"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 6 de octubre de 2015

8.4. Va de preñadas



   Gimeno no ha tardado ni veinticuatro horas en enterarse de lo que ocurrió en la reunión de la junta en la que le denegaron el aumento de sueldo que había pedido. Aunque más que negárselo, le propusieron un incremento salarial de miseria. Ante su sorpresa resulta que el instigador de la movida en su contra ha sido Antonino Arbós, el hermano mayor del clan, quien se opuso frontalmente a dar su apoyo a la propuesta de la petición salarial del secretario. No solo se negó a respaldarla, sino que convenció a la mayoría de los miembros que era inasumible. Al enterarse de quien le ha puesto la proa, José Vicente encuentra la explicación del porqué Antonino le pone cara seria desde hace tiempo, justo desde que rompió la relación con Pepita Arnau, ¿tendrá eso algo qué ver? Se lo comenta a su mujer.
- Así que ha sido Antonino. Yo sospechaba de Rodrigo. ¿Y dices que no has tenido ningún problema con él? – quiere saber Lola.
- Ni uno ni medio. Aunque hacía tiempo que venía poniéndome mala cara, más o menos desde que rompí con Pepita.
- ¡Tate!, ya sé de dónde viene su inquina. Resulta que Elisa, la mujer de Antonino, es muy amiga de la madre de Pepita. Y es posible que le sentara mal que rompierais el noviazgo.
- Pero bueno, ¿qué me cuentas?, ¿quieres hacerme creer que la ruptura de un noviazgo, en el que ni siquiera se llegó a hablar de boda, ha podido influir en una cuestión que es estrictamente profesional?
- Por supuesto, marido, no puedo estar segura al cien por cien, pero no me extrañaría nada que mi suposición fuera cierta.
- Pero se trata de dos cuestiones muy diferentes y que, además, no tienen nada que ver la una con la otra – reitera Gimeno.
- Así es, y no sé de qué te escandalizas, parece mentira que seas de pueblo. ¿O es que no sabes cómo se las gasta la gente? Si Antonino se molestó contigo por aquello, te la ha guardado hasta que ha llegado el momento de pasarte factura. Esa clase de proceder es el pan nuestro de cada día.
- Si tus sospechas fueran ciertas… ¡Vaya tropa que tenemos!
- Es lo que hay, pero opino que ahora más importante que saber por qué se ha opuesto Antonino, es tener ideas claras sobre lo que queremos. Y lo primero es: ¿volverás a presentar la petición a la junta? Piénsalo detenidamente, pero en tu lugar yo lo haría. En unos meses seremos tres y los gastos se van a disparar.

   Hay otra embarazada en el pueblo que por distintos motivos tiene, mejor dicho ha tenido, mucho que ver con el matrimonio Gimeno-Sales: se trata de la joven señora de Blanquer, que ya está en las últimas semanas de gestación. Pepita ha llevado la preñez bastante bien, pero su comportamiento de niña mimada se ha hecho insoportable. A medida que se acerca el parto se ha vuelto más voluble, caprichosa y exigente. Su madre trata de satisfacer la mayoría de sus caprichos. En cambio, Rafael hace tiempo que se cansó de las chiquilladas de su mujer y la tiene prácticamente abandonada. Por si faltaba algo, con la excusa de que no se siente bien y de que la criada no sabe cuidarla, Pepita ha decidido volver a casa de sus padres hasta que tenga el niño. Rafael no ha protestado por ello, la que si se lo ha tomado a mal ha sido su madre. Entre suegra y nuera han mantenido una buena trifulca. 
- ¿Cómo que te vas a casa de tus padres? Tu lugar está junto a tu marido – conmina Maruja a su nuera.
- ¿Y quién me va a cuidar, su hijo? Si hay días que ni siquiera le veo – rebate Pepita.
- Si es así, Rafael hace muy mal. Ya se lo diré, pero ahora de quien hablamos es de ti. Debes de quedarte en casa y tener tu hijo en ella, como hicimos todas.
- Ya le he dicho que aquí no tengo quien me cuide – insiste la embarazada.
- ¿Y para qué tenéis la criada, de adorno?
- Lourdes no sirve para cuidar a una embarazada. Es un desastre y no sabe hacer casi nada. En cuanto nazca el niño la voy a despachar.
- Si hace falta vendré yo a cuidarte, pero te quedas en tu casa – se ofrece la suegra.
- La que se ha de quedar en su casa es usted. Y como la que va a tener el crío soy yo, la que decide qué hacer también soy yo. Me voy a mi casa.
- Ya estás en tu casa.
- Quiero decir, que me voy a casa de mis padres. Mi madre sí que sabe cuidarme y allí no me va a faltar de nada.
- ¿Es que aquí te falta algo?, ¿es qué no tienes todo lo que necesitas? – se escandaliza Maruja.
- No señora. No lo tengo. Para empezar, su hijo no me hace ni caso. ¿Puede creer que hace unos días le pedí que me trajera un helado y se negó alegando que eran las tantas de la noche? Y no ha sido la primera vez que se comporta de esa forma. Si el niño nace con algún antojo ya sabe quién será el culpable.
- Pero que bobadas dices, criatura. Te vuelvo a repetir que no puedes irte de esta casa. Si no quieres que esté yo, que venga tu madre, pero una esposa ha de estar en la casa de su marido y no andar por ahí. ¿Te imaginas que escándalo se montará si te vas de esta casa?
- ¿Y qué me importa lo que diga la gente? Le repito que quien está encinta soy yo y como creo que voy a estar mejor en casa de mis padres, me voy.
- Eres más tozuda que una mula. No puedes irte.
- En mi casa mando yo. Haga el favor de marcharse y dejarme en paz – dice de manera terminante Pepita.
   Maruja también la tiene con su hijo, pero éste apenas si discute, se limita a encogerse de hombros y decirle que si Pepita se va a encontrar mejor en casa de sus padres pues que se vaya. Rafael nunca llegó a estar enamorado de su mujer, al principio le atrajo su inocencia y su ignorancia en todo lo referido al sexo, pero hace tiempo que eso dejó de excitarle. Ahora sabe que está casado con una chiquilla mimada y caprichosa, que está convencida de que el mundo debe de girar a su alrededor y que si tiene un marido es para que le dé gusto en todo cuanto le apetezca. Ni siquiera duerme con ella desde hace meses. Pepita parece que no lo ha echado de menos puesto que no le ha hecho ningún reproche. La falta de sexo es lo que ahora le apremia. Es mucho hombre para estar en ayunas tanto tiempo. Mientras encuentra una solución más satisfactoria al problema recurre a lo que tiene más a mano: la criada.
- Amo, no haga eso. ¿Qué va a decir la señorita si se entera?                                                                       
 
   Rafael y Lola se han cruzado muchas veces, pero han disimulado, han hecho como si no se hubiesen visto. En la primera ocasión en que se encuentran cara a cara, la mujer no sabe qué hacer y, bajando la vista, hace intención de pasar de largo. No puede, él se pone delante y le tiende la mano.
- ¿Qué tal, Lolita, cómo estás? Enhorabuena, ya sé que estás encinta – Rafael debe ser uno de los poquitos que la siguen llamando Lolita.
- E… estoy bien, gracias.
- Te veo más guapa que nunca, debe de ser la maternidad.
- Sí, bueno… - La mujer se siente violenta, no sabe qué decir.
- Tú vas a ser madre y yo padre. ¿Quién nos lo iba a decir? ¿Y qué tal llevas el embarazo? Pepita lo lleva fatal, está loquita porque acabe de una vez.
- De momento no tengo ninguna molestia.
- No me extraña, siempre has sido mucha mujer. Todavía hoy mamá me repite de vez en cuando que debería de haberme casado contigo.
- Bien…, me perdonarás, pero tengo prisa.
- Soy yo quién debo de pedirte perdón por este atraco, pero hacía mucho tiempo que me moría de ganas de hablar contigo aunque solo fuera un minuto. Te deseo que todo vaya bien en el parto y que, como dice la gente, ojalá tengas una horita corta. Te lo digo de todo corazón.