"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 3 de julio de 2015

6.3. ¿Qué le voy a responder?



   En su atípica declaración de amor, José Vicente ha de hacer una pausa porque tiene la boca absolutamente seca, los labios casi se le pegan al vocalizar, ha de beber un sorbo de agua para poder continuar. Mientras tanto, Lolita, como le ha prometido, permanece silenciosa.
- Ahora – prosigue Gimeno- la pelota está en tu tejado. Te agradezco de corazón la paciencia que has tenido para aguantar el discurso que acabo de soltarte, pero tenía que hacerlo. No podía demorarlo ni un día más. Era un sinvivir. Una vez que te lo he contado estoy más tranquilo. Bueno – y esboza una forzada sonrisa para quitarle gravedad a su exposición -, una tranquilidad relativa, la del encausado que espera que el juez le absuelva o condene.
   Lolita no sabe qué decir. Lo que acaba de oír ha supuesto una tremenda sorpresa para ella. Había percibido que su compañero estaba últimamente como más cariñoso, más atento, con más ganas de agradar, pero lo achacaba a que su grado de intimidad había subido muchos enteros desde que comenzaron a planear juntos los combates políticos en su pugna con el alcalde. Pero aquello no se lo esperaba. Si ha de ser honesta consigo misma, ha de reconocer que el discurso de José Vicente le ha impactado, la sinceridad con la que habla, la pasión contenida que se desprende de sus palabras, el desgarro y el dramatismo con el que ha terminado… Intuye que cuanto le ha dicho le ha salido directamente del corazón, aunque haya pretendido formularlo con una cierta asepsia. Ahora, como ha dicho el hombre, la pelota está en su tejado, el problema es que no sabe qué hacer con ella.
   José Vicente parece intuir lo que pasa por la cabeza de Lolita. Presiente que la respuesta puede ser negativa y juega su última baza:
- Lolita, puesto a pedirte favores, hazme otro: no me contestes ahora, tómate un tiempo para pensarlo. Digamos que veinticuatro horas; no, mejor setenta y dos. En tres días no nos hablaremos, ni nos veremos siquiera. Y mientras tanto te lo piensas, lo consultas con la almohada. Y si lo crees oportuno lo hablas con quien quieras, con tu madre, con tu confesor, con una amiga, con quien prefieras. ¿Estás de acuerdo? Bien, pues entonces, el fallo se aplaza y el encausado – y lo dice con una sonrisa – queda a su disposición, señoría, hasta dentro de setenta y dos horas.
   Lolita tiene mucho qué meditar. Desde el momento que dejó la jefatura, tras escuchar asombrada la inesperada declaración de José Vicente, no ha dejado de pensar en ella. No se le va de la cabeza. Está como ida. En la tienda no da una a derechas y en casa su madre ya le ha preguntado un par de veces si le pasa algo. Claro que le pasa: ha de tomar una decisión que quizá sea la más crucial de su vida. La situación le ha puesto tremendamente nerviosa. Desde que, sobreponiéndose a sus sentimientos, resolvió romper con Rafael no recordaba una tensión semejante. Trata de serenarse y de centrarse en la respuesta que ha de darle a su… ¿enamorado? Que rara le suena esa palabra aplicada a José Vicente. Es incapaz de pensar con claridad, el cóctel de sentimientos, de recuerdos, de deseos y temores se mezclan y agitan en su mente y lo que consigue es un molesto dolor de cabeza que la lleva a tomarse una aspirina y a acostarse. Lo consultará con la almohada como le recomendó José Vicente. A la mañana siguiente la neuralgia se le ha pasado, pero sigue sin saber qué partido tomar. ¿Unirse a un hombre del que no está enamorada?, ¿casarse para no terminar siendo una solterona?, ¿utilizar a este inesperado pretendiente para darle en la cabeza a Rafa?, ¿dejar de ser la señorita Sales, dicho con el retintín que tanto le molesta, para convertirse en la señora de Gimeno?... Muchas de las preguntas que se formula le incomodan, pero los interrogantes se suceden uno tras otro. Las que no aparecen por ningún lado son las respuestas. Con frecuencia queda tan absorta en sus pensamientos que apenas se da cuenta de cuanto ocurre a su alrededor. Afortunadamente, apenas media docena de clientas han entrado en la tienda porque la atención que les ha prestado ha sido deplorable. Su madre vuelve a preguntarle si le ocurre algo. Le dice que no; bueno, que tiene algo de migraña, pero nada más. Entre un torbellino de sentimientos y emociones encontradas, con una avalancha de ideas confusas y un rimero de preguntas sin respuestas transcurre el primero de los tres días que José Vicente le dio de plazo. Acaba la jornada y, además de que no ha encontrado la solución al problema, la realidad es que está todavía mucho más desorientada que el día anterior. Vuelve a tomarse una aspirina porque nota los primeros síntomas de una previsible jaqueca y se acuesta sin saber qué camino tomar.          
   Se despierta. En el dormitorio hace frío. Es lo natural en febrero. Se queda en la cama pensando, ya han transcurrido veinticuatro horas y todavía no ha decidido qué va a responder a José Vicente. Algo tendré que hacer, se dice, aunque solo sea por lo caballeroso y lo sincero que ha sido merece una respuesta. Termina haciendo lo que tantas veces hizo en anteriores ocasiones: pidiendo la opinión a su más leal consejera, su madre. Aprovecha el desayuno para plantearle el dilema. Le cuenta la conversación que sostuvo con José Vicente y cómo quedó en darle una respuesta. La señora Leo le escucha con suma atención, presiente que su hija puede estar jugándose su futuro.
- Y la verdad, mamá, a estas alturas, y después de casi dos días calentándome los  cascos, no sé qué contestarle. ¿Qué me aconsejas?
- Verás, María Dolores – la señora Leo trata de ganar tiempo para ordenar sus ideas porque la confesión le ha sorprendido -, no es fácil aconsejar en estos casos, pero soy tu madre y tengo el deber y hasta el derecho de hacerlo. Voy a serte muy sincera – duda de si hablar de Rafael, pero ¿para qué?, sabe perfectamente cuanto le amaba su hija y, quizá, le siga amando, pero es un asunto cerrado -. Me hice ilusiones de que terminaras arreglándote con el sobrino de don José Sanchís, pero por lo que sea aquello no cuajó. Ahora parece que te ha salido un nuevo pretendiente. Al chico éste le conozco poco, casi todo lo que sé de él me lo has contado tú. Me has dicho que es buena persona y que tiene mucho porvenir político, pero solo me hablaste de él como alguien con quien colaborabas y que en los últimos meses habías llegado a considerar un amigo.
- Y así es, mamá. Nunca pensé en José Vicente más que como un jefe al principio de nuestra relación y como un amigo después.
- Ahora resulta que pretende ser algo más que eso. Y tú ¿qué quieres? Me lo has dicho antes, no lo sabes. En ningún momento has hablado de amor, deduzco que eso quiere decir que no estás enamorada de él. ¿Lo está él de ti?
- Dice que sí, mamá, y le creo. También sabe que no comparto sus sentimientos.
- ¿Te lo ha dicho así?
- Como suena, mamá. Me dijo que está dispuesto a casarse conmigo a sabiendas de que no le amo.
- Mucho coraje hay que tener para eso. Y debe de quererte mucho, hija. Un hombre que demuestra ese valor es merecedor si no de tu cariño, sí de tu respeto.
- Y lo tiene. Ya lo tenía antes, pero ahora mucho más.
- Si le dices que no, puede pasar que no vuelvas a tener otro pretendiente como éste. Conociéndote sé que eso ya lo has pensado. Te digo otra cosa con el corazón en la mano: no me gustaría que terminaras siendo una solterona. Por ley natural algún día te quedarás sola, ¿has pensado qué clase de vida llevarás? Eres inteligente y todas esas preguntas me imagino que te las has planteado mil veces, pero quiero que escuches, de labios de la persona que más te quiere en el mundo, lo que pienso. Si la existencia de una viuda ya es dura, la de una solterona puede serlo aún más. Estos pueblos no están preparados para mujeres sin pareja y las que, por las circunstancias que fueren, no llegan al altar son como una pieza de un rompecabezas que no encaja. Ya sé, ya sé lo que vas a decir – se adelanta a su hija -, estar casada tampoco es una garantía de felicidad ni mucho menos. Lo sé por experiencia, pero compartir, aunque no sea con el hombre ideal, es casi siempre menos penoso que vivir y dormir sola. Hay algo importante a lo que no te has referido en ningún momento. Dices que no estás enamorada de él, pero como hombre ¿acaso te repugna al pensar que pueda tocarte?
   Lolita no tiene que pensar la respuesta porque en el plano físico su relación con José Vicente ha sufrido un cambio radical.
- No, mamá. No me repugna ni me da asco ni nada por el estilo. Ya te he dicho que es muy agradable y cuando estoy con él la verdad es que se me pasa el tiempo sin sentirlo.
- O sea que todo estriba en que no estás enamorada, ¿no es así? Me encantaría que te casaras por amor. El problema es que esperando al príncipe azul puede suceder que nunca aparezca. Con este chico tienes algunas bazas que has de valorar. No te desagrada físicamente y eso es muy importante. Las noches de invierno pueden hacerse muy largas con un hombre al lado que ni siquiera te atraiga como tal. También dices que es encantador y hasta divertido. Eso supone que a su lado te encuentras a gusto. Y le calificas como un excelente amigo. María Dolores, te diré algo que quizá ignores: la mayoría de las esposas que conozco, en el pueblo y más allá, no pueden decir tanto de sus maridos. Solo con las virtudes que has enumerado creo que deberías decirle que sí.
- ¿Así de rotundo, mamá?