"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 21 de abril de 2020

Libro I. Episodio 26. ¿Dónde vas tan bien acompañá?


   El sábado a primera hora, llega a casa de los Manzano la tía María que le da a Consuelo la lista de viandas que tiene que comprar en el mercado, aunque la mayoría de ingredientes ya los tienen en casa. María prepara un menú netamente extremeño: de entrada, croquetas hechas con una de las joyas de la cocina regional, la Torta del Casar, el más famoso queso extremeño. Luego, bacalao al estilo de Yuste. El plato fuerte es la chanfaina preparada a base de asadurilla y carne de cordero. Y como postre biscuit de higo.
   Poco después de mediodía aparecen los invitados. Ni Consuelo ni ninguno de sus hermanos los conocen. Se trata de un matrimonio, ya entrado en años, y el que al parecer es su único hijo. El padre explica durante la comida que son dueños de una vaquería con fama de tener la mejor leche que se vende en Plasencia. Y que cuando ellos falten todo va a ser para su único hijo, de nombre Luis, que es un mozo de veintipocos años y que no tiene mala pinta. En cuanto oye la explicación, Consuelo no necesita más referencias: aquí está el enésimo pretendiente que me quiere encasquetar madre, se dice. A pesar de las sospechas de la joven, la comida transcurre con normalidad y ni su madre ni el matrimonio placentino dicen una sola palabra de noviazgo, ni siquiera de futuro cortejo. Cuando acaba el almuerzo, la señora Soledad se dirige a su primogénita.
   -Consuelín, ¿por qué no te encargas de enseñarle el pueblo a Luis?, me ha dicho que lo conoce pero solo de paso. Ah, y no te olvides de llevarle a visitar la ermita de la Virgen de la Luz –Es oír eso y Consuelo piensa: ya enseñó la patita madre, pues el paseo hasta la ermita es uno de los recorridos preferidos de las parejitas de tórtolos.
   Ante la sorpresa de Consuelo, el heredero del negocio lácteo no resulta ser ni engreído ni un patán. Es un joven sencillo, bastante educado y jovial. Tal es así que, antes de llegar a la ermita, Consuelo se ve enfrascada en una distendida conversación con el placentino, el cual sigue sin decir una palabra ni hacer un gesto que pueda incomodar a la muchacha. Luis le cuenta que tiene grandes planes para cuando algún día tome las riendas del negocio familiar. Lo primero que piensa hacer es ofrecer nuevos productos y no solamente leche, tiene pensado elaborar mantequilla, queso y nata. Cuando al atardecer ambos jóvenes se despiden, el joven da la primera y única muestra de que tiene más planes que pasear por los arrabales.
   -¿Te importa que el próximo domingo venga a verte?
   Para Consuelo la pregunta no puede ser más embarazosa. La primera respuesta que asoma a sus labios es la de siempre: no, pero sorprendentemente dice algo diferente.
   -Como quieras.
   En cuanto Consuelo contesta afirmativamente se arrepiente de inmediato, pero se dice que lo dicho, dicho está. Esa noche, la muchacha no puede dormirse hasta las tantas. No hace más que darle vueltas de por qué ha respondido como lo ha hecho a la pregunta del joven vaquerizo. Piensa que eso supone no guardar la ausencia de Julio. Aunque se justifica: ¿qué hay de malo en hablar, solo hablar, con un chico que ha mostrado ser correcto, educado y amable? Piensa y piensa, y se le ocurren tantas razones positivas como negativas para el dilema que ella misma se ha creado. Llega un momento en que, cansada y aburrida de no encontrar respuesta, se duerme. Al día siguiente, en cuanto despierta, sigue sin hallar solución a la disyuntiva de si mantener su palabra o decirle al joven vaquero que se vuelva por donde ha venido. Cansada de tantos interrogantes y tan pocas respuestas, se dice que hasta el próximo domingo va a tener tiempo de sobra para encontrar una solución al desasosegante problema.
   En Palma, a Julio le pasa algo similar a lo que le ocurre a su novia. Se debate entre la duda de aceptar la invitación de Agustín para acompañarle, junto a su novia y la amiga de esta, a la merienda que organizan los domingos o darle definitivamente carpetazo. Curiosamente, se plantea preguntas análogas a las que se ha formulado Consuelo. ¿Qué hay de malo en ir a merendar con Agustín y las chicas? No se trata de cortejar a la Dolors ni nada por el estilo, solo es hacerle un favor a un amigo, ¿y eso qué tiene de malo?, sigue preguntándose. Al contrario, echar una mano a un amigo, en algo que no tiene nada de reprochable, solo puede ser calificado como una acción correcta y hasta encomiable. Tras rizar el rizo de argumentaciones de ese tipo, termina convenciéndose de que debe ayudar a un amigo que le necesita. El siguiente domingo irá a la merienda, eso sí, dejando sentado desde el minuto uno que no va a echarle los tejos ni a la Dolors ni a cualquier otra moza que acompañe a la Roser para hacer de carabina. El alegrón de Agustín es mayúsculo cuando Julio le dice que puede contar con él. Le abraza, le palmotea la espalda y le dice emocionado:
   -Chacho, sabía que no ibas a dejarme tirao. Un paisano siempre es un paisano y si, en esta tierra de polacos, no nos apoyamos unos paisanos a otros, ¿quién va hacerlo?
   -Una cosa quiero que te quede clara: voy para entretener a la Dolors, de esa forma la Roser y tú podréis tener más tiempo para vosotros, pero eso no quiere decir que vaya a cortejar a la moza ni nada por el estilo. ¿De acuerdo?
   Agustín, por toda respuesta, extiende una mano que Julio estrecha con firmeza.
   -Paisano, se hará lo que tú digas, faltaría más.
   Aquella noche, en el cuarto de la calle Deanato, Julio vuelve a plantearse otra de las preguntas que le inquietan: ¿se lo cuento a Consuelo o no se lo cuento? Sin imaginárselo, le pasa algo parecido a lo que le ocurre a su novia, no es capaz de darse una respuesta concluyente. Termina diciéndose que hasta el próximo domingo tiene muchos días para pensar qué hacer, mientras dejará de calentarse la cabeza.
   En Malpartida ha llegado el domingo y Consuelo sigue sin tener claro qué hacer con el mozo que viene de Plasencia. Como sigue sin respuestas claras, opta por darle tiempo al tiempo y esperar a ver qué pasa. La joven los domingos prefiere ir a misa de ocho pues al ser rezada es más breve que las que son cantadas y con sermón incluido. Cuando ya tiene la mantilla en la mano para salir de casa, su madre le advierte que quiere que hoy la acompañe a misa de doce.
   -Y si voy a misa de doce, ¿quién preparará la comida?
   -No te preocupes por la comia, se va a encargar la tía María.
   A Consuelo le extraña que su tía prepare la comida del domingo, pues es algo que solo hace en las fiestas, pero no le da más vueltas y se pliega a la petición materna. Madre e hija, vestidas de domingo -que es como se dice en el pueblo cuando alguien se emperifolla más que de costumbre-, asisten a misa de doce que es a la que van las familias pudientes del pueblo. Al salir, y cuando Consuelo va a coger el agua bendita para santiguarse, encuentra la respuesta del porqué de la petición materna: una mano le ofrece el agua, es Luis, el vaquero de Plasencia. El joven también va vestido de domingo y está como para echar el verso. Consuelo acepta el agua bendita y va más allá, esboza un gesto amable. En cuanto salen de la iglesia, el joven placentino da los buenos días a madre e hija y pide permiso a la señora Soledad para acompañarlas hasta casa. Permiso que le es concedido de buena gana. El chico va charlando con ambas mujeres y su conversación parece un modelo de buenas maneras.
   -¿Dónde va a comer usted? –La señora Soledad trata ceremoniosamente al placentino.
   -Me he informao y parece que en el mesón de la Olla Vieja se come como pa echar regüeldos.
   A Consuelo el vaquero ya no le parece tan educado como lo había calificado. Lo de los regüeldos ha sido toda una señal de su formación y maneras. Parece que el mozo está enseñando la patita. Igual no es lo que parecía.
   -No se fíe de lo que le han contao –le contradice Soledad-. Yo he oío lo contrario, que la carne no vale na, el puchero suele estar pasao y el pan tirando a duro. Véngase a comer a casa, que hoy tenemos una caldereta de cabrito que resucitaría a un muerto.
   -Muchas gracias, señora Soledad, pero no quisiera estorbar. Las comidas de los domingos son pa estar con la familia, los forasteros no pintamos na en ellas.
   -No me diga que no que me va a dar un disgusto, y además usté no es un forastero pa nosotros. Ya verá que caldereta tan rica, y no es por presumir de hija pero la ha preparao Consuelín que tiene unas manos pa la cocina que son un primor.
   Una sonrisa casi imperceptible anima el rostro de Consuelo que en ningún momento ha participado en la charla. Su madre miente como una bellaca, la caldereta la ha guisado la tía María. Entre sus muchas virtudes no figura la de ser una buena cocinera. Mi señora madre vuelve donde solía, piensa Consuelo. Otra vez estamos con el juego del pretendiente de una familia con posibles. Y en ese preciso momento encuentra la respuesta que buscaba. Se va a poner en plan borde y el vaquero se va a enterar de lo que es una mujer que dice: por ahí no paso. En el fondo lo siente por el joven pues no parece mal chico, pero no va a ser ella quien le dé falsas esperanzas. Y aunque pueda parecer un contrasentido, también lo siente por su madre y su incapacidad para entender que el amor no sabe de componendas.
   La comida dominical discurre sin ninguna clase de contratiempo y Luis el vaquero, como le tilda Consuelo, se muestra simpático, dicharachero y respetuoso. Quizá por eso cuando su madre le indica que porque no enseña al placentino el resto del pueblo que no tuvo ocasión de visitar el anterior domingo, Consuelo acepta la propuesta sin rechistar. En el recorrido por las calles de la localidad, la muchacha percibe que hay gente que mira a la pareja con curiosidad y que tras pasar ellos algunas comadres cuchichean entre sí. En la plaza de Pozo Alto se tropiezan de cara con una pareja muy amartelada, Carolina y Argimiro. Consuelo pretende evitarlos, pero es imposible, los novios están frente a ellos.
   -Huy, Consuelín, ¿dónde vas tan bien acompañá? –pregunta, curiosa, Carolina.

PD.- Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro I de Los Carreño, publicaré el episodio
27. Lo mejor es contarlo sin rodeos