Ante la pregunta de Grandal de
si están dispuestos a afrontar los riesgos que se puedan presentar si siguen
investigando el robo del tesoro, la respuesta ha sido afirmativa. Solo Ballarín
no se ha pronunciado. Al ver las caras de sorpresa y hasta de mudo reproche de
sus amigos el antiguo ferretero se ve en la ineludible necesidad de justificar
su silencio:
- Veréis, si seguir con las investigaciones puede suponer que nuestras
vidas o las de nuestros familiares puedan estar en peligro, me lo tengo que
pensar. Si fuera solo por mí no habría problema, continuaría, pero no debo ni
puedo poner en riesgo a mi mujer, a mis hijos o a mis nietos. La decisión no me
corresponde solo a mí, tendría que hablar con ellos.
- Vamos a ver, Amadeo – Grandal se ve en la obligación de delimitar el
alcance de los posibles peligros -, en los riesgos a los que me refería no contemplo el supuesto de
que vayan a ir por nosotros y menos contra nuestros deudos. Sería una decisión
muy arriesgada y con la que no ganarían nada los atracadores y esa clase de
malhechores, que están muy profesionalizados, analizan sus operaciones como si
fueran una cuenta de resultados, en términos de ganancias y pérdidas. Por
tanto, hablar de poner en riesgo a tu mujer, hijos o nietos es una exageración que no viene a
cuento.
- No me jodas, Amadeo – salta Álvarez -. Aquí todos tenemos hijos y
nietos. Y algunos, como en mi caso, más que tú. O sea, que esa excusa no vale.
Lo que pasa es que hay que tener huevos para seguir adelante y… - Álvarez no
termina su frase, en el último momento no ha querido hacer sangre.
- Luis, no comparto tu opinión – le rebate Ponte -. Amadeo tiene todo
el derecho del mundo a consultar con los suyos sobre si sigue o no en el grupo.
Es su responsabilidad y hasta su deber, como ha señalado. Yo mismo me he
planteado si consultarlo con Clarita, pero como sé que me iba a decir que no,
prefiero no hacerlo. No me voy a privar de algo que me da tanta vidilla, aunque
ello suponga una postura egoísta por mi parte.
- También yo creo que no somos quienes para echar en cara de Amadeo su
posicionamiento – afirma Grandal apoyando a Ponte -. Por eso, antes de
proseguir las investigaciones, os he preguntado si estabais dispuestos a afrontar
los riesgos que puedan sobrevenir, que en ningún caso creo que puedan ser
violentos. Dicho eso, también digo que Amadeo tiene todo el derecho del mundo a
no arriesgar ni un pelo, como cualquiera de vosotros – y dirigiéndose a
Ballarín le dice -. Haz lo que tengas que hacer y no te preocupes por nosotros.
- Amadeo, si sigues nos darás una inmensa alegría, pero si no lo haces
continuarás teniendo todo nuestro afecto y nuestra amistad seguirá intacta –
afirma Ponte a la par que mira a Álvarez como animándole a que rectifique sus
anteriores palabras.
- Suscribo lo dicho por Jacinto y Manolo. Y que conste que nunca he
puesto en duda que te sobren redaños para ser el primero de la fila. Y, por
descontado, siempre seremos amigos. A estas alturas de la película no estoy
dispuesto a cambiar de compañero del dominó, faltaría más – remacha Álvarez.
- Gracias por vuestras palabras, pero me mantengo en lo dicho. Ante el
panorama que ha descrito Jacinto no puedo dar mi asentimiento a seguir. Lo
tengo que consultar, al menos con mi mujer – reitera Ballarín -. Y ahora, si me
disculpáis os voy a dejar, tengo cosas que hacer.
La salida de Ballarín provoca
un molesto silencio en el grupo hasta que Álvarez lo rompe:
- ¿Y ahora qué hacemos?
- Seguiremos con lo que teníamos planeado, solo que ahora seremos tres.
Lo primero que vamos a hacer es volver al barrio de Los Cármenes para averiguar
si alguien más que nosotros, sin contar la policía, ha estado preguntando en la
vecindad por alguno de los asesinados. Lo de ir al barrio es una decisión un
tanto discutible, pero creo que habiendo eliminado a los dos eslabones débiles
que vivían allí, a los mafiosos no se les ocurrirá volver por aquellos
andurriales.
- ¿Por qué hablas de mafiosos, acaso crees que la mafia está metida en
este sarao? – pregunta Álvarez un tanto desconcertado.
- He dicho mafiosos como podría haber dicho atracadores, ladrones o
asaltantes, no es más que una forma de hablar – se explica Grandal que añade -.
Lo de ir a Los Cármenes es algo que podríamos hacer esta misma tarde. No nos
llevará mucho tiempo porque iremos a tiro hecho, nos centraremos en la frutería
donde dos vecinas del pobre Romero nos dieron mucha información. Y además entraremos
en un par de bares de los alrededores.
- Esta tarde no puedo ir – puntualiza Ponte -. Clarita tiene hora con
el ginecólogo y me tengo que quedar con el pequeño.
- Bueno, tampoco pasa nada porque retrasemos esa ronda un día. ¿Os
viene bien mañana?
- Por mí no hay problema, pero creo que sería mejor que fuéramos por la
tarde. Tantas salidas en días y horas intempestivas para lo que eran mis
horarios habituales tienen a mi mujer un poco mosca. Igual piensa que me he
echado un ligue. En cambio, si vamos por la tarde tengo la excusa de que voy a
la partida de dominó – se justifica Álvarez.
- A mí también me viene mejor por la tarde. Así por la mañana sacaré a
pasear a Julito – dice Ponte.
- Pues no se hable más. Si os parece quedamos a las cuatro y media en
el desaguace, tomamos un café y en Argüelles cogemos el metro hasta Príncipe
Pío para enlazar con el bus que va hasta Los Cármenes – propone Grandal.
Como habían quedado, los tres
componentes que restan del inicial cuarteto de jubilados se dirigen al día
siguiente a indagar por los aledaños de la calle San Conrado. Su primera parada
es en la frutería a la que Grandal había aludido el día anterior. Nada más
entrar el frutero les reconoce y se dirige a ellos pues en ese momento no tiene
clientes.
- Vaya, ustedes por aquí. No esperaba volver a verles. Por cierto, ¿se
enteraron de la terrible desgracia que le pasó a uno de nuestros vecinos del que
estuvimos charlando, a Obdulio Romero?
- No, ¿qué le pasó? – Grandal, como han acordado previamente, es quien
lleva las riendas de la conversación.
- Que lo asesinaron, a él y a un cuñado suyo del que por cierto también
estuvimos comentando cosas de su vida. No solo eso – y el frutero baja la voz
como si alguien fuera a oírle -, también les cortaron la lengua. En el barrio
dicen que esas cosas las hace la mafia. ¿Ustedes qué creen?
- ¡Joder!, que los han pasaportado y además los han mutilado. Eso es
muy fuerte. ¿Qué es lo que hicieron esos buenos hombres para que les hayan
hecho esa canallada? – pregunta Grandal.
- De cierto no se sabe, al menos la policía no ha dicho nada, pero en
el barrio corren rumores de toda clase: que si es un asunto de droga, que si es
una guerra entre bandas, hasta hay quien apunta a que como Obdulio trabajaba en
el museo ese en el que robaron podría tener algo que ver con ello. Pero de mí
para ustedes, yo que conocía a Obdulio y a su cuñado de toda la vida no me creo
ni lo de las drogas, ni lo de las bandas, ni lo del robo del museo, para mí que
les tomaron el número cambiado y les dieron matarile creyendo que eran otros.
Han entrado tres adolescentes
en la frutería, uno de ellos trae un encargo de compra de su madre. El frutero
manda a su joven dependiente, el único que tiene, a que atienda a los chavales,
pero estos no hacen más que meter bulla y gritar de tal modo que solo se les
oye a ellos, hasta que el retaco ayudante se cansa y les manda que se
comporten:
- A callarse o… - y les hace el gesto de darles un cate.
Es oír esas tres palabras y
Ponte se queda lívido, hasta le da un pequeño mareo. El frutero, que no pierde
ripio, es el primero que se da cuenta.
- ¿Se encuentra usté bien?, ¿quiere un vaso de agua?, es lo único que
puedo ofrecerle.
- ¿Qué te pasa, Manolo, te encuentras mal? – Grandal también se ha dado
cuenta del pequeño desfallecimiento de su amigo.
- Tranquilos, debe haber sido una bajada de tensión – se justifica
Ponte.
- Pues para las bajadas de tensión no hay mejor remedio que un copazo
de coñac. Vamos a ese bar de enfrente, te sientas, te soplas un lingotazo y en
unos minutos estás como nuevo – sugiere Álvarez.
Antes de salir de la tienda,
Ponte formula al frutero una pregunta que no parece venir a cuento:
- Dígame, ¿de dónde es su dependiente?
- Es colombiano – y volviendo a bajar la voz para que no le oiga el
empleado añade -. Es mucho más barato contratar a un sudaca que a uno del país.
Sentados en el bar La
Competencia tomándose unas copas, Grandal, al que no se le pasa una, pregunta:
- Manolo, ¿por qué querías saber de dónde era el ayudante del frutero?