruples. La pequeñez
del establecimiento fue lo que le decidió, pero antes había que consultar los
precios, que parné tenía pero tampoco era cuestión gastarlo a lo loco. En
temporada alta, que se reducía a julio y agosto, la habitación individual con
pensión completa costaba setenta y cinco euros. En temporada baja, diez menos.
-Algo más caro
que en Alvito y en Tavira –se dijo-, pero en todo caso voy a llamar.
En cuanto le contó a la persona que le cogió
el teléfono que, si el sitio le gustaba, pensaba estar unos meses, todo fueron
facilidades: que le ofrecían una habitación con balcón y vistas al mar, que si
se quedaba más de dos meses se podía renegociar el precio especialmente el de
la temporada baja. Cuando le indicaron que para confirmar la reserva debería
abonar un depósito del cincuenta por ciento del total y le pidieron la tarjeta
de crédito, contestó que no era partidario del dinero de plástico, que prefería
pagar en cash, pero que si le daban un número de cuenta les transferiría la
cantidad a determinar. La respuesta que recibió fue toda una muestra no sabía
si de falta de profesionalidad o de
trato familiar como decía la publicidad.
-Sin
problemas, don Francisco –fue lo que le contestó la mujer que se reveló como la
directora del hostal-. Solo por su forma de hablar se nota que es usted persona
seria, de las que cumple sus compromisos. No es necesario que envíe ninguna
cantidad a cuenta. Su habitación queda reservada a partir del uno de julio. Le
esperamos.
-Bueno,
Curro –se dijo-, tú te vas pa´llá y si no te gusta lo que ves, pues abur y
media vuelta.
Antes de irse definitivamente de Tavira ha
estado sopesando en si pasar o no por Sevilla. Tendría que recoger algunos
objetos personales que había echado de menos en su periplo portugués y sobre
todo tenía que reponer dinero, el que se llevó cuando se fue casi se le había
agotado. Seguía pagando todo a tocateja, nada de cheques, tarjetas y demás
medios bancarios que dejan más huellas que un vaquero cojo. La imperiosa
necesidad de reponer el moni gastado es lo que le empuja a pasar por la capital
andaluza. Lo hace con mucho sigilo y dejándose ver lo menos posible, pero
Sevilla no es una ciudad tan grande como para que no se puedan producir
encuentros fortuitos. Y ese es el caso. En un solitario callejón del castizo
barrio de Triana se topa, cara a cara, con Francisco José, el mayor de sus hijos,
veinticinco años cumplidos. Y el saludo no ha sido cordial precisamente.
-¡Coño, el
hijo de la gran puta de mi papa!, si creíamos que la habías espichao porque hase
mucho que nadie sabe de ti.
-¿Cómo está
tu madre? –es lo único que se le ocurre preguntar a Curro que prefiere no
enzarzarse con su primogénito.
-Cómo va a
estar, jodía, pero a la ves contenta, porque nos cuentan que de la trena que te
va a salir de lo del juisio del ERE no te va a salvar ni Jesús del Gran Poder.
-Bueno,
tengo prisa, hasta más ver.
Cuando Curro intenta proseguir su rumbo, su
hijo le retiene por el brazo.
-Espera un
minutito, cacho cabrón. Por ahí también disen que tienes pasta como para
empapelar la Giralda. Te podías acordar de tu mujer y tus hijos que están
pasando muchas fatigas desde que nos dejaste tiraos como a perros sarnosos.
-Ya os paso
la pensión que señaló el jusgado –se justifica Curro.
-Pero la
vida sube cada año y la pensión no. En lugar de gastarte el dinero en putas
como la Rosío tendrías que acordarte más de los que, te guste o no, llevan tu
sangre.
-Tengo prisa
–repite Curro y hace la intención de continuar su camino.
-Mala puñalá
te den, hijo de Satanás. No sé si sabes que las malas lenguas, o más bien
buenas, disen que hay gente en Sevilla dispuesta a pasaportarte. Si por mí
fuera, les ayudaría con mucho gusto. Ojalá la endiñes pronto, mal nasio.
A Curro el áspero diálogo mantenido con su
hijo mayor le deja mal cuerpo. No es tan insensible como supone su primogénito
el cual, para mayor pena suya, se le parece como una gota de agua a otra. En
aquel mismo momento decide marcharse de la ciudad, ya. Ni siquiera irá a ver a su
amante como había pensado. Coge sus bártulos, sus buenos fajos de billetes y se
pone en marcha hacia la Costa de Azahar. Piensa alquilar un coche, el que
alquiló en Portugal lo dejó al volverse a España, pero tras meditarlo decide
hacerlo en Madrid, alquilarlo en Sevilla sería dejar un rastro para aquellos
sevillanos que parece que le buscan las vueltas.
El viaje lo hace por etapas. Desde Sevilla a
Madrid en AVE, viaje que le permite hacer las paces con el ferrocarril del que
guarda un mal recuerdo de cuando en su niñez hizo un viaje con su madre hasta Barcelona y que resultó
interminable. En la capital del país está un par de días. Una de las gestiones
que lleva a cabo es alquilar un coche. Como en Portugal, alquila un vehículo
cómodo pero que no llame la atención. Termina contratando un Seat León de color
blanco con dos puertas con el que se desplaza hasta Valencia. Puesto que en
Madrid ya tuvo problemas con su falta de documentación, solo sigue enseñando su
falso carnet de conducir, opta por no quedarse en la ciudad del Turia y
continua viaje. El tránsito, primero por la A-3, la autovía de Valencia, y
luego por la AP-7, la autopista costera, resulta un paseo y en poco más de
cuatro horas llega a Torreblanca. En la caseta de pago de la salida pregunta la
ruta para llegar a Torrenostra.
-En la primera
rotonda póngase en el carril más externo y antes de terminar el medio giro verá
un cartelito marrón que pone Torrenostra, fíjese bien porque es pequeño. Tome
esa salida que le lleva inmediatamente a otra rotonda más pequeña. Una de sus
salidas lleva a un puente que salva el ferrocarril. Coja ese camino y todo
recto le llevará a la playa. No tiene pérdida.
O las instrucciones no han sido muy precisas
o Curro no ha prestado la atención debida porque se equivoca. Toma una salida
que le lleva a la N-340. A poco menos de un kilómetro se encuentra con la
población de Torreblanca, donde abandona la nacional. Desde el pueblo va
siguiendo las indicaciones que señalan la playa, hasta que en menos de diez
minutos se encuentra en Torrenostra.
-Fin de
trayecto –se dice Curro-. Al menos, por ahora.
PD.- Hasta
el próximo viernes