La visita de un grupito de jóvenes para
interesarse por su posicionamiento conservacionista ha dejado perplejo a
Pascual Tormo, no esperaba que en el pueblo hubiese un solo colectivo que
levantase la voz contra las tropelías urbanísticas que se están cometiendo y
resulta que hay un grupo de chavales que
parece rebatir su creencia. Y con una curiosa particularidad: al parecer está
capitaneado por una de las hijas de José Ramón Arbós, uno de los personajes
locales más comprometidos con los constructores. ¿Irán en serio aquellos
muchachos o alguien los está utilizando para tenderle una trampa? Piensa que no
es bueno quedarse con la duda por lo que, superando su propensión a la
indolencia, opta por la acción. Hace llegar al grupo el mensaje de que le
gustaría volver a dialogar con ellos.
La panda de chicos de la vez anterior, con
algunas nuevas incorporaciones, le visita. Vuelve a ser Chelo Arbós quien lleva
la voz cantante.
- ¿Has
cambiado de opinión o nos vamos por dónde hemos venido? – es la pregunta a modo
de saludo que le suelta la jovencita.
- El
otro día creo que empezamos con mal pie y me gustaría retomar la conversación
con otro talante, que no es precisamente el que manifiestas, Chelito – responde
Tormo a la insolente pregunta de la muchacha.
- Pues
llamarla Chelito, tío, no es la mejor manera de comenzar – comenta por lo bajo
uno de los muchachos.
- Eso
del talante, ¿va por tu parte o por la nuestra? – inquiere Chelo con un tinte
cáustico en su voz.
- Por
ambas partes. Si no recuerdo mal pedíais mi consejo sobre cómo encauzar la
protesta contra la urbanización de la marjalería, ¿no es así?
-
Correcto. Y tú saliste por la tangente diciendo que los vainas del Ayuntamiento
aseguran que el marjal no se va a tocar, que solo se van a urbanizar las zonas
más periféricas – le recuerda Chelo.
- Aunque
no me fío demasiado de nuestros gobernantes, sigo manteniendo que no creo que
se atrevan a urbanizar el humedal porque tendrían graves problemas para
conseguirlo. En una operación de ese tipo intervendría no solo el Ayuntamiento,
sino también la Diputación, la Consejería de Infraestructuras, Territorio y
Medio Ambiente y, hasta posiblemente, el Gobierno central. Muchos filtros que
pasar.
- Sí,
pero el dinero todo lo puede y la gente de la construcción lo maneja a
espuertas. ¿Acaso no sabes lo que está pasando, no solamente en nuestra
comunidad sino en todo el litoral mediterráneo? – plantea uno de los chicos que
hasta el momento ha estado callado. Y añade -. No hay humedal ni playa ni lugar
costero que se libre de la invasión del ladrillo, arrasan con todo, no se paran
ante ningún obstáculo y si tropiezan con algún impedimento legal el partido
político que gobierna en ese momento se apresura a allanarlo. Si no hacemos
algo, lo mismo pasará en nuestro pueblo.
- Lo
que dices es en gran medida cierto, pero no tiene por qué repetirse aquí. Amador
Garcés que, como sabréis, está muy metido en todo ese negocio, me ha asegurado
personalmente que al marjal no le tocarán ni un pelo.
Chelo, muy en su papel de lideresa, corta el
diálogo:
-
Mira, tío, ya está bien de palabrería. No hemos venido a que nos sueltes ningún
sermón ni que pretendas vendernos la burra de la bondad de los fulanos del
ladrillo y de sus perros falderos políticos. ¿Nos vas a ayudar o qué? -
interroga de forma tajante.
- Me
gustaría ayudaros, pero no sé de qué manera puedo hacerlo.
-
Tenemos muchas ideas: montar un foro para informar a la gente, realizar una
manifestación, encargar camisetas con el eslogan de “El marjal no se toca”,
redactar un manifiesto de protesta que se pasará a la firma del vecindario,
visitar las sedes de los partidos políticos de la oposición para pedirles su
apoyo, llenar el pueblo de pancartas y carteles llamando a la protesta contra
esos proyectos; en fin, que ideas no nos faltan – expone Chelo.
- Lo
que sí nos falta es alguien con el suficiente peso y autoridad para dirigir y
coordinar la protesta – confiesa otro de los integrantes del grupo.
- Pues
habéis marrado el tiro – afirma Tormo con una sonrisa -. Mi peso no es nada del
otro mundo, como púgil no pasaría de ser un peso gallo. Y en cuanto a autoridad
no tengo ninguna y mucho menos capacidad de influir en la gente del
Ayuntamiento, ni siquiera pertenezco a un partido político. Vuelvo a repetirlo:
vuestra causa me parece noble, pero un tanto quimérica puesto que no parece que
vaya a urbanizarse el humedal.
-
Compañeros – Chelo se dirige al resto del grupo -, no perdamos el tiempo. Este
no es el Pascual Tormo que creíamos conocer y del que tan buena opinión
teníamos – y mirando a Tormo añade -. Gracias por nada y adiós.
- Oye,
¿y tu padre está enterado de lo que estás haciendo? – pregunta Tormo dirigiéndose
a Chelo.
- Mi
señor padre pasa de mí y yo le pago con la misma moneda, paso de él – es la
respuesta de la jovencita.
La frustrante entrevista le deja a Pascual
un amargo sabor de boca. Sabe que ha decepcionado a los jóvenes y, lo que es
peor, se ha decepcionado a sí mismo. Se autojustifica pensando en que le han
cogido en un mal momento, todavía no se ha repuesto de la reciente ruptura con
la que creyó que era la mujer de sus sueños y anda bastante desnortado. No se
encuentra con ánimos de embarcarse en una movida como la que pretenden iniciar
los jóvenes que acaban de visitarle. Ponerse al frente de esos muchachos no le
traerá más que problemas y no se ve con fuerza para enfrentarlos. Por otra
parte, está convencido de que la protesta de los chavales no irá a ninguna
parte ni van a conseguir nada positivo. Y aún en el supuesto de que les echara
una mano, ¿qué conseguirían?
- Al
final, de forment ni un gra – termina
repitiendo en voz alta el popular aforismo valenciano que sintetiza la falta de
consistencia de algo o alguien.
El domingo siguiente
a la visita del grupo de chavales, Tormo se tropieza en una calle con Sergio
Martín. No se habían vuelto a ver desde la última charla del ciclo que impartió
el profesor sobre el presente y el futuro del urbanismo.
- Hombre,
Sergio ¿qué tal, cómo estás?
-
Bien, profe, ¿y tú cómo lo llevas?
-
Haciendo la vida de siempre. Mis apuntes, las clases, un ensayo que estoy
escribiendo y que no sé si lo terminaré alguna vez. Pura rutina. Por cierto, tú
que supongo que te mueves en los ambientes juveniles, ¿sabes algo de un conato
de protesta que un grupo de estudiantes del pueblo quiere poner en marcha?
- Profe,
estás hablando con un humilde electricista que curra más de diez horas diarias.
No me queda tiempo para frecuentar la vida juvenil y menos la de los
estudiantes del lugar. Y no, no he oído nada, pero no me has dicho de qué
protestan.
- De
que van a urbanizar la partida de la Marina.
- Esa
sí que es buena. Los que protestan deben ser los hijos de los ricos del pueblo
porque ya me dirás, ¿de qué diablos va a vivir este pueblo si no es del
turismo? Solo la gente que no le da un palo al agua puede estar en contra de
que se construya. Tú mismo nos explicaste los muchos beneficios que comporta el
urbanismo.
-
También os expliqué que cuando se realiza un urbanismo salvaje, sin ninguna
clase de respeto por el medio ambiente, las consecuencias negativas superan a
las positivas. Y cuando aquí comiencen a cargarse los marjales habremos llegado
a esa situación.
- Que
yo sepa, en el humedal no se ha puesto un solo ladrillo.
- Por
ahora, pero…