"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 23 de octubre de 2020

Libro II. Episodio 63. Las rechazas y se te echan encima

   Aunque a Julio le gusta mucho la descarada boticaria, que es un bombón de diecinueve años necesitado que unos brazos viriles la estrechen hasta hacerle perder el sentido, su rechazo a las atrevidas provocaciones de Isabelina es porque piensa que si don Cristóbal se entera de los devaneos de su esposa adiós al acuerdo que mantienen. Para evitar que la situación se descontrole, antes de visitar la botica lo que hace es asegurarse de que esté presente el farmacéutico, con lo que consigue que los escarceos de su mujer no sobrepasen un cierto límite.     

   El repudio a las insinuaciones de la boticaria provoca un efecto de rebote en quien menos podía esperar. Un tarde, poco antes de la hora del cierre, aparece en la tienda una de las mancebas de la botica de don Cristóbal con una nota en la que el farmacéutico le indica que ha llegado un nuevo lote de medicamentos. La moza, muy chulapona y desenvuelta, aguarda a que Julio lea el contenido de la nota.

   -¿Hay respuesta?

   -No; bueno, sí, dile a don Cristóbal que mañana pasaré por allí a recoger el pedido.

   -Con la de veces que paso por delante de la tienda y nunca había entrao. ¿Me la enseñas?

   -¿Por qué no?, pero antes he de echar el cierre que es la hora –aclara Julio que cree vislumbrar algo turbio en la mirada de la moza.

   Cuando le  enseña la trastienda ocurre lo que Julio medio intuía. Tras un devaneo plagado de algo más que insinuaciones, la joven se le entrega sin ninguna clase de pudor. Ni siquiera la turista belga, con la que intimó cuando estuvo de soldado en Palma de Mallorca, se le entregó a las primeras de cambio. Al irse la manceba, Julio no puede menos que decirse: joder con la moza, menuda calentorra.

   A Julio la audacia de Mariví -abreviatura de María Vicenta- no deja de asombrarle. En las relaciones que ha tenido hasta ahora, las jóvenes con las que coqueteó tenían un común denominador: todas consideraban el cortejo como preludio al noviazgo, primero, y al casamiento después. Mariví parece que es la excepción. Como lo que ocurrió en la trastienda se ha ido repitiendo, al menos una vez a la semana, han tenido ocasión de hacer algo más que fornicar, ahora tienen largas charlas cuando algunos domingos, no más de dos al mes, salen a bailar a alguno de los merenderos que rodean la ciudad. Mariví le ha explicado su particular filosofía de la vida: quiere divertirse todo lo que pueda mientras sea joven, pues sabe que cuando la tersura de su piel comience a tener menos finura tendrá tiempo más que suficiente para llevar una vida recatada y ajustada a la moral convencional. Ahora toca divertirse, y si ha escogido a Julio para desfogarse es porque, además de su buena planta, en la ciudad le han puesto fama de donjuán. Aunque su postura encierra una contradicción, pues la joven manceba también desea lo mismo que las demás: casarse, pero cuando ya no sea tan joven. De hecho, Mariví tiene un entregado pretendiente al que trae al retortero y con el que sale los domingos que no queda con el mañego. Se trata de un mozo que trabaja en una tahona de las que hay en la almendra de la ciudad y que bebe los vientos por ella. Si quisiera, según ha confesado la manceba, ya serían novios formales, pero no piensa darle el sí hasta que no se confirme si se va a quedar con la tahona, que es de su familia, o va a ser para un hermano más pequeño que también trabaja en la misma. La joven, una consumada calculadora, además de divertirse con Julio le usa para darle celos al panadero, treta que parece que le funciona estupendamente. Comportamiento que Julio ni aprueba ni censura, pero que le sirve para chancearse de la joven.

   -Así que el Eladio se sube por las paredes cada vez que te ve conmigo. Espero que no me coja mucha tirria.

   -No llegas a tiempo, ya te ha cogido una ojeriza que no se la salta un galgo.

   -Me alegro saberlo. Mi madre va a su tahona a comprar el pan, pero le voy a decir que cambie de panadería, no sea que un día me parta los dientes comiendo una hogaza en la que haya metido unos tornillos.

   -Pues no eres tú cachondo ni na, por eso me hiciste tilín en cuanto te vi. A mí es que me van los hombres que son capaces de guasearse hasta de su sombra.

   -¿Y no puede ocurrir que si estiras demasiado la cuerda con el Eladio, pueda romperse? Lo digo porque lo nuestro no va a pasar a mayores, yo no pienso casarme, al menos hasta los treinta bien cumplidos.

   -Eso lo supe desde el primer día. Y la cuerda del Eladio no se va a romper, de cuando en cuando le dejo sobarme un poco y se queda más suave que la seda. Y hablando de sobeteos, la que tiene tomada la Isabelina contigo pasa de castaño oscuro, cualquier día le da el calentón y se te echa encima. Es más puta que las gallinas, así fue como consiguió que don Cristóbal se prendara de ella. Pero has sido listo, ni le haces caso ni le das achares.

   -Es que si me lío con ella y se entera el boticario me quedo sin proveedor. Y ya sabes lo que se dice, aunque suene muy basto: donde tengas la olla no metas la polla.

   A Julio, haberse topado con una mujer como Mariví le ha resuelto el problema del sexo. Ya no tiene que irse de putas como hacía antes. Y encima tampoco tiene que hacerle falsas promesas como le ocurrió con Nico, la moza de Jarilla con la que coqueteó una temporada. Para tenerla contenta, de vez en cuando le regala alguno de los artículos de belleza que vende, siempre productos nacionales que son más baratos.

   A doña Pilar, una vecina de lengua larga le ha ido con el cuento de la última conquista de su hijo.

   -El pasado domingo vi a su chico mu arrejuntado con una moza que trabaja de manceba en la botica de don Cristóbal. Y le diré una cosa: pa gustos están los colores, pero pa mí que su hijo se merece algo mejor, aunque edad tiene pa saber lo que hace.

   La maestra no hace comentarios, conoce a la comadre y sabe que es una chismosa amiga de toda suerte de dimes y diretes. Pero se queda con la copla y en cuanto tiene oportunidad hace indagaciones sobre la manceba en cuestión. Como tantas veces, es su amiga Etelvina, que desde hace dos años también vive en Plasencia, la que le ofrece información más concreta.

   -He preguntado y al parecer la moza con la que ahora sale Julino es de las que, como dicen en La Sagra, se escurre sin haber barro. Aunque no estés preocupada, no debe ser algo serio porque solo salen uno o dos  domingos al mes como mucho. A la moza, Mariví se llama, se la ve con más frecuencia con un chico que trabaja en la tahona en la que sueles comprar el pan.

   -No me digas más, acabo de averiguar porque, cuando me despachan el pan, uno de los panaderos me pone una cara como si le debiera dinero y no le pagara. Debe de ser el otro pretendiente de la tal Mariví.

   -¿Y Julino no te ha contado na? –a Etelvina le puede la natural curiosidad.

   -Nada de nada. Desde que rompió con Consuelo se ha vuelto muy precavido en lo que respecta a hablar de mujeres. Para mí que la herida que le causó la chinata todavía sigue supurando.

   El diálogo es interrumpido por alguien que grita desde la puerta de entrada.

   -Doña Pilar, soy yo –La recién llegada es una chicuela delgada como una caña y con alguna que otra espinilla en la cara, indicador que revela la edad puberal de la muchacha.

   -He aquí mi alumna preferida. Julia, ¿te acuerdas de la señora Etelvina?

   -Sí, doña Pilar, es la señora partera –decir eso y ruborizarse ha sido todo uno-; mejor dicho, la señora comadrona.

   -Estás desconocida, chiquilla, ¿cuántos años tienes, catorce?

   -Trece, señora Etelvina. Doña Pilar venía a devolverle los últimos libros que me prestó.

   -¿Ya los leíste?, que barbaridad, lees con mucha rapidez. Mañana recuérdamelo y te dejaré otros.

   -¿Manda algo?, ¿no?, pues hasta mañana y queden con Dios –se despide la jovencita.

   -¿Esta niña es…? -Etelvina deja el final de la frase en al aire.

   -La hermana pequeña de la exnovia de Julio. Y, posiblemente, una de las mejores, sino la mejor alumna que he tenido. Es una maravilla de cría y, si continúa así, será una mujer excepcional, probablemente más en lo psíquico que en lo físico. Es la hija que me hubiese gustado tener, quizá por eso me ha robado el corazón. Casi seguro que será todo lo opuesto a la descarada moza con la que sale mi hijo.

   Julio sigue acumulando problemas pues la esposa de don Cristóbal no se da por vencida y, a espaldas de su marido, sigue flirteando con el mañego cada vez con más descaro. El joven droguero, como buen macho ibérico, lamenta no poder atender los cada vez menos sutiles requerimientos de la boticaria consorte, porque rica lo está y mucho. Hasta que una tarde ocurre lo que temía que pasara. Ha ido a ver al farmacéutico por mor de sus trapicheos pero no está. Isabelina le dice que se encuentra en el casino jugando al tresillo con sus amigachos, y tiene para rato, como unas dos horas al menos. La boticaria, con el pretexto de que tiene que enseñarle unos albaranes, le pide que le acompañe a su casa contigua a la farmacia. En cuanto entran, Isabelina no se anda con rodeos, se echa en sus brazos y se lo come a besos. El mañego, en cuanto ve lo que se le viene encima, piensa en rechazarla, pero la carne es débil y termina cediendo al apasionado abrazo con el que le atenaza la fogosa boticaria. Julio se encuentra con una mujer muy joven, muy pasional y muy insatisfecha. La infiel esposa le cuenta, sin ningún recato, que a su marido le pesan los años y los quilos y que es incapaz de satisfacerla, tanto que no ha tenido un orgasmo con él y, cuando yacen, después ha de masturbarse para llegar al clímax.

   -En cuanto me toca una teta ya se ha corrido y yo me quedo a verlas venir. No sabes las ganas que tenía de estar entre los brazos de un hombre de verdad. De un hombre que me hiciera gritar de gusto, de que se me erizara el vello con solo pensar en él. Y no creas que soy fácil, es la primera vez que engaño a Cristóbal, pero… si quieres no será la última.

   Julio piensa que a las mujeres no hay quien las entienda, las rechazas y se te echan encima.

 

PD.- Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro II, Julia, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 64. Regalos del día de Reyes