"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 14 de julio de 2017

Capítulo 3. En la Costa de Azahar.- 9. Fin de trayecto… por ahora



   Lo de la Costa de Azahar que encontró en internet le gustó a Curro, más que nada por el parecido del nombre con el de su pueblo, Zahara. Tecleó información turística y alojamiento en Torrenostra, que era la población más cercana al Parque Natural de Cabanes-Torreblanca, y le salió un aviso que decía: this account has been suspended. Su casi nulo conocimiento del inglés no le sirvió para saber qué decía el aviso, tuvo que recurrir a la traducción de Google: esta cuenta ha sido suspendida. Noticia que le dio mala espina.
-Pues igual es que no hay na de lo que desía la otra web –se dijo.
   Abrió otra página que se titulaba Hoteles Torrenostra. Cuál no sería su sorpresa cuando se topó con un montón de establecimientos hoteleros, algunos con muy buena pinta, pero que estaban ubicados en la playa de Alcosebre, Alcoceber o Alcossebre, que con esas tres grafías denominaban a la población que estaba al norte de Torrenostra y que resultó ser el barrio marítimo de Alcalá de Chivert, pueblo limítrofe con Torreblanca. Al leer más información desechó el sitio, al parecer era otro importante destino turístico de la Costa de Azahar.
   Estuvo abriendo y cerrando páginas hasta que en una web de Tripadvisor encontró un establecimiento llamado Los Prados Hostal, Torreblanca, Castellón y además se indicaba su dirección: Avenida Rey Juan Carlos, Torrenostra. Eso era lo que buscaba, pero la página no daba mucha más información aparte de alguna foto. Si le gustó lo que decía sobre el tipo de viajeros que frecuentaban el establecimiento: casi todos eran familias y parejas, un par de personas solas y nadie por negocios. Tecleo Hostal Los Prados y se abrió una web en cuya introducción se decía: El Hostal Los Prados, el único en la playa de Torrenostra, está situado en primera línea de playa a las faldas del mar. Ofrecemos un trato amable y familiar para que disfrute de unas vacaciones agradables. Por otra parte, nuestro restaurante les brinda una gran variedad gastronómica y la oportunidad de disfrutar de su cena o desayuno mirando al mar. Y a continuación venía una relación de los servicios. Pinchó en la web y las fotos que vio le gustaron, parecía un sitio tranquilo, justo lo que buscaba. Puso el ratón en habitaciones, el hostal contaba con veintidós, las había individuales, dobles con balcón o sin él, lo que le provocó una sonrisa, y cuádruples. La pequeñez del establecimiento fue lo que le decidió, pero antes había que consultar los precios, que parné tenía pero tampoco era cuestión gastarlo a lo loco. En temporada alta, que se reducía a julio y agosto, la habitación individual con pensión completa costaba setenta y cinco euros. En temporada baja, diez menos.
-Algo más caro que en Alvito y en Tavira –se dijo-, pero en todo caso voy a llamar.
   En cuanto le contó a la persona que le cogió el teléfono que, si el sitio le gustaba, pensaba estar unos meses, todo fueron facilidades: que le ofrecían una habitación con balcón y vistas al mar, que si se quedaba más de dos meses se podía renegociar el precio especialmente el de la temporada baja. Cuando le indicaron que para confirmar la reserva debería abonar un depósito del cincuenta por ciento del total y le pidieron la tarjeta de crédito, contestó que no era partidario del dinero de plástico, que prefería pagar en cash, pero que si le daban un número de cuenta les transferiría la cantidad a determinar. La respuesta que recibió fue toda una muestra no sabía si de  falta de profesionalidad o de trato familiar como decía la publicidad.
-Sin problemas, don Francisco –fue lo que le contestó la mujer que se reveló como la directora del hostal-. Solo por su forma de hablar se nota que es usted persona seria, de las que cumple sus compromisos. No es necesario que envíe ninguna cantidad a cuenta. Su habitación queda reservada a partir del uno de julio. Le esperamos.
-Bueno, Curro –se dijo-, tú te vas pa´llá y si no te gusta lo que ves, pues abur y media vuelta.
   Antes de irse definitivamente de Tavira ha estado sopesando en si pasar o no por Sevilla. Tendría que recoger algunos objetos personales que había echado de menos en su periplo portugués y sobre todo tenía que reponer dinero, el que se llevó cuando se fue casi se le había agotado. Seguía pagando todo a tocateja, nada de cheques, tarjetas y demás medios bancarios que dejan más huellas que un vaquero cojo. La imperiosa necesidad de reponer el moni gastado es lo que le empuja a pasar por la capital andaluza. Lo hace con mucho sigilo y dejándose ver lo menos posible, pero Sevilla no es una ciudad tan grande como para que no se puedan producir encuentros fortuitos. Y ese es el caso. En un solitario callejón del castizo barrio de Triana se topa, cara a cara, con Francisco José, el mayor de sus hijos, veinticinco años cumplidos. Y el saludo no ha sido cordial precisamente.
-¡Coño, el hijo de la gran puta de mi papa!, si creíamos que la habías espichao porque hase mucho que nadie sabe de ti.
-¿Cómo está tu madre? –es lo único que se le ocurre preguntar a Curro que prefiere no enzarzarse con su primogénito.
-Cómo va a estar, jodía, pero a la ves contenta, porque nos cuentan que de la trena que te va a salir de lo del juisio del ERE no te va a salvar ni Jesús del Gran Poder.
-Bueno, tengo prisa, hasta más ver.
   Cuando Curro intenta proseguir su rumbo, su hijo le retiene por el brazo.
-Espera un minutito, cacho cabrón. Por ahí también disen que tienes pasta como para empapelar la Giralda. Te podías acordar de tu mujer y tus hijos que están pasando muchas fatigas desde que nos dejaste tiraos como a perros sarnosos.
-Ya os paso la pensión que señaló el jusgado –se justifica Curro.
-Pero la vida sube cada año y la pensión no. En lugar de gastarte el dinero en putas como la Rosío tendrías que acordarte más de los que, te guste o no, llevan tu sangre.
-Tengo prisa –repite Curro y hace la intención de continuar su camino.
-Mala puñalá te den, hijo de Satanás. No sé si sabes que las malas lenguas, o más bien buenas, disen que hay gente en Sevilla dispuesta a pasaportarte. Si por mí fuera, les ayudaría con mucho gusto. Ojalá la endiñes pronto, mal nasio.
   A Curro el áspero diálogo mantenido con su hijo mayor le deja mal cuerpo. No es tan insensible como supone su primogénito el cual, para mayor pena suya, se le parece como una gota de agua a otra. En aquel mismo momento decide marcharse de la ciudad, ya. Ni siquiera irá a ver a su amante como había pensado. Coge sus bártulos, sus buenos fajos de billetes y se pone en marcha hacia la Costa de Azahar. Piensa alquilar un coche, el que alquiló en Portugal lo dejó al volverse a España, pero tras meditarlo decide hacerlo en Madrid, alquilarlo en Sevilla sería dejar un rastro para aquellos sevillanos que parece que le buscan las vueltas.
   El viaje lo hace por etapas. Desde Sevilla a Madrid en AVE, viaje que le permite hacer las paces con el ferrocarril del que guarda un mal recuerdo de cuando en su niñez hizo un viaje  con su madre hasta Barcelona y que resultó interminable. En la capital del país está un par de días. Una de las gestiones que lleva a cabo es alquilar un coche. Como en Portugal, alquila un vehículo cómodo pero que no llame la atención. Termina contratando un Seat León de color blanco con dos puertas con el que se desplaza hasta Valencia. Puesto que en Madrid ya tuvo problemas con su falta de documentación, solo sigue enseñando su falso carnet de conducir, opta por no quedarse en la ciudad del Turia y continua viaje. El tránsito, primero por la A-3, la autovía de Valencia, y luego por la AP-7, la autopista costera, resulta un paseo y en poco más de cuatro horas llega a Torreblanca. En la caseta de pago de la salida pregunta la ruta para llegar a Torrenostra.
-En la primera rotonda póngase en el carril más externo y antes de terminar el medio giro verá un cartelito marrón que pone Torrenostra, fíjese bien porque es pequeño. Tome esa salida que le lleva inmediatamente a otra rotonda más pequeña. Una de sus salidas lleva a un puente que salva el ferrocarril. Coja ese camino y todo recto le llevará a la playa. No tiene pérdida.
   O las instrucciones no han sido muy precisas o Curro no ha prestado la atención debida porque se equivoca. Toma una salida que le lleva a la N-340. A poco menos de un kilómetro se encuentra con la población de Torreblanca, donde abandona la nacional. Desde el pueblo va siguiendo las indicaciones que señalan la playa, hasta que en menos de diez minutos se encuentra en Torrenostra.
-Fin de trayecto –se dice Curro-. Al menos, por ahora.

PD.- Hasta el próximo viernes