Los padres de Sergio aprovechan el fin de
semana para viajar a Senillar y hablar con su hijo para ver como solucionan los
problemas económicos del chico y de su pareja. Se reúnen en la casa del abuelo.
Sergio prefiere que no esté presente Lorena para que no vean como la ha
estropeado la droga y como el apartamento se ha convertido en un muladar.
- ¿A
cuánto asciende lo que debes? – inquiere el padre.
Sergio da la cifra de las letras de la
hipoteca que están sin pagar. Puesto que es una cantidad relativamente modesta,
el padre saca el talonario y firma un cheque a nombre de Sergio que lo recibe
con una mezcla de gratitud y vergüenza.
-
Gracias, papá. Gracias, mamá. No sabéis el peso que me quitáis de encima.
Naturalmente, los padres quieren saber más.
¿Cómo es posible que con el sueldazo que tiene no lleguen a fin de mes? Sergio
no se atreve a contarles la verdad. Habla de mala administración, de haber
prestado dinero a amigos que no lo han devuelto y cuantos subterfugios se le
ocurren. En su explicación algo hay que no le cuadra a la madre. Cuando el
matrimonio se queda a solas Lola expresa sus sospechas:
- No
sé si el chico nos lo ha contado todo, para mí que algo se guarda.
- ¿Tú
crees? – pregunta el marido.
-
Estoy convencida. Ya sabía que la Lorena es de las que tienen un agujero en
cada mano, pero no que fuera tan manirrota hasta el extremo de que antes de que
acabe el mes ya se han pulido todo el dineral que gana nuestro hijo. Tiene que
haber algo más. Le he preguntado a mi padre, sin embargo no me ha dicho nada en
limpio, pero como me llamo Lola la Punchenta que no me vuelvo a Madrid sin
averiguar lo que pasa.
Dicho y hecho. Lola recurre a Rosario la
Maicalles quien, al principio, se hace la remolona, pero que en cuanto la
Punchenta le aprieta las tuercas termina soltándolo todo. Su chico y su nuera
se han convertido en unos drogatas que, según cuentan, se meten todo lo que
pillan. Y no solo se gastan cuánto gana Sergio, están malvendiendo el ajuar,
deben dinero a muchos amigos, se les han llevado el coche por impago y lo
último que se rumorea de ellos es que tampoco pagan las letras del apartamento
por lo que en cualquier momento los desahuciarán.
Cuando Lola le refiere a su marido lo que le
ha contado la Maicalles, al bueno de Lorenzo el mundo se le viene encima. Ahora
entiende el porqué de los apuros económicos de su hijo.
- Ya
sabía yo que esa bruja iba a llevar a la ruina a nuestro hijo. Lo supe desde el
primer día que la conocí – recuerda Lola echándose a llorar desconsoladamente.
- No
llores, Lola, por Dios. Mi pena es tan grande como la tuya, no me la aumentes
poniéndote así. Lo que hemos de hacer es serenarnos y pensar cómo podemos
ayudar a ese par de locos para reconducir la situación.
-
Pues, mira – responde la mujer mientras trata de contener sus sollozos -, lo
primero que tendríamos que conseguir es que el chico deje a esa golfa. Estoy
convencida de que en cuanto la abandone volverá al buen camino. La Maicalles me
comentó que mucha gente en el pueblo cree que ha sido ella la que lo ha metido
en el mundo de la droga. Lo que tenemos que hacer es hablar con él. Bueno –
Lola hace un inciso, se le acaba de ocurrir algo -, creo que será mejor que le
hables solamente tú. Una charla, no entre padre e hijo sino de hombre a hombre.
Inténtalo, marido, por favor.
Lorenzo lo intenta, pero Sergio ni siquiera
le deja que exponga sus argumentos, se niega tajantemente a dejar a Lorena, más
ahora que es consciente de cuanto le necesita.
Han pasado unos meses y las noticias que
llegan desde Senillar de la evolución de la pareja respecto a la droga y a sus
problemas económicos siguen siendo muy negativas. El agravamiento de la
situación motiva un nuevo viaje al pueblo de los padres de Sergio. En la casa
del abuelo Andrés se reúnen el matrimonio Martín-Roca con el resto del clan de
los Punchent. Tratan entre todos de encontrar algún tipo de salida a los graves
problemas que tienen Sergio y su chica. Cada uno expone su opinión, pero
abundan más los lamentos que las propuestas constructivas, hasta que el hermano
mayor de Lola toma la palabra:
- A
ver si nos centramos. Está claro que lo de la droga es terrible, pero por lo
que sé no es algo que se pueda dejar de un día para otro. Desintoxicarse lleva
su tiempo. Admito que es el problema más grave, pero el más urgente es el
desahucio que se les viene encima. Eso es lo primero que deberíamos solucionar.
Es de cajón que o pagan los plazos hipotecarios o se quedan en la calle.
Respecto a la hipoteca, Lorenzo, ¿de cuánto dinero estamos hablando?
Cuando el padre de Sergio da la cifra, su
cuñado lanza un silbido.
- Eso
es mucha pasta.
- ¿Les
podéis dar el dinero mensual para que paguen las letras? – pregunta la hermana pequeña de Lola.
- De
darles dinero en mano, ni se os ocurra – vuelve a intervenir el mayor de los
Punchent -. Si están pillados con la droga lo que harán será gastárselo en
comprarla y no en pagar las letras. La solución que se me antoja más práctica,
aunque a priori pueda parecer dura, es dejar que les desahucien. Luego arrendar
un piso modesto, cuyo alquiler esté dentro de vuestras posibilidades, y pagarlo
vosotros directamente. Al menos, tendrán un techo donde guarecerse. Y, por
supuesto, no hacer eso hasta tener la promesa solemne de que dejarán la droga.
Si no se desenganchan habría que plantearse qué otros caminos tomar.
- Creo
que tienes razón, cuñado – admite Lorenzo y dirigiéndose a su esposa añade -.
Hoy mismo nos ponemos a buscar un piso para los chicos.
- No
tengas demasiada prisa, Lorenzo. Deja que los echen a la calle y que se vean en
la necesidad de pedir ayuda. Será entonces cuando la valorarán más.
La salida propuesta por el mayor de los
Punchent es aceptada por los padres de Sergio. No queda demasiado tiempo, la
caja ya ha presentado la demanda ejecutiva por impago en el juzgado, acto que
se le ha notificado a Sergio y se le ha dado un plazo, bien para que pague,
bien para que se oponga a la demanda. En esta ocasión Sergio ni siquiera se
atreve a volver a pedir dinero a sus padres. Puesto que no cumple con el
requerimiento de pago, el proceso pasa a la fase de ejecución hipotecaria. El
inmueble sale a subasta, como ésta queda desierta la caja se queda con la
vivienda. Se le da a la pareja un plazo para que abandonen el apartamento.
Puesto que no tienen donde ir continúan en la casa hasta que un mal día
aparecen los funcionarios judiciales auxiliados por la policía municipal para
llevar a cabo el desalojo. Se produce el drama que acompaña siempre a los
desahucios. Se arremolinan los curiosos al ver a la policía, desde las terrazas
de otros apartamentos de la finca los que hasta hoy eran sus vecinos se asoman
para contemplar el espectáculo. Algunos de los amigos de Lorena, a quien le ha
dado un ataque de nervios agravado por el principio de mono que sufre pues hace
días que no se inyecta, han venido a echarles una mano para llevarse la ropa y
los objetos y enseres que se puedan salvar. Sergio ha de pasar por el trago de
tener que pedirle a su abuelo que los acoja en su casa. El viejo Punchent
cumple lo acordado con su hija Lola:
-
Hijo, ya sabes que mi casa también es la tuya, pero solo podré acogerte por
poco tiempo hasta que encuentres otro acomodo. Tus tíos, que son
copropietarios, así me lo han hecho saber.
La pérdida del apartamento de sus sueños
supone un tremendo palo para Sergio, y para Lorena significa un golpe
devastador. Sergio se vuelve a tragar el orgullo y, otra vez, pide ayuda a sus
padres que se apresuran a socorrerlos, no sin antes exigir de su hijo la
promesa de que dejarán la droga. Los padres alquilan un viejo y pequeño piso
ubicado en uno de los barrios más antiguos y pobres del pueblo, pero que tiene
un alquiler asumible, y lo ceden a la pareja.
Sergio fue sincero cuando prometió a sus
padres que iban a intentar desengancharse de la heroína, pero la promesa apenas
duró días. En cuanto Lorena comenzó a notar los primeros síntomas del síndrome
de abstinencia, el joven supo que sería incapaz de mantener la promesa.
-
Tendrías que salir – pide la mujer con voz quebrada – a ver si encuentras algo
de material. Estoy que no me tengo, pero antes de irte hazme un café igual me
pone a tono.
-
Churri – contesta Sergio mirando con pena a su demacrada pareja -, no queda
café y en cuanto a lo de pillar algo lo tenemos chungo. Me temo que se acabaron
los días de vino y rosas.